Presentando el Blog

Psicoanálisis y Economía

jueves, 25 de marzo de 2010

Si me dices que vas a Cracovia (*)

Sebastián Plut


“Los individuos son malos jueces
de la sinceridad de los demás en la situación cara a cara”
(D. Meltzer, Sinceridad)


“-¿Acaso podría afirmar algo semejante? –preguntó Guillermo,
y comprendí que había formulado la pregunta de modo que
el Abad no pudiese afirmar que sí podía, y aprovechó el silencio de Abbone
para desviar el curso de la conversación-”
(U. Eco, El nombre de la rosa)


Introducción
La práctica del counseling, como la sesión analítica, se realiza bajo la forma de un diá-logo. Cada tipo de diálogo podrá examinarse en sus formas y contenidos específicos o bien podrán considerarse problemas que atañen a diversos tipos de conversación . Esto último me interesa ahora y, específicamente, me centraré en el tema de las men-tiras. Al decir que es un problema del diálogo, subrayo que es un asunto del discurso en una escena intersubjetiva.
Las mentiras se presentan en la cotidianeidad de la vida familiar, entre personas que trabajan juntas, el paciente con su analista, el acusado frente al juez, el político ante la comunidad, etc. . En cada contexto la mentira supone conflictos diferenciales y tam-bién se distinguen los objetivos que se persiguen con su detección: mientras el juez procura conocer los hechos de un delito con el fin de establecer una condena, el psi-coanalista se enfoca en los mecanismos de defensa y su meta es el cambio psíquico del paciente.
Existen muchas formas de mentir (simular, desviar la atención, ocultar, etc.) y cada mentira tiene finalidades diferentes. Nuestro propósito consiste en analizar la eficacia de las mentiras, sus fundamentos y tipos y exponer los problemas metodológicos que hacen a su localización. Contamos con diversas teorías sobre los discursos falsos, las cuales desarrollaron taxonomías más o menos precisas. Sin embargo, el problema aun irresuelto es el de la detección de la mentira ya que no resulta sencillo advertir en los hechos sus manifestaciones concretas.
Por último, expliquemos el título del artículo. El psicoanalista habrá advertido que evo-ca el chiste analizado por Freud en el cual un judío responde que va a Cracovia y otro judío le dice: “¡Pero mira qué mentiroso eres! Cuando dices que viajas a Cracovia me quieres hacer creer que viajas a Lemberg. Pero yo sé bien que realmente viajas a Cra-covia. ¿Por qué mientes entonces?” (1905, pág. 108). Freud incluye este ejemplo en un cuarto grupo de chistes: los escépticos (sumado a los obscenos, los hostiles y los cínicos) no obstante, nuestro interés es otro: a) que la verdad y/o la mentira es un asunto entre dos o más sujetos; b) cómo pueden expresarse y detectarse las falseda-des (se puede mentir diciendo la verdad y se puede decir la verdad mintiendo).

Presentación del problema
En tanto escena intersubjetiva la mentira se desarrolla por lo menos entre dos per-sonas: uno que falsea y otro que cree o desconfía. Entonces: a) ¿por qué alguien miente, cuál es su finalidad?; b) ¿con qué recursos construye y disfraza la mentira?; c) ¿por qué alguien cree? (incluimos a quienes creen en sus propios pensamientos fal-sos); d) ¿por qué y cómo el mentiroso se autodelata?
El primer tema (a) comprende los tipos de mentiras y las metas que se persiguen; los puntos b) y d) incluyen los componentes que tomamos como indicadores. Concreta-mente, el análisis de las mentiras incluye 4 niveles: la mentira (escena relatada), los actos del habla verbales (escena desplegada), los componentes paraverbales y la mo-tricidad . Además, para construir la mentira, el sujeto suele captar algo de su interlocu-tor: cosas que le interesan o ante las cuales es más vulnerable. Recuerdo un colega que comentaba cómo era distraído por un paciente que le hablaba de asuntos intelec-tuales que captaban su atención. Otro ejemplo fue advertido por Woizinski (2009) en su análisis de Ricardo III: éste capta cuánto atrapa a Lady Anne ser elogiada por sus encantos. Respecto de por qué alguien cree (c) estudiamos por qué no advierte la mentira ajena, aunque también encontramos situaciones clínicas –o de la vida cotidia-na- en que algunos sujetos piden que les mientan. Un paciente llamaba a prostitutas, cuyos teléfonos tomaba del diario, y les preguntaba si “de verdad” eran tan lindas co-mo decía el aviso. La respuesta siempre era la misma (que sí, eran así de lindas) .

