Sebastián Plut
Introducción
“Hombre soy; nada de lo humano me es ajeno”, sentenció Terencio en una de sus comedias[1]. Saltamos en el tiempo y encontramos las reflexiones de W. Dilthey (1833-1911) para quien la psicología constituía el fundamento de las ciencias del espíritu. En efecto, el autor sostenía la interconexión entre las vivencias individuales, sociales e históricas.
Este modo de introducir el presente texto es una forma de plantear mi objetivo y el enfoque global: examinar un conjunto de problemas psicosociales desde la perspectiva de la subjetividad. Esto es, considero que el psicoanálisis, además de una teoría sobre el psiquismo, la psicopatología y la clínica, constituye una ontología general y hace de base para el desarrollo de las ciencias que toman como fundamento los procesos subjetivos[2].
En lo que sigue, pues, expondré algunas reflexiones e hipótesis de cuño freudiano que nos permiten abordar y comprender el mundo del trabajo, de la política y la economía. Cada uno de estos apartados, pues, reúne una serie de reflexiones que constituyen especulaciones teóricas y proposiciones resultantes de la experiencia. En el primero (“La pulsión laboral”) presentaré los conceptos que permiten pensar la significación del trabajo desde el psicoanálisis, las relaciones entre el amor y el trabajo así como las problemáticas ligadas con el no-trabajo y el desempleo. En el segundo apartado (“Proyecto de psicología para políticos”), expondré algunos aspectos generales para un enfoque psicoanalítico de la política y, especialmente, me centraré en el problema del duelo, del discurso político y de los rumores. Por último, en el tercer apartado (“El homo semánticos”), haré una revisión crítica de las nociones económicas de racionalidad y egoísmo, luego sintetizaré los aportes del psicoanálisis a la economía y me detendré en los problemas ligados con la inflación y la especulación.
Si bien estos subcapítulos podrían constituir sectores autónomos, independiente uno de otro, se reúnen bajo la perspectiva mencionada, a saber, identificar el valor de una ciencia de la subjetividad como contribución a la comprensión de los fenómenos intersubjetivos, institucionales y comunitarios.
Tal vez requiera un comentario adicional el título del presente artículo, Ciudadanos y pulsiones. Como se advierte quedan así reunidos dos términos muy diferentes. El primero de ellos, remite a una categorización conceptual de las ciencias sociales. El segundo, en cambio, constituye un concepto básico de la teoría freudiana. En suma, ambas nociones difieren tanto en cuanto a su disciplina de procedencia, cuanto a su estatus epistemológico. Pues bien, la elección del título, entonces, es una forma de expresar el objeto de este artículo: exponer un conjunto de reflexiones e investigaciones sobre el sujeto y la comunidad realizadas desde la perspectiva psicoanalítica.
La pulsión laboral
“Después de todo, ya sabes que una de mis facetas
consiste en ser incapaz de trabajar si no me siento alentado
por alguna esperanza que considere importante”
(Freud, Cartas de amor, 19/06/1884).
Sobre la significación del trabajo
Para Freud el trabajo posee una importante función tanto en la economía libidinal del sujeto como en el desarrollo de la cultura. Respecto de los primero, son conocidas sus referencias a la salud y las metas del tratamiento analítico (1904, 1916). Recordemos que Freud también planteó la aversión que muchos seres humanos sienten frente al trabajo (1930). En relación con el trabajo y la cultura, Freud alude al apremio de la vida, al motivo económico de la sociedad, a la compulsión al trabajo y la renuncia pulsional (1916, 1927, 1930). También dice que el trabajo es una técnica de conducción de la vida que liga firmemente al individuo a la realidad, en especial a la comunidad humana. La actividad laboral (que incluye tanto la tarea realizada como los vínculos que en ella se establecen) es para Freud un escenario donde desplegar componentes eróticos, narcisistas y agresivos. En síntesis, pensar la actividad laboral desde el punto de vista psicoanalítico supone considerar el valor del trabajo en la economía psíquica, la importancia de la actividad transformadora de la realidad y su función en las relaciones intersubjetivas[3].
La siguiente lista expone de un modo sintetizado algunos de los problemas relativos a la vida laboral que pueden ser estudiados desde el psicoanálisis:
· Iniciación en la vida laboral: estudios sobre orientación vocacional, problemáticas adolescentes, salida exogámica, desasimiento de la autoridad de los padres, iniciadores, etc.
· Disposición a trabajar: Freud refiere que “el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad, por los seres humanos. Uno no se esfuerza hacia él como hacia otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos solo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales” (1930, pág. 80, n. 6).
· Consecuencias de condiciones laborales críticas (desempleo, subempleo, trabajo precario, etc.): aquí hallamos diferentes manifestaciones psicopatológicas posibles, tales como depresiones, adicciones, afecciones psicosomáticas, etc.
· Significatividad anímica del trabajo: estudios sobre el modo en que cada sujeto dota de un sentido específico a su vida laboral. También advertimos la falta de significatividad cuando la cultura de la especulación trasunta como ideal de la ganancia restándole valor y sentido al esfuerzo productivo anímico y comunitario.
· Sufrimiento organizacional: el funcionamiento organizacional en ocasiones no promueve de un modo franco el desarrollo psicopatológico, no obstante sí produce diversas formas de sufrimiento y/o malestar. Aquí hallamos los estudios sobre stress, burn out, mobbing, etc.
· Falta de soporte de los imperativos culturales: si tal como dice Freud la cultura descansa sobre la compulsión al trabajo, los imperativos del superyó comunitario pierden su sostén al no contar con un número suficiente de buenas ocupaciones[4].
Al examinar la oposición entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura, Freud (1930) distingue una triple fuente de sufrimientos: a) el cuerpo propio; b) el hiperpoder de la naturaleza; c) los vínculos con los otros[5]. En ese y otro texto (Freud, 1931), plantea de forma sintética un modo de categorizar los estilos individuales: a) narcisista; b) de acción; c) erótico; según predomine la libido narcisista, la pulsión de dominio o la pulsión sexual. La satisfacción en el trabajo, entonces, podrá derivar del reconocimiento que se obtiene, del producto o resultado alcanzado o bien del placer por la cooperación.
El concepto de pulsión laboral nos permite precisar la constitución anímica de la significatividad del trabajo. Desde la perspectiva del concepto genérico de pulsión, recordemos que para Freud se trata de una exigencia de trabajo para lo psíquico. Este trabajo consiste en que el yo establezca enlaces entre la pulsión y el mundo simbólico, enlace que conjuga tipos específicos de goce, desempeños motrices y percepción. De manera que sin nos preguntamos qué es trabajo desde el punto de vista psíquico, la respuesta inicial aparece con la definición de pulsión. Asimismo, Freud también caracteriza a la pulsión como motor del desarrollo. En cuanto al atributo específico (“laboral”), se trata de la conjugación de mociones libidinales, egoístas y agresivas que se plasman en la actividad productiva. En rigor, considero la pulsión laboral como un derivado de otra pulsión compuesta, la pulsión social (Freud, 1921), en tanto se despliega en el mundo del trabajo.
La noción de pulsión social resulta de gran valor para pensar problemas clínicos (sobre todo aquellos referidos a la intersubjetividad) así como las vicisitudes institucionales. En diversos textos Freud (1911, 1921) se ha ocupado de la pulsión social para referirse a una inclinación descomponible en elementos egoístas (autoconservación), eróticos (libido homosexual) y agresivos. La actividad laboral sostenida en la pulsión social, entonces, es un método apto para orientar la hostilidad en el sentido de lo útil. Agreguemos que la composición erógena de cada quien (y la desplegada en los vínculos con los otros) conduce a dotar de una significatividad específica al mundo laboral.
En síntesis, para Freud el trabajo cumple las siguientes funciones intrapsíquicas e intersubjetivas:
· Permite procesar ciertas exigencias pulsionales: hostilidad fraterna, libido homosexual, libido narcisista, pulsión de apoderamiento o dominio.
· Constituye un escenario en que pueden desplegarse sentimientos de injusticia, celos, envidia, furia (por acatar una realidad contrapuesta al principio de placer).
· Cuestiona los vínculos adhesivos (que se acompañan de una falta de investidura de atención dirigida hacia el mundo).
· Permite desarrollar sentimientos de pertenencia, proyectos ambiciosos y las capacidades creativas.
· Es una forma de afirmarse en los vínculos exogámicos, buscar reconocimiento social y lograr una autonomía orgullosa respecto de la autoridad de los progenitores.
Amar y trabajar
Las problemáticas del amor han sido extensamente estudiadas por el psicoanálisis: ya sea su función en la constitución del psiquismo, los vínculos de pareja y familia, la relación entre paciente y analista o el lugar que los lazos amorosos tienen en la conformación de la masa. Conceptos como pulsión sexual, ligazones de sentimiento, narcisismo, ambivalencia, amor de transferencia, identificación, elección de objeto, pulsiones de meta inhibida, etc., constituyen algunos de los fundamentos teóricos para pensar el amor. Asimismo, Freud ha deslindado dos terrenos sobre los que recae el fin práctico de un análisis: el amor y el trabajo[6]. De hecho, así como contamos con una profusa bibliografía sobre el amor, también hallamos en Freud y en autores posteriores desarrollos en torno de la metapsicología de la vida laboral. Más aun, algunos estudios han puesto de manifiesto los conflictos derivados de la presencia de una cierta lógica laboral en el ámbito familiar (Abraham, 1918; Liberman et al., 1986) y, a la inversa, los problemas que se suscitan cuando el terreno laboral pretende ser organizado según la lógica del amor (Dejours, 2006)[7]. Me refiero a esas situaciones en las que se entroniza el ideal del amor y, con ello, este excede sus propios terrenos, se torna hegemónico y se transforma en un imperativo sacrificial[8].
