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Psicoanálisis y Economía

domingo, 28 de junio de 2009

Revisión epistemológica y crítica del concepto de patologías actuales (*)

Sebastián Plut



Introducción
El desarrollo de una ciencia requiere de un complejo proceso de enlaces sucesivos entre los hechos que procura investigar y la teoría de la cual dispone. Sólo a partir de estos nexos es que dicha ciencia, en nuestro caso el psicoanálisis, podrá conquistar progresivamente una perspec-tiva más sofisticada de los fenómenos abordados (discurso, lenguaje no verbal, motricidad, etc.) y un refinamiento de sus hipótesis. Por mi parte, considero que la investigación científica es un trabajo colectivo en el cual se reúnen los consensos y disensos, los avances y retrocesos, las ratificaciones y rectificaciones. Este proceso supone que se despliegue una tensión fecunda en el encuentro complejizante entre las propuestas originarias y lo nuevo, lo diverso.
En lo que sigue, pues, me propongo examinar, a modo de ejercicio epistemológico, la noción de “patologías actuales”. Conviene aclarar, por un lado, que me ceñiré al examen de esta noción en el marco de los estudios psicoanalíticos. Por otro lado, también deseo agregar que no pre-tendo con estas reflexiones eliminar o invalidar la categoría sujeta a examen, sino esbozar ru-dimentariamente un proceso de puesta a prueba de la misma, tal como toda disciplina científica busca advertir el grado de refutabilidad de cada una de sus propias hipótesis.
Toda denominación suele tener una razón de ser, sea cuando elegimos el nombre de un hijo, sea cuando intentamos acuñar un concepto. En el primer caso, los factores determinantes se-rán, por ejemplo, el simple gusto o la tradición. En cambio, cuando se trata de una noción teó-rica, se presentan otros requerimientos relativos a la justificación y a la explicación. Es decir, será preciso fundamentar por qué se hace necesario dicho concepto y, a la vez, por qué se escoge ese y no otro. La necesidad de un concepto nuevo, a su vez, responde al hallazgo de un fenómeno aun no descripto y a la inexistencia de nociones que resulten válidas para su desig-nación.
Resulta indudable que la realidad se va modificando, se van produciendo transformaciones o alteraciones que pueden ser transitorias o duraderas. Sin embargo, tendremos que ser cuidado-sos al momento de definir de qué se tratan tales cambios, qué aspectos son los que se modifi-can y cuáles son sus consecuencias. Cuando sostenemos la idea de un cambio en la realidad clínica tendremos que ser precisos en cuanto a identificar si tales cambios corresponden a transformaciones en la subjetividad o bien a desarrollos teóricos que permiten refinar nuestros juicios.
Veamos un pequeño ejemplo: un paciente logra concretar el proyecto de ir a hacer un posgrado en una universidad de los Estados Unidos. Al finalizar el mismo, obtiene un importante trabajo en un país de Centroamérica. En ese momento, me solicita retomar el análisis conmigo a través de sesiones telefónicas. Yo acepto su propuesta y trabajamos durante un tiempo. En ese perío-do, en una ocasión me envía un mail pidiéndome un “cambio de hora” pues al día siguiente (en el horario de su sesión) tiene que estar “temprano en su oficina para una reunión con Asia”.
No pretendo hacer un análisis del caso sino solamente mostrar que esta breve viñeta clínica evidencia numerosas transformaciones, ya sea sobre el encuadre psicoanalítico, ya sea sobre la realidad en general. Sobre lo primero (encuadre) puedo mencionar: análisis de una sola sesión semanal, sesiones telefónicas, pedido de cambio de horario vía mail, pago de sesiones por transferencia bancaria. En relación con los cambios sociales, cabe referir no sólo las sucesivas migraciones sino, en particular, aquello que el paciente denominó una “reunión con Asia”. Sin embargo, todos estos cambios no nos dicen mucho acerca de la existencia de nuevos cuadros clínicos. En ocasiones, se alude a “nuevas subjetividades” (por ejemplo, ligadas con las nuevas tecnologías de la información), no obstante cabe señalar que el término “subjetividad” suele resultar ambiguo e impreciso. Esto es, ¿cuál es la definición subyacente del concepto de subje-tividad? ¿En qué niveles o estratos del aparato psíquico se dan los cambios a los que aludimos con “nuevas subjetividades”? tengamos en cuenta que la realidad puede perturbar la erogenei-dad de un sujeto, pero también puede ocurrir que sólo se modifiquen ciertas representaciones-palabra, identificaciones de la superficie anímica, rasgos del carácter, etc. Asimismo, aun así resta examinar el pasaje desde la noción de subjetividad a las consideraciones psicopatológicas.