Las investigaciones sobre detección de mentiras parten de un supuesto: el comporta-miento fisiológico, conductual y/o paraverbal del mentiroso es cualitativa y cuantitati-vamente diferente del comportamiento del sujeto sincero (Hernández Fernaud, 2000). Algunos autores sostienen que también hay diferencias entre los relatos que formulan unos y otros. Como se advierte, intentan descubrir por qué canales y de qué for-mas se revela la verdad. Existe cierto consenso en jerarquizar los signos motrices y paraverbales pues, a diferencia de lo que ocurre en el nivel verbal: a) es más difícil reprimir movimientos o tonos de voz; b) estos signos tienen estrecha relación con las emociones; c) sus manifestaciones son más evidentes para el receptor que para el emisor (DePaulo, 1992). Recordemos que los desarrollos de afecto son procesos de descarga y no de investidura, por lo cual el yo sólo ejerce un dominio parcial para mantenerlos en amago (Freud, 1921, 1950). Otra premisa es que no deben conside-rarse signos aislados sino cómo se combinan (contradictoria o armónicamente) las in-formaciones que provienen de diferentes canales (Ekman, 2001). Por ejemplo, cómo se reúnen un determinado relato, ciertos deslices verbales, una expresión facial y una manifestación fisiológica. Respecto de la tendencia a autodelatarse (el criminal siempre vuelve a la escena del crimen) Ekman planteó tres motivos: la culpa por mentir, el te-mor a ser descubierto y el placer por engañar . No obstante, conviene exponer algunos problemas. Dos de ellos han sido expuestos por Ekman, el riesgo de Brokaw (perder de vista las diferencias interindividuales o aspectos idiosincrásicos) y el error de Otelo (ver un culpable donde hay un inocente). Igualmente, sobre este último conviene diferen-ciar los errores técnicos (confundir signos) de los celos por proyección como transfor-mación de la frase “yo lo amo” (Freud, 1911; Maldavsky, 1998). Por otro lado, muchos métodos presentan problemas de validez en tanto no definen con claridad en qué me-dida los signos observados son indicadores fehacientes de una mentira y no, por ejem-plo, de otros conflictos o variaciones emocionales. Tales limitaciones derivan de que los indicadores no remiten a hipótesis teóricas sino que surgieron inductivamente por me-dio de la observación. Se han señalado también problemas de validez ecológica ya que no siempre las conclusiones de laboratorio pueden trasladarse a situaciones cotidianas. Por último, coincidimos con Burgoon, Burk y Pfau (1990) en que en muchos de los modelos que se utilizan la operacionalización de los correlatos conductuales y paraver-bales de la mentira es endeble.

Enfoque psicoanalítico
Freud (1916) ofrece un esclarecimiento a la criminología cuando advierte que ciertos sujetos cometen un delito motivados por su conciencia de culpa. En efecto, afirma que la razón de sus delitos es la búsqueda de un castigo para aliviar el sentimiento de cul-pa. Esta hipótesis tiene algún nexo con la propuesta de Ekman según la cual parte de los errores que los sujetos cometen al mentir deriva de la culpa (por el delito o por el acto mismo de mentir). El autor sostiene que el castigo es lo único que aminora el sen-timiento de culpa y el motivo de que confiese. Sin embargo, entre ambas ideas hay una diferencia, ya que para Freud, en aquellos casos, el sentimiento de culpa precede al delito .
Freud (1915) también aludió a las conductas socialmente buenas pero que encubren el egoísmo y la agresividad. Un individuo, influenciado por recompensas o castigos, pue-de optar por la acción aparentemente buena sin haber mudado sus inclinaciones egoís-tas en inclinaciones sociales. En tal caso, el sujeto sólo será bueno en la medida en que tal conducta le traiga ciertas ventajas y durante el tiempo que ello ocurra. A esta conducta, Freud no duda en llamarla hipócrita . Meltzer por su parte, sostiene que “si bien la intención siempre implica un plan de comportamiento, las intenciones no pue-den juzgarse por la conducta” (1971, pág. 174).
En el marco de la clínica, Maldavsky (2004) destacó la dificultad de detectar el erotis-mo sádico anal primario y el consiguiente afán vengativo, propio de pacientes trans-gresores, en su combinación con la desmentida. Dicha dificultad no resulta tal cuando el paciente relata escenas de engaño sino cuando toma al analista como destinatario de su afán vengativo. Dicho deseo requiere que no sea advertido, por lo cual puede que el analista capte tardíamente el problema clínico. En tal caso, el discurso del pa-ciente “puede asemejarse al de ciertos comentaristas políticos, que tienen una apa-riencia de objetividad con la cual pretenden disminuir la desconfianza ajena” (pág. 153). Si bien es cierto que las segundas intenciones pujan por expresarse, con ello no desaparece el problema: cómo detectar los momentos en que la desmentida dominan-te afecta a la capacidad pensante del analista. En ocasiones el analista podrá advertir la situación clínica, no obstante si el paciente logra promover un estado de fascinación en su interlocutor éste quedará en un estado de desorientación, inquietud e, incluso, irritación.
De este comentario se derivan puntos de interés para lo que sigue: a) considerar las fijaciones pulsionales y las defensas para definir los tipos de mentiras ; b) diferenciar entre defensas exitosas y fracasadas; c) afinar los criterios para detectar la objetividad aparente; d) distinguir el nivel de los relatos (lo que un sujeto cuenta) del nivel de los actos del habla, es decir, las escenas que despliega al relatar; e) incluir como posible indicio el estado propio del receptor al escuchar a un sujeto.
Estos puntos nos conducen a los problemas metodológicos, pero antes expondré sinté-ticamente una categorización de cinco tipos de mentiras:
a) Histérica o proton pseudos (Freud, 1950): en la primera mentira histérica se desa-rrolla una fantasía como ficción embellecedora en la tentativa de protegerse de afectos como el asco, el dolor, etc.
b) Psicopática: encubre un deseo vengativo y busca obtener un bien material. El sujeto procura “hacer hacer”, que el otro realice alguna acción en beneficio del primero. Po-see una segunda intención oculta que burla una ley.
c) Lógica: tiene por meta inducir un pensamiento en otro, que crea algo que no es. El objetivo podrá ser esconder el propio pensamiento, apropiarse del pensamiento ajeno o protegerse de un estado de miseria afectiva o económica. Suele incluir una contra-dicción entre dos afirmaciones o bien entre una afirmación y la realidad concreta.
d) Afectiva: habitualmente se denomina manipulación emocional y consiste en “hacer sentir” algo al otro, habitualmente, culpa, gratitud, etc. La inducción promueve que el otro sienta culpa por su presunto egoísmo cuando, en realidad, el egoísta es el emisor.
e) Inconsistente: en este caso, lo que resulta encubierto es la falta de subjetividad.
Con esta distinción advertimos que la mentira no es algo homogéneo, no siempre bus-ca lo mismo. Las diferencias se dan: a) por aquello que se busca y se desea ocultar; b) por las estrategias y recursos con los que se disfraza la mentira. Asimismo, podemos encontrar combinaciones, tal como hacer creer algo al otro, para luego asestarle un golpe, robarle, etc.

