Presentando el Blog

Psicoanálisis y Economía

domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Deprimidos globales?


Sebastián Plut
Este texto fue publicado en la Revista Ñ
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/psicologia/Deprimidos-globales_0_998900506.html


En el N° 516 de la Revista Ñ se publicó un artículo de Horacio Vommaro (Presidente de APSA) en el cual expone sobre una supuesta tendencia mundial en aumento de las depresiones. Por diversas razones aquella nota me estimuló a realizar una contribución al debate, entre ellas porque hace tiempo me interesé en investigar la noción de “patologías actuales”. En efecto, considero que es una categoría que merece ser revisada críticamente ya que parece pertenecer aun al contexto de descubrimiento y, eventualmente, requeriría de una mayor fundamentación en el contexto de justificación.
El marco de la polémica que propongo, pues, no está exento de cuestionamientos aunque al mismo tiempo concuerdo con algunas de las observaciones de Vommaro. De hecho, comparto con este último la importancia de reconocer el dolor individual y de la interacción con los semejantes. Así, mi objetivo es, centralmente, contribuir con diferentes perspectivas ante un problema complejo que comprende definiciones sobre qué es una patología psíquica, cuáles son los factores etiológicos, qué tipos de investigaciones se realizan (clínicas, epidemiológicas, psicosociales) y cómo pueden armonizarse diferentes concepciones. Desde ya que no pretendo aquí dar respuesta a todo ello, aunque sí señalar, sobre todo, algunas dificultades con que nos encontramos.
También vale aclarar que aun cuando plantearé cierta crítica al informe de la OMS que allí se cita, rescato el valor del mismo, valor que está dado más allá de acuerdos o desacuerdos, pues no carece de importancia que un organismo internacional preste atención a este tipo de problemáticas.
Hacia la mitad de la nota, su autor propone un interrogante que, a mi juicio, resulta crucial en este tipo de reflexiones: “Su aumento [de las depresiones] se debe a que han avanzado las posibilidades de su detección, o a que se han modificado las condiciones de vida y existencia de las personas?”. Esto es, ¿hay más sujetos que padecen depresión o la ciencia está en mejores condiciones de identificarlos? Creo que Vommaro no termina de dar una respuesta acabada a esta pregunta y quizá eso sea lo más conveniente; en lugar de cerrar el dilema tal vez sea pertinente dejarlo abierto para darle cabida a los múltiples elementos en juego.
Un ejercicio fecundo que propongo es releer los casos que Freud y Breuer publicaron a fines del Siglo XIX en sus célebres Estudios sobre la histeria, entre los que figura la conocida Anna O. Tales casos corresponden, según los autores, a pacientes histéricas que les permitieron (sobre todo a Freud) desarrollar una teoría psicopatológica y, al mismo tiempo, una técnica terapéutica (que progresivamente devino en lo que hoy conocemos como psicoanálisis). Sin embargo, si imaginamos que alguna de aquellas pacientes nos consultase hoy estoy convencido de que difícilmente la diagnostiquemos del mismo modo. Según las escuelas, para unos serán pacientes caracterópatas, para otros serán psicosis histéricas, pacientes borderlines, etc.
No se trata de decir que Freud se equivocó ni con ello se resolvería la cuestión. En todo caso, podemos considerar que en la actualidad: a) se han enriquecido las descripciones clínicas; b) se ha revisado y modificado qué es un “paciente”. Es decir, hoy estamos acostumbrados a no homologar “caso” con “estructura clínica”, en cuanto el primero es particular y la segunda es general. Dicho de otro modo, en cada caso hallamos testimonios de diferentes cuadros clínicos y, así, en un sujeto pueden coexistir, por ejemplo, una corriente obsesiva, una corriente depresiva y una tercera ligada a alteraciones corporales.
A pesar de ello, es frecuente escuchar que en la actualidad ya no llegan pacientes neuróticos a los consultorios tal como los que atendía Freud. No obstante, cuando hacemos tal contraste hay cuanto menos dos factores que constituyen si no obstáculos, cuanto menos dificultades: a) en primer lugar, no es sencillo congeniar un enfoque epidemiológico con la perspectiva psicopatológica; b) por otro lado, las “muestras” que se comparan no son homogéneas y ello en dos sentidos. En principio, pues en la actualidad se ha incrementado exponencialmente la masa de sujetos que se psicoanalizan; en segundo lugar pues en tales contrastes no se comparan los “casos” sino lo que se decía de los pacientes en la época de Freud y lo que se dice actualmente.
Otro debate interesante que está presente en el artículo de Vommaro comprende a lo que podríamos llamar el “factor sociogenético”, esto es, a la eficacia subjetivante y/o patógena de lo cultural y social. Y aquí podemos recurrir, nuevamente, a un texto de Freud, de 1908, en el que cita un párrafo que un neurólogo escribió en 1893. La cita es algo extensa pero ilustrativa: “La lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos, que puede satisfacer únicamente si apela a todas sus fuerzas espirituales; al mismo tiempo, en todos los círculos han crecido los reclamos de goce en la vida, un lujo inaudito se ha difundido por estratos de la población que antes lo desconocían por completo; la irreligiosidad, el descontento y las apetencias han aumentado en vastos círculos populares; merced al intercambio, que ha alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráficas y telefónicas que envuelven al mundo entero, las condiciones del comercio y del tráfico han experimentado una alteración radical; todo se hace de prisa y en estado de agitación: la noche se aprovecha para viajar, el día para los negocios, aun los viajes de placer son ocasiones de fatiga para el sistema nervioso; la inquietud producida por las grandes crisis políticas, industriales, financieras, se trasmite a círculos de población más amplios que antes; la participación en la vida pública se ha vuelto universal: luchas políticas, religiosas, sociales, la actividad de los partidos, las agitaciones electorales, el desmesurado crecimiento de las asociaciones, enervan la mente e imponen al espíritu un esfuerzo cada vez mayor, robando tiempo al esparcimiento, al sueño y al descanso; la vida en las grandes ciudades se vuelve cada vez más refinada y desapacible. Los nervios embotados buscan restaurarse mediante mayores estímulos, picantes goces, y así se fatigan aun más; la literatura moderna trata con preferencia los problemas más espinosos, que atizan todas las pasiones, promueven la sensualidad y el ansia de goces, fomentan el desprecio por todos los principios éticos y todos los ideales…; nuestro oído es acosado e hiperestimulado por una música que nos administran en grandes dosis, estridente e insidiosa…”.
Si de este párrafo eliminamos la palabra “telégrafo”, bien podría coincidir con las descripciones que suelen hacerse del estado actual de la sociedad, con sus exigencias y luchas. Lógicamente, esto no conduce necesariamente a desestimar los factores sociales respecto de la salud mental, pero sí a diseñar proyectos de investigación que permitan establecer nexos más precisos. El mismo Vommaro afirma que la depresión afecta en el mundo a millones de personas de diferentes niveles socioeconómicos y “con independencia del país de origen, de creencias y culturas”.
Retomemos y sinteticemos algunos párrafos del artículo de Vommaro. Comienza citando un informe de la OMS según el cual estaríamos ante “una verdadera catástrofe epidemiológica en la que los desórdenes mentales representan el 12 por ciento de las causas de enfermedad en todo el mundo” y en ese contexto es que se localizaría el incremento de la patología depresiva. Tal vez me equivoco pero, en lo personal, suelo desconfiar de las visiones apocalípticas por lo cual rápidamente pongo en cuestión la idea de una catástrofe epidemiológica. Cuando, por ejemplo, se informa sobre el mencionado “12 por ciento”, debemos preguntarnos cómo se ha establecido ese porcentaje, en comparación con qué sería mucho o poco y, finalmente, como se ha establecido que tales desórdenes son factores causales de enfermedad. En rigor, los interrogantes son de diferente tipo: a) sobre la validez del dato estadístico; b) sobre su significatividad y c) si así fuera, si se trata de una realidad que se ha modificado o de una realidad que solo recientemente se ha detectado. Párrafos después, el autor señala: “Hace una década, la depresión estaba en el cuarto lugar de los trastornos mentales; no solo ha avanzado sino que la OMS pronostica que en tres lustros ocupará el primer lugar”. Aquí, no solo podemos insistir con preguntas como las que ya hemos formulado (cómo se detectan las frecuencias de las patologías, con qué criterios se hacen los pronósticos, etc.) sino que también debemos suponer que si sube la incidencia de una de ellas, querrá decir que baja la incidencia de otras.
Con acierto, Vommaro subraya la importancia de no confundir tristeza con depresión. Claro que si el autor se ve en la necesidad de prevenir esta confusión es porque, en los hechos, debe ocurrir; con lo cual, volvemos a encontrarnos con el problema de los criterios diagnósticos (¿cuántos tristes serán diagnosticados como depresivos?). En efecto, yo mismo he escuchado en numerosas ocasiones a colegas que se preguntan si deben derivar a psiquiatría a algún paciente argumentando que “está bajoneado", “triste”, etc., como si estuvieran –los profesionales- respondiendo a una suerte de ideal moral de la salud en virtud del cual salud y alegría constante serían sinónimos. No otra cosa, de hecho, es lo que se llama “tendencia a patologizar”.
Otro aspecto a destacar de la nota es que el autor aclara que las depresiones suelen presentarse combinadas con alteraciones psicosomáticas, diversas adicciones, violencia familiar, fobias, conductas maníacas, problemas de atención y concentración. Acuerdo con estas descripciones, lo cual nos habla de la complejidad inherente a la tarea diagnóstica y la consecuente dificultad para establecer estadísticas y nexos causales. Una vez más, no es fácil decidir si estamos ante un incremento de las patologías o bien una mayor sofisticación en los diagnósticos. Quizá podamos hacer una comparación con lo que sucede en el mundo de los embarazos. Si uno cuantifica los porcentajes de pérdidas de embarazos actuales y los que había, por ejemplo, hace 50 años, seguramente encontrará que el porcentaje actual es mucho mayor. Así, uno podría verse tentado de decir que dadas las condiciones de existencia actuales (crisis, estrés, etc.) ha aumentado el riesgo de perder un embarazo. Sin embargo, hasta no hace muchos años no existían los métodos autoadministrados que le permiten a una mujer saber rápidamente si está embarazada o no. Eso llevaba a que, presumiblemente, muchas pérdidas –anteriores a dichos métodos- fueran consideradas como menstruaciones tardías.
El último punto que deseo considerar es que Vommaro , luego de aludir acertadamente a las diferencias con que cada grupo social valora qué es normal y patológico, cuestiona como falsa la opción entre “lo constitucional y lo cultural”, ya que uno y otro se requieren mutuamente. Solo agregaría que si esa concepción supone considerar “lo psíquico” como una mera resultante del encuentro entre la genética y la cultura, estamos reduciendo la subjetividad a un simple “efecto” y, con ello, omitimos darle su propio estatus que no se limita a ser una “consecuencia de” sino que también es un factor de alteración biológica y, a su vez, de producción cultural.
Para terminar querría agregar que entre los problemas que no mencioné, se encuentran, por un lado, el progresivo aumento en la densidad demográfica y, por otro lado, las políticas comerciales de los laboratorios. Respecto de la variable poblacional, la dejé de lado por constituir una materia en la que no soy especialista. En cuanto a la mercantilización de la salud y la venta de psicofármacos, si bien creo que existe como variable, así como evito visiones apocalípticas algo similar intento con las versiones conspirativas.