Las patologías actuales
Una revisión sumaria de diferentes artículos que tratan sobre el tema permite identificar que la denominación “patologías actuales” resulta de enfatizar distintos aspectos:
a) en ocasiones, alude a un conjunto de problemáticas anímicas que serían “novedosas”, se trataría de nuevas formas del padecer anímico;
b) en otras, más bien, no remite tanto a nuevas patologías, sino a cuadros psicopatológicos que, en la actualidad, tendrían una mayor presencia o que registrarían mayor incidencia en el conjunto de los pacientes;
c) algunos trabajos ponen el énfasis en el peso causal que tendrían las actuales condiciones de existencia;
d) por último, ciertos artículos exponen avances teóricos sobre un conjunto de hechos clíni-cos ya identificados en la bibliografía.

En cuanto a la distinción recién expuesta es necesario hacer dos observaciones. Por un lado, sin duda no es exhaustiva; por otro lado, no se trata de grupos de artículos que se excluyan mu-tuamente, sino del valor relativo que en cada publicación adquieren las argumentaciones co-rrespondientes. En efecto, mientras en el primer grupo se señala la presencia de nuevos fenó-menos, en el último se destaca la novedad teórica. Asimismo, mientras el segundo grupo pare-ciera incluir una suerte de consideración epidemiológica, el conjunto c) acentúa un vector etio-lógico presuntamente desconsiderado en la psicopatología.

Sea cuál fuere el enfoque con que se abordan las patologías actuales, un aspecto decisivo pare-ce ser, en todos los casos, que se trataría de problemáticas graves.
Si reunimos los 4 argumentos en una secuencia, tendríamos: 1°) condiciones actuales de exis-tencia  2°) nuevas formas del padecer anímico  3°) presencia estadísticamente significativa  4°) nuevos desarrollos teóricos .
Si lo expuesto hasta aquí posee un cierto grado de validez y pertinencia deberíamos poder res-ponder a un conjunto restringido de interrogantes:
1) ¿Cuáles son los cambios en las condiciones de existencia? ¿Qué aspectos novedosos tendrí-an un valor patógeno? ¿Se modifica con ello el modelo etiológico ya utilizado (supongamos, el de las series complementarias)? En todo caso, ¿Adquiere mayor eficacia alguna de las se-ries? ¿Se ha contrastado la época actual con otros períodos de la historia? ¿Cuál es el pe-ríodo que estamos considerando? ¿Los últimos 20 o 30 años?
2) Si admitimos la existencia de un cambio social de magnitudes y que ello tendría algún tipo de impacto subjetivo, ¿Cuáles son los rasgos subjetivos y/o psicopatológicos que se enlazan con la época? ¿Son aspectos nucleares del aparato psíquico o más bien son componentes de la superficie anímica?
3) ¿A partir de qué criterios se habría definido y detectado una mayor presencia?
4) Los nuevos desarrollos teóricos, ¿reflejan cambios detectados en los hechos clínicos o son modalidades más sofisticadas de comprenderlos?
En suma, los interrogantes que nos formulamos apuntan a: a) detectar la presencia-ausencia de un conjunto de cambios (sociales, clínicos, teóricos); b) definir los nexos entre ellos.