Avances metodológicos
El Algoritmo David Liberman (ADL) es un método de investigación de la significatividad del lenguaje (Maldavsky, 1999, 2004; Maldavsky et al., 2007) que permite encarar mu-chos de los problemas expuestos: a) posee un alto nivel de fundamentación y validez teórica (sus hipótesis centrales son las de la pulsión y la defensa y su estado); b) estas hipótesis permiten distinguir tipos de deseos, ideales, afectos, representación-grupo, etc.; c) el alto grado de operacionalización de sus hipótesis permite abrochar de modo consistente el nivel teórico con el de las manifestaciones; d) para el estudio del discur-so (de uno o más sujetos) distingue cinco niveles de análisis: palabras, relatos, actos del habla verbales (escenas desplegadas), componentes paraverbales y motricidad; e) en cada uno de estos niveles localiza escenas específicas; f) obtiene resultados multi-variados y, a su vez, aporta criterios para definir qué es lo prevalente en un discurso.
Un sujeto puede relatar escenas que evidencien un deseo especulativo, cognitivo, amoroso, justiciero, estético, etc., y al hacerlo desplegará escenas que coincidan o no con lo narrado. Alguien podrá relatar una escena de sacrificio al tiempo que acusa, o bien puede procurar impactar estéticamente mientras refiere una escena cognitiva. La escena desplegada, a su vez, incluye componentes verbales, paraverbales y motrices. En efecto, un sujeto puede contar una situación de abuso, mientras se lamenta y todo ello acompañado de chasquidos con la lengua. Por otra parte, en las escenas (narradas o desplegadas) el relator se coloca a sí mismo y a los otros en diversas posiciones (su-jeto, ayudante, rival, doble, etc.) lo cual evidencia el tipo de defensa (patógena, acorde a fines, etc.) y su estado (exitoso, fracasado).
A modo de ejemplo, consideremos el chasquido de lengua mencionado. Este tipo de motricidad corresponde a un tipo específico de deseo (oral primario) y a una defensa (desmentida) en estado fracasado. Como escena es similar a la del bebé que cree estar succionando el pecho materno cuando en realidad se está engañando a sí mismo. Esto es, el chasquido indica la situación dolorosa en la que el sujeto registra no solo la per-sistencia de su necesidad (sed) sino también que se ha engañado a sí mismo (Mal-davsky, 1999). En tal caso, conjeturamos una contradicción entre una afirmación y una realidad concreta.
La mentira que alguien cuenta, entonces, constituye un relato, en tanto que si mani-fiesta un desliz verbal, lo analizamos en el nivel de las redes de palabras. A su vez, en los actos del habla detectamos qué hace el sujeto al narrar, por ejemplo, puede pro-mover algún tipo de entrampamiento en su interlocutor. Tales entrampamientos pue-den ser de diversa índole, pragmáticos, semánticos, lógicos u orgánicos.
En síntesis, el ADL permite identificar múltiples manifestaciones discursivas que pueden ser categorizadas con un alto nivel de especificidad. Asimismo, ofrece una serie de instrucciones para localizar los deseos y defensas en cada una de tales manifestaciones y, luego, analizar cómo se combina el conjunto (si hay armonías o contradicciones).

Algunos ejemplos
1) Comencemos con un ejemplo de Freud. Cuando relata su viaje a la Acrópolis dice que allí le acudió un pensamiento que le resultó asombroso: “¡¿Entonces todo esto existe efectivamente tal como lo aprendimos en la escuela?!” (1936, pág. 214). La compresión del fenómeno (incredulidad) lo conduce a identificar un sentimiento de culpa e inferioridad: “No soy digno de semejante dicha, no la merezco” (pág. 216). La sensación de incredulidad abarcaba tanto a la existencia de la Acrópolis cuanto a su posibilidad de haber llegado hasta allí.
2) Otro ejemplo de Freud: “Cierta mañana abandoné sin pagar la tabaquería donde había hecho mi compra de cigarros. Omisión inocente, pues me conocen y por eso podía esperar que al día siguiente me recordarían la deuda. Esa pequeña falta, el in-tento de contraer deudas, no dejaba de entramarse con las consideraciones presu-puestarias que me habían ocupado durante toda la víspera… Quizás en ningún caso la cultura y la educación hayan vencido más que de manera incompleta la codicia primiti-va del lactante, que procura apoderarse de todos los objetos (para llevárselos a la bo-ca)” (1901, págs. 155-6). En una nota al pie Freud alude a los espejismos del recuerdo por lo cual uno supone haber pagado.
3) Una pareja consulta para que su hijo comience una psicoterapia. Desde la primera entrevista, al analista le llamó la atención una muletilla de la madre. En cada ocasión en que describía cuánto quería y cuidaba a su hijo, agregaba: “¿no es cierto?”. Por ejemplo, podía decir: “A Gustavito yo siempre lo mimé mucho, ¿no es cierto?”.
4) Una mujer relata que cuando estaba en la escuela primaria, en una ocasión falsificó la firma de su padre en un boletín y cuando la maestra le preguntó de quién era la firma, respondió velozmente: “yo, mi papá”.
5) Una escena observada en un bar: una mujer se acerca a una mesa en la cual la esperaba otra mujer a quien la primera, con ademán de taparse la boca, le dice que no le da un beso porque está enferma y podría contagiarla. Minutos después, la mujer que ya estaba en el bar le entrega un regalo y la felicita por su cumpleaños. La señora enferma lo abre, ve un anillo, agradece, se lo prueba (sin que su rostro evidencie que le gustara) y en ese momento se levanta, se le acerca y le da un beso.
6) Una propaganda política del nazismo difundía que la culpa de la crisis económica la tenían los ciclistas y los judíos.