Se ha prestado atención a la relación entre trabajo y familia, sobre todo en torno de las ocasiones en que el primero (trabajo) interfiere en la vida familiar[9]. Sin embargo conviene procurar una mirada más compleja sobre este punto. Es decir, no sólo pensar en términos de áreas de la vida en disputa (por mayor o menor presencia de una sobre otra) sino también en función de las características subjetivas que imposibilitan una integración armoniosa. Algunos autores han observado que para algunos individuos una actividad laboral exigente puede ser una excusa socialmente aceptada para encubrir o disimular deficiencias en el terreno del compromiso emocional (Matrajt, 1994)[10]. Finalmente, los estudios sobre las neurosis de los domingos describieron sujetos cuyos padecimientos se agudizan durante el tiempo libre (Abraham, 1918; Ferenczi, 1918)[11]. Abraham, por ejemplo, decía que para ciertos pacientes el trabajo es como la morfina para el adicto, hipótesis que actualmente se correlaciona con la noción de adicción al trabajo. Desde esta perspectiva el tiempo libre tendría un efecto similar al síndrome de abstinencia. En suma, subrayamos no tanto el modo en que las exigencias de un ámbito (familia, trabajo) interfieren en el otro, sino la eficacia de ciertas modalidades subjetivas (defensivas) y de una particular economía psíquica.
Otro aspecto que podemos considerar resulta de la hipótesis de Freud sobre las posiciones psíquicas, es decir, los diferentes lugares que el yo puede ocupar y, a su vez, en los que puede colocar a los otros. En efecto, Freud (1921) afirmó que el otro puede quedar colocado en el lugar de objeto, ayudante, rival, modelo y/o doble. En virtud de ello para comprender los fenómenos de burn out, por ejemplo, además de lo relativo a los ideales excesivos (como combinatoria entre ambición e irrealidad), podemos agregar la tendencia a colocarse en la posición de ayudante. Esto es, constituirse en instrumentos para que otro (la organización, un jefe, etc.) alcance sus metas. Claro que esto podrá ser considerado tanto desde la perspectiva intrapsíquica cuanto intersubjetiva. Dicho de otro modo, un sujeto podrá por sí mismo tender a colocarse en el lugar de un ayudante, pero también podrá ocurrir que otro sujeto promueva ese posicionamiento en su semejante.
A los conceptos expuestos podemos agregar otros en función de la comprensión psicoanalítica del burn out. En primer lugar, al advertir que el síndrome de burn out se traduce como “estar quemado’ y que, entre otros aspectos, suele destacarse el peso de ciertas ambiciones desmedidas, intuyo que es adecuado proponer una revisión del mito de Prometeo analizado por Freud (1931). En diversos pasajes de su obra, Freud ha puesto en relación el erotismo uretral, el fuego y la ambición (1931, 1933a)[12]. La interpretación de Freud pone el acento en la renuncia pulsional como condición de las conquistas culturales, en este caso, la renuncia al placer homosexual de extinguir el fuego para entregarlo como conquista a la humanidad. Así, considero que podemos entender el burn out como una versión exacerbada (por hipertrofia de la defensa) de la gesta prometeica. Freud describe la saga en términos de una “hazaña”, un sacrilegio o fraude contra los dioses y, a la vez, como un sacrificio del propio Prometeo (“Prometeo engaña a Zeus en beneficio de los hombres en la institución del sacrificio”, 1931, pág. 174). Posteriormente, Freud interpreta la devoración del hígado como una expresión de las apetencias libidinales que, una vez satisfechas, vuelven a renovarse cada día. Al respecto, propongo tomar la devoración del hígado como una figuración de la degradación de la erogeneidad oral secundaria hacia la alteración somática.
En rigor, la distinción que planteo respecto del enfoque de Freud no pretende rectificar sus hipótesis sino, más bien, al contrario. En todo caso, el análisis que aquél hace del mito se centra en la renuncia pulsional como condición de la sublimación, mientras que la revisión que planteo yo parte de incluirlo como vía de comprensión de un fenómeno patológico. Ello supone advertir la combinación (en términos de una degradación o regresión progresiva) entre una hipertrofia de la ambición, la tentativa de una gesta épica (justiciera), una pasión sacrificial (devoración) y la tendencia a la alteración orgánica. A su vez, en lugar del mecanismo de la sublimación, en nuestro caso ponemos el acento en la orientación dada por mecanismos de defensa patógenos, en particular la desmentida.
Otro aspecto que conviene subrayar es la relevancia de la pérdida de convicción en lo que se hace y su sustitución, muchas veces, por una presentación inconsistente que sólo tiene por finalidad mostrar aquello que el interlocutor supuestamente espera (a costa de la propia subjetividad). Recuerdo que en ocasión de una intervención institucional en un banco (durante el denominado “Corralito”), una de las cosas que llamó mi atención fue la insistencia con la que los empleados bancarios referían expresiones del tipo “yo soy el banco”, mientras que nunca decían “soy bancario”. Entiendo que aquella forma de denominarse admite diversas especulaciones (sobre el tipo de identificación, sobre la relación entre lo que se es y lo que se hace, etc.). Por el momento, me interesa consignar que durante aquella experiencia hipoteticé que se trataba de una expresión resultante de la desmentida de la diferencia entre “banquero” y “bancario”. Puedo agregar también que la situación del “corralito” puso en jaque este tipo de procesamiento (con la puesta en crisis de la convicción correspondiente) lo cual quedó expresado elocuentemente por uno de los trabajadores cuando afirmó: “yo antes decía ‘soy el banco’, ahora digo que soy el gerente de la sucursal”. Por otro lado, así como Freud (1919b) examina, a propósito de las neurosis traumáticas, el conflicto entre el yo-paz y el yo-guerrero, en el contexto del “corralito” podemos conjeturar, para los empleados bancarios, un conflicto entre un yo-banco y un yo-ciudadano.
Podemos agregar que la referencia “bancario” suponía una pertenencia gremial, mientras que la posición del tipo “soy el banco” implica que es la propia empresa la que opera como soporte identitario. Entendemos que esta alteración (de bancario a banco) sostenida en la desmentida es correlativa de un proceso regresivo de degradación del ideal del yo. Por un lado, pues la pertenencia a la “clase bancario” es más abarcativa que la pertenencia al banco (de hecho, en este último caso no se aplica la noción de clase o conjunto). Por otro lado, el proceso identificatorio en juego conduce –regresivamente- a una posición de ilusoria omnipotencia narcisista en la cual el sujeto “es” la empresa. Para decirlo de otro modo, cuanto menos el sujeto se supone miembro de un conjunto, más se supone ser él mismo el conjunto o clase.
Considero que en este tipo de procesos resulta eficaz el pasaje de una posición disfórica a una eufórica. Claro que, frecuentemente, aquello requiere la instrumentación de defensas patógenas. Cicurel (1989) ha acuñado el término streen para aludir a la combinación entre el stress de los ejecutivos “condenados al éxito” y el Spleen (aburrimiento y tristeza) que sienten aquellos que persiguen un objetivo que nunca alcanzan. Esta combinación también la han descripto como el síndrome del que sube por una escalera mecánica que baja. Deseo centrarme ahora en la expresión “condenados al éxito”[13]. Esta frase contiene una suerte de contradicción en tanto reúne un término negativo (condenado) y uno positivo (éxito). Es decir, parecen dos términos difícilmente conciliables (si una persona está condenada es poco probable que le espere un éxito). Al mismo tiempo, también parece contener un referencia apocalíptica (si bien augurando un destino triunfal) dado que se avizora un desenlace inevitable. Esto es, pareciera que no importasen las decisiones y acciones que se tomen, pues sí o sí advendrá el éxito. Estar condenado, en rigor, significa que uno no tiene salida o alternativas al futuro que se augura. De todos modos, creo que la expresión referida admite una comprensión adicional en relación con el pasaje de la posición disfórica a la posición eufórica. En este sentido, estar condenado al éxito puede comprenderse como una exigencia, un tipo de imperativo según el cual no se admiten los fracasos. Desde este punto de vista nadie podrá decir que algo le salió mal, que no sabe, etc., sino que deberá siempre mostrarse triunfante en términos de la ilusión de omnipotencia narcisista[14].
Guiho- Bailly y Guillet (1998) examinan el discurso del management al que le atribuyen una función inductora del tipo de relación de objeto adictiva con el trabajo. Entendemos que son tres dimensiones que quedan comprendidas en esta observación. Por un lado, las características del discurso del management, al que puede describirse como inconsistente; por otro lado, la combinatoria de factores (intrapsíquicos, vinculares e institucionales) que favorecen la adicción al trabajo. Por último, las diferentes estrategias discursivas que poseen un carácter inductor. Respecto de la adicción al trabajo, consideramos que allí se reúnen una hipertrofia de la ambición, componentes adictivos y paranoides y el desamparo de quienes deberían operar como respaldo institucional.