Puesta a prueba de la categoría estudiada
Hasta aquí presenté diversos interrogantes y parámetros que subyacen a la definición de “pato-logías actuales”. En lo que sigue expondré algunos argumentos que podrían constituir, si no objeciones, cuanto menos aspectos irresueltos de la categoría mencionada:
I. En primer lugar, entiendo que es importante diferenciar el desarrollo de un nuevo concepto (por ejemplo, cuando Freud definió la noción de “pulsión”) del desarrollo teórico sobre una nueva patología. Esto es, podría ser que identifiquemos nuevos padecimientos, no obstante podrán –o no- ser explicados con el repertorio de nociones ya existentes. En tal caso, el riesgo es que se presuma introducir un nuevo concepto cuando ya han sido desarrolladas nociones similares (quizá bajo otro nombre). Dicho de otro modo, aquí el problema sería el desconoci-miento de los desarrollos existentes.
II. Por otro lado, también es preciso subrayar que “patologías actuales” no supone, necesaria-mente, “nuevas patologías” .
III. Dada la semejanza con la noción freudiana de “neurosis actuales”, recordemos que la idea de “actuales” para Freud no remitía tanto a problemas psicosociales sino a la ausencia de un sentido histórico o valor simbólico de los síntomas descriptos. De hecho, las denominadas neu-rosis actuales, posteriormente, dieron lugar al desarrollo sobre las llamadas “afecciones psico-somáticas”.
IV. Habida cuenta de los cambios sociales, ¿supone ello un cambio en la estructura anímica de los sujetos? Por otro lado, ¿difiere la cualidad de los cambios actuales con la de otros períodos de la historia? La primera pregunta apunta a su se modifican los conceptos con los cuales com-prendemos el psiquismo. El segundo interrogante remite más bien a comprender la especifici-dad (si la hubiera) de los cambios actuales. Esto implica, a su vez, definir si lo determinante sería el hecho mismo de la transformación social, el estado social resultante, o ambas cosas.
V. Intuyo que las hipótesis que abordan la noción de patologías actuales deben considerar tres riesgos: a) ceder al refrán que dice “no hay nada nuevo bajo el sol”; b) quedar en un estado de fascinación ante discursos novedosos y superficiales; c) quedar presas del horror ante determi-nadas circunstancias. En el primer caso, el problema surgiría al quedar inmersos en una cerra-zón donde no habría nada nuevo que explicar y, a su vez, todo se explicaría con los conceptos e hipótesis ya existentes. El segundo riesgo conduciría, en cambio, a tomar de manera acrítica fórmulas o descripciones sugestivas pero carentes de fundamentación y, en muchas ocasiones, provenientes de otros campos disciplinares. Esto último, en rigor, introduce otro problema que es el de las relaciones interdisciplinarias, es decir, de qué modo las hipótesis de una ciencia se trasladan a otra. Finalmente, el horror puede llevarnos a situaciones similares a la fascinación, quizás con el agregado de una sensación de extrañeza o ajenidad respecto del mundo (social y/o clínico) en el que vivimos.
VI. Tomemos, por ejemplo, el conjunto de pacientes a partir de los cuales se realiza una inves-tigación sobre la transmisión generacional de los traumas. Al respecto, debemos remitirnos a los “traumas” padecidos por las generaciones previas (padres y/o abuelos), por ejemplo, como consecuencia de los campos de concentración. Por ello, más arriba, señalamos la importancia de precisar el lapso de tiempo (últimos 20, 30 años, etc.) que se está considerando. Dicho de otro modo, debemos identificar si los hallazgos remiten al descubrimiento de una nueva patolo-gía en los descendientes o bien remiten a un hallazgo teórico, a saber, la identificación de los mecanismos y vías de la transmisión de traumas. De hecho, si sostenemos la validez de deter-minada teoría (por ejemplo, sobre las neurosis traumáticas, los efectos de la violencia política extrema, etc.) no podemos omitir que la historia de la humanidad, lamentablemente, ha sido generosa en este tipo de hechos. De modo tal que las hipótesis con las que pensamos los efec-tos del nazismo o de las dictaduras en Latinoamérica deberán ser aplicables, al menos parcial-mente, a sucesos más antiguos.
