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Psicoanálisis y Economía

jueves, 7 de febrero de 2013

Reflexiones a partir del Bicentenario de la Asamblea del Año XIII

Sebastián Plut


“Y aquel entendimiento debería ser al mismo tiempo histórico y psicológico:
dar noticia de las condiciones bajo las cuales se desarrolló esa peculiar institución,
así como de las necesidades anímicas que ella expresaba”
(Freud, Tótem y tabú)


El tiempo
En su Historia de la eternidad, Borges nos recuerda –y utilizo deliberadamente este verbo- que el tiempo es un “tembloroso y exigente problema”; y allí concurren, sin exclusividad alguna, la historia y el psicoanálisis para que captemos algo si no de la esencia del tiempo, al menos del encadenamiento de los sucesos que en él transcurren.
Por ejemplo, es evidente el nexo causal entre el asesinato del soldado Carrasco y la derogación del Servicio Militar Obligatorio en 1994, aunque no parecería ser solo un azar que ese año habrían ingresado a la “colimba” los nacidos en 1976, año que comenzó la última dictadura militar. Como un justo saldo del destino los que nacieron bajo el gobierno asesino ya no tuvieron la obligación de servirles.
El mismo interrogante, aunque con mayor creatividad e ironía, plantea el chiste que Rudy y Paz publicaron en la tapa de Página/12 del 1/02/13: una mujer comenta “doscientos años de la Asamblea que abolió las torturas” y otra concluye: “ahí empezó la inseguridad”. Como decía Stefan Zweig: “Todo instante de nuestra jornada viviente es sumergido por las olas de un pasado aparentemente olvidado”.
Acaso la historia sea el conjunto variable de respuestas que, en diversas épocas, las personas damos a los mismos problemas.
Para quienes carecemos de erudición historiográfica, la mención de la “Asamblea del Año XIII” suele evocar automáticamente la terna “mita, encomienda y yanaconazgo” y, con cierto esfuerzo, luego podremos mencionar la abolición de la esclavitud, la eliminación de los mayorazgos y títulos de nobleza, la supresión de la inquisición y la tortura, la constitución del Estado de las Provincias Unidas, etc. Lo cierto es que aun hoy, al igual que los asambleístas, también buscamos soluciones a problemas en materia de derechos humanos, política fiscal, derecho laboral o penal.
Tal es, de hecho, la cualidad de la evocación mítica, en que se rememora un suceso que no cesa de ocurrir en la medida que se mantiene su empuje en el presente.
En suma, solo en la superficie la temporalidad es lineal ya que en sus venas operan eficazmente otros criterios. La historia, en efecto, se atiene a la compulsión a la repetición (como, por ejemplo, la jura de la bandera), la anticipación y la retroacción (a posteriori). Asimismo, podemos deslindar dos tipos de acontecimientos. Por un lado, están aquellos sucesos (decisiones, acciones) que resultan determinantes de una estructura (una comunidad, institución, etc.) y, por otro lado, están los acontecimientos que se desarrollan cuando la organización social ya está constituida.
El análisis que Freud hace del mito de Prometeo propone que la precondición para el avance cultural consiste en la renuncia a una satisfacción pulsional. La adquisición del fuego supone no solo hallar la forma de prenderlo sino también de conservarlo. Dicho de otro modo, todo universo vincular (familiar, grupal, social) asume tres desafíos: cómo se origina la unión, cómo perdura y cómo se perpetúa. No podemos desconocer, pues, que el esfuerzo de aquella Asamblea ya bicentenaria no solo se continúa hoy por sus logros, sino por la transmisión de un gesto constituyente que nos toca sostener en cada ámbito en que participemos. No de otra cosa hablaba Goethe cuando sentenció: “lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo”.
En otro terreno, alcanza con ser durmiente, sin que sea necesario ser psicoanalista, para reconocer la habitualidad con que soñamos tener un examen pendiente. Esta producción onírica prototípica admite cuanto menos una doble interpretación: por un lado, y como el humor, provee una suerte de consuelo. Así lo interpreta el propio Freud: “no temas el mañana; mira la angustia que tuviste antes del examen, y después nada malo te sucedió”. Por otro lado, contiene una frase subyacente que podemos expresar del siguiente modo: la tarea no ha concluido.

