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Psicoanálisis y Economía

viernes, 14 de enero de 2011

Treinta proposiciones freudianas sobre el derecho, la violencia y la inseguridad

Sebastián Plut

Freud asumió una deuda con el derecho que pagó ostensiblemente. El origen de dicha deuda es doble: por un lado, pues en su juventud se había comprometido a estudiar abogacía, luego de lo cual renunció a ese proyecto. Por otro lado, en diversas ocasio-nes tomó prestados ciertos términos jurídicos que insertó en sus argumentaciones psi-coanalíticas. A su vez, canceló su deuda a través de proposiciones más o menos explí-citas sobre problemas legales y, también, por medio de un conjunto de conceptos que podrán ser capitalizados por los jueces. En lo que sigue expondré, entonces, una sínte-sis y enumeración de tales propuestas.

El derecho y la convivencia
I. Ante la posibilidad de mejorar su suerte mediante el trabajo el hombre tomó con-ciencia de la utilidad de la vida en común. El desarrollo de las sociedades impuso a los individuos un conjunto de normas y requisitos para su participación comunitaria.

II. Freud reseñó las fuentes del sufrimiento según éste provenga del cuerpo propio, de la naturaleza o de los vínculos con los otros. Agrega que no entendemos porqué razón las normas que creamos no habrían de beneficiarnos. De allí derivamos dos problemas diferentes para reflexionar: por un lado, la violación de una norma; por otro, la insufi-ciencia inherente a todo código normativo. Siempre habrá un resto no normativizable sobre el cual recae, precisamente, el trabajo de la cultura. También afirmó que dada la lentitud de las personas que guían la sociedad no suele quedar otro remedio para co-rregir las leyes inadecuadas que el de infringirlas a sabiendas.

III. Freud señaló que los fundamentos de la ética debemos buscarlos en sus mociones pulsionales elementales. Estas atraviesan un extenso proceso de transformaciones has-ta su plasmación definitiva: pueden quedar inhibidas, orientadas hacia otras metas, mudarse de objeto, e inclusive volverse contra la propia persona. Los medios de los que se vale la cultura (recompensas y castigos) no tienen por efecto necesario una transformación cabal. Un individuo, influenciado por tales recompensas o castigos, puede definirse por la acción culturalmente buena sin haber mudado sus inclinaciones egoístas en inclinaciones sociales. En tal caso, el sujeto sólo será bueno en la medida en que tal conducta le traiga ciertas ventajas y durante el tiempo que ello ocurra. A esta conducta, Freud la llamó hipócrita.

IV. Freud entendió que justicia social quiere decir que uno se deniega muchas cosas para que también los otros deban renunciar a ellas. Aquel sentimiento comunitario, entonces, deriva de un cambio de signo de un sentimiento inicialmente hostil en un sentimiento tierno.

V. Las tendencias agresivas debemos contarlas entre nuestras mociones constitutivas; en cambio, los imperativos éticos son una conquista de la humanidad.

VI. El camino que llevó de la violencia a la construcción del derecho fue reconocer que la unión de muchos (débiles) podía contrarrestar la violencia del más fuerte. La unión quebranta la violencia y da origen al derecho que es el poder de una comunidad. Claro que, agrega Freud, allí no acaba el proceso, pues nada cambiaría si la unidad se for-mara sólo para combatir al más poderoso y se diluyera tras su doblegamiento. Dicha unidad logrará ser duradera a través de las ligazones de sentimiento. Un primer paso, entonces, es cómo se origina la unión, luego, cómo perdura y, finalmente, cómo se perpetúa. Todos estos pasos entrañan riesgos en tanto la comunidad se compone de elementos de poder desigual. Por ello, las leyes de esta asociación determinan la me-dida en que el individuo debe renunciar a la libertad personal de aplicar su fuerza.

VII. Freud ha señalado que la libertad individual no es un patrimonio de la cultura, más aun, que aquella libertad fue máxima antes de toda cultura (aunque carecía de valor pues no se estaba en condiciones de preservarla). El hombre de la cultura, precisa-mente, accede a la renuncia de una porción de placer y libertad a cambio de un trozo de seguridad. Recordemos que los fenómenos de pánico (cuando se pierde todo mira-miento por el otro) no se corresponden con la magnitud de un peligro dado sino, preci-samente, con la supresión de las ligazones libidinales que mantenían cohesionados a los miembros.

