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Psicoanálisis y Economía

lunes, 16 de junio de 2014

¿Y si no era el adjetivo?



Sebastián Plut


Podría imaginar que le pregunto a Ricardo Forster: “¿Y si Nacional no era el mejor adjetivo del sustantivo Pensamiento?”.
Aunque intuyo que a quienes salieron a toda velocidad a llamarlo Goebbels, también podría preguntarles “¿Y si no es el adjetivo lo que les duele?”
Es que en el discurso de muchos opositores la agresión compite con la celeridad. Digo, porque uno no sabría si preguntarles “¿por qué sos tan agresivo?” o “¿por qué te apurás a criticar?”.
Tal vez no haya tal competencia sino una sinergia efectista en que “más rápido” y “más hostil” se alimentan recíprocamente.
Pero hoy me detengo en este rasgo (la velocidad) porque aun la crítica intencionada debería tomarse un tiempo, ese tiempo que es necesario, insoslayable, para que aparezca el pensamiento.
El apuro para juzgar (léase, insultar) a Forster expresa la fantasía punitiva de muchos, que al modo de un Minority report ya detecta al culpable antes de que este hubiera hecho algo.
Pero aquellos juicios también fueron arrojados catárticamente al ruedo público sin tiempo ni mediación alguna. ¿Realmente creen que no hay nada –de distancia, diferencia, etc.- entre Forster y Goebbels?
La catarsis es eso, aceleración y expulsión del otro, pero también del propio pensamiento.
Por eso, ¿será el adjetivo “nacional” lo que se ataca, o será la convocatoria al “pensamiento”?
A alguno de los que no les gustó y, al minuto, insultó, ¿se le ocurrió que antes que el agravio se podría cooperar? ¿Cómo? Por ejemplo, reflexionando como hicieron muchos sobre los términos. O bien, ¿no se le ocurrió que, antes de calificar al nuevo funcionario, podría leer sus libros?
Nada de eso, cooperar o leer, está en el menú de opciones porque son tareas que requieren de un esfuerzo que no combina bien con la catarsis (que, insisito, es la combinación entre velocidad y hostilidad).

Freud decía que el psicoanalista puede hacer predicciones solo cuando ha identificado la compulsión a la repetición. Entonces, sin atribuirme dotes de futurólogo, anticipo que pasado un tiempo –seguramente breve- en que a Forster se lo tildará de lo más grave, se pasará a denostarlo porque su Secretaría “no hizo nada”, “¿para qué tanto nombre si el pensamiento no cambió?” o cualquier otra forma en que, también aquí sin mediaciones, al catártico no se le mueva un pelo por pasar de criminalizar a un intelectual a desvalorizarlo porque no ha cambiado nada.

Tampoco faltó el que cuestiona de la siguiente manera: “el Gobierno se ocupa de las cosas que no le interesan a la gente. A la gente le importa el trabajo, no el pensamiento nacional”.
Antes de insistir en este tipo de críticas, le pido al opositor: primero, que se fije si es que, por ejemplo, el Ministro Tomada ocupó mucho de su tiempo en el tema Forster (o la nueva Secretaría), pues creo que no; en segundo lugar, le pido al opositor que repase qué opinó, por ejemplo, de las acciones del Gobierno para resolver el problema del trabajo en negro (en algunos campitos, por ejemplo).

Sería interesante que quienes se sienten interpelados por toda esa “nueva movida”, lean a Forster, discutan sobre la Escuela de Frankfurt, etc., ya que todo esto no es sino un esfuerzo por privilegiar el pensamiento en el contexto de la política.
“Pensamiento nacional” puede ser un desacierto, pero desacierto no es igual a fascismo.
Pensamiento nacional, me parece a mí, no es ni podría ser una enorme cosmovisión totalitaria que nos lave la mente.
Pensamiento nacional es, creo, tener pensamiento propio, no ser pensado por el otro.

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