Sé que los ejemplos son breves y, sobre todo, no abarcan al conjunto de posibilidades. Sin embargo, permiten realizar algunas observaciones y conjeturas. Por un lado, algu-nos corresponden a la cotidianeidad y otros a la clínica o a los textos freudianos. El ejemplo 1) ilustra un caso en que el sentimiento de culpa conduce a desautorizar un fragmento de realidad objetiva, es decir, cómo un tipo de afecto (culpa) logra restarle crédito a una percepción (incredulidad). El ejemplo 2) me interesó pues se distingue del robo de dinero. En efecto, no se trata ni del deseo de retener dinero, ni del deseo vengativo, sino de una ficción (haber pagado) como forma de sobreponerse a una vi-vencia de miseria. Es decir, el endeudamiento corresponde a un espejismo (tal como se dice que ocurre en el desierto ante la sed) que en este caso se liga a la adicción al tabaco. Nótese que no se trata de un lapsus (“me olvidé de pagar”) sino de una micro-creencia (“ya pagué”) que produce una escena que podría enunciarse del siguiente modo: “no es cierto que padezca una penuria económica”. Resulta sugerente, por otro lado, que Freud lo enlace con la pulsión oral. En el ejemplo 3) nos preguntamos qué valor tenía la insistente muletilla. Podía ser un modo de pedir una confirmación, una forma de orientarse al hablar o bien de no dejar espacio a un interlocutor. Sin embar-go, su significación era otra ya que el componente paraverbal transformaba en pregun-ta lo que era una afirmación: “A Gustavito yo siempre lo mimé mucho: no es cierto”. En rigor, este hecho clínico exige dos interpretaciones. Es decir, al deformar el tono de la afirmación, no solo ocultaba un sector de la realidad, sino que también inducía a que el interlocutor estuviera de acuerdo con ella. Para ello, entiendo que un recurso adicio-nal está dado por el uso de magnificadores (siempre, mucho). Por otro lado, se desli-zaba una forma de reconocer que no era verdad cuanto decía de la atención hacia su hijo, verdad que solo pudo expresarse con una deformación de la entonación. Como se advierte, en este caso el componente paraverbal hace de máscara. Claro que la com-prensión de la frase también tomó en cuenta conocer a su hijo y advertir su fragilidad psíquica y escuchar otros relatos de su madre en que su desconexión se hacía eviden-te. Del ejemplo 4) podríamos considerar la identificación de la relatora con su padre, aunque ahora nos interesa señalar que aquélla se autodelató por vía de un lapsus (al igual que en el primer ejemplo parece tener eficacia el sentimiento de culpa). Sobre la escena 5), es cierto que no sería una buena solución que la destinataria del regalo ex-prese su desagrado. Sin embargo, y a pesar del esfuerzo de la mujer, su gesto final (darle un beso) no hace sino exhibir, de modo a penas encubierto, su hostilidad (ya no evitó el posible contagio). Más allá de que agradecer falsamente un regalo no sería una mentira perjudicial, el ejemplo muestra: a) la concurrencia de diversos canales que aportan información (lo que la mujer dice, lo que evidencian su rostro, su tono de voz y el movimiento de su cuerpo); b) la importancia del contexto para entender la situa-ción (interpretar el beso de agradecimiento no sería posible si no supiéramos que unos minutos antes se opuso a darle un beso). Finalmente, el ejemplo 6) muestra una com-binación entre acusación y falsedad. Ante el absurdo del anuncio la gente tendía a preguntarse por qué los ciclistas, al tiempo que se naturalizaba la presunta responsabi-lidad de los judíos. Es decir, la meta es la localización de un enemigo, para lo cual se recurre a un desvío de la atención a través de lo que denominé el “falso absurdo”: se menciona a los ciclistas como argumento falso pero fácilmente cuestionable.

