Presentando el Blog

Psicoanálisis y Economía

viernes, 27 de febrero de 2009

Para una bubble’s psychology

Sebastián Plut[1]


Introducción
En los últimos años encontramos un creciente interés por la articulación entre estudios de psicología y economía, más específicamente, investigaciones que desde el campo de la psicología permiten comprender diversos fenómenos económicos[2].
Si bien son numerosos los problemas que pueden ser abordados (las lógicas en los procesos de toma de decisiones, la dinámica de las empresas familiares, la significatividad del dinero, los efectos del desempleo, las prácticas de endeudamiento, etc.), en esta ocasión deseamos centrarnos en el estudio de los cracks financieros. En rigor, intentaremos comprender los procesos anímicos e intersubjetivos subyacentes que se suceden entre la creación de las denominadas “burbujas” y el momento de su “explosión”. Si se nos permite la expresión, trataremos de definir una bubble’s psychology.
Cabe aclarar que esta es una investigación psicoanalítica en el campo psicosocial, lo cual implica que las conclusiones no pretenden derivar en declaraciones moralistas ni tampoco se tratará de apreciaciones psicopatológicas.
El presente artículo, pues, se compone de cuatro secciones. En la primera expondremos una serie de reflexiones y observaciones de diversos historiadores y economistas en torno del mundo de la especulación. En la segunda sección, nos referiremos al método con que haremos nuestra investigación. Se trata de un método de investigación del discurso, el algoritmo David Liberman (ADL), que estudia el lenguaje a partir de hipótesis psicoanalíticas (especialmente, las teorías sobre la pulsión y la defensa). La tercera contiene un conjunto de conceptos e hipótesis teóricas –de orientación freudiana- que permite comprender los fenómenos económicos desde la perspectiva de la subjetividad. Por último, en el cuarto apartado, presentamos el análisis de un artículo de periodismo económico en el cual se reflejan las vicisitudes de la crisis financiera de finales del 2008 así como parte de la lógica de la Bolsa.


I. ¿Qué es la especulación?
¿Por qué una “burbuja”?
En 1720 Jonathan Swift escribió un poema denominado “The Bubble”, algunos de cuyos versos dicen: “Mientras unos construyen castillos en el aire, los directores los construyen en los mares[3]; los suscriptores sin duda los ven allí, pues los necios ven lo que desean los sabios”. La idea de la burbuja, o de los castillos en el aire, resalta el carácter vacío y ficticio de una supuesta realidad económica. Uno de los argumentos en que se sostienen aquellas creencias es el de que las acciones tienen un valor intrínseco independiente de la psicología del inversor.
Con este término (burbuja) se designa a un período especulativo alcista, de euforia, y de grandes volúmenes de transacciones[4]. Sin embargo, una característica esencial es que se trata de una denominación retrospectiva. Es decir, cada vez que se detectó una “burbuja”, siempre fue cuando aquella ya había desaparecido. A la inversa, en el período en que “parece real”, se la percibe como una época de prosperidad que perdurará. Este breve estudio que aquí llevamos a cabo, pues, constituye una tentativa de describir los procesos subjetivos e intersubjetivos que subyacen tanto al período de la burbuja, cuanto a su desenlace posterior.
Si bien las características de las burbujas han sido descriptas por diversos autores (alta rentabilidad en el corto plazo, fascinación, brillo inconsistente, rápida desaparición, etc.) resulta notable que solo sean advertidas con los hechos consumados. Dicho de otro modo, parece resultar muy difícil ver la burbuja cuando uno está en ella y mientras dura su efecto deslumbrante.

Sobre la psicología del mercado
Adam Smith[5] describió al especulador por su afán de lucro a corto plazo y, muchos años después, John Maynard Keynes[6] distinguió al empresario del especulador, en tanto el primero procura pronosticar el rendimiento prospectivo de sus activos durante toda la vida de éstos, y el especulador desarrolla una actividad consistente en pronosticar la psicología del mercado[7]. Las observaciones de estos autores ponen de manifiesto algunos aspectos que nos interesa subrayar: la centralidad de la ganancia como meta, una temporalidad de corto plazo (urgencia) y la relevancia de factores subjetivos (“psicología del mercado”).
Chancellor (2000) sostiene que “durante la fase maníaca o alcista, la actividad es frenética y las expectativas se vuelven poco realistas. En cambio, cuando el ánimo del mercado está deprimido, la actividad –medida por el volumen transado- es letárgica, y un pesimismo universal reemplaza el optimismo infundado” (2000, pág. 30)[8].
En cuanto a la asimilación entre especulación y juego ha sido señalada por numerosos historiadores, financistas y economistas. B. Baruch (My own history, 1958) fue echado por Morgan por pronunciar la palabra “juego” y Chancellor también sostiene que ambas psicologías, la de la especulación y la del juego, son muy similares: “son hábitos peligrosamente adictivos que implican una invocación a la fortuna, a menudo van acompañados por conductas delirantes y dependen del control de las emociones” (2000, pág. 16). Los historiadores también recuerdan el caso de una empresa de Gales, de finales del siglo XVII (Mine Adventurers) que surgió como fusión de la lotería con la especulación en el mercado de valores.
Aquélla época conoció el avance de las estadísticas, en particular de teorías sobre probabilidades, que rápidamente algunos intentaron aplicar a las apuestas. Sin embargo, Keynes sostuvo que no puede haber certidumbre sobre el futuro, dado que los precios de mercado responden a un estado de confianza derivado, a su vez, de la “psicología de masas de gran cantidad de individuos ignorantes”.
En rigor, ninguna de estas observaciones es novedosa y, de hecho, todas estas características han sido descriptas en Confusión de confusiones, el antiguo tratado de Joseph de la Vega (1688), quien aludió a: a) las supersticiones que reinan en el mercado; b) el diálogo entre dos operadores, el cual avanza progresivamente hacia los gritos e insultos; c) la compra y venta de títulos sin razón que, a su vez, genera una excesiva e indebida volatilidad.
Las referencias a autores de diversas disciplinas que han hecho descripciones como éstas podrían ser por demás extensas y, probablemente, no se justifique redundar. La convergencia de opiniones y conclusiones revela el peso de lo que muchos denominan irracionalidad y que nosotros preferimos denominar subjetividad. Quizá convenga aclarar por qué optamos por este concepto. Por un lado, pues posee una especificidad mayor en el seno de la teoría psicoanalítica, en tanto el otro término resulta ambiguo. Por otro lado, porque no deseamos centrarnos en la consabida crítica al concepto de racionalidad. En todo caso, más que refutar esta última categoría, preferimos aportar una complejización en la perspectiva con que pensamos los procesos económicos. Dicho de otro modo, podemos distinguir la superposición de dos universos teóricos. Por un lado, aquel que comprende al conjunto de hipótesis propias de las ciencias exactas: econometría, cálculos matemáticos, financieros, etc. Por otro lado, las nociones relativas al sujeto de la economía, y es sobre este terreno que deseamos reflexionar[9].
Esto es, las decisiones que toman los agentes, la información que consideran, el modo en que la interpretan, y los estados anímicos que se manifiestan, definitivamente están determinados por factores que no se limitan a los criterios económicos ni responden meramente a los puros cálculos. Asimismo, las “burbujas” o “manías alcistas” ponen de manifiesto un cierto grado de desconexión con la realidad, desconexión que, frecuentemente, conduce a un desenlace traumático, a una reconexión tardía y agonizante.


II. Método e instrumentos
Por razones de espacio solo haré una presentación sucinta del ADL. El algoritmo David Liberman es una metodología, desarrollada por David Maldavsky (1998a, 1999, 2004), para la investigación sistemática de la significatividad del discurso en términos psicoanalíticos. En este sentido, la teoría freudiana de la erogeneidad constituye la base semántica para la categorización de las palabras, frases y relatos. Estos (palabras, frases y relatos) son los tres niveles que se distinguen y en los que podemos hallar evidencias tanto de la erogeneidad como de las defensas en juego. Como puede advertirse el ADL es un instrumento de gran valor en cuanto permite establecer enlaces entre las manifestaciones (verbales y paraverbales) y las hipótesis de mayor grado de abstracción (pulsiones y defensas). En suma, el ADL parte de considerar al lenguaje como expresión de la erogeneidad.
La teoría freudiana reseña siete erogeneidades: libido intrasomática (LI), oral primaria (O1), oral secundaria (O2), anal primaria (A1), anal secundaria (A2), fálico uretral (FU) y fálico genital (FG). Para su investigación, el ADL, en el nivel de las redes de palabras, cuenta con un programa computarizado, mientras que para el examen de los otros dos niveles de análisis dispone de sendas grillas que permiten categorizar los tipos de estructuras-frase (según sus componentes verbales y paraverbales) y los relatos, según una secuencia que se compone de cinco tipos de escenas (dos estados y tres transformaciones): estado inicial, surgimiento del deseo, tentativa de consumarlo, consecuencias de dicha tentativa y estado final.
En cuanto a las defensas, detecta sobre todo la represión, la desmentida, la desestimación de la realidad y de la instancia paterna y la desestimación del afecto. En cuanto al enlace entre erogeneidades y defensas, seguimos la hipótesis de Freud (1915) según la cual la defensa es un destino de pulsión. La represión se enlaza con las erogeneidades FG, FU y A2; la desmentida y/o la desestimación de la realidad y la instancia paterna es un destino para las erogeneidades A1, O2 y O1. Por último, la desestimación del afecto se enlaza con LI.
Entender la subjetividad desde la perspectiva de la erogeneidad supone que el mundo sensorial, las acciones, las representaciones, los valores y los nexos intersubjetivos reciben una significación específica. Cada erogeneidad es una fuente de significatividad que aporta rasgos diferenciales a la vida simbólica y se manifiesta como cosmovisiones, como repertorios específicos de desempeños motrices, de afectos, de formalizaciones de la materia sensible, de valores e ideales.
El lenguaje del erotismo intrasomático pone el énfasis en escenas correspondientes a la exacción económica o la intrusión orgánica. En ese sentido tienen importancia las referencias contables o las alusiones a estados corporales. En cuanto al lenguaje oral primario, se destaca el pensar abstracto, alejado o prescindente de los hechos concretos. En el lenguaje oral secundario importan las escenas de sacrificio, las referencias al sufrimiento, las expresiones de amor y los reproches. En el lenguaje anal primario tienen valor las luchas justicieras y vengativas, gozar con la humillación ajena, abusar sobre su debilidad, escenas de encierro o parálisis motriz impotente en la derrota así como las palabras usadas como actos (por ejemplo, los insultos). En el lenguaje anal secundario cobran importancia las escenas de juramento público, la tradición y la moral, los contextos institucionalizados, el deber y la tentativa de dominar y controlar una realidad por medio de un saber ligado a los hechos concretos. En el lenguaje fálico uretral se destacan escenas de rutina y/o aventura, la desorientación, las preguntas tipo “dónde” o “cuándo” (ligadas con la orientación témporo-espacial), la regulación de distancias y contacto. En el lenguaje fálico genital cobra importancia la tentativa de impactar estéticamente al modelar la propia imagen según lo que el relator supone que el otro desea. Tienen valor la pregunta “cómo” y los adverbios de modo (terminados en “mente”).
En la representación-grupo participan diferentes actantes (clases de personajes): modelo, sujeto, dobles, ayudante, objeto, rival. No sólo el sujeto tiene su modelo y sus ayudantes, sino también el objeto y el rival. Cuando prevalecen los lenguajes del erotismo correspondientes al tiempo del narcisismo primario (incluido el sádico anal primario), faltan objetos y rivales, y en su lugar proliferan los dobles.


III. Fundamentos teóricos de una bubble’s psychology
Aspectos generales
En otro trabajo (Plut, 2008) hemos expuesto los fundamentos de lo que hemos llamado el homo semánticos. Allí subrayamos el valor de la teoría psicoanalítica como una ciencia de base para las diversas disciplinas que se ocupan de alguna de las dimensiones de la subjetividad. Asimismo, fundamentamos una perspectiva crítica respecto de la noción de homo economicus, toda vez que resultan insuficientes las nociones de racionalidad y egoísmo para explicar la función del dinero y de los intercambios económicos. Se comprenderá, entonces, que al hablar del homo semánticos jerarquizamos la concepción del sujeto en tanto dota de significación al mundo y a sus vínculos.
En aquel artículo hicimos referencia a las diversas alternativas en que pueden desplegarse las metas ligadas con el dinero (ganarlo, ahorrarlo, deberlo, invertirlo, gastarlo[10], perderlo, etc.) entre las cuales, ahora, tomaremos para estudiar las relativas a las inversiones especulativas.
Las nociones que expondremos brevemente son: número, ideal del yo y representación-grupo, contradicción orgánica, pulsión de muerte, masoquismo, pánico y contagio afectivo. De todos modos, por razones de espacio y porque nos interesa llegar también a lectores ajenos al psicoanálisis, nuestra presentación teórica intentará ser breve y relativamente llana.
Comencemos, entonces, por lo que de algún modo sería el final. Sostendremos la pertinencia de plantear una teoría hemorrágica de la economía financiera, lo cual no será otra cosa que aplicar la teoría de la pulsión de muerte a la economía. Entendemos, pues, que las burbujas son una forma particular de la euforia[11], cuyo complemento son los estados de astenia, de desvitalización (como cuando se habla de una economía anémica). En efecto, consideramos a la hemorragia pulsional como un tipo de alteración interna más pasiva que los afectos restantes, es decir como expresión de una mayor inermidad, de un entregarse al vaciamiento en la economía pulsional.
Cuando la economía –social o individual- se sostiene fuertemente en la especulación (burbujas financieras, etc.) hallamos que el correlato en la subjetividad y en las redes vinculares se presenta como desestimación de la actividad productiva, desvalorización de la palabra, desinvestidura de la exterioridad y la falta de proyectos significativos y de los correspondientes procesos identificatorios. Como veremos en lo que sigue, y parafraseando a Freud, las tensiones y el modo en que se juegan se presentan como el problema masoquista de la economía.
Para concluir esta introducción puedo entonces formular una proposición: si el trabajo político de la democracia supone la denegación de una violencia subyacente, los procesos económicos batallan contra la amenaza de los estados agónicos siempre acechantes[12].

