Presentando el Blog

Psicoanálisis y Economía

jueves, 25 de marzo de 2010

Si me dices que vas a Cracovia (*)

Sebastián Plut


“Los individuos son malos jueces
de la sinceridad de los demás en la situación cara a cara”
(D. Meltzer, Sinceridad)


“-¿Acaso podría afirmar algo semejante? –preguntó Guillermo,
y comprendí que había formulado la pregunta de modo que
el Abad no pudiese afirmar que sí podía, y aprovechó el silencio de Abbone
para desviar el curso de la conversación-”
(U. Eco, El nombre de la rosa)


Introducción
La práctica del counseling, como la sesión analítica, se realiza bajo la forma de un diá-logo. Cada tipo de diálogo podrá examinarse en sus formas y contenidos específicos o bien podrán considerarse problemas que atañen a diversos tipos de conversación . Esto último me interesa ahora y, específicamente, me centraré en el tema de las men-tiras. Al decir que es un problema del diálogo, subrayo que es un asunto del discurso en una escena intersubjetiva.
Las mentiras se presentan en la cotidianeidad de la vida familiar, entre personas que trabajan juntas, el paciente con su analista, el acusado frente al juez, el político ante la comunidad, etc. . En cada contexto la mentira supone conflictos diferenciales y tam-bién se distinguen los objetivos que se persiguen con su detección: mientras el juez procura conocer los hechos de un delito con el fin de establecer una condena, el psi-coanalista se enfoca en los mecanismos de defensa y su meta es el cambio psíquico del paciente.
Existen muchas formas de mentir (simular, desviar la atención, ocultar, etc.) y cada mentira tiene finalidades diferentes. Nuestro propósito consiste en analizar la eficacia de las mentiras, sus fundamentos y tipos y exponer los problemas metodológicos que hacen a su localización. Contamos con diversas teorías sobre los discursos falsos, las cuales desarrollaron taxonomías más o menos precisas. Sin embargo, el problema aun irresuelto es el de la detección de la mentira ya que no resulta sencillo advertir en los hechos sus manifestaciones concretas.
Por último, expliquemos el título del artículo. El psicoanalista habrá advertido que evo-ca el chiste analizado por Freud en el cual un judío responde que va a Cracovia y otro judío le dice: “¡Pero mira qué mentiroso eres! Cuando dices que viajas a Cracovia me quieres hacer creer que viajas a Lemberg. Pero yo sé bien que realmente viajas a Cra-covia. ¿Por qué mientes entonces?” (1905, pág. 108). Freud incluye este ejemplo en un cuarto grupo de chistes: los escépticos (sumado a los obscenos, los hostiles y los cínicos) no obstante, nuestro interés es otro: a) que la verdad y/o la mentira es un asunto entre dos o más sujetos; b) cómo pueden expresarse y detectarse las falseda-des (se puede mentir diciendo la verdad y se puede decir la verdad mintiendo).

Presentación del problema
En tanto escena intersubjetiva la mentira se desarrolla por lo menos entre dos per-sonas: uno que falsea y otro que cree o desconfía. Entonces: a) ¿por qué alguien miente, cuál es su finalidad?; b) ¿con qué recursos construye y disfraza la mentira?; c) ¿por qué alguien cree? (incluimos a quienes creen en sus propios pensamientos fal-sos); d) ¿por qué y cómo el mentiroso se autodelata?
El primer tema (a) comprende los tipos de mentiras y las metas que se persiguen; los puntos b) y d) incluyen los componentes que tomamos como indicadores. Concreta-mente, el análisis de las mentiras incluye 4 niveles: la mentira (escena relatada), los actos del habla verbales (escena desplegada), los componentes paraverbales y la mo-tricidad . Además, para construir la mentira, el sujeto suele captar algo de su interlocu-tor: cosas que le interesan o ante las cuales es más vulnerable. Recuerdo un colega que comentaba cómo era distraído por un paciente que le hablaba de asuntos intelec-tuales que captaban su atención. Otro ejemplo fue advertido por Woizinski (2009) en su análisis de Ricardo III: éste capta cuánto atrapa a Lady Anne ser elogiada por sus encantos. Respecto de por qué alguien cree (c) estudiamos por qué no advierte la mentira ajena, aunque también encontramos situaciones clínicas –o de la vida cotidia-na- en que algunos sujetos piden que les mientan. Un paciente llamaba a prostitutas, cuyos teléfonos tomaba del diario, y les preguntaba si “de verdad” eran tan lindas co-mo decía el aviso. La respuesta siempre era la misma (que sí, eran así de lindas) .