VIII. Freud refirió que la comunidad de intereses –el mercado- no podría llevar por sí sola a la tolerancia recíproca. El mercado, sin ligazones libidinales ni restricciones del narcisismo, no logra sostener la tolerancia recíproca por más tiempo que el que dura la ventaja inmediata que se extrae de la colaboración del otro, pues los individuos ponen en primer plano sus intereses para satisfacer sus pasiones. Como dicen los teóricos de la acción colectiva, la racionalidad individual conduce a la irracionalidad colectiva. La cooperación mutua podrá dar lugar a la creación de ligazones amorosas siempre que se sostenga en una meta que vaya más allá de lo meramente ventajoso.

IX. Freud sostuvo que la neurosis es el negativo de la perversión. En un sentido simi-lar, el texto sobre el asesinato del padre de la horda primordial puede leerse en clave de “negación”. Para decirlo de otro modo, afirmaré que la sociedad es el negativo del crimen.

X. Cada generación renueva una y otra vez el parricidio (como un trauma que no cesa de ocurrir) por vía de la desmaterialización del padre y da lugar a la constitución de la sociedad fraterna. La culpa derivada del asesinato del padre deviene en proscripción de asesinar al hermano. De ese modo, la horda paterna queda sustituida por el clan de hermanos que rinde, al mismo tiempo, la constitución de un ideal (del yo). Volvemos con ello a la hipótesis precedente: comprender la organización social como el negativo del parricidio. La gran fechoría (como Freud designó al parricidio) es así motivo (dio origen) y límite (lo que debe permanecer irrealizado) de la sociedad.

El Estado y sus funciones
XI. El Estado exige conservar el monopolio de la violencia. Podemos conjeturar que la atribución del monopolio estatal de la violencia deriva de la prescripción totémica de un sacrificio sólo permitido como acción colectiva. El Estado, pues, como instancia que representa al conjunto sería el único ejecutor legítimo de la violencia. Si bien esta de-legación tiene por finalidad cierta preservación social, también entraña determinados riesgos derivados de la concentración de tales magnitudes de hostilidad.

XII. Un problema de naturaleza diversa corresponde a las ocasiones en que el senti-miento de culpabilidad ve dislocado su origen histórico causal y se transforma en una difusa culpabilidad social. Agamben recuerda la tendencia a asumir una culpa genérica en cada ocasión en que ocurre un fracaso en la resolución de un problema ético. Es decir, la culpa difusa y generalizada (al modo de “todos somos culpables”) resulta de (o invisibiliza) la no asunción –o adjudicación- de las responsabilidades individuales en cada delito cometido. Es preciso subrayar que esta trasmudación de la culpa individual en responsabilidad colectiva ocurre cuando el delito es perpetrado por el Estado. La lógica según la cual no hay culpabilidad en la medida en que todos participamos de la violencia (claro que bajo la forma de su negatividad), queda pervertida cuando la vio-lencia estatal pretende diluir su culpabilidad en una responsabilidad (difusa y) colecti-va. Mientras que en el primer caso, la violencia perpetrada por el “todos” se denomina “derecho” o “ley”, en el segundo caso se denomina “impunidad” o “terrorismo”.

XIII. Que el Estado debe ofrecer seguridad es incuestionable, aunque sabiendo que siempre será una garantía relativa o precaria y que, especialmente, deberá tratarse de una seguridad jurídica que contemple los riesgos sociales (trabajo, salud, etc.).

XIV. No es la felicidad lo que debe administrar un gobierno. Dicho de otro modo, la igualdad debe y puede promoverse en el plano de la autoconservación, en tanto que las diferencias corresponden al ámbito de la sexualidad. Más aun, habitualmente los gobiernos que pretendieron la felicidad de los ciudadanos se comportaron de manera despótica y totalitaria.

Inseguridad y violencia
XV. Si la ética en la regulación de los vínculos supone el encuentro complejizante de la afinidad en la diferencia, la violencia social (sobre todo cuando es ejercida desde el poder) reduce o abole los nexos con lo diverso y ataca el desarrollo subjetivo.