El número y su grupo
Una anécdota de principios del siglo XVIII relata que un médico, al tiempo que le tomaba el pulso a una paciente añosa, murmura: “Oh Dios, bajan, bajan”. La anciana, a punto de desmayarse del susto, se recupera cuando advierte que el médico se refería a las acciones de la Mississippi Company y no a sus palpitaciones. Un relato similar se cuenta que ocurrió a comienzos del siglo XIX, durante un período de especulación con tierras en Chicago. Aquí también, un médico atendía de poca gana a una paciente a quien le receta un medicamento. Cuando la mujer le pregunta cómo debe tomar la medicina, aquél le responde: “un cuarto al contado, y el saldo en uno, dos y tres años”[13].
Veamos un tercer ejemplo, ahora de mi propia experiencia como analista institucional. Recuerdo una reunión en una institución en la cual uno de los participantes tomó el cuaderno donde debía constar el tema tratado y en el que todos los participantes debían firmar. Cuando aquél escribió la fecha, puso “17/10” en lugar de “17/08” que era el día correcto. Llamativamente, esta persona, la semana previa, había estado de licencia por hipertensión y la cifra equivocada, precisamente, correspondía a la presión que tuvo.
Los tres relatos tienen en común algunos aspectos sugerentes: por un lado, nos permiten identificar un tipo de número particular, un número que representa cantidades no cualificadas. Es decir, se trata de números que expresan magnitudes no diferenciales (donde son lo mismo el dinero, las dosis, las cuotas, las fechas, el pulso o la presión). Por otro lado, también en las tres anécdotas cobra importancia una escena en la que se destacan los estados orgánicos (dolientes).
En el mundo financiero, entonces, suelen tener importancia los números, hecho que resulta evidente por la proliferación de cifras. En este sentido, conviene precisar de qué tipo de número se trata, cuáles son sus características anímicas e intersubjetivas. En efecto, dicho número constituye una expresión de un estado psíquico particular, un modo de configuración de la masa sensorial, un componente central de las metas e ideales, así como también un articulador intersubjetivo.
En la historia de la escritura el número fue utilizado sucesivamente en dos formas: primero como expresión de cantidades y, posteriormente, como expresión de la temporalidad. Nos interesa subrayar, sobre todo, aquel número que pone de manifiesto la regresión desde el empleo historizante hacia el valor meramente cuantitativo[14]. El tercer ejemplo mencionado más arriba muestra este carácter regresivo, o descomplejizante, del valor simbólico del número.
En ciertas circunstancias, el número constituye un medio para un fin diverso (por ejemplo, aumentar la propia imagen). En cambio, en el universo financiero el número pasa a ser un fin en sí mismo (por lo cual ya no se trata de una identificación especular sino con una cifra)[15]. Ser un número para otro resulta la modalidad más regresiva e impersonal de la identificación, sustentable sólo en tanto el individuo sea activo en la práctica especulativa. En cambio, cuando el yo se supone inerme frente a los cálculos ajenos queda abolida cualquier alternativa para el desarrollo del sentimiento de sí. De manera que cuando la actividad especuladora es hegemónica sostendremos que el número en juego no resulta apto para la identificación. A diferencia de quien dice “soy de la cuarta generación” o “nací el 21 de mayo”, el número de la especulación no representa una dimensión temporal, histórica, sino solamente una cantidad.
Este valor del número al que estamos aludiendo es, desde el punto de vista retórico, una expresión del lenguaje intrasomático el cual, a su vez, supone un conjunto específico de características (tipos de goce, de afecto y de percepción). Asimismo, cuando este lenguaje es hegemónico, ello determina un tipo de ideal y de configuración vincular, punto que pasamos a desarrollar.
La dinámica colectiva descripta por Freud (1921) indica que la inclusión del sujeto en un grupo resulta de haber colocado a un líder (o una idea) en su ideal del yo. A partir de allí se siente identificado (en un vínculo de tipo fraterno) con otros individuos del conjunto en quienes se desarrolló un proceso similar[16].
Si consideramos los ideales desde el punto de vista del contenido, éste resulta de una decantación o trasmudación de cada tipo de erogeneidad. Así, se han definido siete tipos de ideal: ganancia, verdad, amor, justicia, orden, dignidad y belleza[17] (Maldavsky, 1991).
Pasemos ahora a considerar específicamente el ideal del yo de la ganancia y la representación-grupo correspondiente. Este tipo de ideal, que deriva de la fijación en la erogeneidad intrasomática, resulta frecuente en personas que participan de la actividad financiera. De hecho, la Bolsa puede considerarse una versión empírica de este tipo de representación-grupo[18]. En esta representación-grupo, pues, hallamos la siguiente distribución interindividual: por un lado, hay un sujeto que despliega una actividad especuladora y obtiene ingentes ganancias; por otro lado, otro se identifica con el primero y tiene la ilusión de alcanzar una suma imposible, una cantidad que se trasmudará en cualidad; por último, hay un tercer personaje que se ubica en posición de inermidad frente a los cálculos ajenos.
En los estudios con el ADL tenemos en cuenta que la subjetividad es un terreno complejo, heterogéneo y, de hecho, el método resulta apto para captar los diversos matices en juego y arribar a resultados multivariados. En este sentido, sabemos que lo habitual es encontrarnos con un entramado variado de lenguajes (ideales, deseos, tipos de personajes, escenas, etc.), si bien, alguno de ellos, de modo transitorio o duradero, resulta prevalente. De manera que uno de los aspectos a tener en cuenta es cuál es este lenguaje dominante, si varía o no, y, eventualmente, cuáles son los lenguajes complementarios o subordinados o bien, si se da un empobrecimiento respecto de la mencionada heterogeneidad.
Por el momento, podemos decir que sólo a partir de su enlace con otros lenguajes del erotismo (oral, anal, genital) y su entramado con los ideales y proyectos correspondientes (verdad, orden, belleza), el ideal de la ganancia puede dotar al dinero de un sentido psíquico y comunitario. Cuando el dinero deja de ser complementario de alguno de los otros proyectos erógenos sólo conserva su empleo especulativo, que rápidamente se vuelve tóxico toda vez que carece de sustento en una labor productiva. Al respecto, Maldavsky sostiene: “El ideal de la ganancia solo es expresión del plus de placer inherente a los procesos pulsionales, y por sí mismo carece de significatividad si no es articulado con alguno de los antedichos (verdad, belleza). Por lo tanto, cuando la ganancia prima como ideal, entonces los procesos identificatorios quedan abolidos, o no se constituyen” (1991, pág. 284). Dicho de otro modo, el mundo interindividual que se desarrolla a partir de la especulación obstaculiza la producción de una comunidad centrada en vínculos amistosos y/o solidarios[19].

El problema masoquista de la economía
Hemos dicho más arriba que plantear una teoría hemorrágica de la economía financiera supone aplicar la noción de pulsión de muerte a la economía. Es momento, entonces, de exponer qué es la pulsión de muerte y, sobre todo, cuál es su eficacia.
La pulsión de muerte constituye una tendencia a agotar la energía psíquica al imponer, como criterio resolutorio, la alteración interna (procesos somáticos). Esta energía se pierde, pues, como exigencia de trabajo para el aparato psíquico. Es decir, su carácter primordial consiste en conducir al vaciamiento energético, hacia un retorno a la inercia.
Si bien algunas funciones (como la respiración) se desarrollan a través de la alteración interna, cuando ésta releva a la acción específica (que requiere de un vínculo cualitativo con el mundo) y se torna hegemónica, cambia de signo y opera o bien con la meta del aumento hipertrófico de la tensión, o bien con la desmesura en la descarga de la tensión endógena. Una alternativa en que se evidencian estos desenlaces son las denominadas contradicciones orgánicas. Su explicación puede sintetizarse en la frase “cuanto mayor es la tensión, mayor esfuerzo por aumentarla” (o su inversa cuando el nivel energético es mínimo). La tensión, pues, parece ser un precario reaseguro en cuanto al sentimiento de estar vivo. Esta contradicción se transforma en entrampamiento cuando quedan interferidos su cuestionamiento (bajo el argumento referido al goce creciente que promete) y la fuga (con la amenaza de que si hay alejamiento surgirá una depresión insoportable y sin cualidades, un vacío afectivo).
Parte de lo que ya hemos dicho en torno del número permite comprender que tanto la organización anímica cuanto las redes vinculares están centradas más en la ensambladura económica que en la representacional. Cuando hablamos de economía, en este caso, nos referimos a la importancia que revisten las cantidades, las magnitudes carentes de cualidades específicas.
Dicho de otro modo, si las pulsiones configuran una tensión endógena constante que exige trabajo a lo anímico, la pulsión de muerte puede llegar a afectar precisamente esa constancia.
Este proceso, que lleva al “cero absoluto” (del nivel energético) implica que estamos estudiando los procesos económicos así como también la perpetuación de estados afectivos displacenteros.
El concepto de masoquismo (Freud, 1924) permite indagar estos fenómenos, en tanto su fundamentación se centra en: la perspectiva económica, la pulsión de muerte, el criterio de aumento de la tensión a partir del displacer y la descarga a cero.
La inversión de la alteración interna comentada previamente es correlativa de una inversión en la autoconservación (la tentativa de mantener una constancia), que por lo tanto tiende a un retorno presuroso a lo inerte, siguiendo criterios que no son los propios. En tal caso, la sexualidad es dominada por el principio de inercia. El principio de placer resulta entonces aliado de la pulsión del muerte y opuesto al de la constancia de un empuje pulsional.
Entonces, el ritmo, inherente al principio de placer apoyado en la constancia de la autoconservación, queda sustituido por una aceleración en que la velocidad pone en evidencia una urgencia por nivelar la tensión hasta alcanzar la condición inerte. La pérdida de la energía disponible que garantiza la subsistencia de la tensión vital se hace, pues, evidente como prisa creciente, como urgencia hacia el acabamiento de lo vivo.
En suma, el principio de placer-displacer pasa a incitar la vida pulsional según una inversión de su orientación: en el masoquismo el displacer se convierte en la guía central para el incremento de la tensión careciendo de un criterio para alcanzar una descarga resolutoria.
El universo de la especulación puede operar como una fuente insoportable de tensiones, tanto por las incitaciones específicas que allí se presentan como por el tipo de contexto que ofrece[20]. Dicho de otro modo, la desmesura de los estímulos (por su cantidad y velocidad), su carácter puramente cuantitativo y la ausencia de interlocutores empáticos, organizan un espacio y una actividad cuya significatividad es similar a un episodio traumático.