Las investigaciones sobre detección de mentiras parten de un supuesto: el comporta-miento fisiológico, conductual y/o paraverbal del mentiroso es cualitativa y cuantitati-vamente diferente del comportamiento del sujeto sincero (Hernández Fernaud, 2000). Algunos autores sostienen que también hay diferencias entre los relatos que formulan unos y otros. Como se advierte, intentan descubrir por qué canales y de qué for-mas se revela la verdad. Existe cierto consenso en jerarquizar los signos motrices y paraverbales pues, a diferencia de lo que ocurre en el nivel verbal: a) es más difícil reprimir movimientos o tonos de voz; b) estos signos tienen estrecha relación con las emociones; c) sus manifestaciones son más evidentes para el receptor que para el emisor (DePaulo, 1992). Recordemos que los desarrollos de afecto son procesos de descarga y no de investidura, por lo cual el yo sólo ejerce un dominio parcial para mantenerlos en amago (Freud, 1921, 1950). Otra premisa es que no deben conside-rarse signos aislados sino cómo se combinan (contradictoria o armónicamente) las in-formaciones que provienen de diferentes canales (Ekman, 2001). Por ejemplo, cómo se reúnen un determinado relato, ciertos deslices verbales, una expresión facial y una manifestación fisiológica. Respecto de la tendencia a autodelatarse (el criminal siempre vuelve a la escena del crimen) Ekman planteó tres motivos: la culpa por mentir, el te-mor a ser descubierto y el placer por engañar . No obstante, conviene exponer algunos problemas. Dos de ellos han sido expuestos por Ekman, el riesgo de Brokaw (perder de vista las diferencias interindividuales o aspectos idiosincrásicos) y el error de Otelo (ver un culpable donde hay un inocente). Igualmente, sobre este último conviene diferen-ciar los errores técnicos (confundir signos) de los celos por proyección como transfor-mación de la frase “yo lo amo” (Freud, 1911; Maldavsky, 1998). Por otro lado, muchos métodos presentan problemas de validez en tanto no definen con claridad en qué me-dida los signos observados son indicadores fehacientes de una mentira y no, por ejem-plo, de otros conflictos o variaciones emocionales. Tales limitaciones derivan de que los indicadores no remiten a hipótesis teóricas sino que surgieron inductivamente por me-dio de la observación. Se han señalado también problemas de validez ecológica ya que no siempre las conclusiones de laboratorio pueden trasladarse a situaciones cotidianas. Por último, coincidimos con Burgoon, Burk y Pfau (1990) en que en muchos de los modelos que se utilizan la operacionalización de los correlatos conductuales y paraver-bales de la mentira es endeble.