Afinidad y diferencia
Ya sea, entonces, en el orden criminológico, laboral o impositivo, entre otros, la definición de derechos y obligaciones resulta de la pregunta por el lugar del otro, de la forma y contenido con que pensamos la alteridad.
Guillermo de Baskerville, el protagonista de la genial novela de Umberto Eco (El nombre de la rosa) entendía que “la belleza del cosmos no procede sólo de la unidad en la variedad sino también de la variedad en la unidad”. Dicho de otro modo, la posición del otro y, por qué no, del propio sujeto, exige una reflexión sobre la afinidad y la diferencia.
En efecto, Guillermo identifica afinidades donde la rigidez de los monjes solo encuentra diferencias absolutas. Asimismo, Guillermo también detecta diferencias donde los miembros de la abadía tienden a reconocer solo identidades totales (por ejemplo, dentro del grupo de herejes). Quizá podamos establecer un cierto parentesco entre ortodoxia y perversión, en cuanto se trata de la hegemonía de un fragmento a costa del resto. Es en una discusión con el Abad que Baskerville exclama: “¡No es lo mismo! No podéis medir con el mismo rasero a los franciscanos del capítulo de Perusa y a cualquier banda de herejes que ha entendido mal el mensaje del evangelio convirtiendo la lucha contra las riquezas en una serie de venganzas privadas o de locuras sanguinarias”. En síntesis, el sabueso pesquisa la diferencia en la afinidad, para aventar el riesgo de la negación de la diferencia (por ejemplo, no todos los herejes son iguales ni tampoco son lo mismo los monjes) y la existencia de la afinidad en la diferencia, para precaverse del riesgo de suprimir la afinidad (por ejemplo, entre simples y autoridades).
La ética requerida como requisito para la participación comunitaria supone el lugar para lo diferente. En este sentido Freud sostuvo que “podía suponerse que los grandes pueblos habían alcanzado un entendimiento suficiente acerca de su patrimonio común y una tolerancia hacia sus diferentes que «extranjero» y «enemigo» ya no podían confundirse en un solo concepto”.
En nuestras investigaciones sobre violencia social (criminología, fundamentalismo, etc.) hemos considerado varios interrogantes, entre ellos: ¿cuál es el destino que un cierto colectivo le da al que es diferente? Y también: las prácticas sociales (legales, mediáticas, etc.) ¿favorecen o no la desaceleración de la violencia?
Frente al interrogante sobre cómo es que ocurren ciertos delitos, la teoría freudiana sugiere partir de un interrogante inverso: no sólo por qué puede imponerse la tendencia a la supresión de lo vital, sino cómo ha podido crearse un universo complejo en que predominen la ética, la solidaridad y la ternura. Si en lugar de este interrogante (sobre como pueden aparecer la ternura y la solidaridad) solo expulsamos proyectivamente lo que ingenuamente creemos ajeno, quedaremos injustificadamente sorprendidos por su irrupción (retorno). A su vez, si solo atendemos a la conducta sádica, a la cual respondemos con el sadismo institucionalizado (derecho penal) será ingenuo creer que con ello disminuirá la violencia social.
El psicoanálisis plantea que la tendencia originaria a la aniquilación del otro deriva de una tentativa de liberarse de un riesgo mayor, la autodestrucción, no obstante este camino hostil solo conduce al reencuentro con ese destino por mediación del prójimo. El despliegue agresivo es una forma de poblar la exterioridad de una violencia que regresa inevitablemente como camino para acelerar la propia muerte. Solo el encuentro con una realidad diferente, que transforme la recepción de esta violencia expulsiva en llamado, y responda a él, abre ciertas posibilidades a un intercambio no mortífero. Claro que el encuentro con lo diferente –como reaseguro del retorno a una monotonía inerte- está acotado (y complementado) por otro rasgo, la afinidad necesaria como para que ninguno de los términos arrase con el otro.
El debate sobre la sensación de inseguridad alterna entre quienes sostienen que su aumento se explica por el incremento de los delitos mientras otros afirman que es producida por los medios y no refleja el índice de criminalidad. Respecto de la primera perspectiva, es necesario definir cuáles son los delitos incluidos en la estadística, ya que no suelen mencionarse, por ejemplo, los económicos (estafas, quiebras fraudulentas, evasión, etc.) o las muertes por cierres de hospitales, entre otras alternativas. Igualmente, un mayor número de delitos no objeta la hipótesis de un clima social alimentado por los medios de comunicación. Por otro lado, y aun sobre los nexos entre violencia social e inseguridad, podemos también invertir la dirección del vector de enlace: es probable que el aumento de la inseguridad social también sea determinante de sucesos de violencia; la fragilidad de la cohesión social podrá colocarse razonablemente como un estado que dispone a una mayor violencia. Asimismo, la inseguridad también tiene otros orígenes, ajenos a los delitos concretos o a su difusión periodística (problemas ambientales, económicos, etc.). A su vez, deseo subrayar que la percepción (sensación) de ciertas amenazas es, inconfundiblemente, transitoria, ya que se despierta ante el el avance creciente en la conciencia sobre la diversidad.




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