VII. Otro de los puntos que conviene destacar es lo que podríamos denominar la “indigencia de la ciencia”. Con ello nos referimos a que en todos los campos, quizás sobre todo en el ámbito de las ciencias humanas, el avance científico es rezagado respecto de los hechos. Más aun, es frecuente escuchar que el arte describe y/o expresa anticipadamente lo que luego, tardíamente, logar desentrañar la ciencia. Si acordamos en ello, entonces, resultaría cuanto menos llamativo que hubieran aparecido las “patologías actuales” y, casi simultáneamente, la detección de las mismas, el desarrollo de hipótesis teóricas explicativas y el diseño de estrategias de abordaje. Con ello nos preguntamos, pues, si se trata de “patologías actuales” o, más bien, de “teorías actuales”.
VIII. Cuando Freud desarrolló su teoría sobre las neurosis no atinó a pensar que se trataba de “patologías actuales”. Es decir, no se arrogó el mérito de creer que –en tiempo real- estaba descubriendo “un nuevo fenómeno” o problema. Su posición fue la de quien admite que echaba un poco de luz sobre problemáticas existentes. Del mismo modo, cuando Freud desarrolló sus hipótesis sobre la desmentida, la escisión del yo o el fetichismo, no imaginó que la realidad estaba promoviendo –novedosamente- la producción de perversos.
IX. Es frecuente, sobre todo en las últimas décadas, leer textos que realizan pormenorizadas descripciones sobre los cambios sociales, en particular los trabajos de los denominados sociólo-gos o filósofos de la posmodernidad. Asimismo, también solemos encontrar que los analistas que aluden a las patologías actuales toman como base dichas descripciones. En tal sentido, son diversos los problemas a tener en cuenta (muchos de los cuales ya hemos comentado): a) ¿son válidas tales descripciones?; b) aun siendo válidas, ¿comprenden al conjunto de la sociedad o, más bien, remiten a determinadas circunstancias específicas?; c) nuevamente, aun siendo váli-das las descripciones sobre el estado de una sociedad, el tipo de vínculos, etc., ¿es válida la hipótesis del cambio? Es decir, el investigador deberá fundamentar no sólo por qué dice que la sociedad es como dice que es, sino, además, fundamentar la hipótesis acerca de que lo que ocurre no ocurría previamente; d) ¿qué nexos se establecen entre los presuntos cambios socia-les –o bien, las características que tiene una determinada sociedad o época- con la subjetividad y el psiquismo?; e) ¿hay una correlatividad estrecha entre tal estado social y los cambios aními-cos?; f) en todo caso, ¿con qué parámetros se define y caracteriza a dicha correlatividad?; g) por último, ¿son trasladables, sin una reelaboración, las hipótesis de disciplinas como la socio-logía o la filosofía al corpus teórico psicoanalítico?
Unos y otros podremos responder de modo diverso a los interrogantes formulados, no obstan-te, los psicoanalistas podremos prestar atención a algunos textos de Freud y de Lacan.
Freud cita a un neurólogo de su época que dice : “La lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos, que puede satisfacer únicamente si apela a todas sus fuerzas espirituales; al mismo tiempo, en todos los círculos han crecido los reclamos de goce en la vida, un lujo inaudi-to se ha difundido por estratos de la población que antes lo desconocían por completo; la irreli-giosidad, el descontento y las apetencias han aumentado en vastos círculos populares; merced al intercambio, que ha alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráfi-cas y telefónicas que envuelven al mundo entero, las condiciones del comercio y del tráfico han experimentado una alteración radical; todo se hace de prisa y en estado de agitación: la noche se aprovecha para viajar, el día para los negocios, aun los viajes de placer son ocasiones de fatiga para el sistema nervioso; la inquietud producida por las grandes crisis políticas, industria-les, financieras, se trasmite a círculos de población más amplios que antes; la participación en la vida pública se ha vuelto universal: luchas políticas, religiosas, sociales, la actividad de los partidos, las agitaciones electorales, el desmesurado crecimiento de las asociaciones, enervan la mente e imponen al espíritu un esfuerzo cada vez mayor, robando tiempo al esparcimiento, al sueño y al descanso; la vida en las grandes ciudades se vuelve cada vez más refinada y des-apacible. Los nervios embotados buscan restaurarse mediante mayores estímulos, picantes goces, y así se fatigan aun más; la literatura moderna trata con preferencia los problemas más espinosos, que atizan todas las pasiones, promueven la sensualidad y el ansia de goces, fomen-tan el desprecio por todos los principios éticos y todos los ideales…; nuestro oído es acosado e hiperestimulado por una música que nos administran en grandes dosis, estridente e insidio-sa…”.