Reflexiones finales
En trabajos anteriores (Plut, 2000, 2007a, 2008b, 2009a, 2009c, 2009d, 2009e) he estudiado problemas afines a los aquí encarados. En efecto, investigamos los funda-mentos de la credibilidad, el discurso de líderes que se colocan en la posición de un observador hiperlúcido, el discurso y la propaganda política, las burbujas financieras, el problema del rumor, etc. En esta ocasión expuse un panorama global sobre las menti-ras, describí sus tipos y fines y los problemas metodológicos de su detección.
El supuesto de base es que en cada mentira subyace la frase “yo miento” que puja por expresarse de algún modo (verbal, paraverbal o motriz) . Los recursos que se utilizan para el disfraz pueden ser múltiples, tales como las exageraciones, el desvío de la atención, el lamento, ciertas contradicciones y ambigüedades, etc., y todo ello expre-sado en un relato, en los actos del habla o en el componente melódico. De allí que la instrucción jurídica de decir toda la verdad y nada más que la verdad significa: a) no dejar nada de lado; b) no agregar nada. Es que cada mentiroso es en sí mismo una versión de Rashomon ya que comunica contenidos diversos y contradictorios por ca-nales también múltiples.
He señalado que el análisis de las mentiras comprende una escena intersubjetiva y no se puede comprender bien la mentira sin conocer a su destinatario (Martínez Selva, 2009). Sin duda importa la habilidad del mentiroso, no obstante también conviene in-dagar las razones de la credulidad. Para Meltzer el problema es cómo “experimentamos el estado de la mente de otra persona emocionalmente a través de procesos introyec-tivos inconscientes” (1971, pág. 177). Si como dicen Levitt y Dubner (2005) siempre que hay un beneficio en juego surge la tendencia a mentir, lo mismo podríamos decir para el crédulo. Algunos de los motivos para creer son: a) evitar un duelo (Woizinski, 2009); b) protegernos de una desilusión; c) también puede ocurrir que la fascinación provocada por el discurso de quien desmiente encubra la identificación reprimida con el deseo vindicatorio y con la ilusión de omnipotencia del mentiroso; d) o bien, el con-flicto que se despierta por desconfiar podrá conducir, como reacción espontánea, a una tendencia a la fuga (en términos del pensamiento, por ejemplo).
En el problema de la mentira, además, damos especial relevancia a la investigación de mecanismos de la gama de la desmentida, sea en quien se coloca en una posición ac-tiva como en quien padece la mentira (ajena o propia).
De lo expuesto hasta aquí restan muchos aspectos por seguir investigando, entre los cuales puedo destacar: a) profundizar en el discurso cínico; b) investigar en el discurso mentiroso las manifestaciones del éxito y del fracaso de la defensa (cuando un sujeto se autodelata); c) examinar diferencias cuando la mentira afecta al juicio de atribución y cuando afecta al juicio de existencia; d) estudiar el vínculo que propone quien pide que le mientan, vínculo que podríamos denominar “mensonge a deux”; e) comparar la situación en que el lenguaje de la mentira es equivalente al de lo ocultado y aquella en que ambos lenguajes difieren.
Para finalizar quiero agregar que, actualmente, estoy estudiando muchos de estos pro-blemas a través del análisis de películas, tales como Nueve reinas o La leonera, y tam-bién a partir de considerar las diferencias entre el discurso místico y el tipo de mentiras de quien cree (o hace creer) una afirmación contradictoria con los hechos. En efecto, así como Freud contrastó fenómenos patológicos con ciertos procesos psíquicos nor-males (alucinación y sueño, melancolía y duelo) podemos comparar el pensamiento místico (sostenido en la sublimación) con el pensamiento patógeno que prescinde de sus nexos con la realidad material. Algo de ello advertí en un paciente esquizoide que cuestionaba que la gente se plantee si cree o no en Dios en lugar de preguntarse si este último es creíble.


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(*) Publicado en Actualidad Psicológica, N° 382.

jueves, 18 de marzo de 2010

La promesa incumplida: la discapacidad y el análisis institucional (*)

Sebastián Plut

“Cuando tanta gente se congrega para correr tras una promesa,
y de pronto surge una exigencia,
nunca puede saberse quién es el que habla”
(Umberto Eco, El nombre de la rosa)


1. Introducción
He observado que en diversas instituciones vinculadas a la discapacidad, de manera más o menos reiterada, relatan que los padres de los pacientes plantean un reproche. Este reproche (que puede estar dirigido a docentes, terapeutas, directivos o incluso, a las obras sociales, etc.) suele expresarse de la siguiente forma: “ustedes nos habían prometido…”.
Aquello que presuntamente se les había “prometido” puede ser en cada caso algo diverso: un hogar, una mayor rehabilitación de sus hijos, la gratuidad de alguna prestación, entre otras alternativas.
Me llamó particularmente la atención la repetición de esta situación, dado que se trata de instituciones muy diferentes entre sí, más allá de que todas se encuadren en el ámbito de la discapacidad.
Tales diferencias se dan en el grado de discapacidad de los pacientes, en el tamaño de las instituciones, en el tipo de prácticas que proponen, en el enfoque o cosmovisión que sostienen, en los estilos de sus conductores, en los tipos de formación de sus profesionales, etc. Resulta notable, pues, que a pesar de estas y otras diferencias entre las instituciones, en todas ellas se presente la misma escena, escena que denominaré “promesa incumplida”.

A partir de allí surgen varios interrogantes:
a) ¿De qué se trata la escena de promesa incumplida?
b) ¿Qué relación habría entre dicha escena y la discapacidad?
c) ¿Por qué se presenta bajo la forma de un “reproche”?
d) ¿Qué papel tiene la institución en esa promesa?
e) ¿Qué efectos tiene esta escena?

Estos no son los únicos interrogantes posibles y es probable que tampoco pueda dar cuenta de todos ellos, no obstante avanzaré con algunas respuestas.

Por lo pronto, estas son nuestras hipótesis de trabajo:
a) el nacimiento de un hijo con discapacidad configura un evento traumático para su familia;
b) el carácter traumático del evento impide o bien interfiere en la aprehensión de la belleza y la armonía;
c) esta constelación promueve rasgos específicos en los vínculos que se establecen desde el paciente y su familia con las instituciones que los asisten;
d) uno de los aspectos significativos es el promover que los otros (institución) le prometan el reencuentro con la belleza perdida;
e) por último, el mencionado reencuentro quedará necesariamente frustrado.

2. ¿Qué es una promesa?
Se trata de una frase o acto a través del cual un sujeto promete entregar un don que tiene un valor identificatorio para quien lo recibe. Que tenga un valor identificatorio quiere decir que al recibirlo se accede a una ilusión de ser (o tener).
Quien promete se presenta rodeado de atributos, de encantos, y con su brillo pretende producir una convicción en el otro: que donde falta algo hay una presencia. Imaginemos, por ejemplo, un gran regalo, con un hermoso envoltorio y un gran moño, en cuyo interior solo hay un pequeño y modesto objeto.
En la promesa es esencial que el sujeto (que promete) se coloque en una posición fascinadora que espeje anticipadamente la satisfacción de aquel a quien se dirige la frase.
Habitualmente, esta frase de promesa se despliega en una historia cuyo inicio contiene un estado de orfandad y desvalimiento, y su finalización es de felicidad y plenitud amorosa.
Claro que hay que tener en cuenta que el núcleo de esta promesa no es que lo prometido se cumpla, sino que el acto de prometer implica tomar al futuro como ya presente, con una convicción que se pretende comunicar al destinatario de que lo dicho coincide con una realidad que vendrá después.
En síntesis, la frase de promesa supone: un personaje que se encuentra rodeado de atributos y brillo, quien a través de aquella frase promete entregar ese mismo brillo a otro (desvalido). El destinatario de la promesa necesita creer que donde hay una determinada falta en realidad hay (habrá) una presencia y es eso lo que anticipa la promesa que recibe (o cree recibir) del emisario.

