Sebastián Plut
Pese a que mi fiebre
futbolera solo alcanza el nivel de una ligera febrícula estacional, me gusta la
idea del “fútbol para todos”.
El valor social de
esa política pública no se agota, creo, en el hecho de que mucha más gente
pueda ver los partidos. Si hay allí algo de justicia social no es solo porque quienes
no pueden pagar un abono ya no deban mirar lastimosamente los partidos en las
vidrieras de los negocios de electrodomésticos.
Es justicia porque suprime
una posición (abusiva e innecesaria) de privilegio.
Inclusión, entonces,
es que “más gente puede…” pero también que “no solo puedo yo”.
Lo mismo podría decir
de tantas otras políticas y leyes de los últimos años, como por ejemplo, la ley
de matrimonio igualitario. La ley habilita a que también contraiga matrimonio
un sector de la sociedad que hasta el momento no tenía ese derecho, pero
también es una ley que nos abarca a todos en tanto genera mayor tolerancia, menos prejuicios y menor hipocresía.
Así, se trató de una legislación para el conjunto de la sociedad.
Suele decirse que la discriminación se funda en la aversión a lo
diferente, en una dificultad para reconocer y aceptar la diversidad. Sin
embargo, siendo cierto, también creo que las razones de quienes se oponen a
estas políticas derivan de no tolerar las afinidades que estas leyes y
políticas visibilizan, reconocen y promueven.
En síntesis, los que se oponen al “todos”,
tienen mayor disposición a “tolerar la diferencia” (con todo lo que implica el
verbo “tolerar”) que a descubrir la semejanza con el prójimo.
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