La cita transcripta, con excepción de la referencia al telégrafo, bien podría coincidir con las des-cripciones que muchos autores realizan de la sociedad y época actuales. Si atendemos a ello, pues, es cierto que no se invalidan –necesariamente- las hipótesis de tipo “sociogenético”, pero sí quedarían cuestionadas, al menos parcialmente, las estridentes descripciones que muchas veces se realizan en torno de la posmodernidad.
No mucho después de que Freud escribiera el texto citado (dos décadas aproximadamente), Lacan escribió su ensayo sobre la familia, en el cual toma en cuenta las hipótesis de Durkheim (de fines del Siglo XIX) sobre la ley de contracción familiar, lo cual llevó al psicoanalista francés a proponer la idea de la declinación de la imago paterna. Podemos, entonces, adherir o no a las tesis de Lacan, no obstante no puede menos que llamarnos la atención la coincidencia entre aquéllas y las proposiciones de los filósofos de la posmodernidad .
X. Otro de los problemas que conviene subrayar es el criterio a partir del cuál quedan reunidas una serie de problemáticas anímicas bajo el término “patologías actuales”. En efecto, allí suelen encuadrarse adicciones, depresiones, ataques de pánico, borderlines, desvalimiento, estados fronterizos, patologías del narcisismo, etc. Esto es, lo que se reúne con un criterio “psicosocial” (o ligado con la “realidad”) no refleja, necesariamente un conjunto coherente y organizado desde el punto de vista “psicopatológico”. Más arriba señalé que un rasgo común en los traba-jos sobre “patologías actuales” suele ser la referencia a problemáticas graves, no obstante, pareciera dudoso que los adjetivos “actuales” o “graves” permitan dar coherencia teórica a los cuadros que así quedan reunidos.


Del agrupamiento del caso por caso
En ocasiones se suele decir que, en la actualidad, ya no llegan pacientes neuróticos a los con-sultorios tal como los que atendía Freud. Sobre ello, podemos formular algunos comentarios. En primer lugar, tal como ya he señalado, los avances teóricos y clínicos han permitido identificar procesos anímicos y psicopatológicos y debemos comprender que ello constituyó una novedad teórica pero no fáctica. Al mismo tiempo, si bien el origen del psicoanálisis suele centrarse en el descubrimiento de las neurosis, también es cierto que Freud ha desarrollado hipótesis y obser-vaciones sobre diversos cuadros, tales como las perversiones, las psicosis, las caracteropatías, los procesos tóxicos y traumáticos , etc. Asimismo, podemos señalar que diversos estudios pos-teriores sobre los casos freudianos (Dora, el Hombre de los Lobos, etc.) echaron luz sobre co-rrientes psíquicas no neuróticas en tales sujetos .
Por otro lado, podemos agregar otro comentario en virtud de la comparación que se establece entre los “pacientes” de una y otra época. Cuando uno pretende hacer tal contraste hay cuanto menos dos factores que constituyen si no obstáculos, cuanto menos dificultades: a) en primer lugar, no es sencillo congeniar un enfoque epidemiológico con la perspectiva metapsicológica; b) por otro lado, las “muestras” que se comparan no son homogéneas y ello en dos sentidos. En principio, pues en la actualidad se ha incrementado exponencialmente la masa de sujetos que se psicoanalizan; en segundo lugar pues tales contrastes se hacen intuitivamente y, ade-más, se comparan no tanto los “casos” sino las comprensiones que sobre una y otra muestra son posibles. Esto es, las comparaciones se hacen no entre grupos de casos, sino entre lo que se decía de los pacientes en la época de Freud y lo que se dice actualmente. Como ya hemos visto, las herramientas teóricas y clínicas con las que contamos hoy, difieren de aquellas con las que contaban Freud y sus discípulos.
Estos comentarios sobre la comparación entre “muestras” remiten al problema de la agrupabili-dad en psicoanálisis, esto es, la complejidad de reunir casos en una ciencia que sostiene la importancia del “caso por caso”.