3. Belleza y armonía
Comencemos con un sencillo ejemplo: toda pareja, al momento de parir un hijo, es habitual que lo vea “hermoso”, “muy lindo”, más allá de las cualidades objetivas del neonato. Ello sucede así por la “ternura” con que los padres reciben a su bebé.
Meltzer y Williams (1988) aludieron a la belleza como primer tipo de configuración del mundo sensible, hipótesis que podemos combinar con una propuesta freudiana: la espacialidad mundana (en este caso, la estética) deriva de la proyección de la espacialidad anímica (Freud, 1938; Maldavsky, 1996). En suma, la plasmación estética se enlaza con un tipo de espacialidad anímica caracterizado por el predominio de la ternura.
De este modo podemos considerar la siguiente definición de belleza: se trata del encuentro armónico entre elementos diferentes. Esta definición no solo alude al tipo de encuentro (armónico) sino también al problema de la diferencia. Esta última consiste en la salida de la monotonía y en la creación de una tensión vital. Dicho de otro modo, una condición de la salida de la monotonía es la producción de un ritmo y, sobre todo, del encuentro entre ritmos diversos (intra e intercorporales). Podemos ilustrar estas hipótesis con la situación de acunamiento temprano, en la cual una estimulación de carácter mecánico se acompaña de la ternura. El ritmo monótono del acunamiento proporciona la constancia necesaria, en tanto que la ternura aporta el componente vital y se opone a una tensión desmesurada, hipertrófica.
La situación de acunamiento, pues, se plasma en la conciencia como estado afectivo y permite la generación proyectiva de un universo sensible caracterizado por su armonía. Dicha armonía tiene como fundamento entonces la organización de elementos diferenciales compuestos por ritmos y cualidades. Precisamente, la armonía propia de la belleza captada sensorialmente corresponde a la proyección de la espacialidad propia de los estados afectivos.

3.1. El arruinamiento de la belleza
Parto de considerar que el nacimiento de un hijo con discapacidad constituye una perturbación profunda en la economía libidinal familiar. Por ejemplo, en los hermanos pueden presentarse temores a padecer algo similar, o que la patología recaiga sobre la propia descendencia. En ocasiones, estos hermanos le exigen a sus propias parejas que admitan que una parte importante de su energía libidinal esté destinada al hermano enfermo, etc. En suma, es frecuente que en los hermanos se desarrolle una desinvestidura de lo diverso de ese nexo intrafamiliar.
En los progenitores suele producirse una alteración del carácter y terminan entronizando el desvalimiento de su hijo como rasgo propio y pasan a encarar el mundo exterior desde esta posición. Este amoldamiento costoso se caracteriza por una identificación con los rasgos del hijo ante el mundo y por la tentativa de imponer a los otros este rasgo de carácter en un esfuerzo por nivelar lo diferente, todo lo cual es expresión de la imposibilidad de desarrollar un duelo. Dicho de otro modo, la identificación con las limitaciones orgánicas, simbólicas y libidinales promueve un estado de abulia en el seno de la familia (como si el estado desvalido del hijo constituyera un destino del cual resulta imposible sustraerse).
En síntesis, la aparición de un hijo con discapacidad constituye un evento traumático (como un choque o accidente) e interfiere en el desarrollo de la ternura y del encuentro con lo diferente. En su lugar, pues, sobreviene un empobrecimiento energético y una tendencia a la nivelación en la inercia.

4. Evocando algunos ejemplos
Veamos algunos ejemplos que ponen de manifiesto el sobreesfuerzo de producción de la belleza.
Comencemos por una anécdota ajena al mundo de la discapacidad. Durante el “Corralito” tuve periódicas reuniones con los empleados de un banco, dada la situación crítica que estaban padeciendo. Recuerdo una joven, que trabajaba en atención al público, quien describió así su tarea: “yo recibo cosas lindas todo el día”. De esta forma, el humor le permitió una manera muy particular de describir su trabajo en la situación vigente. La joven sustituyó “agresiones” por “cosas lindas”. Su creatividad (humor) constituía un esfuerzo de transformación de una realidad traumática (insultos, gritos, golpes, etc.). Dicho de otro modo, me interesa destacar el objetivo defensivo que adquiría la tendencia al embellecimiento.

