Sebastián Plut
Quienes trabajamos en psicoterapia nos proponemos que las personas que nos consul-tan desarrollen o recuperen su capacidad para amar y trabajar. Claro que para cada individuo puede significar algo distinto qué entiende por amor o por trabajo.
Es decir, nuestras teorías no pueden desconocer la importancia de la singularidad de cada quien. Más bien es al contrario, tenemos que reconocer qué es lo que la persona desea, qué es lo que puede hacer y también qué es lo que debe hacer y, en todo caso, ayudarlo a lograr la mejor combinación de esas tres tendencias.
Lo que sí encontramos con bastante regularidad es que ya sea en el amor, ya sea en el trabajo, el dinero suele aparecer como un problema. Conflictos de pareja, alteraciones en las relaciones entre padres e hijos, desavenencias entre hermanos, distanciamientos con amigos, diferencias con un jefe o un colaborador, etc., se originan con el dinero.
Cuando hace algunos años detecté este tipo de problemas, me decidí a investigarlo con mayor profundidad. Quise comprender qué lugar, función y significado tenía el dinero en los diferentes ámbitos, con qué sentidos y objetivos las personas manejamos el dinero. Descubrí, entonces, que la psicología nos ayuda a reconocer un conjunto de factores que intervienen en la economía. Una observación superficial, de hecho, nos permite verificar que el lenguaje económico nuca prescinde de una visión psicológica. Veamos, a modo de ejemplo, algunos términos: comportamiento de los mercados, racionalidad, pánico inflacionario, creencia, descrédito, confianza (o desconfianza) en la moneda, etc.
Lo primero que encontré es que el dinero no siempre significa lo mismo para una mis-ma persona. Quiero decir, no necesariamente me sucede lo mismo cuando voy a un negocio a comprar algo, cuando le doy dinero a mi hijo o cuando realizo una inversión.
Así, respecto del dinero, podemos ganarlo, gastarlo, perderlo, ahorrarlo, invertirlo, de-berlo o, incluso, apostarlo; y en cada caso podrán variar nuestras formas de tomar decisiones, nuestras sensaciones y pensamientos.
En lo que sigue, entonces, quiero contarles una orientación particular que tomó mi trabajo: a partir de estas investigaciones comencé a trabajar con personas y grupos dedicados a la actividad financiera.
¿Somos racionales con nuestra economía?
Se ha dicho que en materia de dinero las personas nos comportamos como un homo economicus, es decir, que somos racionales al realizar una operación. Ser racional sig-nifica que sabemos bien qué cosas preferimos y que hacemos cálculos destinados a pagar el mejor precio. Sin embargo, basta con ir a un shopping para darnos cuenta que no es tan así. Pero ¡ojo! no ser racionales no significa ser “irracionales”, y tampoco está ni mal ni bien. Simplemente quiere decir que no somos computadoras ni nuestra mente funciona como una ecuación algebraica. Dicho de otro modo, la forma en que actuamos, pensamos y decidimos es mucho más compleja y variada. Cuando elegimos un auto, nuestro destino para las vacaciones, ayudamos a un amigo u optamos por un buen vino, intervienen deseos, fantasías y valores que no se limitan a la razón. Para-fraseando al filósofo, podemos decir que el gasto tiene razones que la razón no com-prende.
Y lo mismo sucede, aunque parezca extraño, en la compra de acciones, bonos, meta-les, o en la decisión de cuándo es el momento de vender o transferir activos. También allí, en el mercado de capitales, tienen importancia nuestros deseos, el modo en que imaginamos el futuro, nuestra tolerancia al riesgo y a la espera, nuestra actitud frente al pesimismo y la pérdida.
Los autores de la teoría del comportamiento financiero (Kahneman, Tversky, Shefrin, entre otros) han afirmado precisamente que el mundo de las finanzas es dominado por fenómenos psicológicos. Por ejemplo, nuestras decisiones están influidas por nuestra percepción del riesgo o de la injusticia, así como también importa el contexto y la vola-tilidad de los mercados. Si bien existen buenas teorías matemáticas sobre las probabi-lidades, no por ello haremos ciertamente pronósticos acertados.
En suma, mi experiencia me ha mostrado que en ningún ámbito de la economía pre-domina el simple cálculo, ya que ni siquiera pretender hacerlo resulta suficiente. Por el contrario, los humanos somos seres que damos sentido, atribuimos significados al mundo, a nuestras relaciones, y de allí surgen nuestras decisiones y nuestras acciones.
Time is money
Para entender la psicología financiera, comencemos por tres sencillas preguntas que me planteo con una persona (individual o grupalmente) al iniciar nuestro trabajo:
1) ¿Cuánto de su capital (qué porcentaje del mismo) invierte en operaciones especulativas?