domingo, 25 de agosto de 2013

El medi(c)o es el mensaje


Sebastián Plut


En mi último libro (Psicoanálisis del discurso político, Ed. Lugar) diferencié las investigaciones clínicas de las psicosociales, entre las cuales se ubican los estudios de psicología política. Dicho de otro modo, afirmé que en la delimitación de nuestro campo de estudio quedan excluidas las consideraciones psicopatológicas y, desde ya, también las morales. En esa ocasión, mi comentario se centraba en problemas de tipo epistemológico y metodológico, en cuanto hacer psicología política y estudiar un cuadro clínico constituyen objetivos diferentes, requieren muestras diversas y, también, diseños de investigación también diferentes.
Ante las recientes afirmaciones de Nelson Castro, en su programa televisivo El juego limpio, diversos especialistas en salud, así como periodistas, políticos, entre otros, cuestionaron sus dichos con argumentos variados, todos los cuales hago propios: si existe o no el síndrome de Hubris, si Castro está en condiciones de hacer una diagnóstico solo por información tomada de los medios, si debe –como médico y periodista- hacer tales comentarios en un programa de TV. Lógicamente, también se le observó que su “diagnóstico” tuvo objetivos ajenos a la preocupación médica y que, al mismo tiempo, vehiculizó prejuicios de género (en serie con distintas épocas en que a las mujeres se las tildó de “locas”). De hecho, recuerdo un reportaje que Jorge Fontevecchia le hizo a Elisa Carrió para el Diario Perfil hacia fines del 2008, y cuando aquel le preguntó: “¿Seguro que no le molesta cuando dicen que ‘le faltan jugadores’ o ‘tiene los patitos desalineados’?”, la entrevistada respondió: “En realidad a las mujeres inteligentes siempre les dijeron que estaban locas porque se suponía que no podían serlo”.
Cerremos este apartado con la siguiente idea: sea cual fuere el acierto o desacierto de un diagnóstico, si éste se formula como instrumento de una crítica y/o una denuncia, se ha producido una tergiversación grave que puede dañar al diagnosticado, a quien hace el diagnóstico, a otros que lo escuchan e, incluso, a la disciplina misma.

