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Psicoanálisis y Economía

domingo, 9 de junio de 2013

Lo que pide la gente


Sebastián Plut

Cuando tratamos de diferenciar y agrupar políticos recurrimos a diversas categorías: de izquierda o derecha, honestos o corruptos, peronistas o radicales, ideólogos o de acción, con gestión y congestionados, nacionalistas o cipayos, nuevos o viejos, primos y entenados, amigos y enemigos, populistas o republicanos, etc.
Tal vez podamos agregar otra categoría: aquellos que al contar que recorren una ciudad dicen (insisten, enfatizan) “la gente nos pide…”. En ese momento, pues, mencionan lo que, presuntamente, “la gente les pide”: menos inseguridad, salvar la república, crecimiento económico, disminuir la corrupción, entre otros pedidos.
Esperemos que no se les confundan los términos y acaben dando menor república, salvando la corrupción, creciendo la inseguridad o disminuyendo la economía.
La escena, entonces, consiste en que estos políticos: a) caminan; b) escuchan y c) harán lo que la gente les pide.
Por mi parte, no logro decidir si esta escena me parece inverosímil o absurda.
¿Realmente sucede todo eso? ¿Es cierto que andan por ahí escuchando el clamor popular? ¿Harán lo que la gente les pide? Por ejemplo, a muchos de ellos yo les pediría que no se presenten nunca más en una elección, ¿cumplirán mi pedido? ¿Son como los reyes magos que uno les pide algo y ellos prometen satisfacer nuestros deseos?
¿Qué es un político y que esperamos de él? ¿Qué haga lo que le pedimos o que haga lo que él dijo que iba a hacer? Es decir, ¿esperamos que cumpla nuestros deseos o que cumpla con su palabra?
Lo que yo espero de un político es que tenga un proyecto y que me proponga él una agenda de políticas públicas. No quiero que me pregunte lo que yo quiero, porque tampoco quiero pensarlo como aquel que hará lo que yo quiero. No quiero un “delivery gubernamental” a la medida de lo que yo pueda pedir.
Los psicoanalistas, por ejemplo, sabemos que no tenemos por qué hacer lo que un paciente nos pide. Se supone que –en el mejor de los casos- nosotros sabemos lo que debemos hacer cuando el paciente nos cuenta su sufrimiento.
Si vamos al almacén, es cierto que pedimos lo que cada quien desea o necesita comprar, pero lo hacemos dentro de lo que ese almacén nos ofrece.
Ya sé que un gobierno no es una sesión de análisis ni un almacén de productos, pero cada una de estas actividades, como tantas otras, tiene sus propias reglas de funcionamiento y regulación.
Tampoco me parece que una escuela, por ejemplo, deba responder a las demandas de los padres de los escolares. He llegado a escuchar, de algún padre de un alumno de escuela privada, que ante un malestar con la institución propuso: “hagamos valer nuestro poder como clientes”.
A un gobierno, creo, podemos exigirle idoneidad y honestidad, pero esas exigencias no pueden homologarse con que “hagan lo que les pide la gente”.
No es lo mismo exigir que pedir. Cuando exijo, espero que el otro cumpla con su deber; cuando pido, espero que el otro satisfaga mi deseo. Si exijo, ejerzo mi derecho a que el otro responda a sus obligaciones así como yo cumplo con las mías; si pido, ejerzo mi derecho a no tener obligaciones.
Un político no será idóneo y honesto porque haga lo que yo pido, sino que lo será si hace lo que se comprometió a hacer.
Entonces vuelvo a mi duda: aquella escena ¿es inverosímil o absurda?
Es inverosímil porque cuando un político dice que escucha a la gente, la realidad es que él se está “mostrando” ante la gente, le está diciendo “yo soy lo que vos pedís”.
Es absurda porque no es esa su función ni su obligación.
En suma, no tengo por qué decidirme entre ambas opciones: la escena es inverosímil y absurda.

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