Fictio figurae veritatis
Uno de los hallazgos más comentados por la teoría del comportamiento financiero (Tversky y Kahneman, 1991; Shefrin, 2002) ha sido que los inversores reaccionan de manera desmesurada ante las noticias (buenas o malas) a partir de lo cual se subvalúan las acciones perdedoras en el pasado y se sobrevalúan los títulos ganadores. Shefrin sostiene que “los inversionistas están predispuestos a conservar las acciones perdedoras demasiado tiempo y a vender los títulos ganadores muy pronto” (op. cit., pág. 10). Es decir, la percepción del riesgo (y la tolerancia al mismo) varía según el rendimiento de las acciones. En estas observaciones encontramos dos caracteres que ya hemos mencionado: la desmesura del mundo numérico y la transformación de la temporalidad en ciclos de subas y bajas de los precios.
Yo mismo advertí ciertas conductas variables en las pérdidas y/o ganancias en sujetos que se dedican a la actividad financiera. En relación con las ganancias he notado que el cierre de una operación –con resultado positivo- pocas veces arroja, como consecuencia, la sensación de satisfacción por haber tomado una buena decisión. Más bien, en tales ocasiones, el inversor suele pensar que podría haber ganado aun un poco más si no vendía sus títulos y que recién en ese momento hubiera logrado estar satisfecho. Sean cuales fueren las ganancias, surge la dificultad de conquistar el sentimiento de satisfacción como resultado de las operaciones económicas. En este tipo de situaciones suele estar más presente la problemática de la tensión-alivio que la del placer-displacer. Mejor dicho, lo que queda alterado es el principio que rige la sexualidad. Como hemos dicho, el principio de placer-displacer pasa a incitar la vida pulsional según una inversión de su orientación: el displacer se convierte en la guía central para el incremento de la tensión careciendo de un criterio para alcanzar una descarga resolutoria.
Respecto de las pérdidas, efectivamente, suele persistir la expectativa de recuperar algo de lo perdido, aun cuando día a día la pérdida se incrementa. Creo que es preciso reconocer allí el valor de sentimientos de la gama de la humillación y la vergüenza (y también de inferioridad), como vivencia de un fracaso insoportable que impide admitir la pérdida. El mismo Shefrin cita a estrategas de Wall Street que hablan de recibir “lecciones de humildad” lo cual pondría de manifiesto para el autor “el exceso de confianza en sus predicciones” (op. cit., pág. 24). Entendemos que este “exceso de confianza” merece un estudio detallado que permita diferenciar tipos de confianza. En efecto, podemos distinguir al menos tres tipos de confianza: por un lado, la inherente al lenguaje fálico uretral y que se opone a la desconfianza con atracción hacia el objeto (propia del deseo ambicioso); por otro lado, tenemos la confianza propia del lenguaje sádico anal primario, opuesta a una desconfianza con certeza (que acompaña al deseo vindicatorio). Finalmente, hay un tipo de confianza que se presenta en sujetos que dependen de un farsante o de una ficción. Dicha confianza ha sido estudiada por Erikson (quien aludió a la confianza básica) y está relacionada con un momento muy temprano de la vida, un momento que combina algo del lenguaje intrasomático y el oral primario. Advertimos su eficacia en personas que no pueden creer en su percepción, ésta no resulta creíble, y establecen relaciones con sujetos respecto de los cuales tienen una enorme dependencia. Ellos creen y al mismo tiempo descreen, pero en el fondo siguen presos con lo cual en el fondo les creen. Por un lado, hay algo de las palabras que contradicen a los hechos y, por otro lado, una idea acerca de que si no aparece esa mentira viven en medio de una miseria que es entre afectiva y económica. Recuerdo a un financista que mantuvo una operación a pérdida durante muchos meses, período en el cual apenas procuraba informarse del curso de sus acciones. En esa época, cada vez que lo llamaba su agente, él decía que era una “pesadilla” (ver como iba, progresivamente, perdiendo varios millones de dólares). Sin embargo, desde el comienzo, cuando le preguntaba por qué no salía (tomando, en principio, una pequeña pérdida) decía que si no se ocupaba de esa inversión le quedaba un enorme vacío. Es decir, la “pesadilla” reunía, simultáneamente, una posición masoquista y un precario recurso para no quedar en un estado de miseria emocional.
Shefrin sostiene que muchos sujetos prefieren seguir arriesgando antes de aceptar una pérdida porque el inversor “detesta perder… la elección de lo incierto implica la esperanza de que no tenga que perder” (op. cit., pág. 30). Cita a Kahneman y Tversky quienes al estudiar la aversión a la pérdida concluyen que una pérdida “tiene aproximadamente dos y media veces el impacto de una ganancia de la misma magnitud” (op. cit., pág. 30). En suma, debemos conjeturar que la aversión a la pérdida es mayor que la aversión al riesgo o, más aun, que la tolerancia al riesgo queda gobernada por la desmentida y la ilusión de recuperar lo perdido[21]. El horizonte de incertidumbre –introducido con la admisión de un nuevo o mayor riesgo- resulta más propicio para la construcción de una ficción (ilusión). Asimismo, implica mantener la tensión voluptuosa como forma de oponerse a la resolución, vivida como pérdida del sentimiento de sí.
Otro punto consiste en examinar no sólo de qué se trata la información que los especuladores toman en cuenta, sino el modo en que la interpretan. Tengo la impresión de que en muchas ocasiones algunos individuos homologan “información sobre las probabilidades” con “posibilidad de predicción”. Incluso es interesante observar que aun cuando los inversionistas suelen aludir a la extrema “volatilidad de los mercados” (comparándola con una ruleta) no dejan, por ello, de intentar hacer pronósticos sobre los mismos.
Veamos el siguiente comentario de Gross (1982) en relación con las pérdidas: “Sin embargo, muchos clientes se niegan a vender algo si ello supone una pérdida. No quieren abandonar la esperanza de ganar dinero con una inversión específica, o tal vez desean salir a mano antes de retirarse. La enfermedad de querer «salir a mano» ha traído probablemente más destrucción en los portafolios de inversión que ninguna otra cosa… Los inversionistas que aceptan las pérdidas ya no pueden cuchichearle a sus seres queridos: «Cariño, es sólo una pérdida en papel. Espera un poco. Ya nos recuperaremos»” (pág. 150).
He citado este párrafo pues describe varios componentes del problema de la pérdida: la esperanza de ganar dinero más como un efecto de lo insoportable de la pérdida que como un cálculo acorde con las inversiones y, por otro lado, y curiosamente, el problema adicional de lo que significa para el perdedor informarle a su esposa de lo ocurrido. La imposibilidad de decir “es sólo una pérdida en papel” indica el fracaso de la desmentida[22].
Gross también alude al poder de ciertas palabras que puede utilizar un asesor, cuando en lugar de proponerle al inversor que acepte la pérdida, le dice que “transfiera sus activos”. Según Shefrin aquellas palabras inducen al cliente a pensar más en una reasignación de los activos que en el cierre de una cuenta con pérdidas. Posteriormente dirá: “…la gente prefiere los contextos que disimulan las pérdidas” (op. cit., pág. 41) (la negrita es nuestra). Ello implica considerar: a) el valor de la desmentida de ciertos juicios acerca de la realidad y b) un tipo de vínculo (de la índole de la inducción) entre el asesor y el inversor. Cabe agregar que dicha inducción parece estar orientada no sólo a la acción sino al pensar del inversor (podemos agregar que la inducción puede orientarse hacia el pensar, el sentir o el actuar del interlocutor).

Contagio y pánico
La asociación entre especulación y juego daría lugar a un estudio sobre los especuladores, por ejemplo, con el objeto de identificar rasgos similares y/o diferentes entre ellos, la presencia de conductas adictivas, etc. En cambio, una “psicología del mercado”, como lo han denominado algunos autores, propone examinar algún componente colectivo. En efecto, los términos “euforia” o “manía”, parecen aludir a fenómenos interindividuales, semejantes a los que Freud (1921) describió respecto de la psicología de las masas.
De hecho, autores provenientes de diversas disciplinas, han tomado aquel texto de Freud para explicar algunos de los fenómenos del mercado. Tal es el caso de Chancellor, citado previamente, cuando al hacer una historia de la especulación financiera recoge algunas descripciones sobre las masas (triunfalismo, irresponsabilidad, sugestión colectiva, etc.) y agrega: “la muchedumbre y el mercado de valores tienen otros rasgos en común. Ambas medran con la incertidumbre y el rumor” (2000, pág. 255)[23].
El término “pánico”, más allá de su uso en la psicopatología, suele ser usado también para describir el estado de los inversionistas cuando las bolsas se derrumban. Sin embargo, el problema del contagio se halla presente también durante el período de euforia (burbuja)[24].
Desde una perspectiva diversa, Dupuy (1998) también recoge el valor del texto de Freud. En este caso, su estudio no es tanto sobre los períodos económicos, sino sobre las teorías económicas (desde la filosofía política). Si bien Dupuy también examina los nexos entre mercado y muchedumbre[25], realiza un detenido análisis de las tradicionales liberales, según las cuales ambos universos (mercado y muchedumbre) se encontrarían en lados opuestos. El autor, que refuta esta tesis, sostiene que “todo sucede como si la tradición liberal pensara la sociedad mercantil próxima a su siempre posible descomposición en muchedumbre enloquecida” (op. cit., pág. 329). Esto es, más que suponer que se trata de dos alternativas diferentes y excluyentes, Dupuy considera que el mercado reprime las pasiones y, al mismo tiempo, está próximo a dejarlas escapar. A partir de los fenómenos de pánico, sostiene que la relación entre mercado y pánico es paradójica, ya que el primero contiene al segundo (contiene en el doble sentido de acotar e incluir), por lo cual una tendencia, si no natural por lo menos habitual, es que los mercados degeneren en pánico.
Revisemos, entonces, algunas de las hipótesis de Freud (op. cit.) acerca del contagio y del pánico. Freud encara tres interrogantes en su texto: qué es una masa, de dónde deriva su capacidad de influir tan decisivamente sobre la vida anímica del individuo y de qué se trata esta alteración anímica. No expondremos aquí toda la argumentación freudiana, sino que nos limitaremos a precisar, primero, el valor del contagio y, luego, el problema del pánico.
A partir de las hipótesis de Le Bon, Freud destaca: a) el carácter hipnótico del estado del individuo dentro de la masa y b) la relevancia del contagio y la sugestión. Sin embargo, sobre estos dos últimos, introduce una distinción. En efecto, mientras el contagio refiere al efecto de los miembros entre sí, la sugestión deriva de otra fuente (líder). Posteriormente, Freud señala: “La masa es extraordinariamente influible y crédula; es acrítica, lo improbable no existe para ella. Piensa por imágenes que se evocan asociativamente unas a otras… ninguna instancia racional mide su acuerdo con la realidad. Los sentimientos de la masa son siempre muy simples y exaltados. Por eso no conoce la duda ni la incerteza” (op. cit., pág. 74). Esta cita abre diversas líneas de reflexión e indagación, algunas de las cuales abordamos en este estudio: a) el carácter influenciable de la masa, en cuyo marco se incluyen el problema del contagio y de los rumores; b) la credulidad acrítica, que entendemos se enlaza con un tipo específico de confianza (O1) y, a su vez, con una defensa particular (desmentida); c) un tipo de pensamiento “por imágenes”, que Freud relaciona con los procesos oníricos y, agregamos, con una regresión desde la lógica de la analogía a la lógica de la simultaneidad[26]; d) la pérdida de eficacia de recursos acorde a fines inherentes al lenguaje A2 (enlaces causales, dudas, etc.). En cuanto al problema de la “credulidad”, Freud también dice que las masas no tienen “sed de la verdad”, sino que piden ilusiones. Sin embargo, aquellas ilusiones no consisten en meros deseos, sino en la superposición entre verdad e ilusión, lo cual en parte ya expusimos previamente (ver el apartado Fictio figurae veritatis)[27]. A su vez, tales ilusiones, al igual que los rumores, carecen de soporte en la realidad objetiva, aunque tal vez la diferencia es que las primeras tengan un contenido eufórico mientras los rumores suelen tener un carácter disfórico (Plut, 2009).
Respecto del contagio de sentimientos Freud sostiene que la percepción de un estado afectivo desarrollado en otro sujeto, abre la puerta automáticamente para provocar un estado similar en quien lo percibe, como una compulsión automática a ponerse en consonancia con los muchos[28]. Incluso, dice Freud, el mecanismo del incremento afectivo encuentra aun otra razón: seguir a la masa (“aullar con la manada”) genera una sensación de seguridad.
Los desarrollos de afecto son procesos de descarga (y no de investidura) por lo cual el domino que el yo ejerce sobre aquéllos es parcial, tal como ocurre cuando en un grupo se expande el pánico, la angustia, el pesimismo o la desconfianza. El proceso a través del cual ocurre el contagio afectivo consiste en asimilar un complejo perceptual a la representación del yo (la percepción del estado afectivo ajeno se liga con un recuerdo propio y esto genera en uno el desarrollo de dicho afecto). Cabe agregar que el contagio afectivo puede darse sobre la intensidad y/o sobre el contenido. Es decir, puede que en un grupo se desarrollen afectos diversos pero que en todos ocurra un proceso desbordante. Asimismo, también puede ocurrir que lo contagiado sea el componente genérico (tristeza, por ejemplo) o bien el componente específico (pesimismo, desesperanza, aburrimiento, etc.).
Para Maldavsky (1999) el contagio afectivo supone que en lo anímico pueden aparecer desbordes emocionales que se presentan como cuerpos extraños, como consecuencia de la imperfecta constitución de una coraza de protección antiestímulo. Tal contagio es el complemento de la captación de procesos mortíferos desarrollados en cuerpos ajenos al propio, con una homologación entre los órganos existentes en uno y otros.
En relación con el pánico, resultante de la descomposición de la masa, para Freud es un indicio de que la esencia de aquélla consiste en las ligazones libidinales. Dicho de otro modo, el pánico pone en evidencia que los lazos recíprocos han cesado. De todos modos, cabe preguntarse por la naturaleza de los vínculos configurados en el mercado (por ejemplo, en la Bolsa), qué tipo de identificaciones se juegan[29], cuál es la idea rectora (ideal) y en qué medida participan pulsiones de meta inhibida o no.
Maldavsky (1998a) ha estudiado el problema del pánico según diversas perspectivas. Por un lado, lo ha enlazado con las vivencias que se presentan cuando predomina el pensamiento apocalíptico; por otro lado, lo ha ligado con la teoría de las erogeneidades, en particular con la erogeneidad oral primaria. En efecto, en el masoquismo erógeno oral primario predominan estados afectivos de la gama del pánico, el terror, la envidia y el sentimiento de futilidad.
En el marco de sus investigaciones sobre el lenguaje O1, retoma algunas de las hipótesis de Freud (1921). Refiere que cuando muere el líder cunde el pánico y el conjunto se dispersa, con lo cual cada componente queda expuesto a la aniquilación por el enemigo. La masa aparece como un conjunto de elementos equivalentes, cuya diferencia es sólo posicional (por ejemplo, tal lugar en un batallón). Desde esta perspectiva, la masa resulta una expresión de ese conjunto de puntos ligados entre sí por un espíritu, por una esencia, por una idea. El pánico implica una agitación incontrolada, no acorde a fines, y evidencia la parálisis y la indefensión subyacentes, con una entrega a la aniquilación, como ocurre abiertamente en el estado de terror. Finalmente, sostiene que el pánico sustituye a la ilusión de omnipotencia precedente.
En un colectivo determinado, las ligazones (con el ideal y con los otros) podrán ser, por ejemplo, predominantemente de tipo A2, LI, O2, etc. En el caso de las masas artificiales estudiadas por Freud –ejército e iglesia- parecen tener relevancia los lenguajes A2 (ejército) y O2 (iglesia). Es decir, en un caso tiene importancia extrema el orden mientras que en el otro caso prevalece el ideal del amor. Claro que con ello estamos dando una visión simplificada y puramente teórica. Simplificada pues en el caso del ejército también cobra relieve el lenguaje A1 (en relación con las armas, el combate, etc.), en tanto en la iglesia también importan, por ejemplo, las jerarquías (A2). Asimismo, esta observación es teórica en el sentido de que si estudiásemos algún grupo específico (una parroquia, un regimiento) probablemente encontremos una mayor diversidad erógena. Llegados a este punto nos preguntamos: ¿Sea cuál fuere la índole de las ligazones, siempre darán lugar –cuando se pierden los nexos recíprocos y con el conductor- a la emergencia del pánico? ¿Si prevalecen dos lenguajes distintos –desde el punto de vista de la intersubjetividad- supondrá ello también angustias pánicas diversas? ¿O más bien debemos suponer que el pánico es una reacción específica a la descomposición de los lazos también determinados por una erogeneidad específica? En todo caso, el factor eficaz para el pánico ¿resulta de la sola desaparición del líder o ideal o, más bien, de los fundamentos erógenos (y defensivos) específicos con los que se configuró aquella instancia conductora?
Sin duda, no podremos dar respuesta a este conjunto de interrogantes, no obstante apuntaremos algunas consideraciones. En primer lugar, Freud cita a McDougall quien describe al pánico como una de las operaciones más acabadas de la group mind, con lo cual, sostiene el primero, se llega a una paradoja[30]: “esta alma se suprime a sí misma” (pág. 93). Si ello es así, pues, surgen dos preguntas: a) ¿qué características habrá de tener el alma de la masa para que pueda conducirse hacia su autofagocitación[31]?; b) por otro lado, ¿sería éste un desenlace contingente o más bien necesario?
En segundo lugar, el circuito pánico descripto por Freud posee varios pasos, a saber: desaparición de la ligazón de los miembros de la masa con su conductor – supresión de las ligazones entre los miembros – pánico – cese de los miramientos recíprocos. Ahora bien, un espacio como la Bolsa (y más globalmente el mercado) se compone de sujetos egoístas (tal como la misma teoría económica lo sostiene al decir que cada individuo procura la maximización de su propio beneficio), de modo que una de sus características sería, precisamente, la ausencia de miramientos recíprocos.
Si reunimos estas últimas consideraciones, entonces, podemos sostener, al menos provisoriamente, que: a) entre los agentes organizados por el ideal de la ganancia se da un tipo particular de ligazón carente de miramientos recíprocos; b) en tal sentido, la angustia pánica subyace (acecha) de modo permanente a aquella configuración colectiva; c) su desencadenamiento (del pánico) constituye un desenlace necesario. Dicho de otro modo, la actividad especulativa (financiera) no promueve una renuncia pulsional o una restricción del narcisismo, sino que se sostiene en rudimentarias identificaciones, las cuales, ante la caída del ideal, no pueden dar lugar más que a la emergencia de una angustia insoportable[32].