La conocida sentencia de Mcluhan (“El medio es el mensaje”) adquiere con Castro una renovada significación en que se combinan el medio (poder periodístico) con el saber y poder médico. Con esta extraña fusión (denuncia periodística + diagnóstico psiquiátrico) Castro parece suponer, por ejemplo, que la salud puede ser algo así como “perfecta” o bien que la “sabiduría” es correlativa de la salud mental. También le aconseja “calma y equilibrio frente a la adversidad”. Me surgen, pues, dos interrogantes que, sé, no podré responder. En primer lugar, me pregunto si Castro averiguó si sus jefes, supongamos Héctor Horacio Magnetto, padecen o no de algún tipo de enfermedad del poder. No solo porque los dos nombres del CEO de Clarín tienen la misma inicial del síndrome mencionado por Castro, sino que es evidente que una enfermedad del poder podrá tomar como presa a representantes del poder político, económico, periodístico, médico, etc. Por otro lado, si CFK necesita calma ante la “adversidad”, ¿no sería deseable –si tan preocupado está Castro por la salud de la presidenta- que también le hable a los “adversos”? No lo sé, pero quizá también haya alguna patología de la adversidad.

Pero volvamos a la psicología política (que comprende no solo al discurso de los políticos sino también de los periodistas, entre otros). Haré, entonces, un acotado análisis de las manifestaciones verbales de NC, con la esperanza de aportar una comprensión adicional de sus palabras y, por qué no, para mostrar una forma diferente de pensar –sin denuncias ni críticas- el discurso del otro. En nuestros estudios aplicamos diferentes instrumentos, en todos los casos para estudiar los deseos, según sea que analicemos las palabras, los actos del habla o los relatos que realiza un sujeto. Si tomamos las palabras que utiliza NC (cuyo análisis requiere de un diccionario computarizado más una escala estadística que no podemos explicar aquí) hallamos una exacerbación de los términos ligados con el organismo (“calma”, “médicos”, “enfermedad”, “síndrome”, “equilibrio”, etc.), con la afectividad (“necesitamos”, “afectan”, “emocional”, “siente”, “sufre”, etc.) y, también, con el impacto estético (“muy”, “elogian”, “todos”, “perfecta”, etc.).
De estos tres grupos de términos, que podrían configurar fragmentos de ciertos estilos, podemos decir: los términos del primer grupo (palabras “orgánicas”) corresponden al “tema” tratado por el periodista, es decir, la salud. El segundo grupo (palabras ligadas con la afectividad) parece corresponder a una función específica del periodismo consistente en inducir ciertos climas emocionales (angustia, dolor, impaciencia, etc.). También parece expresar el vínculo entre la “paciente con Hubris” y los ciudadanos. Nótese que NC insiste en que CFK “padece” este síndrome y finaliza su parlamento afirmando que todos nosotros “padecemos” que ella esté enferma (o sea, el sujeto que “padece” va alternando).  
Por último, es notable el uso de actos del habla coincidentes con palabras ligadas al impacto estético. Tales actos del habla suelen ser de la gama de la exageración y el énfasis (muy, perfecta, todos, corazón), la redundancia (se preocuparon el lunes, se preocuparon el martes, se preocuparon ayer). Este conjunto de recursos retóricos tiene por finalidad convencer al otro por medio de una estrategia que consiste en algo así como “hacer mirar” (como cuando alguien dice “ahora van a ver qué tan importante es tal cosa”). Se trata de palabras que hacen las veces de “imágenes”, que suelen producir un efecto equivalente a un impacto visual.
Lo que nos muestra este breve análisis es que la descripción que NC hace de CFK (una enfermedad de la desmesura) es, en realidad, un rasgo del propio discurso de quien lo enuncia. Dicho de otro modo, la “desmesura” (énfasis, exageraciones y redundancias) está en la retórica de Castro.

Otra forma complementaria de pensar la lógica argumental de NC se advierte si sintetizamos sus párrafos. NC, expone que: 1) Es respetuoso y quiere que CFK esté bien; 2) Sabe que los médicos de CFK están preocupados; 3) Los médicos (NC incluido) se dan cuenta fácilmente de lo mal que está CFK; 4) Explica en qué consiste la presunta enfermedad; 5) La conmina a curarse porque todos la padecemos.
Claro que hay que tener en cuenta que desde el punto de vista manifiesto, NC le habla a CFK, cuando en realidad solo está “mostrando” que le habla a la presidenta mientras, en rigor, le habla a la audiencia.
En síntesis, todo su parlamento tiene por objeto convencer a la teleaudiencia de que él sabe de qué habla y que, por lo tanto, todos crean que CFK estaría enferma (de poder). Con ello, pues, no solo procura despertar el crédito de todos en sus palabras sino, además, promover estados emocionales en la población en la gama de la angustia y la desconfianza (hacia quienes nos gobierna).



lunes, 19 de agosto de 2013

Violencia e inseguridad


Sebastián Plut

Cuando se habla de la “inseguridad” suelen dejarse afuera ciertos hechos, como por ejemplo, el reciente asesinato de Ángeles Rawson, o los crímenes pasionales, etc.
Así, ante un crimen, alguien puede decir: “este no fue un hecho de inseguridad, sino que a tal persona lo mató un conocido”.

Pareciera que esta suerte de “clasificación” permite identificar violencias que serían diferentes.
Una de las supuestas diferencias es que ciertas violencias pertenecerían al puro ámbito privado mientras que otras parecen corresponder al mundo público. De hecho, cuando algún grupo social reclama “seguridad”, lo hace específicamente por sucesos de este último grupo.

Algo similar ocurre cuando se alude al genérico “delitos”. Cuando la prensa o “la gente”, protesta o se alarma por el aumento de los “delitos”, suele aludirse, por ejemplo, a los robos en la calle, el ingreso de ladrones a un domicilio o algún otro tipo de hecho similar. No suelen incluirse aquí, por ejemplo, las estafas comerciales, la evasión impositiva, el trabajo en negro, el maltrato laboral, entre otras tantas alternativas.

