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Psicoanálisis y Economía

jueves, 18 de febrero de 2010

El cuerpo (del) político

Sebastián Plut

La psicopatología psicoanalítica ha desarrollado precisiones teóricas de gran valor para comprender las afecciones psicosomáticas y, en ese marco, tienen cabida las hipótesis referidas al cuerpo como fuente química de la pulsión, a la angustia automática y al vínculo con un personaje despótico, entre otras.
Tal vez podamos, entonces, aprovechar algunos de tales desarrollos para avanzar en los estudios de psicología política. En efecto, el reciente episodio cerebrovascular de Néstor Kirchner nos permite pensar un nuevo terreno de investigación.
Quienes nos dedicamos a la psicología política, habitualmente, intentamos comprender la subjetividad de los políticos y/o de los ciudadanos, ya sea para detectar las estrate-gias de los primeros para generar adhesiones, promover hostilidades, encubrir, etc., ya sea para identificar la lógica que los segundos utilizan en sus decisiones.
Sin embargo, al leer lo que se ha dicho en torno de la intervención quirúrgica del ex presidente, advertimos dos asuntos significativos: por un lado, la magnitud de las re-sonancias sociales que tiene el suceso mencionado y por otro lado, el hecho notable de que una dolencia somática pueda percibirse (por quien se enferma o por los otros) como debilidad política.
En suma, cuanto menos hallamos dos grandes interrogantes:
¿Cuáles son los nexos entre la política o el poder y el cuerpo?
¿Cuál es el fundamento de la significación de una afección psicosomática como fragilidad política?

En Más allá del principio de placer Freud sostuvo que el encuentro con una sustancia viva diferente pero químicamente afín permite el surgimiento de una tensión vital opuesta a la tendencia a la inercia orgánica. Asimismo, este encuentro con lo diferente puede tornarse mortífero si más que la “afinidad en la diferencia” se pretende la “iden-tidad”. Si ocurren procesos de complejización, pues, nos hallamos en el contexto de la diversidad (afinidad en la diferencia) no obstante pueden presentarse otras dos alter-nativas: que prevalezca la tentativa de supresión de la diversidad o bien que se entro-nice la abolición de la afinidad.
Dicho de otro modo, podrán desarrollarse lógicas sofisticadas para el encuentro con el otro o, por el contrario, procesos psíquicos y vinculares de menor complejidad conduci-rán a la confrontación y la aniquilación.
Estas consideraciones en enlazan con las hipótesis sobre el complejo del semejante y sobre las posiciones psíquicas que Freud expuso en diversos textos (Proyecto de psico-logía, Psicología de las masas y análisis del yo). El prójimo corresponde a ese otro que aun teniendo predicados similares al sujeto posee a su vez un núcleo irreductible. En el nivel de la teoría de los lugares psíquicos ese otro se presenta bajo la forma del objeto y/o del rival, este último entendido como aquel que desea lo mismo que el yo pero a quien no se aspira a eliminar.
En cambio, cuando más que la afinidad en la diversidad se propone la identidad, los vínculos se rigen por la lógica del doble, que Freud denominó “masas de a dos”. En tal caso, el otro ya no será un “semejante”, sino un doble hostil (a quien se elimina) o bien un ayudante, a quien solo se lo utiliza como instrumento.

La reacción más intensa contra el surgimiento de la diferencia consiste en degradar un proceso anímico y vincular a la categoría de lo orgánico. Tal vez ello quede expresado en la situación en que un jefe le dice a su subalterno “vos sos del riñón”, aludiendo a la confianza que se le brinda, pero también a un requerimiento de identidad e indiferenciación. Se trata de una lógica según la cual los distintos miembros constituyen un cuerpo único y quedan desdiferenciados. Quizá no sea excesivo, pues, prestar atención al doble sentido del término “corporación”.

En cuanto al segundo interrogante, hemos identificado que en el discurso, casi invaria-blemente, los políticos se exhiben exitosos (discurriendo sobre sus logros –si ocupan cargos gubernamentales- o bien sobre las soluciones que tienen para los diferentes problemas, cuando forman parte de la oposición). Esto es, no es habitual escuchar a un político decir que fracasó o que no sabe cómo resolver un problema. Hay múltiples ejemplos de ello: un ex presidente, ante la evidente situación crítica que estaba atra-vesando el país, afirmó: “estamos mal, pero vamos bien”. O cuando un periodista le preguntó a una candidata, al día siguiente de perder las elecciones, cómo quedaba la oposición luego de la derrota, aquélla afirmó: “la oposición no ha sido derrotada, está más fuerte que nunca”. Dicho de otro modo, pareciera que el ejercicio del poder conduce a la intolerancia a la derrota. Claro que para los políticos, como para cualquier mortal, la vida es una suma de aciertos y errores, de logros y tropiezos, todo lo cual requiere de saber y poder reconocer unos y otros. Para decirlo rápida y senci-llamente, sostendré que el esfuerzo por sostener una posición omnipotente (siempre exitosa) o la imposibilidad de admitir un fracaso en el ejercicio del poder, retorna como quiebre en el nivel orgánico.
Los dos problemas expuestos podrán desarrollarse con mayor extensión, pero quisiera agregar que no solo comprenden a los políticos sino también al conjunto de los ciuda-danos dado lo que, frecuentemente, esperamos y requerimos de los gobernantes.