IV. Análisis del derrumbe financiero
Lo que sigue corresponde al análisis de una nota de periodismo[33] económico realizada durante el crack financiero de finales de 2008. Dicha nota lleva por título “Días de miedo, rumores y cábalas en la Bolsa porteña” e incluye una descripción de la situación financiera de esos días, referencias al funcionamiento bursátil y comentarios de un operador de la Bolsa.
En primer lugar, realizamos un análisis de las palabras y luego haremos el análisis de las secuencias narrativas.

Análisis de las redes de palabras
La grilla que sigue muestra los porcentajes correspondientes a cada uno de los lenguajes del erotismo:

LI: 31,21%
O1: 7,79%
O2: 4,94%
A1: 3,83%
A2: 20,36%
FU: 19,35%
FG: 12,48%

Por un lado, se destacan cuatro lenguajes, LI, A2, FU y FG, con una evidente prevalencia del primero de ellos. Por otro lado, conjeturamos que quizá convenga darle cabida también al lenguaje O1, que si bien se halla por debajo del 10%, muestra un valor (7,79%) mayor que lo que habitualmente encontramos.

El cuadro que sigue reúne algunas de las palabras correspondientes a los 4 lenguajes del erotismo mencionados.

LI: Acciones, ahorros, apuestan, balances, banca, banco, barato, bolsa, bonos, broker, bursátil, cajero, cansado, cardiólogo, caro, cheques, cobran, comercio, comprar, cosas, cotizan, crédito, cuesta, debitan, desembolsos, desploman, deuda, economía, empleadas, empresas, energético, financiero, fondos, fundirse, ganar, gasto, gritos, hambre, impuesto, inversores, lastimadas, liquidez, mano, más, menos, mercados, mermar, montos, negocio, nervios, números, oficina, operación, pago, pérdida, porcentaje, precio, quiebras, rentabilidad, respira, ruleta, sociedades, suman, tarifas, títulos, trabajo, valían.

O1: Análisis, clave, computadoras, creer, datos, electrónico, fotos, herramientas, imaginen, interpretar, intuiciones, mano, mouse, nadie, pantallas, saber, suponen, teclado, tecnología, teléfono, transparencia.

A2: Aferrados, ahorros, analíticos, anuncios, aplicados, aprender, aprobar, aseguradora, asociado, atender, aunque, autorizarla, banco, cábalas, cada, central, citada, claro, clásico, códigos, colegas, comercio, comisión, con todo, concentra, concentrado, concreta, condenarse, conoce, conservadores, contrario, conversó, conviene, creen, críticas, cuidado, datos, debe, decidiera, declarada, diferenciar, empresas, especializados, firmas, forzar, fundamentos, general, guardan, histórico, ideas, importarnos, índices, información, instaló, integrada, interpretaciones, intuiciones, lectura, leer, mantiene, mercado, mundo, nacional, ni, niveles, no, o, obligatorios, oficiales, origen, pantallas, percibir, permite, pero, por qué, porque, primero, principales, pública, qué, rasgos, razones, realidad, recuperaron, reemplazó, registraba, reglas, regulado, repasa, reservas, respondió, saber, si, sistema, sociedad, tampoco, tantos, técnicas, tienen, típica, trabajo, usan, verdadero.

FU: A través de, acaso, acompañó, acostumbrados, ahí, antes, anticiparse, arriesgados, aseguradora, buena, cabalero, casi, colocan, cómodo, compartió, confían, confundir, conseguir, contactos, cuándo, desde, después, detrás, donde, drama, en que, encierra, entrar, entre, esconder, evitó, exponen, fortuna, hacia, hasta, hoy, infierno, influyente, ingresar, intentar, intuiciones, lejos, luego, lugar, maleficios, manso, mañana, medio, menos, meterse, miedo, ocultan, optimistas, pareció, pasa, penetrar, pocos, posible, precie, presagios, puede, puertita, rumbo, rumores, rutina, salida, seguros, sigue, silenciosos, suerte, temblor, todavía, vaticinios, ventaja.

FG: Acceder, achicarán, alrededor, alterados, alzas, apertura, así, catastrófica, cauto, celebran, cerrado, chicos, cómo, conversó, corbatas, costado, dan, declarada, desayuno, drama, ejemplo, empieza, es más, esperar, euforia, exageración, fiestas, grandes, hasta, imaginen, importantes, incluso, inicia, jamás, joya, marca, más, media, mirar, muchos, muestran, muy, notables, olas, pequeños, personal, principal, quieren, recita, reúne, ritmo, románticos, sale, siempre, simplemente, sobre, sonar, subir, suman, también, tan, tantos, típica, todos, une, va a.

Análisis de los relatos
I. 1) Hace años que la puerta principal de la Bolsa fue declarada mufa; 2) Penetrar en ese armatoste de aletas giratorias es condenarse a una jornada de derrota; 3) Un operador que se precie de su buena fortuna sabe que jamás debe entrar por esa puerta sino por la del costado.
II. 1) La semana que pasó, la puertita del costado pareció olvidarse de sus técnicas contra maleficios; 2) Fue un infierno.
III. 1) El Merval es un mercado pequeño pero influyente; 2) Esta semana, entre nervios y rumores, cerró con una pérdida porcentual de caso 28 puntos; 3) Esto es preocupante para la economía real y un drama para los operadores bursátiles que acaban de perder millones de pesos.
IV. 1) Muchos creen que (la Bolsa) es un ruleta; 2) Pero la información es vital; 3) es más bien un juego de naipes.
V. 1) Uno se puede confundir y creer que esto es sencillo; 2) Si uno no se funde no sirve; 3) Fundirse es como hacer un master.
VI. 1) Hace 10 años T.[34] ingresó por contactos familiares; 2) Se fundió dos veces; 3) Hoy invierte 2 millones de pesos.
VII. 1) A Mc Donalds le cuesta conseguir crédito; 2) Es un momento histórico.
VIII. 1) Todas las mañanas, T. va a su oficina; 2) Ahí se detiene a leer la evolución de los mercados en el mundo; 3) El mundo está concentrado en un teclado, el Mouse y su teléfono.
IX. 1) Los operadores acostumbran a leer información aunque no todos confían en lo mismo; 2) Algunos se basan en evoluciones financieras, otros en balances y otros son más arriesgados; 3) Lo común a todos es el hambre por intentar interpretar (antes que nadie) lo que está pasando.
X. 1) Dejarse llevar por un rumor que no se concreta lleva a comprar acciones que seguirán bajando; 2) Hay algunos indicios obligatorios de atender (ventas de autos, niveles de deuda pública, tarifas de servicios públicos, etc.); 3) Para saber cuando comprar o vender (acciones, bonos) lo primero que hay que aprender es a diferenciar la información de los rumores.
XI. 1) Los operadores chicos y medianos cobran porcentaje por rentabilidad; 2) Los más importantes son entidades financieras que manejan sus propios fondos; 3) Todos apuestan a lo mismo: comprar barato y vender caro.
XII. 1) Cuando las acciones se desploman ganar se hace muy difícil; 2) Hay días en que sólo conviene mirar; 3) El martes, día negro, T. no hizo una sola operación.
XIII. 1) Hace 10 años se eliminó el sistema de compra y venta a viva voz; 2) Se lo reemplazó por un sistema electrónico al que se puede ingresar desde un cómodo bunker en Puerto Madero; 3) Los desembolsos se debitan como el pago de un impuesto por cajero; 3) A los peces gordos no se les conocen las caras, se ocultan.
XIV. 1) Ese cambio fue una apuesta a la transparencia; 2) Le quitó dramatismo al mercado; 3) El cardiólogo de la Bolsa vio mermar su trabajo.
XV. 1) En la Bolsa se guardan los balances de las empresas que cotizan y, también, se pueden percibir los climas del mercado; 2) La Bolsa sigue siendo un lugar al que conviene atender (más allá del sistema electrónico).
XVI. 1) Si las cosas van bien hay gritos, y hay insultos cuando algo sale al revés; 2) Esta semana hubo muchos insultos y rumores.
XVII. 1) La semana pasado el Gobierno anunció que iba a estatizar las AFJP; 2) El mercado reaccionó con una baja de la Bolsa de más del 17%.
XVIII. 1) El Merval es un mercado muy pequeño; 2) Eso expone a la Bolsa a que sus índices sean alterados por cualquier actor intencionado.
XIX. 1) El miércoles el Gobierno compró las acciones más lastimadas; 2) Así forzó su suba; 3) Evitó que la caída fuera tan brusca.
XX. 1) Para T. la Bolsa en anticipatoria; 2) A su alrededor una decena de colegas gritan eufóricos la suba de las acciones; 3) T. es cauto porque es de los que creen que lo peor todavía no se vio.
XXI. 1) El jueves fue manso; 2) Se difundió el rumor de la renuncia del Presidente del BCRA; 3) El viernes volvieron los peores vaticinios con un desplome de casi 8 puntos.


Erogeneidades, y lenguajes y defensas dominantes:
I.: LI, FU. Dominante: FU eufórico. Defensa: Represión exitosa
II.: LI, FU. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto fracasada
III.: LI, FU. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto fracasada
IV.: LI, O1, A2, FU. Dominante: FU eufórico. Defensa: Represión exitosa
V.: LI, O1, A2. Dominante: A2 eufórico. Defensa: Represión exitosa
VI.: LI, FU. Dominante: LI eufórico. Defensa: Acorde a fines exitosa
VII.: LI, A2. Dominante: A2 eufórico. Defensa: Represión exitosa
VIII.: LI, O1, FU. Dominante: O1 eufórico. Defensa: Acorde a fines exitosa
IX.: LI, A2, FU. Dominante: LI eufórico. Defensa: Desestimación del afecto exitosa
X.: LI, A2, FU. Dominante: A2 eufórico. Defensa: Acorde a fines exitosa
XI.: LI, FU. Dominante: LI eufórico. Defensa: Desestimación del afecto exitosa
XII.: LI, FU. Dominante: LI eufórico. Defensa: Desestimación del afecto mixta
XIII.: LI, O1, A1. Dominante: LI eufórico. Defensa: Desestimación del afecto mixta
XIV.: LI, A2. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto mixta
XV.: LI, A2. Dominante: LI eufórico. Defensa: Acorde a fines exitosa
XVI.: LI, A1, FU. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto fracasada
XVII.: LI, A2. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto fracasada
XVIII.: LI, A1. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto mixta
XIX.: LI, FU. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto mixta
XX.: LI, FU. Dominante: FU eufórico. Defensa: Represión mixta
XXI.: LI, A2, FU. Dominante: LI disfórico. Defensa: Desestimación del afecto fracasada


Discusión
En la grilla precedente observamos los siguientes resultados:
En un relato es dominante O1 con defensa acorde a fines exitosa;
En tres relatos es dominante A2, en dos de los cuales con represión exitosa y en uno la defensa es acorde a fines exitosa;
En tres relatos es dominante FU, dos con represión exitosa y uno con represión mixta;
En catorce relatos es dominante LI: en 5 con desestimación del afecto fracasada, en 5 la misma defensa pero en estado mixto, en dos con la misma defensa en estado exitoso y, por último, en dos relatos prevalece la defensa acorde a fines exitosa.

Si consideramos el repertorio general de lenguajes (no solo los dominantes) hallamos que cobran relevancia los lenguajes mencionados y, con un peso menor, el lenguaje A1.
En el contraste con el nivel de las redes de palabras, hallamos coincidencias en cuanto a los lenguajes LI, FU y A2. En este nivel (palabras) también tuvo su lugar el lenguaje FG, el cual no se advierte en el nivel de los relatos. A su vez, previamente conjeturamos que el lenguaje O1 tendría cierta importancia, lo cual se verifica en el análisis de los relatos (aparece en cuatro de ellos, en uno de los cuales es dominante).
Hasta aquí consideramos especialmente la perspectiva estadística, en tanto si procuramos definir la prevalencia lógica, entendemos que está dada por el lenguaje LI con un fuerte complemento del lenguaje FU.