Semántica del no-trabajo
Denominamos no-trabajo a un conjunto heterogéneo de situaciones y problemas. De hecho, quedan así reunidas problemáticas diversas, tales como el desempleo, la jubilación o los períodos de ocio (fines de semana, vacaciones). El valor de los períodos vacacionales es correlativo de la centralidad del trabajo. Por otra parte, así como un período vacacional no tendría especificidad ante la falta de trabajo, también podemos advertir la función del trabajo como refugio. La actividad laboral puede ser una excusa socialmente valorada para disfrazar dificultades en el compromiso afectivo. En esta línea se hallan las descripciones de Ferenczi sobre las “neurosis de los domingos” y “neurosis de las vacaciones”, quien describió el “aburrimiento tenso” y una pereza que no se disfruta (pereza con remordimiento de conciencia). Abraham (1918) refiere haber observado con frecuencia el empeoramiento de diversos pacientes durante los feriados o vacaciones. Este autor señala que un gran número de pacientes procuran protegerse contra la irrupción de fenómenos neuróticos recurriendo al trabajo intenso. Hemos mencionado ya que la dependencia respecto del trabajo para estos sujetos se compara a la del adicto con la morfina. En tales casos, de sobrecarga o sobredosis de trabajo, cuando la actividad laboral queda interrumpida –por ejemplo por las vacaciones- se intensifica la sintomatología. Ello implica, a su vez, la sensación de que el período de inactividad es forzado. Descripciones similares se realizaron en torno de los pacientes sobreadaptados (Liberman), en quienes su nivel de autoexigencia es tan alto e irrefrenable que hasta las actividades recreativas dejan de ser continentes para el ocio creativo y se transforman en una tarea más que ellos deben contener. La incapacidad que reflejan estos pacientes comprende los estados corporales de tensión-relajación, placer-displacer, bienestar-malestar y descanso-cansancio. También se ha destacado (Maldavsky, 2000) que la amenaza de desempleo suele potenciar la disposición a la adicción al trabajo como forma de procesar los componentes persecutorios y celotípicos relacionados con el sentimiento de injusticia. Asimismo, dicha amenaza también puede intensificar las disposiciones inversas, es decir, la tendencia a un apego desconectado con una postura acreedora ante una realidad a la que se presume deudora. Por otro lado, además de las predisposiciones individuales, las posturas descriptas se ven alimentadas y avaladas por diversas injusticias de quienes ejercen el poder. Por ejemplo, incentivar una mayor afición al trabajo exigiendo más “compromiso” o arengando la rivalidad y competencia entre trabajadores más y menos eficaces. En suma, la adicción al trabajo suele incluir una hipertrofia de la ambición sumada a los componentes adictivos y paranoides, todo lo cual se combina con el desamparo de quienes deberían operar como respaldo institucional. Así, la vida laboral resulta una fuente de incitaciones traumáticas duraderas que operan de modo semejante a un choque único y violento con la realidad, es decir, generando un drenaje pulsional, un estado de inermidad para tramitar las exigencias del ello, la realidad y el superyó. Este desgaste pulsional promueve un estado duradero de inercia como el que advertimos en las neurosis traumáticas. Es decir, los sujetos con un excesivo apego al trabajo toman su actividad como un refugio, como defensa frente a los riesgos de una exterioridad extralaboral. En tal situación suelen reunirse –además de la hipertrofia de la ambición ya señalada- sentimientos de celos y exclusión así como la tentativa de sustituir la propia familia (actual y/o de origen) por la actividad laboral. Desde el punto de vista de la teoría de los ideales, en muchos de estos casos advertimos el predominio del ideal de la ganancia a partir del cual los números sólo sustituyen a otros números. A su vez, la falta de significatividad de la tarea productiva queda disfrazada por la sobreinvestidura de un ocio y un goce que sólo adquiere un precario valor por la presunta envidia que genera en quienes no lo poseen, pero que, en rigor, constituyen indicios de una descomposición societaria.
Aspectos específicos del desempleo
La situación de desocupación frecuentemente impide dotar de significatividad al período vacacional en cuanto los marginados del mercado de trabajo suelen tener la vivencia de estar encerrados del lado de afuera con fuertes sentimientos de injusticia, exclusión e inferioridad.
En los estudios psicosociales sobre el desempleo hay dos modelos frecuentemente utilizados. Uno es la Teoría de la Privación (Jahoda) que parte de considerar aquello que el trabajo brinda (organización temporal, vínculos exogámicos, objetivos trascendentes e identidad social) y desde allí investigar qué provoca el desempleo, de qué priva al individuo. El otro modelo es el que describe el proceso psicosocial que transita el desempleado: shock, búsqueda activa, pesimismo y fatalismo. Esta secuencia también se conoce como Síndrome del desocupado (negación, angustia y resignación). También se han realizado investigaciones en el campo de la psicología social que toman diversas variables tales como autoestima, identidad, etc. Desde el psicoanálisis se ha estudiado el desempleo como un trauma social a partir del cual se desarrollarían ciertos desenlaces psicopatológicos (depresiones, afecciones psicosomáticas, etc.). Dichos desenlaces ponen en evidencia la singularidad de los sujetos (su estructura anímica previa, su repertorio estilístico, sus recursos, etc.) lo cual complejiza la posibilidad de tipificar los efectos del desempleo como factor patógeno[15]. Por último, cabe señalar que podemos desagregar el fenómeno de la desocupación según se trate de la amenaza (más o menos directa), la pérdida de un trabajo y el estado duradero de desempleo.
En lo que sigue, me centraré en dos conceptos centrales para comprender la eficacia del desempleo: la noción de duelo y la de trauma.
Sin duda uno de los problemas sobre el que pivotean muchas observaciones es el tipo de duelo que exige el desempleo. A quien ha perdido su trabajo se le impone la necesaria elaboración por aquello que tuvo, según la lógica que Freud advierte: examen de realidad, clausura, sobreinvestidura y desasimiento (Freud, 1915a). El examen de realidad muestra la ausencia del objeto y exhorta a sustraer la libido de sus nexos con él. Este proceso se ejecuta no sin cierta repulsa y se va consumando pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y energía. “Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento” (op. cit., pág. 243) (la negrita es mía). Creo que podemos subrayar no solo los cuatro pasos del proceso de duelo sino, además, rastrear el destino de los recuerdos, por un lado, y de las expectativas, por otro. Tengo la impresión de que la finalización relativa del proceso surge de la desinvestidura (aunque sea parcial) de los recuerdos y el deslinde de estos últimos de la investidura de expectativas. Ello permitirá la búsqueda e investidura de objetos sustitutos. Por el contrario, si recuerdos y expectativas no se bifurcan, estas últimas quedarán adheridas (nostálgicamente) al objeto perdido.
Asimismo cabe preguntarse, en el marco de las dificultades del mundo laboral, acerca de la naturaleza de lo perdido. Puede ocurrir que uno pierda el trabajo, pero también puede que lo perdido sea un compañero a quien han despedido o bien un cierto clima o formas de trabajo (por cambios organizacionales, restricciones económicas, etc.). En el caso de las llamadas reestructuraciones, cuando muchos de los que trabajan “quedan en la calle” pero al menos por un tiempo no le ha tocado a uno, suelen entrar en pugna intensos sentimientos de culpa (e identificación con los que han quedado afuera) con las investiduras narcisistas y egoístas que permiten sustraerse del destino de lo perdido.
Cuando al desempleo se lo visualiza como irreversible, ello impone un sesgo peculiar al duelo por el trabajo perdido. Se trata de un duelo casi imposible, un duelo ya no por algo que hemos tenido, sino por lo que no vamos a tener. Un futuro cuyo problema no es la incertidumbre sino la desesperanza, la falta de metas, duelar lo que no va a ser.
También podemos considerar el valor funcional y/o negativo de la vergüenza. He observado, en pacientes que se encuentran sin trabajo, que el sentimiento de vergüenza puede aparecer ligado al estar desocupados o bien al hecho de tener que buscar un empleo. Aquellos en quienes la vergüenza deviene de estar desempleados tienen mayor posibilidad de investir la nueva búsqueda. En cambio, quienes se avergüenzan de buscar manifiestan un sentimiento de injuria narcisista ante la posibilidad, por ejemplo, de ser vistos mientras leen avisos clasificados. Incluso, y llamativamente, les sucede aun estando solos en sus casas. Se van replegando en un estado de apatía y furia (con cierta megalomanía) en el cual va desapareciendo el sentimiento de vergüenza. Cuando Freud diferencia el duelo y la melancolía señala, como uno de los observables, la falta de vergüenza en la segunda. En algunos casos se evidencia la rabia por tener que acatar una realidad, en otros aparece más la tendencia a la autodenigración. Parafraseando a Freud podríamos decir que en ellos la sombra del trabajo cayó sobre el yo.
En lo que sigue presentaré una visión del desempleo a partir de considerarlo como una incitación exógena traumática. Con ello destaco del conjunto de hipótesis freudianas aquellas que permiten reconocer y comprender lo social y la realidad como una fuente de estimulaciones insoportables.
En este marco delimitamos tres parámetros para pesquisar la dimensión y alcance traumático del estado social de desocupación: la posibilidad de desarrollo subjetivo (nexos con lo diverso), cómo y hasta donde se ve trastornada nuestra cotidianeidad y la relación entre incitación exógena y coraza de protección antiestímulo. Este último punto conviene explicarlo brevemente. Freud distingue dos tipos de estímulos externos insoportables. Uno de ellos perfora la coraza de protección y promueve un estado de dolor que impone una redistribución energética para contornear la zona de intrusión, neutralizar su efecto y lograr el restablecimiento. También puede ocurrir que el estímulo arrase con la coraza de protección resultando imposible, al menos temporalmente, el esfuerzo de restablecimiento.
Estas hipótesis pueden complementarse con aquellas que Freud expuso sobre los dos tipos de trauma y combinan el vector de la intensidad con el de la frecuencia. En efecto, Freud afirmó que existen traumas derivados del impacto de un solo golpe y aquellos que resultan de la sumación de incitaciones menores. Tal diferencia podría corresponder a los casos de despido y amenaza cotidiana respectivamente.
Proyecto de psicología para políticos
“Wilson era, al fin y al cabo, un ser humano, sujeto a las
mismas leyes de desarrollo psíquico que los demás hombres”
Freud, S. y Bullit, W.C. (1938)
A los trabajos pioneros de Freud (1908b, 1909c, 1911, 1913, 1915b, 1919b, 1920, 1921, 1924a, 1930, 1933b, 1934, 1938) le ha seguido una importante tradición de aportes del psicoanálisis a las ciencias sociales y políticas. Entre los tópicos estudiados hallamos: la función de la instancia paterna; la eficacia de la desmentida y/o desestimación en el desconocimiento de la realidad; el valor del superyó y los ideales; los nexos entre el sentimiento de injusticia, el afán de venganza y la erogeneidad anal primaria; el tipo de percepción, motricidad, mundo simbólico y defensivo en quienes padecieron abusos así como en aquellos que los ejecutaron; las relaciones entre el líder y su grupo; los nexos entre los integrantes de una comunidad y la creación o abolición de ideales societarios; los ideólogos apocalípticos y sus prácticas; los efectos de la violencia de Estado sobre la subjetividad, la intersubjetividad y sobre la trama social extensa; la identificación de las víctimas de la opresión política con los déspotas que los oprimían; etc.
En cuanto al discurso político, podemos diferenciar aquel que se enuncia oralmente de aquel que se plasma por escrito. Cada uno de ellos posee rasgos diferenciales, por ejemplo, en cuanto al tipo de motricidad requerido en uno y otro caso.
Habitualmente, el discurso político se caracteriza por su función pragmática, inductora, esto es, apunta a generar adhesiones, promover hostilidades, influir o encubrir (Camuffo y Lasso, 2005; Maldavsky, 2002a). Dicho de otro modo, los textos políticos suelen tener el valor de actos que generan actos (hacen hacer). No obstante, este carácter inductor en ocasiones queda enmascarado. En rigor, el ocultamiento del componente pragmático (inductor) puede resultar correlativo de la perturbación en la figurabilidad del sentimiento de injusticia y su sustitución por un discurso ligado con el amor. Ello se advierte en el discurso político, en el publicitario o el empresarial (véase Aubert y de Gaulejac, 1993; Dejours, 2006; Elliott, 1997).
