Sebastián Plut*
El método económico sostiene que una comunidad se compone de individuos racionales y egoístas. De allí se desprenden dos problemas. Por un lado, si este modelo resulta explicativo de las vicisitudes comunitarias y, por otro, cuáles serían las consecuencias de su aplicación (en el marco de las decisiones políticas, económicas, jurídicas).
Según Freud la sociedad proscribe las mociones egoístas y agresivas, no obstante estas forman parte de la constitución humana. Estas pulsiones pueden seguir diversas transformaciones (dirigirse a otras metas, fusionarse, cambiar de objeto, volverse contra la propia persona) pero también pueden simular un cambio y mostrar un altruismo solo aparente. La transformación cabal deriva de dos factores, uno interno (erotismo) y otro externo (compulsión). Sabemos que los medios de los que se vale la cultura (recompensas y castigos) no tendrían por efecto necesario la trasposición antedicha. Puede ocurrir que un individuo, influenciado por recompensas o castigos, se defina por la acción culturalmente buena sin haber mudado sus inclinaciones egoístas en inclinaciones sociales. En tal caso el sujeto sólo será “bueno” en la medida en que tal conducta le traiga ventajas y durante el tiempo que ello ocurra.
El psicoanálisis enumera tres fuentes de sufrimiento: la naturaleza, el propio cuerpo y los vínculos con los otros. Esta última deriva de las normas siempre inacabadas que rigen los vínculos recíprocos en la familia, con el Estado y la sociedad. La regulación de los vínculos impone un freno a la arbitrariedad y a la tendencia a la resolución de conflictos en función de intereses y fuerzas individuales. Precisamente, la violencia dio paso al derecho a partir de reconocer que la unión de muchos contrarrestaba el poder del más fuerte. Claro que allí no acaba el proceso, pues nada cambiaría si la unidad se formara sólo para combatir al más poderoso y se diluyera tras su doblegamiento. El primer paso consiste en cómo se origina la unión, luego cómo perdura y, finalmente, cómo se perpetúa. Todos estos pasos entrañan riesgos en tanto la comunidad se compone de elementos de poder desigual. Por ello, las leyes de esta asociación determinan la medida en que el individuo debe renunciar a la libertad personal de aplicar su fuerza. Freud afirmó que la libertad individual no es un patrimonio de la cultura, más aun, aquella “libertad” fue máxima antes de toda cultura pero carecía de valor pues no se estaba en condiciones de preservarla. En cambio, el hombre de la cultura accede a la renuncia de una porción de placer y libertad a cambio de un trozo de seguridad, seguridad determinada por el tipo de ligazones presentes en un colectivo dado. Pensemos en los fenómenos de pánico colectivo (cuando se pierde todo miramiento por el otro) los cuales no se corresponden con la magnitud de un peligro dado sino con la supresión de las ligazones libidinales que mantenían cohesionados a los miembros.
Solemos hallar, en los medios de comunicación, debates acerca de la falta de políticas efectivas en materia de seguridad, las deficiencias del sistema judicial, etc.; debates que giran insistentemente entre la necesidad o no de un endurecimiento de las penas. Gargarella (1) señala que la visión jurídica dominante concibe individuos fundamentalmente egoístas, en lugar de promover que las personas se sientan “identificadas” con el derecho. La primera orientación (incrementar los castigos frente a los desvíos) transforma el sistema legal en un sistema de premios y castigos que trabaja contra individuos que desearían escapar de su alcance. Cada aumento del delito se vería contrarrestado por un aumento proporcional de las penas, lo cual, presuntamente, llevaría a los sujetos a desistir de la intención de cometer un delito. Finalmente, concluye que esta visión alimenta los aspectos calculadores y egoístas de los individuos sin lograr pacificar la sociedad ni la identificación de los ciudadanos con el sistema legal. Paradójicamente, esta visión del derecho se nutre del egoísmo y se propone como factor de cohesión social.
El valor de la identificación
Podemos distinguir tres tipos de identificación: primaria (con el ideal), secundaria (con el objeto) y por comunidad. Mientras la primera apunta al ser y la segunda al tener, conjeturamos que la tercera corresponde al “ser parte de”. La identificación por comunidad está presente en las ligazones afectivas entre los miembros de la masa. La ontogénesis de la comunidad remite a la identificación del infante con otros niños (por ejemplo sus hermanos) ante la imposibilidad de perseverar en una actitud hostil. Esta formación reactiva impone una primera y rudimentaria justicia que restringe las posiciones de privilegio en el conjunto fraterno. Adviértase que la justicia es ante todo, una restricción de la libertad individual. El sentimiento social, pues, deriva de la transformación de un sentimiento hostil en sentimiento tierno por vía de la identificación, y dicho proceso se consuma por efecto de una ligazón tierna común con una persona situada fuera de la masa.