En los párrafos precedentes hemos tomado el texto en su conjunto, de forma global, para detectar el repertorio de lenguajes y defensas (y su estado) en el nivel de los relatos y de los lenguajes en el nivel de las palabras. Sin embargo, para profundizar en el análisis de las secuencias narrativas es conveniente fragmentar el texto en unidades temáticas para poder extraer conclusiones más precisas.
En este sentido, hemos escogido una división en dos grandes grupos. Uno de ellos, comprende los relatos que aluden al funcionamiento de la Bolsa y a cómo piensan y toman decisiones los agentes. El segundo grupo reúne los relatos que remiten a la situación crítica actual.
Hemos seleccionado este criterio por dos razones: a) por un lado, la lectura de la nota periodística nos permitió identificar concepciones o pensamientos diversos cuando se alude al modo en que opera el sistema financiero y cuando se describen situaciones críticas; b) por otro lado, este modo de subdivisión y reagrupamiento resultaba consistente con nuestro propósito inicial, desarrollar una teoría sobre las burbujas financieras.

En el primer grupo (funcionamiento de la Bolsa y modo de pensar de los agentes) quedan incluidos los relatos: I, IV, V, VI, VIII, IX, X, XI, XIII, XIV, XV y XVIII. En tanto, el segundo grupo (situación crítica actual) reúne los siguientes relatos: II, III, VII, XII, XVI, XVII, XIX, XX y XXI.
Un primer contraste nos permite advertir que en el primer grupo prevalecen los estados exitosos de las defensas (9 de 12), mientras que en el segundo grupo resultan más frecuentes los estados fracasados (5 de 9). Asimismo, la defensa acorde a fines (que acompaña a los lenguajes LI, A2 y O1), solo se presenta en el primer grupo. Por último, en cuanto al lenguaje O1, éste tiene cabida (sea como dominante, sea como lenguaje subordinado) únicamente en el primer grupo.

Veamos, ahora, más en detalle la complejidad de cada uno de los grupos de secuencias narrativas.

Funcionamiento de la Bolsa y características del pensar y decidir de los agentes
En los relatos I y IV prevalece el lenguaje FU con represión exitosa.
En ambos relatos tiene importancia el problema del azar y, eventualmente, cómo se lo resuelve.
Por ejemplo, el relato I resalta el valor de las cábalas como estrategias para “penetrar” en la Bolsa, más específicamente referidas al lugar por dónde se ingresa (“el armatoste de puertas giratorias” versus la puerta del costado). Entrar por esta última constituye una tentativa de evitar una jornada de derrota.
Tales “puertas” se distinguen por dos características: una es más grande que la otra y, a su vez, aquella tiene puertas giratorias. La descripción de esta puerta sugiere, pues, una alusión a los estados de vértigo ligados con el dar vueltas.
El relato IV alude a las visiones o concepciones que la gente tiene de la Bolsa. En rigor, esta secuencia narrativa expresa dos concepciones y, al mismo tiempo, dos cuestionamientos.
Por un lado, mientras para algunos la Bolsa sería una “ruleta”, para otros (como el sujeto entrevistado) sería un “juego de naipes”. Por otro lado, esta distinción establece sendos cuestionamientos: el sujeto refuta que sea una ruleta y cuestiona a quienes creen que sí lo es.
La diferencia entre ambas formas de ver a la Bolsa derivaría del carácter vital de la “información”. Según la óptica del relator, la Bolsa como ruleta incluiría tres lenguajes (LI, FU y O1), en tanto se “creería” falsamente que la dinámica en juego sobre el dinero es puro azar. En cambio, la Bolsa como juego de naipes, también contiene dos de aquellos lenguajes (LI y FU), no obstante con el valor de la información (A2).
Por último, no puede menos que llamarnos la atención la similitud entre una “ruleta” y una puerta “giratoria”. Mientras esta última es “evitada” (y sustituida por otra puerta), la primera queda objetada en virtud de la información a la que hay que prestar atención.
El relato V presenta la articulación entre tres lenguajes: LI, O1 y A2.
Resulta notable que el aprendizaje (A2) derive de fundirse económicamente (LI). Ello nos lleva a realizar tres consideraciones: a) por un lado, que el aprendizaje no resulta tanto, o tan solo, de las teorías y/o de la información, sino de la práctica concreta; b) que esa práctica concreta no consiste en la pura “experiencia” sino en el hecho de haber atravesado un fracaso económico; c) que esa combinación (entre experiencia concreta y vivencia de fracaso económico) parecería no solo “enseñar” sino también sustraer al sujeto de un estado de confusión. Es decir, al “fundirse” el operador de Bolsa no solo aprende sino que dejaría de “confundirse y creer que esto es sencillo”.
Si comparamos este relato con el precedente, advertimos la insistencia en cuanto a creer lo que no es (“muchos creen que la Bolsa es una ruleta” y “uno se puede confundir y creer que esto es sencillo”). Jugando con las asociaciones fonológicas podríamos decir que, para el relator, hay que “fundirse para no confundirse”. En suma, por un lado, se advierte la tendencia quedar atrapados por un conjunto de creencias (O1); por otro lado, pareciera que el nexo con la realidad concreta (A2) se recupera a través de una derrota económica (LI).
La secuencia narrativa VI tiene la forma de una sintética historia de vida compuesta de tres momentos: cómo ingresó T. a la Bolsa (por contactos familiares), qué experiencias fueron significativas (se fundió dos veces) y qué hace hoy (invierte dos millones de pesos). Al menos en parte, este relato sigue la línea argumental del relato previo, en cuanto podemos suponer que como se fundió dos veces, aprendió y hoy invierte aquellos dos millones de pesos. Claro que al desconocer otros detalles de su trayectoria, no sabemos si tal es el enlace (se fundió –aprendió- hoy invierte) o bien es que invierte solo esa suma porque el resto lo perdió al fundirse.
En relatos posteriores, veremos que la posición del relator, por momentos, es la de un sujeto prudente, cauteloso (FU). Esta modalidad de “acercamiento”, podría guardar alguna relación con aquel aprendizaje derivado de las ocasiones en que se fundió. Asimismo, la secuencia narrativa se inicia con una referencia a su “ingreso” en la Bolsa (“por contactos familiares”), lo cual sugiere también un avance de tipo FU. Como si el avance de T. se desarrollara a través de caminos “conocidos” o bien, como si cada espacio en el que ingresara fuera “nuevo” y “familiar” simultáneamente. Como modo de “ingreso”, esta anécdota se contrapone con el relato I, cuando aludía a la puerta armatoste de aletas giratorias o, en todo caso, el ingreso por contactos familiares quizá sea un equivalente de ingresar a la Bolsa por la puerta del costado.
El acercamiento e ingreso a la Bolsa a través de “contactos familiares”, como escena, se enlaza con la “rutina” (FU) que se describe en el relato siguiente de este grupo (VIII), cuando dice que todas las mañanas T. va a su oficina. De todos modos, esta secuencia combina otros lenguajes en cuanto a los tipos de espacialidad y temporalidad. En efecto, “ir todas las mañanas a su oficina” posee un valor FU como rutina (tanto temporal como espacial), a lo cual se suma otra temporalidad inherente al lenguaje LI, la “evolución de los mercados”. A su vez, importan los instrumentos utilizados para ver esa realidad LI, instrumentos ligados con la erogeneidad O1 (teclado, mouse, teléfono). Nótese que los tres elementos mencionados por T. comprenden particularmente la motricidad de los dedos.
En el relato IX T. describe algunos elementos comunes y otros diferenciales entre los operadores de Bolsa. El primer elemento común, es la “costumbre” (todos acostumbran a leer información), en tanto que una diferencia es la información en la cual confían. A su vez, otra distinción es entre aquellos que confían en algún tipo de información y los que son más “arriesgados”. Todo ello configura una escena que, inicialmente, podemos interpretar como FU con elementos diversos (acostumbrar, confiar y arriesgar). Sin embargo, otro elemento que unifica a los agentes –y que es dominante en el relato- ya correspondería al lenguaje LI, “el hambre por interpretar lo que esta pasando antes que nadie”, hambre que puede ser entendido como “urgencia”.
Es decir, por un lado, una escena se compone de elementos A2, FU y LI: se trataría de un conjunto de personas que, a través de diversas fuentes de información, procuran comprender una realidad determinada y compiten en ese marco. Hasta allí, la realidad es LI, en tanto en los agentes tendrían eficacia los restantes dos lenguajes. Pero, por otro lado, el desenlace LI (urgencia) ya muestra que este lenguaje se aplica también a los operadores.
En todo caso, ¿qué efectos tienen el “hambre” y la “urgencia” (interpretar antes que nadie) en la elección de información, en la decisión respecto de cuál tomar como confiable y en la interpretación? ¿Qué características deberá tener la información para que pueda apaciguar el hambre? Por el momento, conjeturamos que la “unificación” (FU) por la costumbre, deja espacio para aspectos diferenciales, mientras que la “unificación” (LI) parece resultar más avasallante de las diferencias.
La secuencia narrativa X introduce el problema de los rumores (FU) y la necesidad de aprender a diferenciarlos de la información. Comencemos, entonces, con algunos interrogantes: ¿Cómo diferenciar la información de los rumores? ¿Cómo sustraerse de la fuerza de estos últimos, ya sea por el efecto que suelen tener como por la urgencia interpretativa descripta en el relato precedente? ¿Cuál es el tipo de información que circula a través de los rumores?
Tomemos el primer sector de este relato: dejarse llevar por un rumor que no se concreta lleva a comprar acciones que seguirán bajando. En rigor, cuando uno se entera que no se concretó, ya no sería, un rumor. Es decir, el rumor es rumor en tanto aun no se ha verificado su grado de realidad. Asimismo, cuando se descubre que el rumor no se concretó, ya es tarde.
De manera que si bien habrá diferencias entre “información” y “rumor”, pareciera que no siempre son fácilmente distinguibles, sobre todo, si la distinción debe realizarse “antes” de comprar o vender. Por otro lado, los rumores (aun falsos) también mueven el mercado, alteran las variables. Por último, insistimos, cuando el rumor pasó (sea que se concretó o que se verificó su falsedad), lo que uno sabe como información ya carece de utilidad. Esto último presenta una similitud con el relato en que refiere que un fracaso económico daría lugar a un aprendizaje. Es decir, la información válida (A2) parece ser la consecuencia de una vivencia disfórica LI.
Como hemos consignado, en el contexto de la Bolsa, no se trata simplemente de diferenciar dichos y hechos, sino que también intervienen la urgencia y el afán especulativo. En este sentido, si bien en parte se trataría de un conflicto entre dos lenguajes (FU y A2) en términos de la distinción entre rumores e información, también importará en qué medida cada uno de estos lenguajes se alía con O1 (creer en los rumores y/o creer en la información) y con LI (urgencia de ganancias rápidas).
El relato XI vuelve a presentar –como en el IX- aspectos comunes y diferenciales entre los operadores. Los rasgos diferenciales derivan del origen de los fondos (propios o ajenos), en tanto todos se homologan en su propósito: todos apuestan a lo mismo, comprar barato y vender caro.
Por un lado, la idea de la “apuesta” retoma la cuestión del azar (FU), ya que aun contando con cierta información, el futuro sigue resultando un terreno de incertidumbre.
A su vez, el problema no consiste solo en que es difícil saber si una acción subirá de precio en un futuro, sino que se complica por otras razones. Una de ellas, es la urgencia referida más arriba, esto es, cuánto tiempo puede esperar un operador para vender o conservar inmovilizado un título. Otra razón es cómo decidir que una acción es “barata”. Cabe agregar que en economía financiera hay numerosas controversias en cuanto a si las acciones tienen o no un valor intrínseco y si, al mismo tiempo, el mercado tiene o no mecanismos de autorregulación de su propio equilibrio.
Sin embargo, más allá de estas controversias, resulta casi evidente la determinación de otros factores (rumores, deseos especulativos, urgencias, creencias, etc.). Por ejemplo, ¿Cuándo decidir que una acción se ha depreciado? ¿Si ha bajado su valor, no conviene seguir esperando a que baje? O bien a la inversa: tomemos el caso de un operador que compró una opción que supone de bajo precio. ¿Cuánto deberá subir para considerar que conviene venderla? Es frecuente que los inversionistas o bien demoren indefinidamente la venta de un título, o bien, si lo hacen, tengan la vivencia de haber vendido prematuramente. Al respecto, podemos hacer un comentario que se aleja del análisis de este relato, pero que cierta casuística ha verificado. El deseo de “ganar más” conduce en numerosas ocasiones a las siguientes situaciones. O bien retener una acción (porque si la vendo hoy “perderé” lo que ganaría si la vendo mañana), o bien venderla con la consiguiente sensación displacentera de pérdida (vivencia que ocurre aun habiendo obtenido ganancias). Estas alternativas ponen en evidencia una problemática consistente en la dificultad de conquistar una vivencia de placer en el contexto de la actividad especulativa. Dicho de otro modo, aun con ocasiones de “euforia”, en este terreno suelen prevalecer los estados disfóricos.
En el relato XIII, como en el VIII, se advierte la mediación tecnológica (O1) entre los sujetos y la realidad económica (LI). Por otro lado, los grandes inversores, los poderosos a los que no se les conoce ni las caras, son denominados “peces gordos”. En rigor, este relato nos suscita más interrogantes que respuestas. Por un lado, parece tener relevancia el anonimato, lo cual podría estar enlazado con una tentativa de ocultamiento, pero también con una particularidad de los vínculos (impersonales) que se establecen en la Bolsa. Por otro lado, la expresión referida (“peces gordos”) sugiere otros aspectos: un problema ligado con la desconfianza, otro ligado con el exceso de peso y, por último, una alusión a un mundo particular (el agua) como hábitat específico de tales seres (quizá también, ello incluya alguna cuestión ligada con la respiración). Todo esto, como dijimos más arriba, constituyen más interrogantes que conclusiones, pero recordemos que en economía suele utilizarse el término “oxígeno”.
Veamos la secuencia narrativa XIV. En el texto original, en el mismo párrafo, son dos las ocasiones en que el relator refiere que el cardiólogo de la Bolsa vio mermar su trabajo. Dicha merma sería la consecuencia de haber introducido el sistema de pantallas electrónicas (para darle mayor transparencia) lo cual habría restado “dramatismo” al mercado. No sabemos si el relato sobre el cardiólogo es una ironía, una metáfora o un dato objetivo. No obstante, resulta notable que el modo de graficar las consecuencias positivas de un cambio en el funcionamiento consista es una escena disfórica LI. Quizá esto confluya con nuestra apreciación previa, acerca de que por “mucho” o por “poco”, la resultante siempre es el displacer.
Por otra parte, el pasaje del “dramatismo” a las “pantallas electrónicas” indica un pasaje desde los estados desbordantes (LI) a la desconexión en un mundo impersonal (O1).
En relación con el “cardiólogo”, subrayamos que una baja de tensión (menor dramatismo) se traduce en otra baja de tensión (menos trabajo para el cardiólogo). Es decir, la figura empleada para ilustrar la situación expresa estados más ligados con la astenia que con la tranquilidad. Probablemente, ello ponga de manifiesto una contradicción orgánica. Ya hemos dicho que este tipo de contradicción se presenta bajo la forma de dos alternativas posibles: cuanto mayor tensión sensual, mayor esfuerzo por aumentarla, o bien cuanto más astenia libidinal, más persistente la tendencia al drenaje energético. Recordemos que las dos formas de resolución de las contradicciones consisten en el cuestionamiento y/o la fuga, ambas impedidas cuando el entrampamiento resulta eficaz. En el caso de las contradicciones orgánicas el cuestionamiento queda impedido por la intrusión de un goce devastador y la fuga por la invasión desenfrenada por la apatía.
En el relato XV, T. refiere dos razones por las cuales, a pesar del sistema electrónico, es conveniente ir a la Bolsa: por un lado, por la información que hay allí (por ejemplo, balances) y, por otro lado, para “percibir los climas del mercado”. De alguna manera, T. está diciendo que el acercamiento O1 (a través de las pantallas) no resulta suficiente, sino que es preciso tomar contacto directo con la realidad inmediata. Lo que no podemos definir, una vez que no se interponen los artefactos electrónicos, es qué tipo de contacto se desarrolla con la realidad de la Bolsa. Es decir, si bien la información a la que puede accederse combina A2 y LI, los “climas del mercado” corresponden a estados desmesurados (LI).
La secuencia narrativa XVIII es la última de este grupo. Allí T. afirma que el Merval es un mercado muy pequeño, lo cual expone a que los índices de la Bolsa sean alterados por actores intencionados. En el relato III, incluido en el segundo grupo de relatos y que luego analizamos, T. aludió a que el Merval es un mercado pequeño pero “influyente”. Como se ve, se trata de un mercado influyente e influido, evidenciando una vez más la eficacia de factores diversos a la razón puramente económica. En todo caso, podemos cerrar el análisis de este primer grupo diciendo que la Bolsa tiene razones que la razón no comprende.