Resulta frecuente que los debates políticos, por ejemplo acerca de la legitimidad de una reelección o de la crisis de la representatividad política, estén determinados más por orientaciones ideológicas e intereses sectoriales que por la indagación científica de los hechos específicos. Por nuestra parte, pensamos que hay otras alternativas en que el psicoanálisis presta su contribución a las ciencias sociales, a saber, la investigación sistemática de un discurso político concreto. Ello nos permite identificar tipos particulares de gramática política en que se definen espacios, sujetos, objetos y estrategias. Otra vía consiste en el alcance que determinados conceptos e hipótesis pueden tener en el marco de la reflexión especulativa. Sin embargo, creo que ambos caminos no son excluyentes, más bien al contrario, conviene que se alimenten recíprocamente.
Pienso que las teorías psicoanalíticas sobre la representación, la formación de ideales, sobre la relación entre estos y el líder, sobre el triple vasallaje, la metapsicología del duelo, entre otras, permiten dar cuenta de numerosos problemas institucionales y comunitarios. Qué lugar debemos darle a un líder político, qué posibilidades efectivas tiene aquel de ser fiel a sus propias premisas y promesas, qué fragmentos anímicos e intersubjetivos son determinantes de los tipos de elección y, a su vez, quedan representados (o desestimados) por los conductores, cómo concilia cada grupo dirigente las exigencias provenientes de las aspiraciones de los miembros de una comunidad, de las tradiciones y valores y de la realidad, qué distancias se presentan entre la forma democrática de una elección y el carácter democrático (o no) de un candidato, son algunos de los interrogantes que aguardan estudios concretos. Por ejemplo, suele decirse con creciente malestar que “los políticos no nos representan”, dado que una vez que asumen sus cargos persiguen sus propios intereses personales o corporativos. Sin embargo, aun cuando ello sea cierto, podemos preguntarnos si los políticos, acaso, no son representativos de la sociedad (o de algún fragmento intersubjetivo específico). Entiendo que un político podrá ser representante de uno o más sectores del entramado psíquico y vincular: el ello, la realidad y/o el superyó (en el párrafo siguiente retomaré este punto). De manera que podrá ocurrir que un político no represente nuestros “ideales”, no obstante sí represente nuestra vida pulsional; más aun, que sus acciones subroguen la consumación irrestricta de nuestros procesos desiderativos.
En lo que sigue, me centraré en la función del ideal y la cuestión del duelo.
El proceso de formación de ideales rinde la posibilidad de su proyección en el líder como requisito de la producción de un grupo, una institución o una comunidad. Por esta vía se cumple una conquista anímica –la inclusión del yo en un espacio comunitario- que exige una mayor renuncia a la consumación pulsional. Tal como señaló Freud (1921) podemos reconocer allí un doble circuito de ligazones de sentimientos (identificación por comunidad): con los ideales comunitarios y de los miembros del conjunto entre sí. No podré extenderme en la exposición de los múltiples problemas en juego, por lo cual remito al lector a la bibliografía de referencia (Freud, 1913, 1914, 1921, 1927a, 1930, 1934, 1938) pero sí deseo destacar algunos aspectos centrales. Por un lado, los ideales pueden categorizarse por su forma en términos de su creciente grado de abstracción y abarcatividad. Asimismo, los ideales también pueden sistematizarse según el contenido, el cual deriva de una decantación de la erogeneidad. Cabe agregar que a cada uno de estos tipos de ideal le corresponde un modo de representación preconciente del líder, del propio grupo, de las diferentes posiciones que el yo puede ocupar y también del grupo hostil. Por último, en relación con los tipos de liderazgo, podemos identificar al menos tres alternativas, según sea la fuente en que se legitima su poder. En este sentido, el liderazgo carismático sienta sus bases en las aspiraciones y deseos de ciertos miembros o grupos de la comunidad, el liderazgo racional se apoya en los requerimientos de los representantes de la realidad y, finalmente, el liderazgo de tipo tradicional expresa el conjunto de valores e historias previas.
La complejización (abstracción) de los ideales deriva del esfuerzo psíquico por darle cabida en lo anímico a una realidad traumatizante: la imposibilidad de que una vivencia permita acceder duraderamente a una felicidad absoluta. Dicho de otro modo, la sofisticación formal de los ideales supone la admisión de una caída de la ilusión de omnipotencia y, con ello, un proceso de duelo por la pérdida de un objeto sensual. En este sentido deseo destacar la función complejizante de los duelos[16]. Recordemos que el proceso de duelo permite que el objeto perdido continúe –reelaborado- en lo psíquico, sin pérdida del yo, a menos que el proceso previo de elección de objeto se haya realizado según el tipo narcisista (Freud, 1914, 1915a). La función complejizante del duelo, pues, cuestiona un vínculo narcisista, se opone a la rebaja del sentimiento yoico por depositación libidinal (por ejemplo, en un líder carismático)[17] y objeta la distribución posicional centrada en los modelos, dobles y ayudantes que excluyen el lugar de objeto. La comunidad generada por la disposición a la elección narcisista sólo privilegia aquellos objetos en los que el yo puede reconocerse, ya sea que se ubiquen como modelos (lo que desearía ser) o como dobles (lo que el yo es, lo que el yo fue y lo que ha salido de sí). Cuando prevalece un liderazgo de tipo carismático los procesos complejizantes pueden quedar interferidos, dado que rige la lógica de las “masas de a dos” con la consiguiente ilusión de coincidencia entre el yo con un ideal (con una desmentida de las diferencias). La fascinación promovida por el líder carismático, por lo tanto, obstaculiza a menudo el establecimiento de lazos fraternos entre los miembros del grupo y la decantación como conquista anímica del objeto perdido.
Por último, cuando Freud (1908c) indaga el pensar infantil y la génesis de la pulsión de saber (producida por la articulación entre las pulsiones de ver y de aferrar) señala que la combinación entre narcisismo y autoconservación resulta determinante de un conjunto específico de tres teorías. Así, parafraseando a Freud, propongo pensar las teorías sociales infantiles a modo de hipótesis que nos permitan comprender el fundamento pulsional de la ontogénesis de los particulares modos de clasificar realidades internas y externas, de la admisión o rechazo de identificaciones y de la creación de diversos códigos de intercambio.
Veamos ahora algunas características del discurso político:
Habitualmente, resulta prevalente un discurso que posee los rasgos que Freud atribuyó al carácter anal, esto es, se presenta como argumentación racional y descripción de una realidad (presuntamente) objetiva. No obstante en los contenidos específicos puede prevalecer una cosmovisión orientada por el afán vengativo, el cual a su vez exalta el sacrificio. Asimismo, las propuestas suelen fundarse en una batalla contra los estados de desamparo y los estados de desfallecimiento económico u orgánico.
La exaltación del sacrificio, incluso, resulta una vía para vehiculizar un proyecto vengativo. El relator puede localizar el sacrificio en sí mismo o en algunos “mártires” (en el pasado) y como propuesta hacia sus destinatarios (para el futuro). El relator, entonces, se ubica en una posición eufórica mientras que describe una realidad disfórica.
En cuanto a la racionalidad u objetividad presuntas (en que se brindan explicaciones, datos históricos, etc.) tiende a encubrir una estrategia inductora. Es decir, el lenguaje racional puede tener valor como instrumento de una gesta vindicatoria, en tanto expone un conjunto de ideas y valores con el objeto de disminuir la desconfianza ajena.
Este tipo de hipótesis y estudios ofrecen la posibilidad de examinar desde una perspectiva psicoanalítica cuáles son las cosmovisiones propuestas por un discurso político determinado. Desde este enfoque, algunas alternativas son: a) que prevalezca un vínculo de apego y desconexión, un liderazgo ejercido por un personaje sin percepción ni memoria, el afán especulador y una oscilación entre la violencia y los estados asténicos; b) el uso de los sentimientos de culpa e inferioridad, la manipulación emocional dirigida a otros (con el doble fin de infiltrarse en el superyó ajeno despertándole culpa e inducir el desarrollo de sentimientos de la gama de la gratitud, el reconocimiento, el amor) y una postura sacrificial como modo de tramitar los sentimientos de humillación y vergüenza; c) el ejercicio de la voluntad de poder entendida como tentativa de dominar y saber hacer respecto de una realidad dada, y la tentativa de comprometer a un sujeto ante otro a ejecutar un acto que implica una difícil renuncia a un placer.
Un aspecto central que podemos espigar en los discursos y prácticas políticas es el tipo de expresión y procesamiento que recibe el sentimiento de injusticia. En efecto, puede ocurrir que encontremos una perturbación en la figurabilidad de dicho sentimiento como efecto de un trauma social. De hecho, creo que ello constituye un aspecto central en las reflexiones sobre psicoanálisis, sociología y política. Se ha estudiado el valor del procesamiento colectivo del sentimiento de injusticia en oposición a su traducción en resentimiento, repliegue sobre uno mismo o conductas autodestructivas. Sólo la primera de tales alternativas permite que aquel sentimiento adquiera visibilidad (Kokoreff, 2004).
Sobre los rumores
Pasemos ahora a reflexionar sobre los rumores, no sólo en relación con sus contenidos específicos sino en cuanto al rumor como un acto en sí mismo, en virtud de su función y eficacia. La bibliografía sobre el tema coincide en cuanto a que el rumor: a) prolifera en contextos críticos (Allport y Postman, 1947; Villanueva Urrutia y Cabral Morales, 2006); b) es correlativo de la falta de información objetivable (Allport y Postman, op. cit.; Pichón-Rivière, 1987)[18].