Por otra parte, Freud dice que el trabajo liga al individuo a la realidad y lo inserta en forma segura en la comunidad humana. De modo similar, señala que la justicia corresponde a la seguridad de que el orden jurídico establecido no se quebrantará para favorecer a un individuo. En suma, el sentimiento de seguridad dependerá más de la acción igualitaria de la justicia que de la magnitud de los delitos. También refiere que la comunidad de intereses –el mercado- no lleva por sí sola (sin contribución libidinosa) a la tolerancia recíproca. El mercado, sin ligazones libidinales ni restricciones del narcisismo, no logra sostener la reciprocidad por más tiempo que la ventaja inmediata que se extrae de la colaboración del otro.
¿Qué lugares puede tener el mercado en el marco de una sociedad? En principio, entiendo que existen al menos tres alternativas: que sea hegemónico, que esté contenido (en el doble sentido de incluido y restringido) o bien que esté excluido. En cada caso, se presentarán conflictos diversos. La primera opción supone su predominio a partir de la entronización del ideal de la ganancia. En el segundo caso, estamos ante una sociedad que antepone la regulación y reunión de las diferencias por sobre la lógica de la competencia entre individuos aislados. Finalmente, si el mercado no está integrado, puede ocurrir que se desarrolle de modo clandestino. Pensamos que el mercado (como espacio natural de individuos racionales y egoístas) no promueve sino identificaciones rudimentarias. Como dicen los teóricos de la acción colectiva, la racionalidad individual conduce a la irracionalidad colectiva.
La formación de la sociedad y las producciones culturales requieren de la ya comentada renuncia pulsional y ello comporta una restricción duradera del narcisismo que deja un inevitable sedimento de hostilidad. Dicha restricción sólo se logra, justamente, a partir de las ligazones libidinosas presentes en la comunidad. Freud dice que la expectativa de que la comunidad de intereses contribuya al desarrollo de la ética fue una expectativa falsa pues los individuos ponen en primer plano la satisfacción de sus pasiones. La cooperación mutua podrá dar lugar a la creación de ligazones amorosas siempre que se sostengan en una meta que vaya más allá de lo meramente ventajoso. Es decir, si aquella meta deriva de aspiraciones sexuales de meta inhibida, las cuales no son susceptibles de una satisfacción directa.
La guerra perfora los lazos comunitarios entre los pueblos enfrentados y deja como secuela una rivalidad enquistada por largo tiempo. Acaso podamos preguntarnos si altos niveles de desempleo o la corrupción extendida y duradera, no promueven efectos similares, claro que ya no entre pueblos en disputa sino al interior de una misma comunidad. Así, la oposición a sujetarse a las normas éticas deriva del debilitamiento ético de los dirigentes. Si la ética en la regulación de los vínculos supone el encuentro de la afinidad en la diferencia, la violencia social (sobre todo cuando es ejercida desde el poder) abole los nexos con lo diverso e intensifica los riesgos disolventes que aspiran a una nivelación descomplejizante. Este liderazgo incrementa su destructividad a medida que pierde legitimidad y su correlato social es la disolución de los vínculos de identificación, la degradación de los ideales colectivos hacia afanes individuales y, consecuentemente, da lugar a la liberación de la agresividad y las luchas fraticidas.
Finalmente, recordemos a Camus cuando en La peste decía que “conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere”.
* Doctor en Psicología
(1) “Un derecho penal para una sociedad menos fraterna”, Diario Página/12, 15/04/04.
¿Se podría decir que el concepto "ligazones libidinosas" es equivalente a "ligazones amorosas"?
ResponderEliminarLa palabra libidinosa parace ser tener una acepción más amplia que sexualidad.
Leyendo sus artículos aprendo a usar los conceptos de Freud de una manera más útil, y enriquecida, adaptada, para el mejor análisis y el trabajo para mejorar el mundo
¿se podría asegurar que el ser humano es egoísta por naturaleza? ¿Por qué? ¿Y qué mecanismos utiliza para revertir dicha situación?
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