Situación crítica actual
En el relato II se informa que la semana que pasó fue un infierno, ya que se desplomaron los mercados. Asimismo, pone de manifiesto el fracaso de la cábala analizada en el relato I del grupo anterior. Es decir, el relato sobre el crack financiero se expresa en dos lenguajes del erotismo, LI y FU, ambos con sus defensas fracasadas. En cuanto al lenguaje FU, del cual deriva la cábala como tentativa de dominar el azar y los riesgos del futuro, no sabemos con qué grado de convicción y generalización está presente entre los agentes de la Bolsa. De modo que no podemos definir si le corresponde también algún valor O1. No obstante, el fracaso de FU, como estrategia evitativa, da lugar a inferir un clima de pesimismo.
El relato III reúne los mismos dos lenguajes del erotismo (FU y LI). El primero de ellos, se advierte en el carácter “influyente” del Merval y en el peso de los rumores. El segundo, se expresa en los nervios, las pérdidas porcentuales y millonarias de los operadores bursátiles. Tal como expusimos con anterioridad, es evidente la complejidad de los factores intervinientes en la movilidad de los mercados, ya que en gran medida las variaciones son determinadas por los rumores. A su vez, a diferencia de lo que fuimos observando en el análisis de los relatos del grupo previo, en las secuencias sobre el crack tienen preeminencia los estados disfóricos, expresados como climas emocionales: “nervios”, “preocupante”, “rumores”, “infierno”.
El relato VII, curiosamente, presenta una versión eufórica ante una situación deficitaria. Concretamente, T. afirma que a una famosa empresa le cuesta conseguir crédito lo cual es visto como “un momento histórico”. Esto es, aquello que desde el punto de vista económico tiene un carácter crítico, queda revestido de los atributos de un acontecimiento memorable.
En el relato V (analizado en el primer grupo) señalamos el efecto que parecería tener una quiebra económica: aprender, no creer que es sencillo y salir de un estado de confusión. Es decir, conjeturamos un estado anímico (desconexión o confusión) a partir del cual solo fundiéndose uno recupera el nexo con los hechos concretos. Ambos relatos (VII y V) comparten dos lenguajes, A2 y LI, la prevalencia (A2), el carácter eufórico de la defensa de este último lenguaje y disfórico respecto del lenguaje LI. Si uno se funde, para el relator, hace un master, aprende, y si una gran empresa no consigue crédito, eso dejaría una huella mnémica, un recuerdo.
En el relato XII se describe una situación específica (cuando las acciones se desploman ganar dinero es muy difícil), una suerte de consejo (hay días en los que solo conviene mirar) y qué ocurrió con T. el día martes (no hizo una sola operación). Por un lado, entonces, se alude a la debacle financiera (LI) y, por otro lado, se advierte el carácter cauteloso de T., su prudencia (FU).
Si bien no estamos analizando los actos del habla, podemos consignar que todo el relato está inscripto en una tendencia a la localización temporal, correspondiente también, al lenguaje FU (“cuando”, “hay días”, “el martes”). Presumiblemente, si avanzáramos en este nivel de análisis, podríamos conjeturar un esfuerzo por salir de un estado de desorientación. Dos cosas no quedan explicitadas en el fragmento analizado, lo cual impide captar otros detalles: en qué estado se encuentra el operador bursátil cuando solo “mira” y si ese martes, T. no solo no hizo ninguna operación, sino si además perdió por el día negro.
El siguiente relato de este grupo, XVI, refiere al tipo de proferencias según vayan las “cosas”: gritos si van bien, insultos cuando salen al revés. En cuanto a los rumores, ya hemos mencionado, corresponden al lenguaje FU. Los insultos suelen tener un valor A1, por el tipo de palabras utilizadas y, sobre todo, por su valor pragmático. De todos modos, parecen tener otro valor adicional, LI, pues también tienen una función catártica, de descarga. En este sentido, tanto los “gritos” (cuando las cosas andan bien) como los insultos (cuando las cosas van mal) expresan el mismo lenguaje del erotismo (LI) y la misma defensa (desestimación del afecto). La diferencia, pues, parece ser el estado de esta última (exitoso en el grito y fracasado en los insultos, al menos en le nivel de los relatos). Dicho de otro modo, el clima de la Bolsa contiene mucho de la desmesura, es decir, se trata de un ámbito en el cual las expresiones ligadas con los estados afectivos quedan sustituidas por las manifestaciones catárticas (sean eufóricas o disfóricas).
El relato XVII menciona una decisión del Gobierno (estatizar las AFJP) y la consecuente reacción del mercado (una baja de la Bolsa de más del 17%). A su vez, el relato XIX alude a otra decisión del Gobierno, que compró las acciones más lastimadas, con lo cual forzó su suba y evitó que la caída fuera tan brusca. En ambos casos se evidencia el papel del Gobierno como un actor sustantivo en la volatilidad de los mercados. La primera decisión del Gobierno parece encuadrarse más dentro de un propósito político que económico (si bien se acusó al Gobierno de querer quedarse con los fondos jubilatorios por una necesidad de tener “caja”). Desde esa perspectiva, advertimos cómo una decisión política produce efectos en el mercado. En cambio, la segunda decisión gubernamental, que también puede verse, lógicamente, desde una perspectiva política, tiene un sesgo más claramente económico. En este último caso, pues, el Gobierno parece operar como un agente más dentro del sistema financiero.
El conjunto de los dos relatos mostraría que una decisión política (que consignamos A2 pero que, quizá, corresponda también A1) tiene un efecto negativo en el mercado (LI), luego de lo cual el Gobierno sale a comprar las acciones más “lastimadas” (LI) con el objeto de evitar (FU) una caída tan brusca (LI).
Entre estos dos relatos, XVII y XIX, se interpone uno de los relatos analizados previamente (XVIII), relato en el cual se aludía a que los índices de la Bolsa pueden ser alterados por “cualquier actor intencionado”. Probablemente, entonces, este actor intencionado sea una alusión al Gobierno.
En el relato XX, T. afirma que la Bolsa es anticipatoria. Al mismo tiempo, mientras sus colegas gritan eufóricos la suba de las acciones, él es “cauto” porque cree que lo peor aun no se vio. También dice (en el texto original) para explicar el carácter anticipatorio de la Bolsa, que si ésta sube o baja es “por algo”. En cuanto al carácter anticipatorio de la Bolsa, nos preguntamos qué es lo que anticipa. Si tal como dice T., si la Bolsa sube o baja “es por algo”, en qué medida lo “anticipado” es algo que va a ocurrir o es algo que ya ocurrió. Ello nos recuerda algo que plantea Shefrin (op. cit.) cuando cuestiona el uso del “sentimiento” como parámetro para los pronósticos en tanto, el sentimiento alcista no indica nada en absoluto acerca del desempeño futuro del mercado. Con ironía señala: “A estas alturas el lector tal vez dude de la existencia de una relación válida entre el sentimiento y el mercado. Bueno, la relación efectivamente existe. Las actitudes alcistas aumentan después de que el mercado sube; las actitudes bajistas aumentan después de que el mercado baja… El índice del sentimiento pronostica muy bien el pasado. Sólo tiene dificultades para pronosticar el futuro” (2002, pág. 88). Luego recurre a una metáfora según la cual, el índice del sentimiento alcista se parece más un espejo retrovisor que a un parabrisas.
Nuevamente hallamos la combinación entre los lenguajes LI y FU, este último expresado tanto en el valor anticipatorio de la Bolsa, cuanto en la cautela del relator. Hemos visto en el análisis de los relatos I y IV esta misma composición, cuando el lenguaje FU aparecía ligado con las cábalas, el azar y la incertidumbre. En este sentido, las cábalas también tendrían un valor anticipatorio, claro que falso, según hemos observado.
Si prestamos atención a los múltiples factores que tienen alguna posible incidencia, los tiempos y las urgencias y, sobre todo, al relato de los hechos concretos, resulta complejo definir el carácter anticipatorio de la Bolsa. Por ejemplo, si el Gobierno decidiera –dice en el texto del diario- autorizar las tarifas de alguna empresa de servicios públicos (luz, gas), las acciones de esa empresa subirían de inmediato. O bien, las explicaciones acerca de la reacción del mercado al anuncio de la estatización de las AFJP, fueron muchas y variadas. A todo ello, como hemos visto, hay que incluir los “actores intencionados”, etc.
En síntesis, podemos hacer dos comentarios: a) por un lado, si T. dice que la Bolsa es anticipatoria, quizá eso indique que lo que suceda en la Bolsa “pronostique” algún movimiento en la denominada “economía real”, pero lo que está en discusión es cuánto puede ser anticipada la volatilidad de la Bolsa; b) por otro lado, leyendo los ejemplos y la descripción del los sucesos, hemos encontrado que la “anticipación” se presenta de tres modos: como cábalas, como rumores o como cautela.
Finalmente, en el relato XXI ocurrió un nuevo “desplome”. Luego de un jueves “manso” (FU), se produce un “rumor” (FU) y el viernes otra caída más, ahora de ocho puntos. Aquel rumor se refería a la renuncia del Presidente del BCRA (Banco Central de la República Argentina).
Para finalizar, antes de pasar a las conclusiones, queremos decir que nos queda la sensación de que el análisis de este segundo sector (relatos referidos a la situación crítica actual) resultó más empobrecido que el precedente. Si bien no podemos excluir razones propias para no lograr un estudio muy sofisticado, nos parece que la indigencia referida constituye una expresión misma de la situación analizada. En efecto, la realidad económicamente crítica, plasmada en relatos en los que proliferan las cifras, los porcentajes de caída y los gritos, configuran un escenario que revela la pérdida progresiva de la dimensión simbólica. Dicha pérdida simbólica, reflejo de un proceso de descomplejización (probablemente transitoria), se advierte también en otros indicadores. Si comparamos los lenguajes y defensas de cada uno de los dos grupos, encontramos: a) en el primer grupo cada relato combina un promedio de tres erogeneidades, mientras que en los del segundo grupo el promedio es de dos lenguajes por secuencia narrativa, b) las defensas del primer grupo registran una variedad mucho mayor que las defensas del segundo grupo; c) asimismo, entre las defensas del segundo grupo, no solo es muy restringida su diversidad sino que, además, prevalece la desestimación del afecto (de las 9 secuencias narrativas, en 7 es dominante aquella defensa, y de estas 7, en 5 su estado es fracasado y en dos es mixto).