De tal modo, el examen del rumor incluye cuanto menos tres dimensiones de análisis: de su contenido[19], de sus nexos con los hechos concretos[20], de su finalidad[21]. Allport y Postman destacan las dos características centrales de un rumor: la importancia y la ambigüedad. Debe tratarse de un asunto relevante al tiempo que debe ir acompañado de la ausencia de información fehaciente. Sin embargo, nos preguntamos si ambas características constituyen los rasgos principales. Puede que un rumor no trate sobre un tema relevante, sino que el rumor mismo sobredimensione su trascendencia. Por otro lado, la falta de información fehaciente no necesariamente coincide con la falta de veracidad. De todos modos, estos aspectos remiten al contenido y a los nexos con la realidad, pero nos inclinamos a pensar que no deriva de allí la función central del rumor.
Un rumor puede consistir en la propagación de un dato cierto (por ejemplo, sobre la intimidad de un personaje público) cuya finalidad puede ser distraer la atención al enfatizar un aspecto irrelevante. Es decir, se trata de dos aspectos diferenciados (veracidad del rumor y función que puede tener el mismo). Supongamos que se difunde que un político tiene una amante y la investigación periodística revela datos que dan fe del asunto. En tal caso, podemos afirmar que la hablilla no carece de soporte objetivo sino que procura dar valor a un dato políticamente insignificante. Lo relevante del chisme es la intención de desprestigiar al funcionario. Con ello, no pretendo eliminar el análisis de la adecuación del rumor con los hechos concretos sino vislumbrar la complejidad de alternativas y destacar el peso de los objetivos del rumor. Asimismo, el problema del referente (discursos no acordes con los hechos objetivos) trasciende el ámbito del rumor, tal como ocurre en los discursos públicos de determinados funcionarios.
Hasta aquí tenemos tres aspectos (contenido, relación con los hechos y finalidad) cada uno con su importancia relativa. Conviene incluir un cuarto aspecto: cuando hablamos de la finalidad nos referimos a las motivaciones que tiene el autor del infundio, pero no siempre quien lo propala tiene el mismo objetivo. También nos interesa examinar el efecto del rumor en quien lo recibe. Si lo rumoreado remite a la infidelidad (sexual o política) de un líder, tal es el contenido del rumor; si éste fuera veraz o falaz compete a su relación con los hechos concretos; la descalificación, pues, estará ligada con la finalidad del rumor. Pero, ¿por qué alguien lo cree? ¿en qué posición queda quien lo escucha? ¿por qué alguien reproduciría el dato, aun sin tener especial animosidad contra el protagonista del chisme? La eficacia del rumor supone un modo de cooptación de sus destinatarios[22], lo cual deriva de: el tema y su relevancia, su adecuación –o no- a los hechos, el contexto social en que se desarrolla (se ha dicho que las situaciones criticas, como guerras o debacles económicas, favorecen la corrida de rumores) y un tipo particular de goce masoquista. Según sea el contenido de un rumor, éste puede promover (o paralizar) una acción o un pensamiento, pero a ello debemos agregar el proceso específico consistente en “ser penetrado” por el rumor.
Si se difunde una especie –por ejemplo, descalificando a un líder político- su objetivo será sembrar la desconfianza o que cunda el pesimismo en la población[23]. Más aun, quizá lo que adquiera importancia no sea tanto la información trasmitida cuanto el clima afectivo que se pretende inducir, clima afectivo que combina un tipo de tristeza (pesimismo) y un tipo de angustia (desconfianza).
He dicho más arriba que el problema del referente (cuando los dichos y los hechos no son congruentes) trasciende el problema del rumor. En efecto, el discurso público de un político (cuando hace un balance de su gestión) puede ser falso no obstante no constituye un rumor. Quizás aquí la distinción no derive de la adecuación o no entre la palabra y la cosa, sino en su carácter eufórico o disfórico: el primer caso, suele darse en el discurso público, mientras que los contenidos disfóricos suelen ser propios de los rumores.
El homo semánticos. Subjetividad y economía
“Es difícil creer que la imagen de un mundo apacible y conforme
a sus cálculos pueda ser para él algo más que una cómoda ilusión”
(G. Bataille, “La noción de gasto”)
De la racionalidad a la subjetividad
A nadie escapará que el título de este capítulo remite, por su parcial coincidencia, a la noción de homo economicus. Dicha noción caracteriza el modelo de agente (individuo) concebido por cierta tradición económica. En particular, la teoría neoliberal –y sus ascendientes neoclásicos- comprende la sociedad como una suma de agentes individuales, racionales y egoístas, que ordenan sus elecciones en términos de preferencias. Asimismo, y dado que los recursos disponibles son limitados, la resultante inevitable es la competencia –entre agentes individuales- cuyo ámbito óptimo de interacción es el mercado[24]. Por último, cabe agregar que la libertad –entendida como ausencia de coerción o intervención del Estado- es el valor supremo. Esta cosmovisión, pues, comprende una serie de presupuestos teóricos acerca del modo en que actuamos, pensamos y/o decidimos los seres humanos. Es indudable que este modelo no permite más que un conocimiento superficial acerca del sujeto y sus decisiones, pues no da cabida a sus motivaciones y sentidos. Diversos autores han objetado también la reducción del problema intrapsíquico de las elecciones a un simple cálculo de costos y beneficios (Aguiar, 1991)[25]. Cabe agregar que una de las conclusiones en la que acuerdan diversos investigadores es que muchas veces la racionalidad individual conduce a la irracionalidad colectiva.
En los últimos años pudimos advertir el creciente desarrollo de investigaciones que articulan economía y psicología. Me refiero particularmente al conjunto de estudios provenientes de la psicología que permitieron reconocer la eficacia de una lógica diversa de la considerada tradicionalmente en juego en las decisiones económicas (Kahneman y Tversky, 1979; Shefrin, 2002). Estos últimos desarrollaron la teoría del comportamiento financiero (TCF), opuesta a la concepción tradicional de la economía y las finanzas. Allí donde la perspectiva tradicional habla de errores o anomalías de las conductas cuando los hechos contradicen la teoría, para la TCF las “anomalías” del homo economicus no son situaciones o casos excepcionales. Al respecto, Shefrin sostiene que “unos cuantos fenómenos psicológicos dominan el panorama entero de las finanzas” (2002, pág. 4). Este autor resume en tres temas los diferentes aspectos que aborda la TCF: los sesgos heurísticos, la dependencia del contexto y la ineficiencia del mercado[26]. También hallamos desarrollos desde las neurociencias aplicados a la economía. Su objetivo es “comprender los procesos que conectan las sensaciones y la acción revelando los mecanismos neurobiológicos por medio de los cuales se toman las decisiones económicas” (Braidot, 2005, pág. 504). Para esta corriente el proceso de toma de decisiones es complejo y comprende diversos factores como las emociones y los valores.
En la perspectiva que tomaremos en lo que sigue se verá que coincidimos en la eficacia que tienen las emociones, los valores y los deseos en la toma de decisiones. Más aun, el psicoanálisis, precisamente, aporta una categorización sistemática de los mismos. En el desarrollo de este apartado propongo, entonces, algunas categorías, hipótesis y análisis que pondrán de manifiesto:
· la importancia de entender la economía desde una perspectiva más amplia que, simplemente, la referida a la racionalidad y el egoísmo;
· la pertinencia de categorías tales como subjetividad y significación para entender el valor del dinero y de los intercambios económicos;
· el valor del psicoanálisis para la comprensión de los procesos económicos.
Se comprenderá, entonces, que al hablar del homo semánticos estoy jerarquizando la concepción del sujeto en tanto dota de significación al mundo y a sus vínculos.
La categoría psicoanalítica de “sujeto” tiene cierta complejidad que conviene precisar. Subjetividad, pues, implica tomar en cuenta que los procesos anímicos y vinculares están determinados por la convergencia de tres factores: las exigencias pulsionales (deseos), las demandas de la realidad y los requerimientos de una instancia valorativa (superyó). Asimismo, es necesario considerar la eficacia de los nexos intersubjetivos. Los otros, entonces, pueden ser eficaces en la construcción de sistemas valorativos, en el peso que cobra determinada erogeneidad, así como también esos otros forman parte de la realidad a la cual cada quien debe reconocer y/o transformar.
Una primera observación, sólo en apariencia superficial, es el lenguaje que muchas veces utilizan los trabajos sobre economía: comportamiento de los mercados, racionalidad y egoísmo, pánico inflacionario, creencia, descrédito, confianza (o desconfianza) en la moneda, etc.[27]. Asimismo, un sencillo rastreo de la bibliografía y las prácticas del management nos permite advertir la frecuencia con que se usan términos tales como flexibilidad, fluidez, aprendizaje, creatividad, competencia, liderazgo, etc., así como la presencia de hipótesis del tipo de “el trabajo en equipo aumenta la performance individual”. Recuerdo que en cierta ocasión me consultaron dos ejecutivos de una multinacional pues deseaban que los ayude a pensar la crisis y los cambios sociales que estaban ocurriendo en la Argentina. Al describir la situación de la empresa, uno de ellos afirmó: “nosotros vendemos productos premium, que son los que más sufren”.
Tal como he sostenido a lo largo de este artículo, las ciencias económicas y las ciencias sociales en general se basan en un conjunto de proposiciones –explícitas o implícitas- inherentes a la psicología humana. En el caso de la ciencia económica tal vez convenga distinguir la superposición de dos universos teóricos. Por un lado, aquel que comprende al conjunto de hipótesis propias de las ciencias exactas: econometría, cálculos matemáticos, financieros, etc. Por otro lado, las nociones relativas al sujeto de la economía, y es sobre este terreno que deseamos reflexionar[28].
Esta distinción (entre una teoría económica y una teoría del sujeto de la economía) resulta relevante por varias razones. Por un lado, en función de identificar los diferentes contextos epistemológicos en juego. Por otro lado, pues en definitiva pone de manifiesto el problema de la validez teórica de una concepción económica. Dicho de otro modo, ¿en qué medida los cálculos financieros reflejan los hechos concretos de los intercambios económicos?
El conjunto de tópicos económicos abordado por el psicoanálisis es extenso y heterogéneo:
· La eficacia de los deseos, las fantasías y las convicciones en la toma de decisiones
· La significatividad del dinero, de los bienes, su compra y ostentación
· La adicción al endeudamiento y al juego
· La dinámica de las empresas familiares
· La significatividad anímica del trabajo
· La función de los iniciadores laborales
· La adicción al trabajo
· Los efectos anímicos del desempleo
· Las consecuencias de la inflación, los cracs económicos
· El dinero, el contrato y el encuadre psicoanalítico
· El valor del dinero en los ideales colectivos
Cada uno de estos temas, a su vez, puede subdividirse. Por ejemplo, en el caso de las empresas familiares importan la transmisión generacional, la continuidad y reformulación de los ideales familiares, los vínculos fraternos, la relación y conflicto entre diferentes tipos de lógicas (la requerida en el mundo familiar y la esperable en el mundo laboral), etc.