La pregunta que me hago, pues, es doble: por un lado, si es en un todo razonable distinguir de este modo los tipos de violencia (si me roba un desconocido por la calle y si me roba un socio, una empresa, etc.) como si una fuera más inherente a la “inseguridad” que la otra.
Si bien acuerdo en que es importante advertir los diferentes matices propios de situaciones disímiles, ya que “no todo es lo mismo”, no creo que, a los efectos de entender los grados de violencia en una sociedad, podamos separar tan claramente unos y otros sucesos.

Dicho esto, el segundo interrogante es el siguiente: ¿qué es lo que hace que las manifestaciones sociales –independiente de su magnitud- protesten solo por un sector específico y acotado de los hechos de violencia? ¿Acaso hay más robos callejeros que estafas comerciales por ejemplo?

No podría dar una explicación de esto pero sí, al menos, ensayar una aproximación.
Los delitos que forman parte de la denominada “inseguridad” y por los que un sector de los ciudadanos se manifiesta, tienen dos aspectos diferenciales:
a) suelen suceder en la vía pública (si es un domicilio, igualmente se llega desde la vía pública);
b) los comete un sujeto que no es “conocido mío” (amigo, pariente, cliente, proveedor, empleador, etc.).

En síntesis, el reclamo de mayor seguridad no consiste meramente en el pedido y/o propuesta de políticas públicas para disminuir los niveles de violencia en la sociedad sino, específicamente, en acotar la emergencia del “desconocido” en el “espacio público”.


jueves, 11 de julio de 2013

El comodín de la libertad

Sebastián Plut

Intentaré una reflexión sobre la noción de libertad que, al menos en parte, continúa lo que he planteado en “Derechos y acreencias”, un artículo previo publicado en el N° 5 de la Revista de Epistemología y Ciencias Humanas.
El tema de la libertad ha sido ampliamente discutido y han hecho su aporte las más variadas disciplinas. Lo que haré aquí, pues, es una reflexión breve y acotada al psicoanálisis a partir de la pregunta sobre si tiene sentido la noción de libertad y, en caso afirmativo, cuál.
Si uno piensa en la libertad como valor, rápidamente uno encuentra su contraparte en toda experiencia que refiera a una dictadura, en cuyo caso no puede sino subrayarse la importancia que aquella (la libertad) adquiere. En efecto, en cualquier situación de despotismo, nuestros movimientos, nuestra posibilidad de pensar y de expresarnos, etc., se ven severamente restringidos o castigados. De todos modos, podemos agregar, la libertad que allí exigimos se basa aun en otro concepto que es el de justicia. La lucha, en tales ocasiones, se despliega contra el ejercicio abusivo del poder, es decir, contra la injusticia.

En el título me referí al “comodín” porque, de hecho, advertimos que puede hacerse un uso múltiple del término libertad, puede ser enarbolado por diferentes actores sociales y aplicado a circunstancias de las más diversas. Por ejemplo, ciertos economistas pueden defender “la libertad de mercado” (en oposición a la función regulatoria del Estado) o bien algunos pueden defender la “libertad de prensa” (omitiendo considerar el derecho a la información) o, ya en otro terreno, un paciente puede decir que desea separarse de su novia porque necesita “más libertad”. Cabe recordar, por ejemplo, que en su discurso de asunción a la presidencia George W. Bush utilizó 50 veces el término libertad (hasta 6 veces en un mismo párrafo) para exponer sus ideas tanto sobre el mercado como sobre la lucha contra el terrorismo.

Vale recordar aquí lo que Freud planteó en El malestar en la cultura: “La libertad individual no es un patrimonio de la cultura. Fue máxima antes de toda cultura; es verdad que en esos tiempos las más de las veces carecía de valor, porque el individuo difícilmente estaba en condiciones de preservarla. Por obra del desarrollo cultural experimenta limitaciones, y la justicia exige que nadie escape a ellas. Lo que en una comunidad humana se agita como esfuerzo libertario puede ser la rebelión contra una injusticia vigente, en cuyo caso favorecerá un ulterior desarrollo de la cultura, será conciliable con esta. Pero también puede provenir del resto de la personalidad originaria, un resto no domeñado por la cultura, y convertirse de ese modo en base para la hostilidad hacia esta última. El esfuerzo libertario se dirige entonces contra determinadas formas y exigencias de la cultura, o contra ella en general. No parece posible impulsar a los seres humanos, mediante algún tipo de influjo, a trasmudar su naturaleza en la de una termita: defenderá siempre su demanda de libertad individual en contra de la voluntad de la masa. Buena parte de la brega de la humanidad gira en torno de una tarea: hallar un equilibrio acorde a fines, vale decir, dispensador de felicidad, entre esas demandas individuales y las exigencias culturales de la masa; y uno de los problemas que atañen a su destino es saber si mediante determinada configuración cultural ese equilibrio puede alcanzarse o si el conflicto es insalvable”.

Vayamos ahora a un terreno más cercano a los psicoanalistas.
Winnicott ha escrito un bello trabajo sobre el tema (cuyo título es “Libertad”) en el cual sostiene que es un error oponer libertad a determinismo. De hecho, si así lo hacemos, gran parte de la teoría psicoanalítica sería una suerte de demostración de la falta de libertad, dadas, por ejemplo, las hipótesis sobre la sobredeterminación. En cambio, Winnicott considera que la libertad es correlativa de la creatividad o, por lo tanto, podríamos decir que es opuesta a la estereotipia o la rigidez. Ejemplos de libertad para este autor son el humor o la capacidad de jugar y, sabemos, ambas actividades humanas están determinadas.
Concretamente, Winnicott afirma que: a) “es la rigidez de las defensas lo que hace que la gente se queje de la falta de libertad”; b) “la libertad es asunto de la economía interna del individuo”.
Agreguemos entonces que una falsa noción de libertad supondría la ilusión de una ausencia de causas (o determinaciones) cuando, más bien, consiste en nuestra capacidad de saber y hacer con tales determinaciones.

También podemos recordar la indicación freudiana de la asociación libre. Sin embargo, con esta instrucción Freud no imaginaba que las personas decidían conciente y libremente qué decir sino que, para él, constituía sobre todo una apelación a la sinceridad.

Que un sujeto decida alejarse de su pareja reclamando su necesidad de libertad o, en el ámbito social, alguien proclame la libertad de mercado, es correlativo de un aumento de la carga negativa del término “dependencia” o, en todo caso, de la tendencia a homologar este término con las ideas de subordinación o sometimiento. Dicho de otro modo, dependencia podrá también significar que no me resulta indiferente la presencia o ausencia del otro.