XVI. Freud dijo que el trabajo liga al individuo a la realidad y lo inserta en forma segu-ra en la comunidad humana. De modo similar, cuando Freud encaró el problema del derecho señaló que la justicia corresponde a la seguridad de que el orden jurídico ya establecido no se quebrantará para favorecer a un individuo. Freud alude al sentimien-to de seguridad, respecto del cual no pone el acento en el tipo o magnitud de los deli-tos sino en la acción igualitaria de la justicia y en el trabajo.

XVII. El horror que nos provoca la violencia nos permite imaginar que somos ajenos a ella, no obstante la fascinación que nos promueve denuncia que nos involucra. Recor-demos que el mandamiento que reza «No matarás» sólo es entendible en tanto perte-necemos al linaje de una interminable cadena de generaciones de asesinos. Compleja imbricación entre ley y pulsión que no por necesaria deja de ser siempre inacabada.

XVIII. La violencia es todo acto que desestime la existencia vital y subjetiva del próji-mo, aunque, primero, es la resultante de suponerse no representado en el otro (un prójimo, el Estado, etc.).

XIX. A partir de la relación entre culpa y delito, pesquisamos tres alternativas: 1) Apa-tía criminal  caracterizada por la ausencia de culpa y subjetividad; 2) Los que delin-quen por conciencia de culpa (en cuyo caso la culpa es, a la vez, punto de partida y punto de llegada); 3) Aquellos en quienes la culpa interfiere en la comisión de un hecho punible. La apatía criminal nos permite pensar en aquellos cuyo crimen no po-see los rasgos de la perversidad. Sus actos no procuran (únicamente) la obtención de un bien material a costa de otros, sino que pretenden reducir el estado psíquico del destinatario de la violencia al propio, a la misma condición inerte de quien lo perpetra. Para el caso 2) el derecho opera como castigo, como punición, mientras que para el caso 3) como prohibición.

XX. La inseguridad es –al menos parcialmente- un efecto del debilitamiento de los la-zos sociales resultante de la entronización del mercado.

XXI. Frente al interrogante sobre cómo es que han de ocurrir ciertos delitos, la teoría freudiana sugiere partir de un interrogante inverso: no sólo por qué puede imponerse la tendencia a la supresión de lo vital, sino cómo ha podido crearse un universo com-plejo en que predominen la ética, la solidaridad y la ternura.

XXII. No puede anteponerse siempre la violencia a la inseguridad. En gran medida esta última la antecede.

XXIII. La “mano dura” podrá reducir a los delincuentes pero no tendrá mayor efecto sobre la inseguridad.

XXIV. Es ilusorio creer que un barrio cerrado constituye una protección frente a la vio-lencia y el sentimiento de inseguridad. Si la inseguridad es un problema social, no solo cualquier muro podrá ser franqueado sino que la violencia y la desconfianza retornarán desde el seno mismo del espacio que pretendió aislarse.

XXV. El avance creciente en la conciencia sobre la diversidad sustenta, en parte, la percepción transitoria sobre amenazas múltiples.

XXVI. Traumática es la experiencia que se impone por su intensa e intrusiva falta de sentido. En ese marco, el sentimiento de injusticia es un insuficiente y, a la vez, com-prensible, intento de dotar de figurabilidad a aquella experiencia.

XXVII. Si en lugar de producir un espacio de interrogación (sobre como pueden apare-cer la ternura y la solidaridad) solo expulsamos proyectivamente lo que ingenuamente creemos ajeno, quedaremos injustificadamente sorprendidos por su irrupción (retor-no).

XXVIII. La apelación al derecho suele aparecer como reclamación tardía por la injusti-cia padecida. Ello solo se entiende en tanto el deseo de orden no concita las mismas pasiones que la injusticia.

XXIX. Si el derecho es el poder de los débiles, cuya eficacia se genera por su unión, no podemos olvidar que la justicia invariable e inevitablemente contiene un sedimento de debilidad que no convendrá alterar.

XXX. El derecho suele enfocarse, podríamos decir, en el sadismo de lo individuos. Sin embargo, aun siendo razonable esa perspectiva, alguna utilidad reportará considerar el masoquismo de los sujetos.

1 comentario:

  1. Interesantes proposiciones. Reflexiones para interpelarnos apelando a la responsabilidad de cada uno, al reconocer la complejidad inherente a la subjetividad, que es de donde se sostienen las acciones aunque se justifiquen con parámetros ajenos.

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