Sebastián Plut
Hace unos días sonó el teléfono de mi casa a eso de las cuatro de la mañana.
Dormido como estaba, atendí y, del otro lado, una voz llorando
intensamente me decía “papá, no sabés lo que me pasó”. Pregunté quién
era y la voz insistía diciendo lo mismo. Era uno de esos llamados que
pretenden amenazar, etc.
Pese a que mis hijos estaban en casa, durmiendo, por un instante me pareció que la voz del teléfono era la de uno de ellos.
¿Por qué, entonces, si era inverosímil que fuera alguno de mis hijos dudé o creí que era la voz de uno de ellos?
Puede que en parte se deba al estado propio del despertarse a esa hora
por un llamado telefónico. Es decir, al estado de desconcierto que
impide comprender bien lo que ocurría.
A su vez, es probable
que una voz en llanto también convoque a la conmiseración, la cual –ya
lo dijo Freud- tiene eficacia identificatoria. Algo así como que en
tales ocasiones uno tiende a colocarse en el lugar del que sufre.
El tercer factor, lógicamente, es el temor que despiertan esos
mensajes. Esto es, cuando uno siente miedo ante un evento lo iguala a
otro. Lo hace “parecerse” a lo que no es.
Veámoslo, ahora, del siguiente modo:
Uno está cansado y, pasivamente, recibe ciertos mensajes. En ellos hay
imágenes dolorosas que, a su vez, meten miedo. Entonces, uno concluye:
“parece real”.
A esto, algunos lo llaman periodismo.
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