a) En primer lugar, podemos tomar un término habitual en el ámbito de la discapacidad: “integración”. Dicho término es utilizado, por ejemplo, para aludir a la inserción social de los pacientes, aunque también para expresar las dificultades que los padres tienen en “integrarse” a la institución e, incluso, en referencia a la integración de los diversos equipos de una institución entre sí. En tal sentido, la apelación a la “integración” remite a asuntos diversos: por un lado, al encuentro de lo diferente y, más específicamente, a la pugna con un sentimiento de injusticia y exclusión;
b) Una terapeuta alude a una fiesta de fin de año, y dice que fue muy “linda”, no obstante ella siente que no hay “confianza” entre los miembros del equipo.
c) En una reunión, un terapeuta relata fragmentariamente la historia de un paciente: su padre, que abusaba sexualmente del paciente (a quien también golpeaba), se suicidó tomando ácido muriático. A su vez, el paciente tiene un hermano adicto y una hermana que, al igual que su madre, tienen diagnóstico de depresión. Sobre la madre, también refiere que tiene conductas bizarras, por ejemplo, andar en hojotas un día de mucho frío. Recientemente, el paciente se introdujo dos morcillas enteras en la boca y casi se ahoga. Finalmente, concluye el relato diciendo que el paciente es “muy bello, muy armónico”;
d) Una docente dice que un paciente es “tan lindo que no podés decirle nada”;
e) En una reunión de equipo, convocada por conflictos y malestares específicos, durante un largo rato sólo describen situaciones lindas, elogios entre unos y otros y también aluden a la “sinceridad” con la que hablan actualmente. Todo ello resultaba llamativo pues el conflicto convocante remitía al hecho de que unos hablaban a espaldas de otros, situación que ocurrió incluso en el día de la reunión;
f) Una terapeuta propone cambiar la dinámica de las reuniones porque “es difícil para el docente llevarse algo armónico”. Previo a ello, una terapeuta había aludido a los pacientes “disarmónicos”;
g) Otras dos expresiones son recurrentes: por un lado, referirse a un paciente y decir que “es un divino”; por otro lado, la tendencia a no usar el término “discapacitado” sino, por ejemplo, “jóvenes especiales”. Esta última expresión suele acompañarse de un gesto de ternura algo sobreactuada;
h) También es frecuente que organicen reuniones de fin de año en las que les presentan a los padres los trabajos realizados durante el ciclo. Para tales ocasiones es habitual que tales trabajos (dibujos, artesanías, etc.) estén terminados por los mismos docentes o terapeutas, con la finalidad de exhibir producciones más lindas, menos desprolijas, más logradas.

5. Componentes de la escena de promesa incumplida
La escena de promesa contiene una sobreexigencia la cual a su vez incluye diversos componentes. Asimismo, dicho sobreesfuerzo contiene en su interior el anticipo mismo de su fracaso.
Las observaciones que he comentado hasta aquí tienen cierta afinidad con las propuestas de Bion (1972) sobre el supuesto básico de emparejamiento. Especialmente, cuando el autor alude a la “atmósfera de expectación llena de promesas” (pág. 122) y al problema resultante de la realización de tales expectativas. Bion sostiene que la esperanza debe mantenerse como tal, en tanto que las sucesivas concreciones hacen que se desvanezca y, con ello, resurjan sentimientos de odio, destrucción y desesperación .
De sus hipótesis, pues, tomamos la combinación entre promesa e irrealidad la cual a su vez contiene altos montos de hostilidad subyacentes. Dicha irrealidad supone no solo que los hechos concretos difieren en cuanto a lo que se espera, sino que la pervivencia de la promesa constituye un estado de ficción que se procura sostener.
En efecto, si vemos algunos de los ejemplos citados más arriba advertimos que el esfuerzo por “producir belleza” se enlaza con la falta de sinceridad (ausencia de confianza, no decirse ciertas cosas, etc.). Sin embargo, considero que lo insincero no tiene la finalidad de “hacer trampas” sino, más bien, la necesidad de sostener un “como sí” que garantice la vigencia de la promesa.
En lo que sigue, entonces, me interesa examinar dos dimensiones del problema: por un lado, cuáles son los elementos constitutivos y asociados a la escena de promesa incumplida; por otro lado, los modos en que la perturbación libidinal o neurosis traumática del paciente y su familia se plasman en los equipos asistenciales.

No siempre es evidente dónde comienza la escena de promesa incumplida: si la escena se inicia en la institución o se inicia en los padres. Tal vez sea más pertinente pensar que se trata de una escena “necesaria”, en el sentido de que no es contingente o azarosa. Dicho de otro modo, su aparición no dependerá de que en la institución alguien efectivamente hubiera prometido (y luego incumplido) algo. Creo que es una escena inherente a los pacientes con discapacidad, sus familias y las instituciones que los asisten. En algunos casos podrá ser más o menos promovida por los padres, mientras que en otros, podrá ser más o menos alimentada desde la institución.
Ahora bien, no solo la promesa es lo que aparece, sino que irremediablemente también se presentan su incumplimiento y el reproche consiguiente. Con ello quiero decir que se trata de una “historia” que suele aparecer con estos tres componentes (promesa - incumplimiento - reproche) más allá de los hechos objetivos. Esto es, no requiere de que en los hechos, alguien hubiera formulado esa promesa, ni mucho menos que algún profesional o la institución en su conjunto hubiese incumplido con alguna prestación.
A su vez, se agregan otros componentes, tales como el sentimiento de injusticia, una realidad ficticia y una postura acreedora, también inherentes a las familias con un integrante con discapacidad.
Todos estos elementos, pues, configuran una “historia” familiar que se introduce en las instituciones, de manera más o menos intensa y con respuestas diversas desde las instituciones y sus profesionales.