Enfoque psicoanalítico
Freud (1916) ofrece un esclarecimiento a la criminología cuando advierte que ciertos sujetos cometen un delito motivados por su conciencia de culpa. En efecto, afirma que la razón de sus delitos es la búsqueda de un castigo para aliviar el sentimiento de cul-pa. Esta hipótesis tiene algún nexo con la propuesta de Ekman según la cual parte de los errores que los sujetos cometen al mentir deriva de la culpa (por el delito o por el acto mismo de mentir). El autor sostiene que el castigo es lo único que aminora el sen-timiento de culpa y el motivo de que confiese. Sin embargo, entre ambas ideas hay una diferencia, ya que para Freud, en aquellos casos, el sentimiento de culpa precede al delito .
Freud (1915) también aludió a las conductas socialmente buenas pero que encubren el egoísmo y la agresividad. Un individuo, influenciado por recompensas o castigos, pue-de optar por la acción aparentemente buena sin haber mudado sus inclinaciones egoís-tas en inclinaciones sociales. En tal caso, el sujeto sólo será bueno en la medida en que tal conducta le traiga ciertas ventajas y durante el tiempo que ello ocurra. A esta conducta, Freud no duda en llamarla hipócrita . Meltzer por su parte, sostiene que “si bien la intención siempre implica un plan de comportamiento, las intenciones no pue-den juzgarse por la conducta” (1971, pág. 174).
En el marco de la clínica, Maldavsky (2004) destacó la dificultad de detectar el erotis-mo sádico anal primario y el consiguiente afán vengativo, propio de pacientes trans-gresores, en su combinación con la desmentida. Dicha dificultad no resulta tal cuando el paciente relata escenas de engaño sino cuando toma al analista como destinatario de su afán vengativo. Dicho deseo requiere que no sea advertido, por lo cual puede que el analista capte tardíamente el problema clínico. En tal caso, el discurso del pa-ciente “puede asemejarse al de ciertos comentaristas políticos, que tienen una apa-riencia de objetividad con la cual pretenden disminuir la desconfianza ajena” (pág. 153). Si bien es cierto que las segundas intenciones pujan por expresarse, con ello no desaparece el problema: cómo detectar los momentos en que la desmentida dominan-te afecta a la capacidad pensante del analista. En ocasiones el analista podrá advertir la situación clínica, no obstante si el paciente logra promover un estado de fascinación en su interlocutor éste quedará en un estado de desorientación, inquietud e, incluso, irritación.
De este comentario se derivan puntos de interés para lo que sigue: a) considerar las fijaciones pulsionales y las defensas para definir los tipos de mentiras ; b) diferenciar entre defensas exitosas y fracasadas; c) afinar los criterios para detectar la objetividad aparente; d) distinguir el nivel de los relatos (lo que un sujeto cuenta) del nivel de los actos del habla, es decir, las escenas que despliega al relatar; e) incluir como posible indicio el estado propio del receptor al escuchar a un sujeto.
Estos puntos nos conducen a los problemas metodológicos, pero antes expondré sinté-ticamente una categorización de cinco tipos de mentiras:
a) Histérica o proton pseudos (Freud, 1950): en la primera mentira histérica se desa-rrolla una fantasía como ficción embellecedora en la tentativa de protegerse de afectos como el asco, el dolor, etc.
b) Psicopática: encubre un deseo vengativo y busca obtener un bien material. El sujeto procura “hacer hacer”, que el otro realice alguna acción en beneficio del primero. Po-see una segunda intención oculta que burla una ley.
c) Lógica: tiene por meta inducir un pensamiento en otro, que crea algo que no es. El objetivo podrá ser esconder el propio pensamiento, apropiarse del pensamiento ajeno o protegerse de un estado de miseria afectiva o económica. Suele incluir una contra-dicción entre dos afirmaciones o bien entre una afirmación y la realidad concreta.
d) Afectiva: habitualmente se denomina manipulación emocional y consiste en “hacer sentir” algo al otro, habitualmente, culpa, gratitud, etc. La inducción promueve que el otro sienta culpa por su presunto egoísmo cuando, en realidad, el egoísta es el emisor.
e) Inconsistente: en este caso, lo que resulta encubierto es la falta de subjetividad.
Con esta distinción advertimos que la mentira no es algo homogéneo, no siempre bus-ca lo mismo. Las diferencias se dan: a) por aquello que se busca y se desea ocultar; b) por las estrategias y recursos con los que se disfraza la mentira. Asimismo, podemos encontrar combinaciones, tal como hacer creer algo al otro, para luego asestarle un golpe, robarle, etc.