2) ¿Cuánto de su actividad representa su actividad financiera?
3) ¿Cuánto de su cotidianeidad queda afectada por una pérdida?
El primer interrogante apunta a considerar la dimensión de los riesgos en que incurre con su patrimonio; el segundo procura establecer si la actividad financiera es hegemó-nica, complementaria o subordinada a otros proyectos; finalmente, la tercera pregunta trata de definir el impacto que tienen las pérdidas en su vida anímica.
Por otro lado, es habitual que los inversores presenten reacciones excesivas, desmesu-radas, ante las noticias, sean buenas o malas. Por eso es muy importante que cada uno conozca sus formas de: a) hacer pronósticos; b) responder ante una ganancia o una pérdida. Sobre lo primero, frecuentemente los inversores miran al futuro sin darse cuenta que, en realidad, solo están mirando hacia el pasado: aquellas acciones que bajaron son subvaluadas, y las que subieron se sobrevaloran.
Respecto de las “vivencias” que tienen ante ganancias y pérdidas, se trata de un asun-to complejo.
He advertido que el cierre de una operación –con resultado positivo- pocas veces arro-ja, como consecuencia, la sensación de satisfacción por haber tomado una buena deci-sión. Más bien, en tales ocasiones, el inversor suele pensar que podría haber ganado aun un poco más si no vendía sus títulos y que recién en ese momento hubiera logrado estar satisfecho. Sean cuales fueren las ganancias, surge la dificultad de conquistar el sentimiento de satisfacción como resultado de las operaciones económicas. En este tipo de situaciones suele estar más presente la problemática de la tensión-alivio que la del placer-displacer. Cuando están perdiendo, en cambio, suele persistir la expectativa de recuperar algo de lo perdido, aun cuando día a día la merma se incrementa. Creo que es preciso reconocer allí el valor de sentimientos de la gama de la humillación y la vergüenza, una vivencia de fracaso que impide admitir la pérdida. Más aun, encontra-mos que tanto el inversor como su agente comienzan a desplegar estrategias que tien-den a disimular el resultado negativo. En tales ocasiones, pues, pueden ser proclives a aumentar los riesgos, como si en lugar de decretar que “han perdido”, se convencieran de haber iniciado una nueva operación.
Este tipo de situaciones me ha permitido identificar dos problemas específicos a traba-jar: a) la actitud de negar la realidad; b) el tipo de vínculo que se establece entre el inversor y su agente.
Cuando la burbuja explota
Para finalizar, deseo agregar lo que hemos aprendido a partir de las burbujas financie-ras, en especial cuando terminan, cuando los mercados se desploman.
Nuestra experiencia nos ha sido muy útil para afrontar distintas situaciones con que nos encontramos en la reciente crisis financiera. Conocer la “psicología del mercado” nos permitió dimensionar las urgencias, no quedar invadidos por los rumores así como también restablecer un pensar acorde con los hechos. En efecto, una burbuja financie-ra no es simplemente un período alcista, sino, sobre todo, un momento de euforia y convicciones engañosas, un momento que nos invita a creer que el futuro será siempre igual al presente.
¿Por qué sucede que los economistas explican muy bien lo que ocurrió pero no acier-tan en sus pronósticos? Dicho de otro modo, ¿por qué resulta tan difícil “detectar” la burbuja? Creo que tres razones funcionan como un obstáculo. Por un lado, como ya he señalado, pues las personas tenemos una tendencia a “creer” –sin mucho fundamento- que el futuro será como lo deseamos; por otro lado, porque la burbuja nos fascina, nos promete un paraíso que no nos animamos a cuestionar. Por último, porque si “salimos” de la burbuja imaginamos que fracasaremos.
Muy interesante el blog, felicidades, gracias por pasar por Hayquetenderse, un saludo.
ResponderEliminarNunca había visto los facsímil del gran Freud.
Sebastián Plut,
ResponderEliminar¡Hola!
Estoy leyendo el contenido de Demócratas Freudianos. Muy atractivo el nombre, toda una incitación para mis preguntas históricas, filosóficas. Por ejemplo, las valoraciones sobre Freud, van desde la crítica al puritanismo victoriano, o el valor un poco determinista de pulsaciones biológicas en lo humano; pero del otro lado del péndulo su progresismo como parte de una cultura crítica. Leyendo su blog tengo la esperanza de que conseguiré alguna rebanadita amena para ser más culta para equiparar a Freud. En una maestría sobre género estudié un poco algunas críticas epistemológicas al psicoanálisis, volveré a leer esto.
Pa'lante.
mildred d mata
Luego le haré llegar mis opiniones, valoraciones.
Desde acá se envidia la riqueza de desarrollo de la palabra y del ejercicio profesional de su país.
Hasta ahorita, desde ya seguidora de su muy buen logrado blog.