Conclusiones
A partir del análisis realizado es momento de sintetizar algunos de los resultados obtenidos, examinarlos a la luz de las hipótesis teóricas y derivar, quizá, nuevos interrogantes.
Que las burbujas, como hemos dicho, sean advertidas sólo retrospectivamente ha conducido a una de las críticas que se le formulan a los economistas. En efecto, habitualmente se los describe como buenos historiadores en tanto saben explicar muy bien qué es lo que ocurrió pero fallan en sus pronósticos. Es aquí, precisamente, cuando se trata de la realidad económica presente y futura, que tiene su lugar la llamada “psicología del mercado”. Dicho de otro modo, el análisis sobre procesos económicos ocurridos, parece combinar los lenguajes LI y A2, en términos de reflexiones acorde a fines sobre una problemática específica. En cambio, cuando la realidad económica es la del presente y el futuro, intervienen otros componentes que evidencian algunos otros lenguajes del erotismo, pero sobre todo otros tipos de destinos, otros tipos de procesamiento (desmentidas, evitaciones, desestimación del afecto, etc.). Es desde esta perspectiva, pues, que encaramos nuestro estudio tanto sobre el momento alcista cuanto sobre el momento en que se desploman los mercados.
La primera conclusión evidente es que la psicología del mercado se compone de los rumores, las intenciones ocultas, las urgencias, los climas en los que prevalecen gritos e insultos y las creencias[35]. Sin embargo, que todo ello suponga una “psicología del mercado” (o una particular psicología de las masas) significa que aun cuando los rumores y/o las creencias no se sostengan sobre una base objetiva, no por ello dejan de “influir” en la evolución de los mercados. El afamado G. Soros (The alchemy of finance. Reading the mind of the market, 1987) ha dicho que “aunque la alquimia ha fracasado como ciencia natural, las ciencias sociales pueden tener éxito como alquimia”.
El agente de Bolsa entrevistado en la nota que analizamos, T., decía que la Bolsa no es una ruleta sino un juego de naipes. Para el relator, la diferencia estaría dada por el carácter vital de la información. Efectivamente, en la ruleta no habría ningún tipo de información objetiva previa que permita predecir el número en que caerá la bola. En cuanto al juego de naipes, si bien durante su desarrollo cada participante va viendo algunas de las cartas (información), es dudoso (o cuanto menos relativo) el valor de ese “conocimiento”. En primer lugar, esta diferencia con la ruleta no obsta que ambos sean juegos de azar; por otro lado, en el juego de naipes, cuando cada uno ya sabe cuál es la carta del otro, muchas veces ya es tarde; por último, en los juegos de cartas (a diferencia de la ruleta), tienen mayor cabida las trampas, las mentiras y las inducciones recíprocas.
Durante el período alcista hemos identificado una combinación entre tres lenguajes del erotismo, FU, O1 y LI, en estado eufórico. Los dos primeros (FU y O1) se expresan como cábalas y creencias (con represión y desmentida exitosas respectivamente) al servicio de LI (ideal de ganancia). Este último se caracteriza por la búsqueda de un alto nivel de rentabilidad en el corto plazo, donde el dinero es, simultáneamente, medio y fin (es decir, prescinde de la actividad productiva, o del enlace con otras metas).
Ello incluye una concepción temporal específica, ya que la burbuja es percibida como un signo de prosperidad que perdurará. Además, supone una ilusión de alcanzar un goce eterno, un enriquecimiento interminable que promete la conquista de una cualidad. Dicha temporalidad, a su vez, se caracteriza por la urgencia, por la aceleración.
Según una descripción que hemos citado de Chancellor, durante la fase alcista prevalecen el frenesí y las expectativas poco realistas, un optimismo infundado, mientras que la fase bajista se caracteriza por el letargo y el pesimismo. En la primera fase, entonces, parecen reunirse los lenguajes FU (como ambición, cábalas, incertidumbre, rutina, etc.), LI (afán de ganancia) y O1 (ligado con el tipo de confianza y convicción, las pantallas electrónicas y, probablemente, con algún rasgo similar a los estados hipnóticos). En cambio, cuando las bolsas se derrumban, aquellos lenguajes pueden persistir pero ya en su versión disfórica, por ejemplo, como infierno (FU) y grandes pérdidas (LI), con lo cual se pone en jaque todo el sistema precedente.
Precisamente, los términos letargo y pesimismo dan cuenta de la relevancia y el fracaso de las defensas inherentes a los lenguajes LI y FU.
En el lenguaje LI cobran relieve las escenas correspondientes a la exacción económica o a la intrusión orgánica. Es que efectivamente las expresiones verbales ligadas con las alteraciones somáticas no son meramente una metáfora, sino que los procesos económicos (como los aquí estudiados) constituyen una franca expresión de las vicisitudes orgánicas. O, lo que es lo mismo, la dinámica de la economía financiera se rige por la misma lógica que los procesos intrasomáticos[36]. Cuando se trata de la especulación, a diferencia, quizá, de lo que ocurre con otras alternativas económicas, la dinámica financiera: a) no se enlaza con otras metas e ideales; b) queda regulada por la pulsión de muerte, por lo cual queda cuestionada y afectada la denominada autoconservación, que opera según el principio de la constancia. Es por ello que, al principio de este trabajo, sostuvimos la pertinencia de plantear una teoría hemorrágica de la economía financiera. En esta visión de la especulación se destacan la prevalencia de los desenlaces ligados con la inermidad (económica) y con la entrega creciente a un vaciamiento de la economía (pulsional). En este marco encuentran su lugar nuestras hipótesis sobre el número (como expresión de magnitudes o cantidades carentes de cualidad) y sobre el pasaje del ritmo a la aceleración. Dicho de otro modo, todo aumento hipertrófico de la tensión conduce, invariablemente, a la desmesura de su descarga.
Por otro lado, hemos señalado lo difícil que resulta advertir la burbuja durante el período en que ésta es eficaz. Conjeturamos que dicha captación y, por lo tanto, la posibilidad de frenar su avance, quedan interferidas por: a) un conjunto de creencias que, aunque carentes de fundamento objetivo, son fuertemente sostenidas a partir de mecanismos de la gama de la desmentida de la realidad; b) la imposibilidad de cuestionarla (a la burbuja) dado el creciente goce que promete; c) la imposibilidad de salir (fugarse) por la amenaza de un vacío insoportable.
T. refirió que es imprescindible diferenciar los rumores (FU) de la información (A2). Como síntesis de lo que hemos expresado, afirmamos que aquella pugna, finalmente, se resuelve bajo el imperio de otros lenguajes, O1 –como creencias- y LI, como urgencias. Podemos retomar el relato en el cual se alude al “hambre por interpretar, antes que nadie, lo que está pasando”. En efecto, pese a que los operadores recurren a cierta información, el hambre y la urgencia determinan la interpretación de la información. Es decir, el lenguaje A2 queda reemplazado por una convicción (O1) en la urgencia (LI) por hallar el alimento que colme el hambre. Claro que, finalmente, se revela que aquel alimento era falso (burbuja) lo cual deja a los especuladores en estado anémico, de inanición. Recordemos también que el agente entrevistado en la nota, comentó sobre el sistema de pantallas electrónicas que, presuntamente, la daría mayor “transparencia” al sistema. Desde el punto de vista de las palabras, el término “transparencia” corresponde al lenguaje O1. En este sentido, fue ese sistema, esa transparencia, lo que dio lugar a que a los “peces gordos” no se les conozca ni las caras. Es decir, la transparencia referida se trata de una vía a través de la cual se excluye de la percepción un fragmento de la realidad. Una vez más, un componente O1 genera un estado de vacío (como lo que dijimos de la convicción que no sacia el hambre). Es en esta misma línea que subrayamos la referencia a los “peces gordos”, como aquellos que evidencian el anonimato, los vínculos distantes (o intermediados sólo por números en pantallas), y también como aquellos en quienes queda exacerbado el problema del hambre (resuelto por la desmesura) y la vivencia de estar en un mundo sin oxígeno.
Veamos ahora el problema del contagio. Ya hemos formulado algunas precisiones teóricas y también aludimos a la “psicología del mercado”, a la importancia de los climas, los rumores, la inducción, etc. Es decir, hemos descripto la relevancia de los estados afectivos, en particular de los disfóricos, y cómo estos se transmiten y captan recíprocamente. En suma, pensamos que el contagio afectivo, cuando operan los afectos displacenteros intensos, promueve un arrasamiento de la coraza de protección antiestímulo y supone una captación de procesos mortíferos en cuerpos ajenos con una homologación entre los órganos de unos y otros.
Quizá podamos enlazar este problema con los estados de vértigo. Al respecto, recordemos que las referencias al armatoste de puertas giratorias y las ruletas nos sugirieron pensar en dichos estados. El tipo de vínculos que, entendemos, se desarrollan en la Bolsa, se caracterizan por la desconexión o, como dijimos previamente, vínculos en los que sólo se desarrollan identificaciones rudimentarias. Sin embargo, aquella desconexión se refiere a la captación de cualidades sensoriales, no obstante el otro rasgo de estos vínculos es el apego, consistente en convivir en un mundo de frecuencias, cantidades, gritos, etc. Cuando falta el afecto (la cualidad) la realidad sensorial queda organizada como un mundo de frecuencias, alteradas por golpes y el vértigo. Cuando los afectos retornan, al fracasar la defensa, son de tipo automático (como en el caso del pánico), y no constituyen por lo tanto amagos. El desprendimiento libidinal adquiere un carácter desmesurado, sobre todo por la imposibilidad de liga de la pulsión de muerte recurriendo a algún desempeño destructivo. A su vez, la configuración témporo-espacial se caracteriza por un pasaje de la monotonía al golpe (lumínico, sonoro, olfatorio, táctil) o a la invasión vertiginosa de estímulos cuya velocidad resulta imposible de soportar por el sistema neuronal. La distancia interpersonal es mínima: cada uno aspira a instalarse bajo la piel del prójimo.
En este marco podemos comprender también los estados de pánico, lo cuales tienen importancia tanto en las escenas correspondientes al lenguaje LI, como las inherentes al lenguaje O1.
En efecto, cuando el sujeto se supone despojado de una convicción (O1) el mundo se torna incomprensible y ello despierta estados de terror y pánico y, en el caso del derrumbe financiero, ello se combina con el pánico resultante de la vivencia de una brusca pérdida económica, una desmedida caída de la energía.
Hemos destacado en diversos momentos del análisis de los relatos y también al comienzo de estas conclusiones, la combinación entre los lenguajes LI y A2. Más específicamente, aludimos al nexo entre una vivencia disfórica LI transformada en un desenlace eufórico A2 (por ejemplo, que si uno no se funde no sirve, o que si uno quiebra es como hacer un master, etc.). Asimismo, mencionamos la crítica a los economistas cuando se elogian los análisis que hacen sobre el pasado pero sus aciertos no son tales cuando pretenden anunciar lo que sucederá. Quizá convenga, entonces, ampliar algo más estas consideraciones.
El panorama descripto recoge las contribuciones que el psicoanálisis hace a los estudios históricos. En efecto, parte de nuestras reflexiones pueden organizarse como una secuencia temporal compuesta de tres períodos: 1) período alcista (burbuja); 2) derrumbe (pánico) y 3) retrospectivo (cuando se analizan las crisis retroactivamente). Este último, a su vez, puede subdividirse. Es decir, nos parece que es diferenciable la recuperación del pensar del tipo que plantea T. (el operador de Bolsa) del análisis que realizan economistas e historiadores cuando examinan algún período económico. Dicho de otro modo, por un lado hay una secuencia de tres pasos en cada ciclo de euforia-disforia (desde el momento de la burbuja hasta el momento en que uno advierte qué es lo que ocurrió) y, por otro lado, encontramos los análisis que historiadores y economistas hacen de cada ciclo económico.
En el primer caso, por ejemplo, mencionamos un momento inicial en el cual prevalecen los lenguajes FU, O1 y LI; luego, le sigue un momento en que se da el fracaso de tales lenguajes, para finalmente recuperar –presuntamente- la capacidad de pensar. Como ya dijimos previamente, a partir de los dichos de T., fundirse es como hacer un master. Al respecto afirmamos que la experiencia concreta no solo permite hacer un aprendizaje sino que se trata de una experiencia disfórica que “enseña” y sustrae al sujeto de un posible estado de confusión.
Con ello queremos decir que no nos parece que ese momento final sea, específicamente, expresión de un aprendizaje acorde a fines y ello por tres razones: en primer lugar, pues, habitualmente, el ciclo vuelve a repetirse; en segundo lugar porque no parece ocurrir sencillamente una sustitución de la confusión (O1) por un aprendizaje (A2), sino que también tiene cabida una vivencia disfórica O1[37]; por último, porque más allá de las ideas que manifiesta T., hemos identificado que en el momento del derrumbe se expresa también una pérdida de la dimensión simbólica.
Volvamos entonces al problema de la historia considerada desde la perspectiva de la subjetividad. Al respecto, nos interesa destacar dos aspectos.
Por un lado, podemos plantear una distinción entre los enfoques históricos y los psicoanalíticos. Los primeros (al igual que ciertas investigaciones sociológicas o antropológicas) suelen centrarse en las contextualizaciones témporo-espaciales a partir de lo cual realizan conjeturas sobre los hechos acontecidos en la realidad histórica[38]. En cambio, la propuesta freudiana encara los problemas desde otra perspectiva. Partimos de considerar que la vida pulsional y la estructura neuronal se han mantenido invariables, el núcleo del yo, que debe procesar las exigencias del ello, posee una estructura similar y afronta los mismos problemas centrales (las propias disposiciones autodestructivas, las exigencias del ideal, etc.) (Maldavsky, 1998b). Es decir, el enfoque de la subjetividad no pierde de vista la unidad estructural del conflicto y la vida pasional, a lo cual cada época le aporta más un revestimiento cambiante que una modificación de fondo. El centro de este problema se plantea en términos de la relación entre acontecimiento y estructura, entendiendo que privilegiamos la importancia de una estructura que se mantiene, pese a la diversidad de circunstancias en el presente. No vamos a profundizar en este punto, pero cabe agregar que las modificaciones en la estructura no se dan tan fácilmente a partir de cada acontecimiento. Desde la economía, por ejemplo, Kindleberger (2000) ha sido uno de los autores que sostuvo que, más allá de las diferencias entre cada período de manía especulativa, éstas tienen una evolución similar, según sus palabras, “cambian los detalles, no la estructura” (pág. 24).
El segundo aspecto que queremos destacar ya no concierne a las diferencias entre los dos tipos de enfoque (psicoanalítico e histórico) sino, más bien, al aporte que el primero hace al segundo en virtud de la complejización de la noción de temporalidad.
Concretamente, la investigación sistemática en psicoanálisis permite identificar cuanto menos tres tipos de temporalidad (además de la lineal). Por un lado, ciertos sucesos son anticipatorios; por otro lado, está el concepto de retroacción; finalmente, el concepto de repetición. De este modo, podemos saber que el momento de la “burbuja” anticipa su desenlace posterior (derrumbe económico); por otro lado, la retroacción correspondería al momento en que ciertas vivencias del presente permiten resignificar sucesos previos (como cuando hoy se analizan las causas del derrumbe). Finalmente, el concepto de repetición enfatiza cómo retornan y se reiteran ciertas historias (por ejemplo, la historia económica encuentra una y otra vez sucesos del tipo de los aquí analizados). Otros ejemplos de repetición suelen ser las ceremonias o los carnavales. Como ya hemos señalado, los carnavales se han asociado a las euforias especulativas, y, como dice Freud, ambos serían excesos permitidos por la ley. Sin embargo, que el carnaval sea admitido supone que se le da cierta cabida pero, al mismo tiempo, queda acotado a unos pocos días, mientras que este último límite, en el caso de las euforias especulativas, solo aparece determinado por la agonía del sistema.
Somos concientes de algunas de las limitaciones que presenta este estudio así como de algunos de los aspectos que podrán ser objetables. Efectivamente, entre los aspectos que revelan la insuficiencia del análisis realizado podemos destacar: a) que hemos tomado un único texto que, además, es breve, b) asimismo, es insoslayable considerar que el material estudiado está mediado por la visión del periodista que escribe la nota[39]. Al menos parcialmente, hemos procurado reducir estas limitaciones al tomar en cuenta otros estudios que enfocaron situaciones similares. A su vez, otra forma de dimensionar nuestras conclusiones es considerar que tienen un valor provisorio, a la espera de otras investigaciones que permitan rectificarlas o complejizarlas.