Avances metodológicos
El Algoritmo David Liberman (ADL) es un método de investigación de la significatividad del lenguaje (Maldavsky, 1999, 2004; Maldavsky et al., 2007) que permite encarar mu-chos de los problemas expuestos: a) posee un alto nivel de fundamentación y validez teórica (sus hipótesis centrales son las de la pulsión y la defensa y su estado); b) estas hipótesis permiten distinguir tipos de deseos, ideales, afectos, representación-grupo, etc.; c) el alto grado de operacionalización de sus hipótesis permite abrochar de modo consistente el nivel teórico con el de las manifestaciones; d) para el estudio del discur-so (de uno o más sujetos) distingue cinco niveles de análisis: palabras, relatos, actos del habla verbales (escenas desplegadas), componentes paraverbales y motricidad; e) en cada uno de estos niveles localiza escenas específicas; f) obtiene resultados multi-variados y, a su vez, aporta criterios para definir qué es lo prevalente en un discurso.
Un sujeto puede relatar escenas que evidencien un deseo especulativo, cognitivo, amoroso, justiciero, estético, etc., y al hacerlo desplegará escenas que coincidan o no con lo narrado. Alguien podrá relatar una escena de sacrificio al tiempo que acusa, o bien puede procurar impactar estéticamente mientras refiere una escena cognitiva. La escena desplegada, a su vez, incluye componentes verbales, paraverbales y motrices. En efecto, un sujeto puede contar una situación de abuso, mientras se lamenta y todo ello acompañado de chasquidos con la lengua. Por otra parte, en las escenas (narradas o desplegadas) el relator se coloca a sí mismo y a los otros en diversas posiciones (su-jeto, ayudante, rival, doble, etc.) lo cual evidencia el tipo de defensa (patógena, acorde a fines, etc.) y su estado (exitoso, fracasado).
A modo de ejemplo, consideremos el chasquido de lengua mencionado. Este tipo de motricidad corresponde a un tipo específico de deseo (oral primario) y a una defensa (desmentida) en estado fracasado. Como escena es similar a la del bebé que cree estar succionando el pecho materno cuando en realidad se está engañando a sí mismo. Esto es, el chasquido indica la situación dolorosa en la que el sujeto registra no solo la per-sistencia de su necesidad (sed) sino también que se ha engañado a sí mismo (Mal-davsky, 1999). En tal caso, conjeturamos una contradicción entre una afirmación y una realidad concreta.
La mentira que alguien cuenta, entonces, constituye un relato, en tanto que si mani-fiesta un desliz verbal, lo analizamos en el nivel de las redes de palabras. A su vez, en los actos del habla detectamos qué hace el sujeto al narrar, por ejemplo, puede pro-mover algún tipo de entrampamiento en su interlocutor. Tales entrampamientos pue-den ser de diversa índole, pragmáticos, semánticos, lógicos u orgánicos.
En síntesis, el ADL permite identificar múltiples manifestaciones discursivas que pueden ser categorizadas con un alto nivel de especificidad. Asimismo, ofrece una serie de instrucciones para localizar los deseos y defensas en cada una de tales manifestaciones y, luego, analizar cómo se combina el conjunto (si hay armonías o contradicciones).

Algunos ejemplos
1) Comencemos con un ejemplo de Freud. Cuando relata su viaje a la Acrópolis dice que allí le acudió un pensamiento que le resultó asombroso: “¡¿Entonces todo esto existe efectivamente tal como lo aprendimos en la escuela?!” (1936, pág. 214). La compresión del fenómeno (incredulidad) lo conduce a identificar un sentimiento de culpa e inferioridad: “No soy digno de semejante dicha, no la merezco” (pág. 216). La sensación de incredulidad abarcaba tanto a la existencia de la Acrópolis cuanto a su posibilidad de haber llegado hasta allí.
2) Otro ejemplo de Freud: “Cierta mañana abandoné sin pagar la tabaquería donde había hecho mi compra de cigarros. Omisión inocente, pues me conocen y por eso podía esperar que al día siguiente me recordarían la deuda. Esa pequeña falta, el in-tento de contraer deudas, no dejaba de entramarse con las consideraciones presu-puestarias que me habían ocupado durante toda la víspera… Quizás en ningún caso la cultura y la educación hayan vencido más que de manera incompleta la codicia primiti-va del lactante, que procura apoderarse de todos los objetos (para llevárselos a la bo-ca)” (1901, págs. 155-6). En una nota al pie Freud alude a los espejismos del recuerdo por lo cual uno supone haber pagado.
3) Una pareja consulta para que su hijo comience una psicoterapia. Desde la primera entrevista, al analista le llamó la atención una muletilla de la madre. En cada ocasión en que describía cuánto quería y cuidaba a su hijo, agregaba: “¿no es cierto?”. Por ejemplo, podía decir: “A Gustavito yo siempre lo mimé mucho, ¿no es cierto?”.
4) Una mujer relata que cuando estaba en la escuela primaria, en una ocasión falsificó la firma de su padre en un boletín y cuando la maestra le preguntó de quién era la firma, respondió velozmente: “yo, mi papá”.
5) Una escena observada en un bar: una mujer se acerca a una mesa en la cual la esperaba otra mujer a quien la primera, con ademán de taparse la boca, le dice que no le da un beso porque está enferma y podría contagiarla. Minutos después, la mujer que ya estaba en el bar le entrega un regalo y la felicita por su cumpleaños. La señora enferma lo abre, ve un anillo, agradece, se lo prueba (sin que su rostro evidencie que le gustara) y en ese momento se levanta, se le acerca y le da un beso.
6) Una propaganda política del nazismo difundía que la culpa de la crisis económica la tenían los ciclistas y los judíos.