Esta idea (caso por caso) puede conducir a un prejuicio, a saber, que en psicoanálisis no es posible realizar agrupamiento alguno. No obstante, sostendremos que para la metodología pro-pia de una ciencia de la subjetividad y la singularidad, la agrupabilidad es más una complejidad que una imposibilidad.
Cuando un analista cuenta un caso ante sus colegas, suele ocurrir que estos últimos profundi-cen algún aspecto no considerado por el primero, desarrollen otras hipótesis o bien lo compa-ren con otros casos. Con ello estamos indicando que: a) en tal caso, las reglas de juego ya no son las mismas que durante el trabajo en las sesiones; b) el caso ya comienza a circular en relación con otros casos y en relación con la teoría; c) que, aun cuando sea intuitiva o espontá-neamente, sobre todo al comparar con otros casos, ya estamos formulando algún tipo de agru-pamiento . En este sentido, suelo decir que el pensar metodológico no constituye una tentativa de encorsetamiento, sino, por el contrario, una manera de formalizar y de sistematizar de modo conciente el modo en que pensamos. De modo similar, establecer criterios de agrupamiento también es una forma de organizar concientemente un modo de pensamiento que utilizamos frecuentemente.
Si alguien considerase que la noción de “singularidad” resulta un obstáculo insalvable para agrupar casos, en última instancia se vería en la dificultad de reunir diferentes fragmentos de un mismo material clínico. Esto sería así pues no sólo cada paciente es singular sino que cada sesión también es única.
En suma, entiendo que es posible y necesario realizar agrupamientos y debemos definir los criterios para ello, criterios que en gran medida derivan de qué es lo que deseamos investigar.
Por otra parte, debemos aclarar que si bien para agrupar deberemos hallar un elemento común, no es lo mismo “agrupar” que “igualar”, pues, de hecho, una investigación puede tener como meta detectar las diferencias. Por ejemplo, uno puede agrupar casos por “repitencia escolar” para tratar de describir los factores que interfieren en el aprendizaje. Luego, uno puede en el conjunto hallar algunas similitudes y algunas diferencias. En definitiva, el criterio de agrupa-miento responderá, entonces, cuanto menos a dos criterios: a) cuál es el objetivo de la investi-gación; b) la definición de un elemento común.
Si revisamos la obra de Freud hallamos que reunía: 1) pacientes de uno y otro sexo; 2) adultos y niños; 3) descripciones clínicas y textos literarios; 4) fragmentos clínicos y testimonios escri-tos; 5) varias escenas relatadas o escenas relatadas y escenas desplegadas.
En todos los casos, el criterio de reunión consistía en detectar algún rasgo común, y, a su vez, con ello Freud intentaba responder diferentes tipos de interrogantes: 1) psicopatológicos; 2) sobre procesos psíquicos; 3) sobre la singularidad de un caso.
Una vez realizada la investigación, el siguiente interrogante apunta al procesamiento de los resultados, en cuyo caso obtendremos conclusiones que podrán o no ser generalizadas. Si vol-vemos a los escritos freudianos, por ejemplo su libro sobre los sueños, una de las cosas que hace Freud es detectar un concepto unificante (el sueño como realización de deseos). Es decir, uno o más sujetos pueden tener diferentes sueños, con escenas variadas y significaciones hete-rogéneas, pero en todos los casos lo común será la realización de deseos. Otra alternativa, puede consistir en hallar las diferencias pese a los elementos comunes. Por ejemplo, para Freud un elemento común entre los paranoicos era la defensa contra la homosexualidad, no obstante, pese a este elemento común, detectó diferentes tipos de delirio (erotomaníaco, celotípico, me-galomaníaco, persecutorio).


Conclusiones
Lo que hemos expuesto hasta aquí nos conduce a afirmar que nociones como la de “patologías actuales” encuentra dos problemas difíciles de resolver: a) por un lado, la combinación entre investigaciones psicosociales (aun cuando sean con un enfoque psicoanalítico) y las investiga-ciones psicopatológicas; b) por otro lado, las relaciones interteóricas o interdisciplinarias (por ejemplo, estudios que combinen hipótesis del psicoanálisis con postulados de la sociología y/o la filosofía).