Asimismo, entiendo que al estudiar las lógicas que determinan los intercambios económicos es necesario considerar las diferencias entre el ahorro doméstico, la inversión productiva, la especulación financiera, el consumo superfluo, la decisión de endeudarse (préstamos, créditos), etc.
En suma, la ciencia psicoanalítica nos ofrece bases conceptuales y herramientas metodológicas para la comprensión e investigación de estos fenómenos siguiendo dos orientaciones: la dimensión etiológica (causal) y la dimensión semántica (significación) del dinero y de los intercambios económicos.
Economía y psicoanálisis
Tanto en la obra de Freud como en la de autores posteriores, hallamos numerosas referencias al dinero y a los intercambios económicos. Las referencias que encontramos en los textos de Freud pueden ser agrupadas, de un modo global, en cuatro categorías:
· por un lado, la especificidad de los nexos que Freud estableció entre el dinero y la erogeneidad anal;
· por otro lado, contamos con las observaciones técnicas ligadas con el problema de los honorarios que el paciente paga;
· en tercer lugar, Freud examinó la función social de los intercambios económicos (que denominó “comunidad de intereses”);
· finalmente, Freud comentó numerosos ejemplos de conflictos ligados con el dinero. Este último grupo incluye descripciones clínicas, análisis de chistes, sueños, lapsus y olvidos[29].
El uso o manejo del dinero puede seguir diversas metas. Por ejemplo, uno puede ganarlo, gastarlo, perderlo, ahorrarlo, invertirlo o deberlo. Cada una de tales alternativas implica deseos, valores, posibilidades y fantasías diferentes. Dicho de otro modo, entendemos que el dinero puede considerarse un atractor semántico privilegiado, pues si bien los diferentes objetos pueden recibir múltiples significaciones, creemos que el dinero –tal vez por su particular función social, intersubjetiva- se encuentra en una posición especialmente favorable.
Para una teoría psicoanalítica de la economía, la especulación y la inflación
Cuando prevalecen los procesos inflacionarios, o bien cuando la economía se sostiene fuertemente en la especulación (burbujas financieras, etc.) hallamos que el correlato en la subjetividad y en las redes vinculares se presenta como desestimación de la actividad productiva, desvalorización de la palabra, la desinvestidura de la exterioridad y la falta de proyectos significativos y de los correspondientes procesos identificatorios. Como veremos en lo que sigue, y parafraseando a Freud, las tensiones y el modo en que se juegan se presenta como el problema masoquista de la economía.
Wall Stress
El juego de palabras que constituye el título de este apartado es una forma de expresar que el universo de la especulación puede operar como una fuente insoportable de tensiones, tanto por las incitaciones específicas que allí se presentan como por el tipo de contexto que ofrece. Dicho de otro modo, la desmesura de los estímulos (por su cantidad y velocidad), su carácter puramente cuantitativo y la ausencia de interlocutores empáticos, organizan un espacio y una actividad cuya significatividad es similar a un episodio traumático.
Tres sencillas preguntas pueden orientarnos si deseamos tener una aproximación inicial al carácter de un inversor específico: a) ¿Cuánto de su capital (qué porcentaje del mismo) invierte en operaciones especulativas?; b) ¿Cuánto de la actividad del sujeto representa su actividad especuladora?; c) ¿Cuánto de su cotidianeidad queda afectada por una pérdida?
El primer interrogante apunta a considerar la dimensión de los riesgos en que incurre con su patrimonio; el segundo procura establecer si la actividad financiera es hegemónica, complementaria o subordinada a otros proyectos; finalmente, la tercera pregunta trata de definir el impacto que tiene la especulación –en particular las pérdidas- en su vida anímica.
Uno de los hallazgos más comentados por la teoría del comportamiento financiero ha sido que los inversores reaccionan de manera desmesurada ante las noticias (buenas o malas) a partir de lo cual se subvalúan las acciones perdedoras en el pasado y se sobrevalúan los títulos ganadores. Shefrin sostiene que “los inversionistas están predispuestos a conservar las acciones perdedoras demasiado tiempo y a vender los títulos ganadores muy pronto” (op. cit., pág. 10). Es decir, la percepción del riesgo (y la tolerancia al mismo) varía según el rendimiento de las acciones. En estas observaciones encontramos dos caracteres: la desmesura del mundo numérico y la transformación de la temporalidad en ciclos de subas y bajas de los precios[30].
Yo mismo advertí ciertas conductas variables en las pérdidas y/o ganancias en pacientes que se dedican a la actividad financiera. En relación con las ganancias he notado que el cierre de una operación –con resultado positivo- pocas veces arroja, como consecuencia, la sensación de satisfacción por haber tomado una buena decisión. Más bien, en tales ocasiones, el inversor suele pensar que podría haber ganado aun un poco más si no vendía sus títulos y que recién en ese momento hubiera logrado estar satisfecho. Sean cuales fueren las ganancias, surge la dificultad de conquistar el sentimiento de satisfacción como resultado de las operaciones económicas. En este tipo de situaciones suele estar más presente la problemática de la tensión-alivio que la del placer-displacer. Mejor dicho, lo que queda alterado es el principio que rige la sexualidad. El principio de placer-displacer pasa a incitar la vida pulsional según una inversión de su orientación: en el masoquismo el displacer se convierte en la guía central para el incremento de la tensión careciendo de un criterio para alcanzar una descarga resolutoria.
Respecto de las pérdidas, efectivamente, suele persistir la expectativa de recuperar algo de lo perdido, aun cuando día a día la pérdida se incrementa. Creo que es preciso reconocer allí el valor de sentimientos de la gama de la humillación y la vergüenza, como vivencia de un fracaso insoportable que impide admitir la pérdida[31]. En lugar de ello, se desarrolla un “exceso de confianza” el cual merece un estudio detallado que permita diferenciar tipos de confianza. En efecto, podemos distinguir al menos tres tipos de confianza: por un lado, la inherente a la fobia y que se opone a la desconfianza con atracción hacia el objeto (propia del deseo ambicioso); por otro lado, tenemos la confianza propia de la erogeneidad sádico anal primaria, opuesta a una desconfianza con certeza (que acompaña al deseo vindicatorio). Finalmente, hay un tipo de confianza que se presenta en sujetos que dependen de un farsante. Dicha confianza ha sido estudiada por Erikson (quien aludió a la confianza básica). Advertimos su eficacia en personas que no pueden creer en su percepción, ésta no resulta creíble, y establecen relaciones con sujetos respecto de los cuales tienen una enorme dependencia. Ellos creen y al mismo tiempo descreen, pero en el fondo siguen presos con lo cual en el fondo les creen[32]. Por un lado, hay algo de las palabras que contradicen a los hechos y, por otro lado, una idea acerca de que si no aparece esa mentira viven en medio de una miseria que es entre afectiva y económica.
En suma, podemos conjeturar que la aversión a la pérdida es mayor que la aversión al riesgo o, más aun, que la tolerancia al riesgo queda gobernada por la desmentida y la ilusión de recuperar lo perdido[33]. El horizonte de incertidumbre –introducido con la admisión de un nuevo o mayor riesgo- resulta más propicio para la construcción de una ficción (ilusión). Asimismo, implica mantener la tensión voluptuosa como forma de oponerse a la resolución, vivida como pérdida del sentimiento de sí. En suma, la esperanza de ganar dinero es más un efecto de lo insoportable de la pérdida que un cálculo acorde con las inversiones. Todo ello implica considerar: a) el valor de la desmentida de ciertos juicios acerca de la realidad; b) un tipo de vínculo (de la índole de la inducción) entre el asesor y el inversor. Cabe agregar que dicha inducción parece estar orientada no sólo a la acción sino al pensar del inversor (la inducción puede orientarse hacia el pensar, el sentir o el actuar del interlocutor).
La adicción a endeudarse
Se ha destacado el hecho de que ciertos sujetos adquieren compromisos de pagos mayores a sus posibilidades como forma de resolver estados de dolor psíquico y sentimientos de inferioridad. Esto es, hipotecan su futuro a cambio de un momento de euforia en el presente. Entre los adictos a las deudas se han identificado dos grandes grupos: aquellos que de pronto se angustian, como expresión de un freno interno, por la desproporción entre lo que tienen y pueden pagar, y aquellos que no encuentran este tope interno. En estos últimos, en realidad, la promesa de pago constituye sólo una fachada que disfraza la ilusión de que al tomar prestado se apropian de lo que les corresponde y que por lo tanto no están dispuestos a devolver. Asimismo, muchas veces, la adicción a las deudas se entrama con una adicción al juego, en el cual los sujetos pierden el dinero que les han prestado. Una combinatoria de esta índole ha sido analizada por Freud (1928) en su estudio sobre Dostoievski[34]. En efecto, cuando Freud examina la manía del juego en este autor refiere que “el sentimiento de culpa se había procurado una subrogación palpable mediante un cúmulo de deudas” (pág. 187). El dinero así obtenido era perdido en el juego[35]. Freud afirma que el juego consumaba un autocastigo, que, una vez concretado, daba paso –curiosamente- a los momentos de mayor producción literaria: “Cuando el sentimiento de culpa de él era satisfecho por los castigos que él mismo se imponía, cedía su inhibición para el trabajo, se permitía dar algunos pasos por el camino que llevaba al éxito” (op. cit., pág. 188).
El universo de la especulación, y en particular el del endeudamiento, pone de manifiesto un estado de parálisis anímica en que se pretende vivir del esfuerzo anímico y societario ajeno. Para ello, el individuo debe volverse creíble[36], es decir, una presunta riqueza expresiva está dirigida a decir lo que el otro espera escuchar como modo de obtener, a cambio, una suma de dinero. En este contexto, en el sujeto cobra importancia no tanto un mundo simbólico sino, más bien, numérico. La estrategia del deudor es conducir al acreedor hasta el punto en que le resulte imposible dejar de aportar un sostén monetario. No obstante, finalmente, ocurre ese momento en que dicho acreedor resuelve que ya no es posible recuperar lo prestado, en cuyo caso el deudor es dado de baja de la contabilidad ajena, pasa a ocupar el casillero de incobrables (pasa a ser un deshecho de la economía del otro).
