Sebastián
Plut
Podría
imaginar que le pregunto a Ricardo Forster: “¿Y si Nacional no era el mejor
adjetivo del sustantivo Pensamiento?”.
Aunque
intuyo que a quienes salieron a toda velocidad a llamarlo Goebbels, también
podría preguntarles “¿Y si no es el adjetivo lo que les duele?”
Es que en
el discurso de muchos opositores la agresión compite con la celeridad. Digo,
porque uno no sabría si preguntarles “¿por qué sos tan agresivo?” o “¿por qué
te apurás a criticar?”.
Tal vez no
haya tal competencia sino una sinergia efectista en que “más rápido” y “más
hostil” se alimentan recíprocamente.
Pero hoy me
detengo en este rasgo (la velocidad) porque aun la crítica intencionada debería
tomarse un tiempo, ese tiempo que es necesario, insoslayable, para que aparezca
el pensamiento.
El apuro
para juzgar (léase, insultar) a Forster expresa la fantasía punitiva de muchos,
que al modo de un Minority report ya detecta al culpable antes de que este
hubiera hecho algo.
Pero
aquellos juicios también fueron arrojados catárticamente al ruedo público sin
tiempo ni mediación alguna. ¿Realmente creen que no hay nada –de distancia,
diferencia, etc.- entre Forster y Goebbels?
La catarsis
es eso, aceleración y expulsión del otro, pero también del propio pensamiento.
Por eso,
¿será el adjetivo “nacional” lo que se ataca, o será la convocatoria al
“pensamiento”?
A alguno de
los que no les gustó y, al minuto, insultó, ¿se le ocurrió que antes que el
agravio se podría cooperar? ¿Cómo? Por ejemplo, reflexionando como hicieron
muchos sobre los términos. O bien, ¿no se le ocurrió que, antes de calificar al
nuevo funcionario, podría leer sus libros?
Nada de
eso, cooperar o leer, está en el menú de opciones porque son tareas que requieren
de un esfuerzo que no combina bien con la catarsis (que, insisito, es la
combinación entre velocidad y hostilidad).
Freud decía
que el psicoanalista puede hacer predicciones solo cuando ha identificado la
compulsión a la repetición. Entonces, sin atribuirme dotes de futurólogo,
anticipo que pasado un tiempo –seguramente breve- en que a Forster se lo
tildará de lo más grave, se pasará a denostarlo porque su Secretaría “no hizo
nada”, “¿para qué tanto nombre si el pensamiento no cambió?” o cualquier otra
forma en que, también aquí sin mediaciones, al catártico no se le mueva un pelo
por pasar de criminalizar a un intelectual a desvalorizarlo porque no ha
cambiado nada.
Tampoco
faltó el que cuestiona de la siguiente manera: “el Gobierno se ocupa de las
cosas que no le interesan a la gente. A la gente le importa el trabajo, no el
pensamiento nacional”.
Antes de
insistir en este tipo de críticas, le pido al opositor: primero, que se fije si
es que, por ejemplo, el Ministro Tomada ocupó mucho de su tiempo en el tema
Forster (o la nueva Secretaría), pues creo que no; en segundo lugar, le pido al
opositor que repase qué opinó, por ejemplo, de las acciones del Gobierno para
resolver el problema del trabajo en negro (en algunos campitos, por ejemplo).
Sería
interesante que quienes se sienten interpelados por toda esa “nueva movida”,
lean a Forster, discutan sobre la
Escuela de Frankfurt, etc., ya que todo esto no es sino un
esfuerzo por privilegiar el pensamiento en el contexto de la política.
“Pensamiento
nacional” puede ser un desacierto, pero desacierto no es igual a fascismo.
Pensamiento
nacional, me parece a mí, no es ni podría ser una enorme cosmovisión
totalitaria que nos lave la mente.
Pensamiento
nacional es, creo, tener pensamiento propio, no ser pensado por el otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario