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Psicoanálisis y Economía

lunes, 18 de junio de 2012

Estructura, significación y función del discurso político

Sebastián Plut



El análisis del discurso político, frecuentemente, procura detectar si las narraciones poseen (o no) una forma específica y/o más o menos estable. Tomaré, específicamente, las propuestas de Scavino (Rebeldes y confabulados) ya que identifica y sintetiza algunas características canónicas de los relatos políticos.
En primer lugar, sostiene que toda narración política establece una distinción entre amigos y enemigos, entre un “nosotros” y un “ellos” (esta proposición ha sido sostenida por autores de orientaciones y épocas diversas, como Schmitt, Laclau, entre otros). Para ello, con independencia de su orientación ideológica, el relator utiliza una gramática política que se despliega en una secuencia de tres momentos: denuncia (del orden establecido), exhortación (a la lucha contra los enemigos del pueblo) y promesa (de redención o salvación). Las variaciones, pues, se darán en función de cuál es el sistema que se denuncia, a qué sujetos se exhorta y qué triunfo se les promete.
Por otro lado, sostiene que hay política en tanto un partido se arrogue la representación del pueblo en su totalidad, lo cual constituye un aspecto central del discurso. Por ejemplo, si un partido o grupo combate contra el comunismo, no lo hace en nombre del “anticomunismo”, sino en representación de todo el pueblo, la nación, la patria, etc.
Veamos, entonces, concretamente los componentes del relato:
a) un grupo víctima (que sufre la invasión, es oprimido, estafado, desempleado, etc.);
b) un agresor, enemigo, culpable o responsable (los especuladores, los infiltrados, los corruptos, el imperialismo, los militares, etc.);
c) un héroe salvador (persona, partido, ideología, ejército, etc.);
d) qué es lo que hay que restablecer, cuál es la promesa (orden, justicia, libertad, prosperidad, distribución equitativa, etc.).
En suma, la política para Scavino consiste en la constitución de la unidad popular a partir de un antagonismo. Una pregunta que, nos parece, aun requiere de mayores estudios, es cuál es el factor eficaz para la unidad: ¿el líder, la localización del adversario o ambos son las dos caras de una misma moneda?

De hecho, cita a Proudhon cuando sostuvo que “quien dice humanidad, desea embaucar”, ya que quien habla (un líder, un partido) lo hace en nombre de una “totalidad” no obstante pertenece a un grupo específico.
Consideramos que, entonces, resulta relevante contar con instrumentos que permitan pesquisar si los ideales expresados (por ejemplo, al hablar de la “humanidad” o de la “nación”, etc.) corresponden a ideales de mayor o menor abarcatividad. En efecto, hablar en nombre de un presunto “todos” (por ejemplo, en nombre del “país” o de la “comunidad internacional”) puede configurar una apariencia que encubre un exiguo nivel de abstracción. Dicho de otro modo, el problema requiere no solo tomar nota del ideal expresado por el líder, sino en qué medida dicho líder supone ser él mismo el ideal y cuál es la distancia que sostiene entre su yo y lo que aspira a ser.
La construcción de la posición ajena (hostil) y, por consiguiente, de la propia presenta algunos pasos lógicos:
a) determinados “sujetos” poseen un determinado atributo (por ejemplo, “hay judíos usureros”, “ciertos empleados públicos son ñoquis” o “algunos jóvenes son violentos”);
b) generalización: todos los miembros del grupo de ese sujeto tienen la misma característica (“todos los judíos…”, o “todos los jóvenes….”, etc.);
c) ese grupo con sus conductas constituyen la causa y explicación de todos los males.
A su vez, al localizar a un determinado grupo como hostil (por ejemplo, los comunistas), combatirlos no será tarea únicamente de los anticomunistas sino de todo el pueblo, nación o país. Esto es, el que no se oponga al comunismo será objeto de las mismas acusaciones o críticas.
Otro aspecto destacado por Scavino refiere al modo en que cada productor de un relato político construye una continuidad entre el pasado y el presente, al punto que grupos o sectores muy diversos entre sí (por ejemplo, yrigoyenistas, fascistas o montoneros) pueden proponer como su punto de partida un mismo suceso histórico (por ejemplo, la Revolución de Mayo).
De este modo, analiza expresiones habituales del tipo “hoy como ayer” o “una vez más” para advertir que la narración política cuenta una historia “épica” que establece un lazo temporal (continuidad) entre dos o más épocas, como si el antagonismo “entre nosotros y ellos” hubiese sido siempre el mismo (dimensión mítica del grupo). Más aun, para el autor las narraciones políticas se adueñan de los acontecimientos fundacionales de una nación y los transforman en ejemplos dignos de continuarse, en “alegorías proféticas de la revolución venidera” (pág. 163). Por ello, también afirma que el discurso político tiene el sentido de una memoria que no evoca únicamente el pasado sino también el futuro.
A diferencia del planteo de Scavino y de otros autores que jerarquizan el análisis formal del discurso, por nuestra parte lo combinamos con un análisis de contenido, un estudio semántico, por lo cual cobran relevancia tipos específicos de deseos e ideales.
A su vez, categorizamos los ideales por su forma (en términos de su creciente grado de abstracción y abarcatividad) y por su contenido, el cual deriva de una decantación de la erogeneidad. Cabe agregar que a cada uno de estos tipos de ideal le corresponde un modo de representación preconsciente del líder, del propio grupo, de las diferentes posiciones que el yo puede ocupar y también del grupo hostil.
En un trabajo reciente nos centramos en los discursos de asunción a la presidencia de la nación y, en parte del estudio, tomamos en cuenta: a) que el relator se empeña en despertar el crédito en el destinatario del mensaje. Es decir, debe convencer a su auditorio respecto de su propio proyecto y de su propia capacidad para conducir el gobierno y afrontar los problemas correspondientes; b) que el discurso pone en evidencia los referentes del relator, las cualidades de su objeto, de sí mismo, de la acción que propone en relación con dicho objeto y del grupo hostil.