La inflación
El Diccionario de la Real Academia Española nos aporta cuatro definiciones del vocablo “inflación”: 1) acción y efecto de inflar; 2) engreimiento y vanidad; 3) abundancia excesiva y 4) elevación notable del nivel de precios con efectos desfavorables para la economía de un país. Como puede observarse, sólo una de tales acepciones remite a su variante económica. No obstante, como veremos en lo que sigue, los procesos psíquicos –o mejor dicho, psicosociales- que pueden examinarse en las crisis inflacionarias incluyen los otros sentidos indicados, en particular las ideas de engreimiento, vanidad y abundancia. Dicho de otro modo, la inflación se presenta en lo anímico como una contradicción que puede formularse del siguiente modo: aquello que aumenta, en realidad, disminuye[37].
Entre los distintos problemas económicos, la inflación tal vez sea uno de los más estudiados por las diversas disciplinas en cuanto a su valor crítico para el tejido social. No obstante, es preciso considerar la advertencia de Fergusson cuando afirma que los estudios históricos, aun cuando han sido de gran erudición, “han pasado por alto, o al menos subestimado, el poder de la inflación como una de las máquinas más destructivas que puedan imaginarse” (1984, pág. 11)[38]. En su estudio sobre la debacle económica que condujo al derrumbamiento de la República de Weimar, destacó la devaluación no sólo monetaria sino, particularmente, simbólica[39].
La pérdida de referencias simbólicas tiene, a grandes rasgos, dos efectos, la generalización de un universo cuantitativo[40] y un estado confusional para el pensamiento y la percepción: puede decirse que el dólar sube cuando, en realidad, siempre está en el mismo sitio (lo que baja es la moneda local) o bien, que hay una sensación de riqueza por la mayor circulación de billetes y las cifras cada vez más altas, cuando sólo se trata de una mera ficción (ya que progresivamente se derrumba el poder adquisitivo).
Los distintos estudios suelen subrayar los siguientes efectos derivados del pánico inflacionario[41]: afecta la esperanza, destruye los lazos sociales y solidarios, genera enfrentamientos entre unos y otros, despierta miedo, inseguridad, xenofobia, celos y envidia, promueve el desprecio o indiferencia respecto de la ley y la autoridad y obstaculiza la capacidad de transformar la hostilidad en oposición activa.
En cuanto al sentimiento de inferioridad, es momento de retomar la múltiple acepción del término inflación. Este nos indica que algo crece, de modo rápido e ilimitado[42], claro que en forma negativa (aquello que es cada vez más grande es al mismo tiempo más pequeño y débil). La confianza[43], la credibilidad y la identificación del sujeto con la moneda quedan abolidas –devaluadas- y ello redunda en la propia devaluación de sí mismo que siente el sujeto. En suma, la inflación promueve un sentimiento de inferioridad, de minusvalía, en los ciudadanos. En un estudio sobre los efectos de la pérdida de la convertibilidad, sostuve que con ello se perdía también una ilusión de omnipotencia (ligada a la identificación con el primer mundo) que arrojó como resultado sentimientos de inferioridad y humillación[44].
¿Qué lugares puede tener el mercado –o la comunidad de intereses- en el marco de una sociedad? En principio, entiendo que puede haber al menos tres alternativas: que sea hegemónico, que esté subordinado (o contenido[45]) o bien que no esté integrado. En cada caso, se presentarán conflictos diversos. La primera opción supone su predominio tal como ocurre en una economía neoliberal con la entronización del ideal de la ganancia. En el segundo caso, una sociedad antepone la regulación de los iguales por sobre la lógica de la competencia entre individuos aislados. Finalmente, si el mercado no está integrado, puede ocurrir que se desarrolle de modo clandestino.
En este marco, podemos afirmar que la sensación de inseguridad es –al menos parcialmente- un efecto del debilitamiento de los lazos sociales resultante de la entronización del mercado. Recordemos que para Freud la violencia dio paso a la construcción del derecho a partir de reconocer que la unión de muchos (débiles) podía contrarrestar la violencia del más fuerte[46]. Es decir, la unión quebranta la violencia y da origen al derecho que es el poder de una comunidad. Claro que allí no acaba el proceso, pues nada cambiaría si la unidad se formara sólo para combatir al más poderoso y se diluyera tras su doblegamiento. Dicha unidad logrará ser duradera a través de las ligazones de sentimiento. Un primer paso, entonces, es cómo se origina la unión, luego, cómo perdura y, finalmente, cómo se perpetúa. Todos estos pasos entrañan riesgos en tanto la comunidad se compone de elementos de poder desigual[47]. Por ello, las leyes de esta asociación determinan la medida en que el individuo debe renunciar a la libertad personal de aplicar su fuerza. Para concluir puedo entonces formular una proposición: si el trabajo político de la democracia supone la denegación de una violencia subyacente, los procesos económicos batallan contra la amenaza de los estados agónicos siempre acechantes.
Comentario final
He intentado, a lo largo del artículo, exponer un conjunto de reflexiones que ponen de manifiesto la contribución de la teoría psicoanalítica al pensamiento sobre problemas institucionales y comunitarios. Sin duda, se trata de una perspectiva fragmentaria que no excluye a otras ni se propone como pensamiento único. Sabemos que nuestra reflexión no es una visión totalizante, ya que los factores intervinientes son múltiples y cambiantes. Advertidos, pues, de que el psicoanálisis no es una cosmovisión, no dejamos por ello de prestar atención al mundo en que vivimos.
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[1] En latín la frase es “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” y pertenece a la comedia Heauton Timoroumenos (El enemigo de sí mismo) fechada en 165 a.C.
[2] Véase Laclau (2005).
[3] Diversos autores han formulado propuestas similares (Dejours, 1998; Matrajt, 1994; Menninger, 1943).
[4] “No se piensa de buena gana en molinos de tan lenta molienda que uno podría morirse de hambre antes de recibir la harina” (Freud; 1933b, pág. 196).
[5] Freud refiere que dos de estas fuentes de sufrimiento (naturaleza y cuerpo) fácilmente las consideramos inevitables y sobre cuyo dominio nuestros empeños encuentran siempre limitaciones. No podremos suprimir totalmente el padecimiento que proporcionan (el cuerpo finalmente perecerá y la naturaleza es escasamente gobernable) aunque sí una y otra podrán ser morigeradas. La fuente social del sufrimiento, en cambio, es más difícil de entender y aceptar y, por ello, Freud se pregunta por qué las normas que creamos no sirven a la protección y beneficio de todos. Entiendo que de ello se derivan dos problemas, uno derivado de las transgresiones a las normas y otro, resultante de la insuficiencia inherente a todo código normativo. Esto es, siempre habrá un resto no normativizable sobre el cual debe recaer el trabajo de la cultura. En otro texto Freud dice: “dada la lentitud de las personas que guían la sociedad no suele quedar otro remedio para corregir esas leyes inadecuadas que el de infringirlas a sabiendas” (1926b, pág. 221).
[6] Dos citas de Freud aluden a ello: a) “No puede postularse para el tratamiento ninguna otra meta que una curación práctica del enfermo, el restablecimiento de su capacidad de rendimiento y de goce” (1904, pág. 241); b) “La diferencia entre salud nerviosa y neurosis se circunscribe, pues, a lo práctico, y se define por el resultado, a saber, si le ha quedado a la persona en medida suficiente la capacidad de gozar y de producir” (1916, pág. 416).
[7] Si los estudios sobre estrés corresponden a los conflictos con la exigencia de obedecer (inherente a la organización de tipo taylorista-fordista), las investigaciones sobre burn out apuntan a la problemática que resulta de la exigencia de amar el trabajo.
[8] Recordemos que Freud (1930) en su revisión crítica del mandamiento que reza «amarás a tu prójimo como a ti mismo», postula que este imperativo encubre el sentimiento de injusticia, supone la desmentida del carácter hostil del destinatario del amor e implica la supresión de las diferencias, en cuyo lugar prevalecen los dobles.
[9] Algunos estudios han señalado, asimismo, la incidencia inversa, esto es, cuando ciertos conflictos familiares entorpecen el desenvolvimiento laboral.
[10] Algo similar informan los estudios sobre la Personalidad Tipo A: serían sujetos que tienden a descuidar su vida extralaboral.
[11] Véase también las proposiciones metapsicológicas sobre los pacientes sobreadaptados en Liberman et al. (1986).
[12] Dicho enlace también ha sido trabajado por Maldavsky (1999a).
[13] Expresión que en Argentina fue utilizada por un ex Presidente de la Nación.
[14] Un ejemplo de ello lo hallamos en el discurso político, en cual, casi invariablemente, los políticos se exponen exitosos (ya sea discurriendo sobre sus logros –si ocupan cargos gubernamentales- o bien sobre las soluciones que tienen para los diferentes problemas, cuando forman parte de la oposición). Es decir, no es habitual escuchar a un político decir que fracasó o que no sabe cómo resolver un problema. Hay múltiples ejemplos de ello, muchos de los cuales me los han comentado en otros países. En Argentina, por ejemplo, un ex Presidente, ante la evidente situación crítica que estaba atravesando el país, afirmó: “estamos mal, pero vamos bien”. A una candidata a la Presidencia de la Nación, al día siguiente de perder las elecciones, le preguntaron cómo quedaba ahora la oposición en tanto habían sido derrotados. La candidata afirmó: “la oposición no ha sido derrotada, está más fuerte que nunca”. Algo similar planteó Kernberg cuando afirmó que “la patología narcisista y paranoide severa en el líder conduce a la intolerancia a la derrota” (1998, pág. 334).
[15] Por mi parte, considero que en ocasiones se superponen investigaciones psicosociales, epidemiológicas y psicopatológicas. Si bien pueden hacerse estudios que reúnan estos enfoques, es preciso tener en cuenta que cada uno de ellos posee diseños de investigación y propósitos disímiles.