Sé que los ejemplos son breves y, sobre todo, no abarcan al conjunto de posibilidades. Sin embargo, permiten realizar algunas observaciones y conjeturas. Por un lado, algu-nos corresponden a la cotidianeidad y otros a la clínica o a los textos freudianos. El ejemplo 1) ilustra un caso en que el sentimiento de culpa conduce a desautorizar un fragmento de realidad objetiva, es decir, cómo un tipo de afecto (culpa) logra restarle crédito a una percepción (incredulidad). El ejemplo 2) me interesó pues se distingue del robo de dinero. En efecto, no se trata ni del deseo de retener dinero, ni del deseo vengativo, sino de una ficción (haber pagado) como forma de sobreponerse a una vi-vencia de miseria. Es decir, el endeudamiento corresponde a un espejismo (tal como se dice que ocurre en el desierto ante la sed) que en este caso se liga a la adicción al tabaco. Nótese que no se trata de un lapsus (“me olvidé de pagar”) sino de una micro-creencia (“ya pagué”) que produce una escena que podría enunciarse del siguiente modo: “no es cierto que padezca una penuria económica”. Resulta sugerente, por otro lado, que Freud lo enlace con la pulsión oral. En el ejemplo 3) nos preguntamos qué valor tenía la insistente muletilla. Podía ser un modo de pedir una confirmación, una forma de orientarse al hablar o bien de no dejar espacio a un interlocutor. Sin embar-go, su significación era otra ya que el componente paraverbal transformaba en pregun-ta lo que era una afirmación: “A Gustavito yo siempre lo mimé mucho: no es cierto”. En rigor, este hecho clínico exige dos interpretaciones. Es decir, al deformar el tono de la afirmación, no solo ocultaba un sector de la realidad, sino que también inducía a que el interlocutor estuviera de acuerdo con ella. Para ello, entiendo que un recurso adicio-nal está dado por el uso de magnificadores (siempre, mucho). Por otro lado, se desli-zaba una forma de reconocer que no era verdad cuanto decía de la atención hacia su hijo, verdad que solo pudo expresarse con una deformación de la entonación. Como se advierte, en este caso el componente paraverbal hace de máscara. Claro que la com-prensión de la frase también tomó en cuenta conocer a su hijo y advertir su fragilidad psíquica y escuchar otros relatos de su madre en que su desconexión se hacía eviden-te. Del ejemplo 4) podríamos considerar la identificación de la relatora con su padre, aunque ahora nos interesa señalar que aquélla se autodelató por vía de un lapsus (al igual que en el primer ejemplo parece tener eficacia el sentimiento de culpa). Sobre la escena 5), es cierto que no sería una buena solución que la destinataria del regalo ex-prese su desagrado. Sin embargo, y a pesar del esfuerzo de la mujer, su gesto final (darle un beso) no hace sino exhibir, de modo a penas encubierto, su hostilidad (ya no evitó el posible contagio). Más allá de que agradecer falsamente un regalo no sería una mentira perjudicial, el ejemplo muestra: a) la concurrencia de diversos canales que aportan información (lo que la mujer dice, lo que evidencian su rostro, su tono de voz y el movimiento de su cuerpo); b) la importancia del contexto para entender la situa-ción (interpretar el beso de agradecimiento no sería posible si no supiéramos que unos minutos antes se opuso a darle un beso). Finalmente, el ejemplo 6) muestra una com-binación entre acusación y falsedad. Ante el absurdo del anuncio la gente tendía a preguntarse por qué los ciclistas, al tiempo que se naturalizaba la presunta responsabi-lidad de los judíos. Es decir, la meta es la localización de un enemigo, para lo cual se recurre a un desvío de la atención a través de lo que denominé el “falso absurdo”: se menciona a los ciclistas como argumento falso pero fácilmente cuestionable.