5.1. Crónica de una desilusión anunciada
Ya hemos descripto el estado de empobrecimiento libidinal que suele desarrollarse a partir del nacimiento de un hijo con discapacidad. En tal estado se produce una pérdida del universo simbólico así como también se promueve una nivelación de las diferencias. Con ello, es frecuente entonces que quede interferido el registro de cualidades y, en su lugar, se entronice una monotonía que oscila con estallidos de violencia. Dicho de otro modo, en los procesos anímicos e intersubjetivos prevalece el criterio de la cantidad por sobre el de la cualidad. Un efecto concreto de ello se advierte en la vivencia de los padres en cuanto a que mientras su hijo padece un deterioro orgánico irreversible, los profesionales se enriquecen a su costa (como si el mundo se limitara a los procesos orgánicos y numéricos).
Asimismo, en las familias también se presenta un sentimiento de injusticia, como si con el nacimiento de su hijo la realidad o la naturaleza les hubiera impuesto una situación de iniquidad. Freud (1916) expuso una idea afín cuando señaló el carácter de excepción que asumen los sujetos con deformidades físicas, quienes se colocan en una posición acreedora (el mundo les debe algo) . Esta última posición (acreedora) reúne la vivencia de injusticia con el universo cuantitativo (numérico), todo lo cual conduce a que el otro quede colocado en el lugar de un deudor.
También importan los sentimientos de culpa e inutilidad, sea por haber engendrado a dicho hijo, por no padecer las mismas dolencias, o bien porque no han logrado su recuperación.
Sin embargo, todo ello no queda manifestado, sobre todo al inicio del vínculo entre la familia y la institución, no obstante es probable que aun estando subyacente tenga cierta eficacia.
Es en ese contexto, pues, que se instala inadvertidamente la escena de promesa, según la cual los padres “esperan”: a) que el otro se sacrifique por ellos; b) que les alivien la culpa; c) que les “devuelvan” la belleza perdida. La posición sacrificial que se le solicita a los profesionales, a su vez, puede contener: a) que no les exijan nada a los padres (en términos económicos, simbólicos, afectivos, etc.); b) que los mismos profesionales desarrollen un proceso regresivo equivalente al que ellos realizaron (supresión de las diferencias).
La combinación entre todo aquello que no puede ser expresado y la ilusión de una transformación imposible, conduce finalmente a ese estado de ficción o de convicciones falsas.
La constelación descripta configura una suerte de modelo contractual entre las familias y las instituciones y profesionales. Pareciera como si en lugar de prevalecer el contrato de ciertas prestaciones ante un conjunto de problemas específicos, tuviera mayor eficacia el requerimiento (hacia las instituciones y profesionales) de otras posiciones como las arriba descriptas. Claro que todo ello funciona “exitosamente” solo durante un cierto tiempo, toda vez que al fin y al cabo la “realidad” se impone y con ello la emergencia de los sentimientos displacenteros (angustia, culpa, hostilidad, sentimientos de inutilidad, apatía, envidia, etc.) .

6. Donde hubo fuego, cenizas quedan
Lo expuesto permite también encarar un problema adicional, a saber, el riesgo que tienen los profesionales del ámbito de la discapacidad en cuanto al síndrome de burn out (Cantis, 2008). Este síndrome suele presentarse en los profesionales que trabajan con personas que sufren, y en cuyas actividades tienen lugar una fuerte vocación de servicio así como también ideales muy elevados . Por mi parte, en otras ocasiones (Plut; 2005, 2007) he señalado que si los estudios sobre estrés tomaron en cuenta los conflictos derivados de la exigencia de obedecer, las investigaciones sobre burn out refieren a los conflictos ligados con la exigencia de amar el trabajo.
Cabe agregar que preguntarnos por las razones y vicisitudes del síndrome de burn out en los profesionales que trabajan en el ámbito de la discapacidad, supone examinar el carácter vicariante de la traumatización del paciente y su familia.
Cantis (op. cit.) enumera algunas de las características complejas de los pacientes que aumentan el riesgo de desgaste profesional: la extrema pasividad, el discurso querellante de los padres, diversas formas de violencia intrafamiliar (más o menos invisibilizada), desbordes de diversa índole (crisis de angustia, convulsiones epilépticas, accidentes, brotes psicóticos) etc.
Asimismo, conviene incluir otras variables asociadas y que se adicionan al efecto específico de la patología de los pacientes:
- ¿En qué medida los profesionales dimensionan adecuadamente las posibilidades que cada paciente tiene de aprovechar lo que se le ofrece? No me estoy refiriendo a que los profesionales subestimen los recursos del paciente sino más bien a la inversa, esto es, probablemente sobreestimen los factores resilientes del paciente.
- ¿De qué modo afecta (y en qué medida) el impacto estético que produce el paciente?
- ¿Cómo procesa el profesional este impacto (lo expresa, lo desconoce, siente culpa, etc.)?
- ¿Cuánto queda el profesional invadido por un sentimiento de impotencia o inutilidad ante los escasos o restringidos avances de los pacientes?
- ¿Con qué criterios y parámetros los profesionales evalúan el cambio o evolución de los pacientes?
- ¿En qué medida las dificultades propias del paciente se traducen en una herida narcisista para el profesional?

Los profesionales quedan indudablemente afectados y abrumados por este conjunto de procesos y manifestaciones y se ven conducidos a una regresión hacia sus propios núcleos abúlicos. Por mi parte, agregaría una hipótesis institucional a esta observación clínica: cuando ocurre lo que acabamos de describir, los profesionales le reprochan a la institución por la regresión a la que se vieron compelidos por los pacientes.
Tal reproche reúne la furia por el malestar padecido y, al mismo tiempo, una identificación con el paciente por la cual esperan ser tratados del mismo modo.
Por último, los profesionales también pueden sufrir la vivencia de un trabajo sin expectativas. Claro que la falta de expectativa no es objetiva, sino que deriva de:
a) La sobreestimación –vía desmentida- de los recursos del paciente;
b) Los ideales y ambiciones excesivos;
c) Lo que los padres “esperaban” y uno supuso poder aportar;
d) La dificultad para evaluar los progresos de un modo realista.


Bibliografía
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Cantis, J.; (2008) “Agotamiento profesional y traumatización en el campo de la discapacidad”, Actualidad Psicológica, N° 362.
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(*) Presentado en la 9ª Jornada El Desvalimiento en la Clínica (IAEPCIS-UCES).