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Psicoanálisis y Economía

lunes, 16 de junio de 2014

La vitalidad del conflicto



Sebastián Plut

En el año 2006 se publicó en Argentina (por Topía Editorial) un muy buen libro de Ch. Dejours que lleva por título “La banalización de la injusticia social”. Una de las hipótesis que expone a poco de comenzar es que en muchos ciudadanos “hay un clivaje entre sufrimiento e injusticia”.
Si bien el autor se refería a los ciudadanos franceses, su análisis resultaba valioso para examinar algunas experiencias argentinas.

De hecho, recuerdo haber lamentado que el libro no fuera publicado un poco antes, ya que hacia fines de 2005 yo había concluido mi tesis doctoral (sobre el trauma laboral de los empleados bancarios durante el corralito) y una de las conclusiones tenía mucha afinidad con lo planteado por Dejours, aunque expuesto con mayor claridad por él.

La mencionada conclusión, dicha de manera abreviada, fue que si bien los trabajadores bancarios expresaban un importante nivel de sufrimiento (cansancio, pesimismo, desesperanza, etc.) no manifestaban ningún tipo de frase que evidenciara el sentimiento de injusticia (pese a trabajar muchas más horas de lo habitual, ser objetos de múltiples agresiones, temer futuros despidos, etc.).

Ello me condujo, en aquel momento, a afirmar que el fenómeno correspondía a la invisibilización del conflicto o, al menos, que un sector significativo del malestar no tenía figurabilidad, expresión.

De este u otros modos, problemas similares han planteado diversos autores, tales como Sennett, Aubert y de Gaulejac, entre otros. En más o en menos, todos coinciden que en el llamado neoliberalismo la lógica laboral impide la expresión del conflicto pues prima el individualismo. Una típica expresión era “vos sos tu propio patrón”. Esto es, individualismo no quiere decir sencillamente “hacé la tuya”, sino que también significa desconocer la dependencia del otro, la importancia de ese otro, las relaciones jerárquicas y de poder, entre otras cosas.
Si yo soy mi propio patrón (aun trabajando en una gran compañía) todo conflicto queda confinado (y reducido) a mi propia subjetividad.

Freud decía que el otro puede quedar colocado en diversos lugares, ya sea como ideal, como ayudante, rival o semejante. En la lógica laboral descripta, la empresa se constituía en el lugar de ideal y cada trabajador en un mero ayudante. “Yo soy la empresa”, pues, era a lo que aspiraba (o se pretendía que hiciera) cada trabajador, expulsando por esa vía las posiciones de semejante y rival. En rigor, si se excluyen estas últimas posiciones, el otro deja de ser un otro, ya no es representado como otro con el cual cooperar y/o discutir.

Aunque suene trillado, no está de más recordar que el conflicto es inevitable, es constitutivo del ser humano y de sus vínculos. En todo caso, varían sus destinos, ya que pueden resultar destructivos, quedar invisibilizados o bien expresados dándole un curso de resolución.

Tal vez, entonces, uno de los cambios de época a los que asistimos en la actualidad, consista en que los conflictos se han tornado manifiestos, pueden desplegarse en el escenario de los vínculos intersubjetivos, en el campo social. No hay, ahora, un silenciamiento aterrorizante ni un pensamiento único y banalizante. Por el contrario, hay fuerzas en pugna, que de modo notorio debaten. Aun cuando tales pugnas por momentos se intensifiquen en medida, quizá, innecesaria, no debemos perder de vista la vitalidad que todo ello entraña.

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