Freud: del poeta al político y la psicología de los pueblos
En la siguiente frase, originalmente de Freud, sustituimos la palabra ‘poeta’ por ‘político’: ‘A nosotros siempre nos intrigó poderosamente averiguar de dónde esa maravillosa personalidad, el político, toma sus materiales, y cómo logra conmovernos con ellos, provocar en nosotros unas excitaciones de las que quizá ni siquiera nos creíamos capaces’.
Efectivamente, algunas peculiaridades del poeta que Freud menciona, además del efecto recién señalado, presentan una importante semejanza con el relato político. Veamos algunas de ellas:
1) Freud sostuvo el nexo entre fantasear e insatisfacción: “deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un cumplimiento de deseo”. Es sobre esta insatisfacción, pues, que recae el relato ofrecido por el político, en particular al localizar la propia posición de víctima de aquellos a los que dice representar;
2) Posteriormente, Freud destaca otro nexo, esta vez entre el fantasear y la temporalidad: “una fantasía oscila entre tres tiempos. El trabajo anímico se anuda a una impresión actual, a una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de la persona; desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior en que aquel deseo se cumplía, y entonces crea una situación referida al futuro que se figura como el cumplimiento de ese deseo”. Esta descripción es consistente con los tres momentos diferenciados por Scavino (denuncia, exhortación y promesa) así como también con la estructura que analizamos en las secuencias narrativas y que derivan del valor formalizador de las fantasias primordiales: despertar del deseo, tentativa de consumación y consecuencias de dicha tentativa (seducción, escena primaria y castración respectivamente). Claro que, además del orden secuencial, cobran relevancia la continuidad temporal establecida de ese modo (entre el pasado y el futuro) y la construcción de un pasado omnipotente del cual el relator se apropia como argumento para afrontar el presente. Algo de esto también ha sido formulado por Freud en otro trabajo al referirse a la novela familiar como una manera de procurarse padres ideales.
3) Otro componente afín entre el relato del político, del fantaseador, soñante o poeta, es que “todos ellos tienen un héroe situado en el centro del interés y para quien el poeta procura por todos los medios ganar nuestra simpatía”. Se advierte aquí la importancia de un personaje particular, el héroe, y la simpatía (identificación) que nos une a aquel. Esto es, se trata de una trama vincular entre el sujeto, su referente y sus destinatarios. Podemos volver, nuevamente, a La novela familiar de los neuróticos, ya que allí retoma el problema del héroe para mencionar la legitimidad que este reclama en comparación con los rivales (hermanos) a los que considera ilegítimos;
4) Freud también menciona la tajante división entre personas “buenas y malas, renunciando a la riqueza de matices que se observa en los caracteres humanos reales”. Nos parece que la semejanza entre este punto y la modalidad de las narraciones políticas no merece mayor explicitación, lo cual, evidentemente, sigue la línea del antagonismo como supuesto de base de la construcción política;
5) Finalmente, no puede pasársenos por alto que Freud pone en una misma serie al fantasear neurótico no solo con la poesía, sino también con los mitos, sagas, etc., esto es, no hace sino colocar la actividad poética (y fantaseadora) en el contexto de la ‘psicología de los pueblos’.
Por último, la tendencia de la “parte” a colocarse como la representación del “todo” nos condujo a considerar la lógica del fetichismo examinada por Freud en tanto objeto parcial colocado en lugar del (o a costa del) conjunto.
Asimismo, tengamos en cuenta que el fetiche: a) obtura una percepción; b) se opone a un duelo (por lo que debiera ser resignado); c) permite conservar y sostener una creencia; d) sostiene la omnipotencia narcisista.
Freud ilustra su hipótesis afirmando que si estos pacientes (fetichistas) admiten la castración, “acaso el adulto vivenciará luego un pánico semejante si se proclama que el trono y el altar peligran”. Aquí también Freud desplaza sus premisas desde el ámbito más restringido de la clínica al terreno más amplio de la psicología social.

viernes, 15 de junio de 2012




En pocos días estará en las librerías mi nuevo libro, "Psicoanálisis del discurso político" (Ed. Lugar).