Reflexiones finales
En trabajos anteriores (Plut, 2000, 2007a, 2008b, 2009a, 2009c, 2009d, 2009e) he estudiado problemas afines a los aquí encarados. En efecto, investigamos los funda-mentos de la credibilidad, el discurso de líderes que se colocan en la posición de un observador hiperlúcido, el discurso y la propaganda política, las burbujas financieras, el problema del rumor, etc. En esta ocasión expuse un panorama global sobre las menti-ras, describí sus tipos y fines y los problemas metodológicos de su detección.
El supuesto de base es que en cada mentira subyace la frase “yo miento” que puja por expresarse de algún modo (verbal, paraverbal o motriz) . Los recursos que se utilizan para el disfraz pueden ser múltiples, tales como las exageraciones, el desvío de la atención, el lamento, ciertas contradicciones y ambigüedades, etc., y todo ello expre-sado en un relato, en los actos del habla o en el componente melódico. De allí que la instrucción jurídica de decir toda la verdad y nada más que la verdad significa: a) no dejar nada de lado; b) no agregar nada. Es que cada mentiroso es en sí mismo una versión de Rashomon ya que comunica contenidos diversos y contradictorios por ca-nales también múltiples.
He señalado que el análisis de las mentiras comprende una escena intersubjetiva y no se puede comprender bien la mentira sin conocer a su destinatario (Martínez Selva, 2009). Sin duda importa la habilidad del mentiroso, no obstante también conviene in-dagar las razones de la credulidad. Para Meltzer el problema es cómo “experimentamos el estado de la mente de otra persona emocionalmente a través de procesos introyec-tivos inconscientes” (1971, pág. 177). Si como dicen Levitt y Dubner (2005) siempre que hay un beneficio en juego surge la tendencia a mentir, lo mismo podríamos decir para el crédulo. Algunos de los motivos para creer son: a) evitar un duelo (Woizinski, 2009); b) protegernos de una desilusión; c) también puede ocurrir que la fascinación provocada por el discurso de quien desmiente encubra la identificación reprimida con el deseo vindicatorio y con la ilusión de omnipotencia del mentiroso; d) o bien, el con-flicto que se despierta por desconfiar podrá conducir, como reacción espontánea, a una tendencia a la fuga (en términos del pensamiento, por ejemplo).
En el problema de la mentira, además, damos especial relevancia a la investigación de mecanismos de la gama de la desmentida, sea en quien se coloca en una posición ac-tiva como en quien padece la mentira (ajena o propia).
De lo expuesto hasta aquí restan muchos aspectos por seguir investigando, entre los cuales puedo destacar: a) profundizar en el discurso cínico; b) investigar en el discurso mentiroso las manifestaciones del éxito y del fracaso de la defensa (cuando un sujeto se autodelata); c) examinar diferencias cuando la mentira afecta al juicio de atribución y cuando afecta al juicio de existencia; d) estudiar el vínculo que propone quien pide que le mientan, vínculo que podríamos denominar “mensonge a deux”; e) comparar la situación en que el lenguaje de la mentira es equivalente al de lo ocultado y aquella en que ambos lenguajes difieren.
Para finalizar quiero agregar que, actualmente, estoy estudiando muchos de estos pro-blemas a través del análisis de películas, tales como Nueve reinas o La leonera, y tam-bién a partir de considerar las diferencias entre el discurso místico y el tipo de mentiras de quien cree (o hace creer) una afirmación contradictoria con los hechos. En efecto, así como Freud contrastó fenómenos patológicos con ciertos procesos psíquicos nor-males (alucinación y sueño, melancolía y duelo) podemos comparar el pensamiento místico (sostenido en la sublimación) con el pensamiento patógeno que prescinde de sus nexos con la realidad material. Algo de ello advertí en un paciente esquizoide que cuestionaba que la gente se plantee si cree o no en Dios en lugar de preguntarse si este último es creíble.


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(*) Publicado en Actualidad Psicológica, N° 382.

1 comentario:

  1. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    COMPARTIENDO ILUSION
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    CON saludos de la luna al
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    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE ALBATROS GLADIATOR, ACEBO CUMBRES BORRASCOSAS, ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.

    José
    Ramón...

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