Bibliografía
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[1] Doctor en Psicología. Profesor de la Maestría en Problemas y Patologías del Desvalimiento y del Doctorado en Psicología (IAEPCIS-UCES). Miembro del Comité Editor de la Revista Subjetividad y procesos cognitivos. E-mail: stplut@ciudad.com.ar.
[2] A la inversa, también se han aplicado modelos económicos con el propósito de comprender la conducta humana, por ejemplo, la articulación problemática entre los intereses individuales y las acciones colectivas.
[3] La referencia a los mares es una alusión a uno de los recordados casos de euforia especulativa, cuando una compañía inglesa –Mar del Sur- infló desmesuradamente el valor de sus acciones.
[4] En línea con la metáfora de la burbuja es común escuchar expresiones del tipo “inflar las acciones”, etc.
[5] La riqueza de las naciones (1776).
[6] The general theory of employment, interest and money (1936).
[7] Algo similar planteó J. Buchan: “El alcista procura condensar el futuro en pocos días, prescindir de la larga marcha de la historia y capturar el valor presente de todo el futuro” (Frozen Desire, 1997, pág. 110).
[8] El autor cita a J. Grant (Minding Mr. Market, 1993) quien afirmó que “en los mercados alcistas no hay clara demarcación entre el progreso y la fantasía” (op. cit., pág. 30).
[9] Kahneman –psicólogo que recibió el Premio Nóbel de Economía y precursor de la Behavioral Economics- sostiene que si bien los modelos psicológicos no tienen la elegancia de los modelos económicos ello equivale a decir que estos últimos son psicológicamente irreales. Viene a nuestra memoria una frase de Charcot que Freud citó en reiteradas ocasiones: “La théorie, est bon, mais ça n'empêche pas d'exister” (“La teoría es buena, pero eso no impide que las cosas sean como son”).
[10] En un artículo ya clásico, Abraham (1917) destacó que la comprensión psicoanalítica se había centrado en el carácter retentivo del dinero (tendencia a ahorrar). El, por su parte, distinguió entre ahorrar y gastar e, incluso, procuró hallar una explicación diferencial, no obstante mantuvo la significación erógena anal. Uno de los aspectos que nos resulta interesante de su texto es la idea del gasto de dinero como solución precaria contra componentes depresivos, solución que, por otra parte, constituye un modo de engañarse a sí mismo.
[11] De hecho, en los relatos de episodios financieros suele aludirse a las “euforias especulativas”.
[12] Arnsperger (2008) se pregunta si los actos que realizamos en nombre de la racionalidad económica no constituyen formas de ocultar nuestras angustias ante nuestras finitudes existenciales. Posteriormente, agrega: “no es que porque existan reglas sociales y mecanismos de represión de las pulsiones que la angustia deja de actuar desde abajo: todas las reglas sociales, todos los mecanismos de represión de las pulsiones no recubren la angustia de la misma manera, y ningún mecanismo las neutraliza para siempre” (pág. 19).
[13] Estas y otras tantas anécdotas se encuentran en la historia de la especulación financiera que escribió E. Chancellor (2000).
[14] Algo de esto queda reflejado en la expresión time is money.
[15] Como cuando un sujeto dice sentirse “un cero a la izquierda”.
[16] Exponer en detalle la teoría del ideal del yo excede el marco de este trabajo, por lo cual remito al lector a la bibliografía correspondiente (Freud, 1921; Maldavsky, 1991). Igualmente, a modo de síntesis, puedo indicar que el ideal del yo es una de las tres funciones de la instancia anímica denominada superyó (junto con la conciencia moral y la autoobservación). También cabe consignar que los ideales resultan del procesamiento de la erogeneidad o, dicho de otro modo, la formación del ideal deriva de la transformación de la voluptuosidad en una meta diversa de la consumación directa pero no ajena a ella.
[17] Correspondientes a las erogeneidades intrasomática, oral primaria, oral secundaria, sádico anal primaria, sádico anal secundaria, fálico uretral y fálico genital, respectivamente. Por razones de espacio, no me detendré en el examen de las formas del ideal.
[18] A pesar de su sesgo antisemita y de los prejuicios ligados con la inmigración, puede verse la novela La Bolsa (Julián Martel, 1891) en la cual se describen los tipos de vínculos, la ostentación y euforia durante el período alcista y las vicisitudes ocurridas cuando todo se derrumba.
[19] Maldavsky (1996) se pregunta si, desde esta perspectiva, los yuppies podrían tener vínculos amistosos como los que se dan en los clubes sociales.
[20] Con un poco de humor, podemos sustituir la denominación Wall Street, por la de Wall Stress.
[21] Si tomamos la perspectiva de los mecanismos de defensa, quizá podamos intuir que las diferencias no son tan consistentes (entre aversión a la pérdida y al riesgo y lo que ocurre con las ganancias). Los estudios citados sostienen que antes las ganancias los inversores se retiran antes de lo que se retiran frente a una pérdida (situación en la cual disminuye la aversión al riesgo). Sin embargo, en ambos casos las decisiones quedan orientadas según el propósito de mantener un estado de euforia (sea porque se ha ganado, sea porque “aun” no se ha perdido). Dicho de otro modo, la mayor tolerancia al riesgo no sería otra cosa que el esfuerzo por sostener el éxito de un mecanismo de defensa (de la gama de la desmentida).
[22] Esta cita muestra la importancia de la combinatoria de tres lenguajes, intrasomático, oral primario y oral secundario, así como el valor de las vivencias disfóricas.
[23] También cita a Macaulay (History of England) quien destacó que el clima de la especulación se caracteriza por la impaciencia y cómo ésta se difunde por la sociedad.
[24] Uno de los curiosos datos aportados por Chancellor refiere a uno de los orígenes de la especulación: “La especulación nació entre las muchedumbres y el ajetreo de las ferias y carnavales renacentistas, y aunque en el siglo XVII el carnaval estaba en decadencia y las bolsas habían reemplazado a las ferias, el espíritu carnavalesco permaneció en los mercados” (2000, págs. 45-6). El autor agrega que la expresión “carnaval de especulación” se aplicó al mercado neoyorquino del oro de 1860 y al mercado alcista de Wall Street de los años ’20. Por su parte, Freud sostiene que la institución de las fiestas “no son otra cosa que excesos permitidos por la ley y deben a esta liberación su carácter placentero. Los saturnales de los romanos y el carnaval de nuestros días coinciden en este rasgo esencial con las fiestas de los primitivos, que suelen terminar en desenfrenos de toda clase, transgrediendo los mandatos en cualquier otro momento sagrados” (1921, pág. 124). Desde el punto de vista pulsional, en todo caso, podemos decir que el desenfreno o bien queda acotado por la autoconservación, o bien transgrede a esta última hasta conducir al sistema a un vaciamiento absoluto. Respecto de los problemas que plantea la interminable tentativa de lucro véase también Le Goff (1987).
[25] Cuando Dupuy alude a la muchedumbre no se refiere a las “masas artificiales” estudias por Freud, sino a las masas desorganizadas.
[26] La analogía se contrapone a la identidad y a la diversidad totales. Freud aludió a esto cuando en el Proyecto habló del complejo del prójimo o del semejante, el cual es discernible cuando el yo no lo compara consigo mismo. El otro, entonces, posee aspectos idénticos al yo (sus predicados, que son variables) y un núcleo (los rasgos duraderos) irreductible al núcleo del yo. La simultaneidad, en cambio, implica que el otro queda ubicado o bien como doble del yo o bien como algo inasimilable, irreductible, que por lo tanto sólo puede ser expulsado y aniquilado, ya que de lo contrario es el yo el que sufre como destino la destrucción. El surgimiento de la analogía en lugar de la simultaneidad y la identidad permite dar cabida psíquica a lo diverso del yo sin que ello implique la aniquilación para uno u otro de los componentes del vínculo.
[27] En varias ocasiones Freud utiliza el término “sed”, el cual nos resulta significativo. Como palabra, corresponde al lenguaje O1 y pone de manifiesto la significatividad del tragar y de los líquidos. Asimismo, también expresa una tensión de necesidad que, cuando no alcanza una resolución, conduce al pasaje a la alteración interna inherente al lenguaje LI.
[28] La fuerza de esta compulsión es tanto más fuerte cuanto más son las personas en quienes se observa simultáneamente idéntico afecto.
[29] Esta perspectiva, quizá, permita indagar cuál es el papel que el Estado, como conductor, debe tener en relación con el mercado. Recordemos que parte de la discusiones en economía política se centran en la subordinación del mercado al Estado como regulador, o bien si el mercado se autorregula de modo autónomo. El estudio que ya citamos de Dupuy (1998) coloca esta discusión en el problema de la envidia y el sacrificio tal como se infieren en las teorías económicas liberales. Siguiendo también a Freud (1921) podríamos investigar de qué modo cada ideal (ganancia o justicia, por ejemplo) enfrenta y resuelve el problema de la envidia.
[30] Hemos visto más arriba que Dupuy advierte una paradoja similar. Arnsperger, por su parte, sostiene que “el capitalismo alimenta, de manera mecánica, las mismas angustias que le dan fuerza” (2008, pág. 24).
[31] La autofagocitación supone que un sector de un organismo toma como objeto a otro sector del propio cuerpo para procesar una exigencia pulsional y conduce a consumir el reservorio de energía disponible y deja al sistema en su conjunto sin posibilidad de desarrollar acciones específicas. En consecuencia, lo anímico también queda inerme frente a las exigencias mundanas.
[32] Freud compara este tipo de configuraciones con el vínculo hipnótico, al cual denomina “masa de a dos” (op. cit., pág. 108). En ésta, el sujeto sólo mantiene un vínculo con personajes colocados en las posiciones de modelo, doble y/o ayudante, sin que haya lugar para los objetos y rivales.
[33] El artículo fue extraído del Diario Clarín del 26 de octubre de 2008.
[34] T. es el modo en que denominaremos al agente de Bolsa entrevistado.
[35] Si bien la palabra especulación tiene diversos usos (filosofía, economía), en cada caso conserva parte de su sentido original: reflexionar o teorizar sin una base fáctica firme (Chancellor, 2000).
[36] Una nota del Diario Clarín del 12/12/08 informa de una conferencia en la cual Paolo Rocca (de la empresa Techint) sostuvo que la “economía mundial sufrió un paro cardíaco”. De modo similar, resulta frecuente en estos días escuchar hablar de “deudas tóxicas”.
[37] Entendemos que pensar ese momento solo desde la perspectiva de una vivencia eufórica A2 acorde a fines, sería como la lucidez de quien saca conclusiones, como dice el saber popular, “con el diario del lunes”.
[38] En parte Freud también siguió esta orientación en su estudio sobre Moisés.
[39] De hecho, si nuestro objetivo fuera estudiar al “periodismo económico”, probablemente no hubiésemos dado prevalencia a los lenguajes LI y O1, sino al lenguaje FU. Ello se advierte, por ejemplo, en el título (que es uno de los sectores relevantes de una nota), el cual alude a los miedos, los rumores y cábalas. A su vez, también es posible que si aquél hubiera sido nuestro propósito, habría sido necesario estudiar los actos del habla.

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