En suma:
a) si hay alguna restricción abusiva, el reclamo de libertad adquiere su pleno valor en tanto se ha vulnerado un derecho, se ha consumado una injusticia;
b) si no estamos ante ese tipo de situaciones (dictaduras, etc.) el reclamo de libertad tiene su origen en: 1) la falta de creatividad, 2) la tentativa de desconocer al otro.

domingo, 9 de junio de 2013

Con humor de transferencia


Sebastián Plut


1. ¿Por que nos habrán enseñado que la vaca da la leche? ¿No es acaso el hombre el que se la saca? O bien: ¿por que decimos "se cayo el Muro de Berlin"? ¿Desmentimos que alguien lo tiro?

2. ¿Por que será que si un lego lee un libro de física, por ejemplo, dice "no entiendo", pero si lee un texto de psicoanálisis dice "no se entiende"?

3. Estoy leyendo un texto de R. Carnap que se llama "La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje". Después dicen que los psicoanalistas somos complicados...

4. Si un político dice que tiene "sed de verdad" escuchemos bien lo que dice cuando deja de hablar para tomar agua.

5. A veces me parece que el paciente tiene analistas que el analista no comprende...

6. Cuanta razón tiene el que dijo que "los hijos son la excepción a la regla", ¿no?

6. Si alguien dice: "tengo que..." (estudiar, trabajar, etc.) seguramente es solo un soborno al superyó.

7. Cuando un paciente tiene un gesto hostil hacia alguien, no aceptamos que "parezca un accidente". Al menos en eso, nos distinguimos de la mafia.

8. Ante las próximas elecciones legislativas y la aun falta de candidatos claros, los patriotas de mayo dirían "el pueblo quiere saber de que se trata". En cambio, Laplanche y Pontalis dirían: "queremos definiciones".

9. Pequeño diccionario psicoanalítico
Cuando un analista dice de otro que "tiene recorrido" quiere decir que su "currículum vitae" es bueno.
Cuando un analista dice de otro que "lo respeta", quiere decir que le parece un imbécil.

10. Algunas mujeres que se quejan de que sus maridos no las escuchan parecen tener un hipoacusico proyectado.

11. Los "anales" de la historia ¿son los libros que registran las cagadas de la humanidad?

12. Ejemplo de contradicción lógica:
Un sujeto en un bar pide: "mozo, traigame un cortado mitad y mitad con mas leche que café".

13. ¿El concepto de "madre patria" no es hermafrodita?

14. Que el hombre este creado a imagen y semejanza de Dios... no habla muy bien de Dios...

15. Freud: sexualidad sin reproducción
Técnicas de fertilización: reproducción sin sexualidad

16. Si un paciente cuenta un chiste en sesión, ¿es humor de transferencia?

17. Una breve viñeta
El tratamiento del paciente G. planteó varias dificultades.
Uno de los mayores obstáculos fue poder conocer su nombre completo, lo cual llevó varias sesiones.
Otro problema fue entender su motivo de consulta. El analista intuyó que la angustia del paciente tenía una razón: nunca pudo entender cómo es que tenía un hermano mellizo dos años menor.
Eso, a decir verdad, también confundía a su analista, quien luego de un silencio bien estudiado, respiró y preguntó: ¿”qué es un mellizo para usted?”. Así dio por finalizada la sesión.
Un grupo de trabajo, reunido para estudiar el caso y las intervenciones del analista, pudo conjeturar que esa pregunta tenía un claro origen: esa mañana había ido a supervisar el caso.

18. "Elemental mi querido Watson" decía Sherlock Holmes cuando estudio psicología conductista. Y con buenos reflejos, Watson le contesto: "no quiero estar condicionado".

19. Si un paciente cuenta que cometió un delito: ¿es asociación libre o asociación ilícita?

20. Si un paciente tiene fobia a los perros, ¿nos producirá una contratransferencia rabiosa?

21. La paradoja del paciente electricista: tener un sin-toma corriente.

22. La mentira del autoservicio, ¿es un falso self service?

23. El hijo del analista lacaniano, cuando entra a primer grado, ¿lee "Gregorio suma y sus matemas"?

24. Marx era buen alumno porque tenía conciencia de clase.

25. Cuando alguien muere y otro pide un minuto de silencio, el lacaniano diría: “¿solo un minuto?”



Lo que pide la gente


Sebastián Plut

Cuando tratamos de diferenciar y agrupar políticos recurrimos a diversas categorías: de izquierda o derecha, honestos o corruptos, peronistas o radicales, ideólogos o de acción, con gestión y congestionados, nacionalistas o cipayos, nuevos o viejos, primos y entenados, amigos y enemigos, populistas o republicanos, etc.
Tal vez podamos agregar otra categoría: aquellos que al contar que recorren una ciudad dicen (insisten, enfatizan) “la gente nos pide…”. En ese momento, pues, mencionan lo que, presuntamente, “la gente les pide”: menos inseguridad, salvar la república, crecimiento económico, disminuir la corrupción, entre otros pedidos.
Esperemos que no se les confundan los términos y acaben dando menor república, salvando la corrupción, creciendo la inseguridad o disminuyendo la economía.
La escena, entonces, consiste en que estos políticos: a) caminan; b) escuchan y c) harán lo que la gente les pide.
Por mi parte, no logro decidir si esta escena me parece inverosímil o absurda.
¿Realmente sucede todo eso? ¿Es cierto que andan por ahí escuchando el clamor popular? ¿Harán lo que la gente les pide? Por ejemplo, a muchos de ellos yo les pediría que no se presenten nunca más en una elección, ¿cumplirán mi pedido? ¿Son como los reyes magos que uno les pide algo y ellos prometen satisfacer nuestros deseos?
¿Qué es un político y que esperamos de él? ¿Qué haga lo que le pedimos o que haga lo que él dijo que iba a hacer? Es decir, ¿esperamos que cumpla nuestros deseos o que cumpla con su palabra?
Lo que yo espero de un político es que tenga un proyecto y que me proponga él una agenda de políticas públicas. No quiero que me pregunte lo que yo quiero, porque tampoco quiero pensarlo como aquel que hará lo que yo quiero. No quiero un “delivery gubernamental” a la medida de lo que yo pueda pedir.
Los psicoanalistas, por ejemplo, sabemos que no tenemos por qué hacer lo que un paciente nos pide. Se supone que –en el mejor de los casos- nosotros sabemos lo que debemos hacer cuando el paciente nos cuenta su sufrimiento.
Si vamos al almacén, es cierto que pedimos lo que cada quien desea o necesita comprar, pero lo hacemos dentro de lo que ese almacén nos ofrece.
Ya sé que un gobierno no es una sesión de análisis ni un almacén de productos, pero cada una de estas actividades, como tantas otras, tiene sus propias reglas de funcionamiento y regulación.
Tampoco me parece que una escuela, por ejemplo, deba responder a las demandas de los padres de los escolares. He llegado a escuchar, de algún padre de un alumno de escuela privada, que ante un malestar con la institución propuso: “hagamos valer nuestro poder como clientes”.
A un gobierno, creo, podemos exigirle idoneidad y honestidad, pero esas exigencias no pueden homologarse con que “hagan lo que les pide la gente”.
No es lo mismo exigir que pedir. Cuando exijo, espero que el otro cumpla con su deber; cuando pido, espero que el otro satisfaga mi deseo. Si exijo, ejerzo mi derecho a que el otro responda a sus obligaciones así como yo cumplo con las mías; si pido, ejerzo mi derecho a no tener obligaciones.
Un político no será idóneo y honesto porque haga lo que yo pido, sino que lo será si hace lo que se comprometió a hacer.
Entonces vuelvo a mi duda: aquella escena ¿es inverosímil o absurda?
Es inverosímil porque cuando un político dice que escucha a la gente, la realidad es que él se está “mostrando” ante la gente, le está diciendo “yo soy lo que vos pedís”.
Es absurda porque no es esa su función ni su obligación.
En suma, no tengo por qué decidirme entre ambas opciones: la escena es inverosímil y absurda.