[16] Intuyo que esta hipótesis permite fundamentar por qué resulta inconveniente una reelección indefinida en el terreno de los cargos públicos (políticos). Dicho de otro modo, la renuncia (pulsional) a un objeto (líder) idealizado, probablemente decante como complejización societaria comunitaria.
[17] Dice Freud: “con particular nitidez se evidencia que el narcisismo de una persona despliega gran atracción sobre aquellas otras que han desistido de la dimensión plena de su narcisismo y andan en requerimiento del amor de objeto” (1914, pág. 86).
[18] El rumor es “una proposición específica para creer, que se pasa de persona a persona, por lo general oralmente, sin medios probatorios seguros para demostrarla” (Allport y Postman, op. cit. pág. 11).
[19] Habrá rumores sobre traiciones, otros de orden económico, sobre la sexualidad de algún personaje conocido e, incluso, sobre problemas de salud.
[20] J.T. Meléndez, al hablar sobre la propaganda política, señala la estrategia de crear un mundo sin referente (véase www.uigv.edu.pe).
[21] Los rumores “son intencionales y sirven a objetivos emocionales” (Allport y Postman, op. cit., pág. 9).
[22] En un rumor de “descalificación” hay dos destinatarios: el agredido y aquellos que se procura adhieran al agravio. A estos últimos me estoy refiriendo ahora. Mientras el contenido del rumor es la descalificación, el acto de rumorear se dirige a quienes se procura influir.
[23] Allport y Postman señalan que “el rumor circula mucho más raudo cuando el individuo desconfía de la noticia que llega hasta él” (op. cit., pág. 34). Compartimos la significatividad del nexo entre desconfianza y rumor (véase Maldavsky, 2002a).
[24] Según afirma Gómez (2003) los autores de esta corriente –Friedman, Milton, Hayek, entre otros- “definen a la economía como la ciencia de la elección bajo condiciones de escasez e incerteza” (pág. 66). Por nuestra parte, podemos agregar que si las condiciones de elección son la escasez y la incertidumbre y, además, la competencia resultaría inevitable, difícilmente la racionalidad de los individuos sea el criterio determinante de sus acciones.
[25] Una de las observaciones que realiza Aguiar sobre los modelos economicistas de la acción colectiva es que hablan de sujetos que carecen de historia. Algo similar propone Urrutia Elejalde (2004) para quien la doctrina tradicional de la economía elimina “cualquier espesor psicológico en el agente individual o usuario”.
[26] Es decir: los profesionales tienen creencias sesgadas que los predisponen a cometer errores; las percepciones de riesgo y rendimiento que tienen aquellos están influidas por el contexto; y, por último, los precios de mercado se desvían de sus valores fundamentales en función de los dos factores precedentes.
[27] Dos afirmaciones de Goux resultan afines: a) “el cálculo económico parece invertirse, colocarse en lo subjetivo”; b) “es oportuno observar que cierto número de palabras, cuando no de conceptos, son comunes a la economía política y al psicoanálisis. Demanda, deseo, goce, consumo, catexia, etc.” (1975, págs. 126-7).
[28] Kahneman –psicólogo que recibió el Premio Nóbel de Economía y precursor de la Behavioral Economics- sostiene que si bien los modelos psicológicos no tienen la elegancia de los modelos económicos ello equivale a decir que estos últimos son psicológicamente irreales. Viene a nuestra memoria una frase de Charcot que Freud citó en reiteradas ocasiones: “La théorie, ¿est bon, mais ça n'empêche pas d'exister” (“La teoría es buena, pero eso no impide que las cosas sean como son”).
[29] Se suele cuestionar que Freud adjudicó –únicamente- una significación anal al dinero. Sin embargo, un estudio más detallado de los ejemplos incluidos en este grupo pondrá de manifiesto una mayor heterogeneidad y complejidad semántica. Cabe aclarar que el objeto de investigación de Freud era otro: la técnica del chiste, los mecanismos subyacentes a lapsus y olvidos, la interpretación de sueños, etc.
[30] Un ejemplo puede resultar ilustrativo. Recuerdo una reunión en una institución de la cual yo era supervisor, en la cual uno de los participantes tomó el cuaderno donde debía constar el tema tratado y que todos debían firmar. Cuando aquel escribió la fecha, puso “17/10” en lugar de “17/08” que era el día correcto. Llamativamente, esta persona había estado de licencia por hipertensión y la cifra equivocada, precisamente, correspondía a la presión que tuvo la semana previa.
[31] En muchos casos entiendo que la hemorragia económica resulta una modalidad específica del sentimiento de inferioridad.
[32] Recuerdo un paciente que solía llamar a prostitutas que ponían anuncios en los periódicos y a las cuales les preguntaba si eran tan hermosas como decía en el aviso. Una y otra vez se reiteraba la misma escena: la señorita le “confirmaba” que tal era su belleza y, al llegar al lugar, aquel señor se encontraba con la realidad (desmentida previamente) que contradecía los dichos telefónicos.
[33] Si tomamos la perspectiva de los mecanismos de defensa, quizá podamos intuir que las diferencias no son tan consistentes (entre aversión a la pérdida y al riesgo y lo que ocurre con las ganancias). Los estudios citados sostienen que antes las ganancias los inversores se retiran antes de lo que se retiran frente a una pérdida (situación en la cual disminuye la aversión al riesgo). Sin embargo, en ambos casos las decisiones quedan orientadas según el propósito de mantener un estado de euforia (sea porque se ha ganado, sea porque “aun” no se ha perdido). Dicho de otro modo, la mayor tolerancia al riesgo no sería otra cosa que el esfuerzo por sostener el éxito de un mecanismo de defensa (de la gama de la desmentida).
[34] Freud alude al masoquismo, al sentimiento de culpa, a su dormir letárgico y a la identificación con un muerto en Dostoievski. El letargo pone de manifiesto que la identificación con el muerto no se limita a recuperar algunos rasgos que el objeto perdido tenía en vida (al modo de una identificación histérica) sino a la identificación con el estado mismo de supresión vital.
[35] Dice Freud: “Nunca descansaba hasta perderlo todo” (op. cit., pág. 188). Recuerdo la elocuencia de un jugador que afirmaba: “la delicia de insistir es el placer del vencido”. Esto es, para el jugador el placer –si así puede llamarse- no deriva de la obtención de una ganancia sino de la reiteración del juego. Incluso, en esta frase no alude al placer del jugador (ni del ganador) sino, lisa y llanamente, al vencido. Dicho de otro modo, la derrota en la adicción al juego es una posición invariable. Agreguemos que la derrota no es el resultado de una pelea en que se despliegan acciones musculares, sino que es expresión del estado asténico.
[36] Ello se evidencia en el doble valor del término crédito, como entrega de una cantidad de dinero y como equivalente de la confianza.
[37] Durante la crisis inflacionaria de Alemania de la década de 1920 se ha estudiado (Fergusson, 1984) la pérdida de una ilusión referida a una expresión común de la época: Mark gleich Mark (que puede traducirse como “el marco es igual –sinónimo, homogéneo, equivalente- al marco”). Quizá algo similar haya ocurrido en Argentina a partir de la pérdida de la denominada Convertibilidad. Si bien en esa ocasión no hubo un proceso inflacionario, sí se perdió la ilusión de un peso igual a un dólar.
[38] También Canetti piensa que, luego de las guerras y revoluciones, no habría otro fenómeno cuya trascendencia sea comparable a la de la inflación. Esta tendría efectos derivados no sólo de su incidencia económica sino también por las “propiedades psicológicas del dinero mismo” (1960, pág. 292). Canetti estudia los problemas derivados de la inflación en forma general y también, al igual que Fergusson, dedica algunas páginas a la inflación alemana de la década del ’20. Incluso, sostiene que Hitler endilgó el proceso inflacionario a los judíos para sellar su imagen como enemigos de la patria.
[39] “Lloyd George escribía en 1932 que palabras como «quiebra», «ruina» o «catástrofe» habían perdido su auténtico significado, dado el uso generalizado que de ellas se hacía todos los días. Incluso el mismo término «desastre» estaba devaluado. En los documentos de la época la misma palabra era utilizada año tras año para describir situaciones cada vez infinitamente más graves” (Fergusson, op. cit., pág. 15).
[40] Progresivamente, con la devaluación del marco, las cifras iban siendo cada vez más astronómicas. Incluso se llegó a hablar de la “inflación de la carretilla” porque era tal la cantidad de papel moneda circulante que la gente tenía que valerse de carretillas para transportar su salario. La degradación simbólica también se advierte en el hecho de que muchas imprentas dejaron de imprimir periódicos para pasar a la impresión de billetes. Algunas de las frases citadas por Fergusson son: “delirio de millones”, “un billón se convierte en algo fácil de decir, pero ninguno es capaz de imaginarlo”, “el escritor de libros no gana tanto por una línea impresa como un barrendero por dar dos escobazos”, etc.
[41] Nótese que he introducido la noción de pánico, el cual, en rigor, puede incluirse como un efecto mismo de las crisis de esta índole.
[42] Canetti alude a “la voluptuosidad del incremento numérico” (op. cit., pág. 294).
[43] A partir del estudio de la crisis norteamericana de 1929 y la de los tulipanes en Holanda durante la primera mitad del siglo XVII, Malfé (1978) refiere que el pánico deriva de la pérdida repentina de la confianza pública.
[44] He señalado ya que la hemorragia económica es una versión del sentimiento de inferioridad. Ello tiene ingentes consecuencias intersubjetivas y comunitarias, pues el sentimiento de humillación genera una tendencia natural a buscar algo que valga menos que uno mismo. Algo así como despreciar a algo o alguien de la misma manera que el individuo y la masa se sintieron despreciados (podríamos decir, una transformación pasivo-activa). Al respecto, Canetti describe una dinámica en aumento: “es preciso tratar algo de manera que valga cada vez menos, como la unidad monetaria durante la inflación, y este proceso debe continuarse hasta que el objeto haya llegado a un estado de total ausencia de valor” (op. cit., pág. 297).
[45] En el doble sentido de incluido y acotado.
[46] Véase Freud (1913, 1933b).
[47] Podemos encontrar una bella ilustración de esta situación en la novela Rebelión en la granja de Orwell.
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