Sebastián
Plut
En el año
2006 se publicó en Argentina (por Topía Editorial) un muy buen libro de Ch.
Dejours que lleva por título “La banalización de la injusticia social”. Una de
las hipótesis que expone a poco de comenzar es que en muchos ciudadanos “hay un
clivaje entre sufrimiento e injusticia”.
Si bien el
autor se refería a los ciudadanos franceses, su análisis resultaba valioso para
examinar algunas experiencias argentinas.
De hecho,
recuerdo haber lamentado que el libro no fuera publicado un poco antes, ya que
hacia fines de 2005 yo había concluido mi tesis doctoral (sobre el trauma
laboral de los empleados bancarios durante el corralito) y una de las
conclusiones tenía mucha afinidad con lo planteado por Dejours, aunque expuesto
con mayor claridad por él.
La
mencionada conclusión, dicha de manera abreviada, fue que si bien los
trabajadores bancarios expresaban un importante nivel de sufrimiento
(cansancio, pesimismo, desesperanza, etc.) no manifestaban ningún tipo de frase
que evidenciara el sentimiento de injusticia (pese a trabajar muchas más horas
de lo habitual, ser objetos de múltiples agresiones, temer futuros despidos, etc.).
Ello me
condujo, en aquel momento, a afirmar que el fenómeno correspondía a la invisibilización
del conflicto o, al menos, que un sector significativo del malestar no tenía
figurabilidad, expresión.
De este u
otros modos, problemas similares han planteado diversos autores, tales como
Sennett, Aubert y de Gaulejac, entre otros. En más o en menos, todos coinciden
que en el llamado neoliberalismo la lógica laboral impide la expresión del
conflicto pues prima el individualismo. Una típica expresión era “vos sos tu
propio patrón”. Esto es, individualismo no quiere decir sencillamente “hacé la tuya”,
sino que también significa desconocer la dependencia del otro, la importancia
de ese otro, las relaciones jerárquicas y de poder, entre otras cosas.
Si yo soy
mi propio patrón (aun trabajando en una gran compañía) todo conflicto queda
confinado (y reducido) a mi propia subjetividad.
Freud decía
que el otro puede quedar colocado en diversos lugares, ya sea como ideal, como
ayudante, rival o semejante. En la lógica laboral descripta, la empresa se
constituía en el lugar de ideal y cada trabajador en un mero ayudante. “Yo soy
la empresa”, pues, era a lo que aspiraba (o se pretendía que hiciera) cada
trabajador, expulsando por esa vía las posiciones de semejante y rival. En
rigor, si se excluyen estas últimas posiciones, el otro deja de ser un otro, ya
no es representado como otro con el cual cooperar y/o discutir.
Aunque
suene trillado, no está de más recordar que el conflicto es inevitable, es
constitutivo del ser humano y de sus vínculos. En todo caso, varían sus
destinos, ya que pueden resultar destructivos, quedar invisibilizados o bien
expresados dándole un curso de resolución.
Tal vez,
entonces, uno de los cambios de época a los que asistimos en la actualidad,
consista en que los conflictos se han tornado manifiestos, pueden desplegarse
en el escenario de los vínculos intersubjetivos, en el campo social. No hay,
ahora, un silenciamiento aterrorizante ni un pensamiento único y banalizante.
Por el contrario, hay fuerzas en pugna, que de modo notorio debaten. Aun cuando
tales pugnas por momentos se intensifiquen en medida, quizá, innecesaria, no
debemos perder de vista la vitalidad que todo ello entraña.
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