En cuanto a lo primero (investigaciones psicosociales y psicopatológicas) no pretendemos afir-mar que las segundas (psicopatológicas) no tomen en cuenta problemas intersubjetivos ni tam-poco sostendremos que la realidad social no posee entidad suficiente para promover alteracio-nes anímicas. Sólo señalamos que: a) aun cuando se de tal orientación etiológica, ello no alcan-za para justificar –como novedad- la existencia de nuevas patologías; b) ambos tipos de inves-tigación (psicosocial y psicopatológica) tienen objetivos diferentes y diseños metodológicos diversos.
Respecto de la relación del psicoanálisis con otras ciencias y disciplinas, acordamos con ello, con su conveniencia y su necesidad, no obstante siempre que se avance hacia ellas a partir de los interrogantes derivados de la teoría y la práctica psicoanalítica . Tal como refiere Maldavs-ky, “de lo contrario se corre el riesgo de recurrir a la teoría no psicoanalítica o bien para susti-tuir sin fundamento un sector de los propuesto por Freud y sus discípulos, o bien para formali-zar arbitrariamente la teoría psicoanalítica en su conjunto” (1998, pág. 268).
En este punto, pues, antes que las investigaciones interdisciplinarias los psicoanalistas quizás nos estemos debiendo una discusión metodológica sobre los nexos entre: a) diferentes escuelas dentro del mismo psicoanálisis; b) el psicoanálisis y otras corrientes de la psicología; c) el psi-coanálisis y otras ciencias. Sobre lo primero, por ejemplo, en ocasiones se oponen conceptos de dos autores (por ejemplo, Klein y Lacan) solamente porque se usa el mismo término (supon-gamos, “objeto”) sin advertir con precisión si ambos términos corresponden al mismo concepto.
En cuanto a la relación del psicoanálisis con otras corrientes de la psicología (por ejemplo, la cognitiva), diremos que no resulta válido el cuestionamiento de una teoría desde la otra. De modo similar a lo anterior, el concepto de “cura” (u objetivos terapéuticos), por ejemplo, no remiten a lo mismo en una y otra teoría. En este sentido, uno puede terminar cuestionando a la psicología cognitiva porque no hace (no busca o no logra) lo que hace el psicoanálisis. Esta posición que podríamos denominar “narcisismo epistemológico” es incorrecta toda vez que una teoría debe revisarse y cuestionarse en función de sus propios fundamentos. El interrogante, entonces, es cómo se determinan la confiabilidad y validez de un método y una teoría.
Volvamos, ahora, a la cuestión de qué sería lo novedoso. Habiendo transcurrido ya más de un siglo de psicoanálisis, es indudable que en su trayectoria se han ido rectificando algunas de sus hipótesis (el mismo Freud lo hizo) y se han ido complejizando otras. Hubieron cambios teóricos (por ejemplo, mayor comprensión de determinados procesos anímicos y psicopatológicos) y técnicos. Tales transformaciones dieron lugar a revisiones sobre la posición del analista, el aná-lisis sin diván, la frecuencia de las sesiones, la inclusión de pacientes que, previamente, caían fuera de la categoría de “analizabilidad”, a propuestas de objetivos terapéuticos diversos (por ejemplo, no son las mismas metas en un paciente neurótico que en un paciente psicosomático), cambios sobre la frecuencia de las sesiones, etc. Es por todo ello, pues, que más que hablar de patologías actuales, pensamos que, en todo caso, asistimos a cambios que dan lugar a “teorías actuales” e, incluso, a “analistas actuales”.
De tal modo, podrá haber dos tipos de cuestionamientos: a) refutar el juicio que sostiene la existencia de patologías actuales; b) cuestionar los fundamentos en los que se sostiene dicho juicio. En este artículo, pues, me he centrado sobre todo en este segundo punto (ya que hemos realizado un estudio con un enfoque más epistemológico que clínico).
Insisto, entonces, que no hemos procurado ratificar o rectificar las impresiones clínicas de las cuales surge la noción estudiada, sino que hemos intentado mostrar la debilidad de algunos de los argumentos en los que se sostiene aquella. Para decirlo con mayor precisión, pues, quizá convenga señalar que la noción de patologías actuales, desde un punto de vista epistemológico, corresponde al denominado “contexto de descubrimiento”, no obstante resta aun su análisis en el marco del “contexto de justificación”.
Este pasaje –de un contexto a otro- es un proceso que podemos advertir en muchos de los textos de Freud. En efecto, muchos de los hallazgos del propio Freud surgían, inicialmente, por vía de la inducción. Es decir, primero ocurre que una cierta recurrencia o reiteración captada inductivamente le llamaba la atención y, luego, intenta explicar por qué ocurre eso y procede a una justificación teórica (deductiva). Ello le permite, entonces, confirmar (o eventualmente rechazar) su impresión inicial y, además, establecer nexos con la teoría general.
Un ejemplo de ello lo encontramos en sus estudios sobre los rasgos de carácter ligados con el erotismo anal. Inicialmente, Freud observa que “harto a menudo tropieza con un tipo singulari-zado por la conjunción de determinadas cualidades de carácter” y lo asocia con el valor que, en la infancia de tales sujetos tuvo “el comportamiento de una cierta función corporal”. Luego agrega: “Ahora ya no sé indicar qué ocasionamientos singulares me dieron la impresión de que entre aquel carácter y esta conducta de órgano existía un nexo orgánico, pero puedo aseverar que ninguna expectativa teórica contribuyó a esa impresión. Una experiencia acumulada reforzó tanto en mi la creencia en ese nexo que me atrevo a comunicarlo” (1908a, pág. 153). Una dé-cada después, retoma estas ideas y señala que “en aquel tiempo me interesaba dar a conocer un vínculo discernido en los hechos”. Dice también que había descuidado la argumentación teórica pero que “desde entonces se ha generalizado la concepción de que cada una de las tres cualidades, avaricia, minuciosidad pedante y terquedad, proviene de las fuentes pulsionales del erotismo anal”. Finalmente, subraya que “algunos años después, a partir de una profusión de impresiones y guiado por una experiencia analítica de particular fuerza probatoria, extraje la conclusión…” (1917, pág. 117).
Las citas transcriptas, pues, ponen de manifiesto el proceso propio de una investigación científi-ca. En primer lugar, la observación de cierto fenómeno que llama la atención; luego, la recu-rrencia o repetición de dicho fenómeno; en tercer lugar, la experiencia acumulada; por último, la conclusión y generalización teórica.
En síntesis, creo que al intentar realizar avances teóricos y precisiones conceptuales en el mar-co de la investigación científica es necesario despojarnos de un pensar arrogante y apocalíp-tico. La arrogancia podrá ser la expresión del narcisismo de las pequeñas diferencias, el cual nos conduce al desconocimiento de lo que es exterior al propio grupo. También podrá ser arro-gancia la pretensión de ser, en cada trabajo, “descubridores” de lo nuevo. La visión apocalíptica se enlaza con la idea de que la época actual sería, toda ella, una sucesión de catástrofes que conducen a un franco deterioro social y psíquico. Con ello estaríamos, quizás también, descono-ciendo que –ni siquiera en eso- esta época resulta original. Asimismo, podríamos estar operan-do más como agoreros del fin del mundo que como investigadores de un conjunto específico de problemas. Algo de esto me resuena cuando escucho hablar de la “caída de las ideologías” co-mo síntoma de una progresiva decadencia humana y social. Tengo la impresión, pues, que cuando se alude a la “caída de las ideologías” (como vivencia de derrumbe) podríamos recono-cer, más bien, una “ideología de la caída” , cosmovisiones ominosas que se asumen como lecturas objetivas de un mundo inminente. Creo en cambio que, en todo caso, resultará más acertada la lenta y progresiva identificación de un proceso histórico de transformaciones con sus movilizaciones correspondientes. Al fin y al cabo, entendemos que el psicoanálisis no ha de ser una cosmovisión.


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(*) Publicado en Psicanálise, Revista da Sociedade Brasileira de Psicanálise de Porto Alegre v.10, n.1, 2008.

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