Francisco De Narváez y la contradicción semántica

Sebastián Plut

La propaganda política, que parece seguir la lógica de la publicidad, suele expresarse de forma altamente condensada, por lo cual para su análisis necesitamos de ciertos instrumentos que nos permitan acercarnos a su sentido.
Sin embargo, no me centraré ahora en tales instrumentos sino que, solamente, deseo comentar la impresión que me dio leer en diversos carteles la propaganda de Francisco De Narváez que dice: “Ella o vos”. Estos carteles me recordaron un trabajo que hace tiempo publiqué en Actualidad Psicológica, en el año 2004, sobre el problema del “sacrificio” y quiero comentar los motivos de esta evocación.

A modo de síntesis, puedo señalar que la postura sacrificial incluye el mecanismo de la desmentida, el cual a su vez interfiere en el desarrollo del juicio que indica que el destinatario de dicho sacrificio es un personaje hostil. El complemento de este desconocimiento (del carácter hostil de dicho personaje) consiste en la supresión de los propios deseos narcisistas y egoístas.
El otro componente de este tipo de situación es lo que denominamos “contradicción semántica”, la cual se desarrolla cuando un sujeto dice “vos” pero que, en el fondo, dice “yo”. El ejemplo típico podrá ser aquella escena en que un padre o una madre le dice a su hijo: “lo hago por vos”, cuando en rigor no es por el hijo sino por sí mismo por quien pide algo. Dicho de otro modo, el que pide un sacrificio: a) disfraza su propio egoísmo; b) apela al argumento del amor; c) sugiere que el otro es egoísta; d) lo induce o manipula emocionalmente para que desarrolle una conducta “generosa” hacia el primero.

Volvamos entonces a la propaganda referida: la elección manifiesta que plantea es entre “ella” (Cristina Fernández de Kirchner) y “vos” (el ciudadano). El sujeto de la misma (De Narváez), al proponer “ella o vos”, queda, en apariencia, afuera de la misma, ya que no dice “ella o yo”. Lógicamente, inferimos que ese “yo” está implícito toda vez que la propaganda apunta a posicionarse como candidato de una elección, por lo cual los ciudadanos debemos elegir no entre “ella” y “nosotros”, sino entre “ella” y “él” (donde ella es CFK y él es FDN).
En síntesis, Francisco De Narváez nos está diciendo que hagamos algo (votar) por nosotros mismos, omitiendo expresar que lo estaríamos haciendo por él.
Con estos comentarios, huelga decirlo, no pongo el foco en el hecho de que un político se proponga para ser votado y que, con ese propósito, se exhiba como la opción conveniente. Sencillamente, intento examinar en la trama discursiva la estrategia retórica a la que apela el candidato.
Más específicamente, considero que el análisis de dicha estrategia permite formular una suerte de anticipación: votar por él conducirá a la elección de un político que nos impondrá numerosos sacrificios, sobre todo si desconocemos el carácter hostil del mismo. Un político para el cual, finalmente, nuestras propias aspiraciones no tendrán cabida.

domingo, 2 de junio de 2013

Accidental


Sebastián Plut


Camilo no estaba seguro si la extraña reflexión, que le sobrevino mientras conducía por la autopista, era ciertamente tan extraña. Pensó que si sufría un accidente en la ruta, luego se diría a sí mismo que “si hubiera tomado por otro camino, no habría chocado”. En consecuencia, si ingresaba en la ciudad sin haber tenido ningún siniestro, debería conjeturar que fue un acierto el trayecto recorrido pues el accidente estaba en otro sitio.
Parecía, entonces, que la popular teoría del «diario del lunes» solo se aplica a los eventos desagradables. Es que el condicional de lo que podría haber sucedido, tan irreflexivo como inevitable, únicamente tiene lugar cuando pretendemos desalojar un dolor y preferimos una melosa sensación de injusticia…

*        *        *

Casi todos los días pueden escucharse los ruidos que llegan desde el interior de la precaria casa, ubicada poco antes de llegar a la esquina. Es una construcción sencilla, probablemente de algo menos de medio siglo. Durante las mañanas y las tardes entra gente que permanece allí unos treinta minutos. Por las noches, el ingreso y egreso de personas disminuye bastante. La música, en cambio, suena casi sin pausa. En general es cumbia, que alterna con boleros y alguno que otro chamamé.
Los vecinos del barrio, sobre todo los de la misma cuadra, se fueron inquietando de manera creciente. Conversaban entre ellos y la histórica panadería, que lindaba con aquella vivienda, se transformó en el ámbito privilegiado de debates o, más bien, de ese tipo de conjeturas y comentarios que no se esfuerzan por distinguir entre rumores e información.
Incluso, fue consultado el policía de la otra esquina, quien se mostró interesado en el tema pero carecía de todo halo detectivesco. Aun así, una tarde al volver a la seccional optó por compartir unas pocas palabras sobre el asunto con el oficial principal.
La noche del lunes, tres ocasionales caminantes, vieron salir humo a través de una de las ventanas del frente, se detuvieron, intentaron hallar algún espacio por donde mirar hacia el interior pero, ante el fracaso de esta búsqueda, continuaron su camino.

Lunes 2 AM. El oficial principal no eludió su responsabilidad. Habló con el comisario y antes de que llegara la orden judicial comenzaron a preparar el allanamiento. Tres móviles con cuatro federales en cada uno se estacionaron en la puerta de la panadería. La docena de agentes, con las armas de rigor, derribaron la puerta y vociferaron frases que los asustados curiosos que andaban por allí no supieron reconocer.
Desde afuera se oían los gritos que llegaban desde la casa y que se superponían con la música y algunos disparos. De todos modos, no hubo heridos. Además de la policía, salieron un hombre y una mujer con un niño en brazos. La televisión mostraba las imágenes y enfatizaba el desconcierto.
Los detenidos declararon más tarde en la comisaría. Informaron que se dedican a la elaboración de tortas caseras que, modestamente, venden por recomendación. Últimamente, les está yendo un poco y mejor y, de hecho, cuentan con la habilitación correspondiente.
Diarios, radios y vecinos coincidían en el mismo interrogante: ¿cómo pudo la policía irrumpir violentamente en la casa de una familia trabajadora?

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En la cuadra ya resultaba familiar que se oyeran ruidos provenientes desde el interior de la humilde casa, ubicada entre la mitad de cuadra y la esquina.
Algo precaria en su estructura y aun siendo vieja no se diría que fuera una antigüedad. Desde las diez de la mañana hasta la caída del sol, entran personas que, poco después, salen con alguna bolsa. Ya hacia la noche, la cantidad de gente es bastante menor, pero el sonido de aquellas melodías porteñas o latinas no disminuye.
Los habitantes de las casas contiguas oscilaban entre la sospecha y la indiferencia. Si tenían oportunidad, particularmente mientras permanecían esperando ser atendidos en la panadería, charlaban sobre la “casa”. Unos preguntaban, otros reconocían ignorancia y otros disfrazaban de saber a su imaginación.
Cierto día hablaron con Aguirre, el vigilante que suele estar de pie en la otra esquina, a quien le gustó ser consultado, más por la amigable plática que por sentirse convocado en su oficio. De todas maneras, al dejar su turno y pasar por la seccional, se acordó de transmitir los “hechos” al principal.
Serían las nueve de la noche del lunes, cuando tres amigos advirtieron algo de humo que salía por debajo de la puerta. Con más curiosidad que temor quisieron ver qué sucedía pero no encontraron espacio alguno por donde mirar y cada uno se fue a su casa.

Lunes 2 AM. En pocas horas el fuego creció arrasando con gran parte de la construcción y dejando dos cuerpos que a penas podía reconocerse que fueran seres humanos. Los bomberos no pudieron hacer nada, al menos si de salvar vidas se trataba. La policía comenzó a investigar sobre lo ocurrido y los medios emulaban a estos últimos aunque según sus propios fines.
Se llegó a saber que allí funcionaba un pequeño laboratorio de elaboración y comercialización de drogas. Intervino un juzgado federal y aunque aun no se había podido identificar a los responsables, los periodistas sugerían que allí operaba una banda local en conexión con indocumentados de algún país latinoamericano.
Diarios, radios y vecinos coincidían en el mismo interrogante: ¿cómo pudo suceder esto a la vista de todos sin que las autoridades interviniesen?

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Camilo quiso caminar. Anduvo unas diez cuadras hasta que entró en un bar y leyó el diario. Sin entender bien por qué, recordó que alguien, cuyo nombre no pudo evocar, sostuvo que el azar solo es desconocimiento de las causas. Él estaba de acuerdo con esa idea y, más aun, coleccionaba anécdotas propias y ajenas que otorgaban solidez a ese aserto.
Volvió a su casa, jugó a los dados con su mujer y sintió cierta nostalgia por lo difícil que le resultaba pensar en esta época que los accidentes existen.



martes, 28 de mayo de 2013

Diario La Nacion - Editorial "1933"



Hace pocos días el Diario La Nación publicó una editorial, cuyo título era “1933” y pretendía comparar la actual situación de la Argentina con el avance de Hitler y el comienzo de lo que dio en llamarse Tercer Reich.
Es bajo todo punto de vista inaceptable esta comparación, la cual carece de todo fundamento y, más bien, constituye un agravio tanto al país como a las víctimas del nazismo.
El autor de la nota dice: “Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad argentina que nos obligan a mantenernos alerta”.
Luego de esta afirmación, como si al decir “salvando las enormes distancias” realmente las “salvara”, enumera una serie de hechos promovidos por Hitler los cuales no tienen ningún parentesco con la realidad Argentina y/o con el actual gobierno nacional.
A pesar de esta ausencia total de similitudes, finaliza sosteniendo: “Salvando, como decíamos, las enormes distancias, los argentinos deberíamos reparar en los rasgos autoritarios que, cada vez con mayor frecuencia, pone de manifiesto el Gobierno, y cobrar conciencia de que es imposible prever cómo puede terminar un proceso que comienza cercenando las libertades y la independencia de los tres poderes del Estado, al tiempo que distorsiona los valores esenciales de la República y promueve enfrentamientos dentro de la sociedad”.

Tal vez sea pertinente recordar dos afirmaciones que el Diario La Nación escribió en su edición del 31 de enero de 1933:
1) “Desde la caída del Imperio, no ha tenido Alemania un momento de tan honda expectativa” (dich al día siguiente de la asunción de Hitler);
2) Cita a un ensayista que habría dicho de Hitler que “no es un jefe verdadero, es un dictador malogrado‟, a lo cual la Nación responde: “Esa afirmación resultó demasiado apresurada y excesiva por injusta. No hay duda de que sin profundas condiciones de jefe no habría logrado Adolfo Hitler el incomparable prestigio popular ni alcanzado a dar cohesión y unidad casi militar a millones y millones de partidarios”.

jueves, 16 de mayo de 2013

Carta abierta a un opositor constructivo



Sebastián Plut


Estimado opositor

Tal vez usted suponga, acaso por el título de esta carta, que su autor es oficialista y ya se esté preparando para leer alguna encendida defensa del gobierno; una defensa –imagino que imagina- que subraye (¿sobredimensione?) los aciertos de los funcionarios actuales de la Nación y que, sobre todo, destaque los errores, desaciertos y desvaríos de políticos adversarios.
La realidad es que no soy oficialista, ni kirchnerista y, tampoco, peronista. Tal vez sea un requisito autoimpuesto, algo influido por las circunstancias actuales, el hecho de comenzar presentándome por esta particular vía de lo que “no soy”, pero que de ningún modo corresponde a una formulación en tiempo presente del “yo no fui” que busca quedar eximido de alguna responsabilidad.
Es que tampoco estoy pensando si usted es miembro de algún partido de la oposición o se siente más o menos representado por alguno de sus dirigentes. En todo caso, lo supongo una suerte de independiente que está en desacuerdo con el kirchnerismo, que tal vez haya ido –o no- a algunas de las marchas que se hicieron y que, con lucidez o ingenuidad, asume los cuestionamientos que se le hacen al gobierno.
Si se trata de evidenciar mi propia posición, a modo de encuadrar estas líneas en el contexto del denominado sujeto de la enunciación, podría decir que luego de 10 años de kirchnerismo tengo unas cuantas dudas sobre el gobierno. Tal vez, entonces, la diferencia con gobiernos precedentes es que respecto de aquellos no tuve ninguna duda. Intento, pues, que la mencionada duda no constituya una oscilación obsesiva entre dos o más opciones, sino que me permita sostener interrogantes y, por qué no, soportar la diferencia entre el propio pensar y la realidad.

Suele decirse que actualmente hay viejos amigos que ya no se hablan entre sí, o familiares que ya no se reúnen como antes, porque las discusiones políticas alcanzan grados insoportables de violencia. Se sugiere también que los kirchneristas serían tan agresivos e intolerantes que resulta imposible todo diálogo. ¿Es realimente la intensidad de la pasión con que se expresan ciertas posturas y, sobre todo, el modo en que lo hacen quienes defienden las políticas “K”, la causa de este presunto imposible diálogo? ¿No será, más bien, que el resurgimiento del debate puso de manifiesto la sordera habitual que padecemos los seres humanos, sordera inadvertida en tiempos de apatía cívica?
Es probable que la forma misma en que planteo el interrogante exhiba la evidencia de lo que al menos yo respondería. Esto es, no creo que estas supuestas discusiones expulsivas se eliminen al suprimir la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo, sino que requieren de un cambio en nuestra propia capacidad de darle cabida, como ya señalé, a la diferencia entre el propio pensar y la realidad.
Sobre la corrupción, de hecho, tengo una consideración similar. Por grave que sea, no me parece que sea un problema que vaya a resolverse solo por un cambio de gobierno porque no es un problema de “los políticos” sino de los “ciudadanos”.
En ambos casos, coincida o no con lo que digo, advertirá que se trate de la sordera o que se trate de la corrupción, no logro considerarlo como un problema que solo pueda imputarse a un “ellos” que se diferencie de un “nosotros”, un trastorno que solo comprenda a un conjunto del cual me supongo –iluminadamente- afuera y exento.
Ciertamente, no estoy aplanando responsabilidades al modo de “todos somos culpables” ni, mucho menos, adhiero a una suerte de “roban pero hacen”, así como tampoco minimizo el problema si de corrupción hablamos. Solo que me parece algo ingenuo acotar, si se me permite, una patología a un número limitado y específico de casos. Para decirlo de otro modo, no guardo ninguna expectativa ligada con resolver la corrupción en las próximas elecciones.

Algunos ven en el actual gobierno un agente de poder autoritario con afanes incontenibles de dominio absoluto. Al partir de esa premisa, todo aquello que haga el gobierno queda naturalmente condenado y lo que propone hacer queda bajo sospecha irrefutable. Puede que me equivoque e, incluso, que yo mismo quede atrapado por la ingenuidad que, previamente, intenté aventar. Igualmente, me sigue pareciendo notable pensar en el supuesto autoritarismo de un gobierno que hace años logró aprobar en el Congreso la ley de medios audiovisuales pero que quienes se oponen, hasta la fecha hayan podido frenarla judicialmente. Del mismo modo, el mote de despotismo se da de cara con aquella otra situación en que el gobierno perdió en el mismo Congreso la votación por la llamada “125”.

Tampoco debería ser desdeñado el hecho de que este gobierno ya ganó tres elecciones presidenciales, dos de las cuales por amplia mayoría. He aquí, pues, otro punto que cabe considerar, mi estimado opositor constructivo.
Efectivamente, una democracia no se reduce al solo evento del acto electoral por medio del cual cada cuatro años se elige al Presidente de la Nación. Claro que ese hecho tampoco carece de importancia democrática. El argumento que solemos escuchar reza: “Hitler también accedió al poder por elecciones”. En rigor, me parece casi innecesario detenerse a analizar esta comparación. No merece ningún centímetro de escritura ni ningún segundo de pensamiento mostrar que entre el dictador nazi y el actual gobierno argentino no hay ninguna semejanza. En suma, que Hitler haya ganado las elecciones no agrega nada ni a favor ni en contra del valor intrínseco del acto de votar.
Si, como es obvio, el haber sido elegido, aun por una mayoría significativa, no otorga ningún poder absoluto y, más bien, debería imponer obligaciones (como cuando Ortega y Gasset decía “nobleza obliga”) también es cierto que a los que no votaron a quien salió electo, también les cabe la tarea de admitir decisiones con las que no están de acuerdo.
En otra ocasión sostuve que si el voto es una de las prácticas propias de la democracia, no lo es porque el más votado sea, necesariamente, un personaje democrático. Lo que le confiere un sentido democrático al voto es su mínima incidencia. Este rasgo que, para algunos es causa de una vivencia de insignificancia (expresada como apatía) para mí es, precisamente, el que determina su potencia democrática. Dicho de otro modo, lo que para algunos será “mi voto no mueve la aguja”, para mí significa que “mi poder como ciudadano no debe ser más que una medida restringida”. De hecho, matemáticamente, a mayor cantidad de votos que obtiene un candidato, menor es el porcentaje de incidencia del voto de cada uno de los que lo eligió.

Estoy llegando al final de esta carta abierta. Aunque parezca paradójico, debo decir que anhelo que surja una oposición razonable, que por el momento no la encuentro. Una oposición que no quede presa de esta misma denominación y que, por lo tanto, no crea que debe estar todo el tiempo en oposición. Al escribir sobre la guerra, Freud consideró que la tendencia a la unión –entendida como el encuentro de lo afín pero diferente- es un modo de neutralizar la fuerza de la disgregación y de la violencia. Así, de hecho, es cómo describió el origen del derecho, como poder de la comunidad, como unión de muchos (débiles y de potencia desigual) para enfrentar el despotismo del más fuerte (o bien la violencia individual). Claro que dicha unión rápidamente debe encarar otro problema: ¿cómo logra ser duradera? Freud anticipaba que “nada se habría conseguido si se formara solo a fin de combatir a un hiperpoderoso y se dispersara tras su doblegamiento”.
Algunos interrogantes que pueden formularse los que se agrupan en algún proyecto podrán ser: ¿Cuál es la meta de esa unión? ¿Qué grado de complejización anímica y societaria está expresando? ¿Qué cabida tienen allí los diferentes intereses sectoriales?
Insisto, anhelo que surja una oposición sana, capaz de mejorar lo que haya para mejorar y conservar las iniciativas actuales que lo merezcan, una oposición que no se unifique en el odio a este gobierno, sino en torno de un proyecto propio y que sea la ternura lo que los ligue entre sí.