Sebastián Plut
Cuando tratamos
de diferenciar y agrupar políticos recurrimos a diversas categorías: de
izquierda o derecha, honestos o corruptos, peronistas o radicales, ideólogos o
de acción, con gestión y congestionados, nacionalistas o cipayos, nuevos o
viejos, primos y entenados, amigos y enemigos, populistas o republicanos, etc.
Tal vez
podamos agregar otra categoría: aquellos que al contar que recorren una ciudad
dicen (insisten, enfatizan) “la gente nos pide…”. En ese momento, pues,
mencionan lo que, presuntamente, “la gente les pide”: menos inseguridad, salvar
la república, crecimiento económico, disminuir la corrupción, entre otros
pedidos.
Esperemos
que no se les confundan los términos y acaben dando menor república, salvando
la corrupción, creciendo la inseguridad o disminuyendo la economía.
La escena,
entonces, consiste en que estos políticos: a) caminan; b) escuchan y c) harán
lo que la gente les pide.
Por mi
parte, no logro decidir si esta escena me parece inverosímil o absurda.
¿Realmente
sucede todo eso? ¿Es cierto que andan por ahí escuchando el clamor popular?
¿Harán lo que la gente les pide? Por ejemplo, a muchos de ellos yo les pediría
que no se presenten nunca más en una elección, ¿cumplirán mi pedido? ¿Son como
los reyes magos que uno les pide algo y ellos prometen satisfacer nuestros
deseos?
¿Qué es un
político y que esperamos de él? ¿Qué haga lo que le pedimos o que haga lo que
él dijo que iba a hacer? Es decir, ¿esperamos que cumpla nuestros deseos o que
cumpla con su palabra?
Lo que yo
espero de un político es que tenga un proyecto y que me proponga él una agenda
de políticas públicas. No quiero que me pregunte lo que yo quiero, porque
tampoco quiero pensarlo como aquel que hará lo que yo quiero. No quiero un
“delivery gubernamental” a la medida de lo que yo pueda pedir.
Los
psicoanalistas, por ejemplo, sabemos que no tenemos por qué hacer lo que un
paciente nos pide. Se supone que –en el mejor de los casos- nosotros sabemos lo
que debemos hacer cuando el paciente nos cuenta su sufrimiento.
Si vamos al
almacén, es cierto que pedimos lo que cada quien desea o necesita comprar, pero
lo hacemos dentro de lo que ese almacén nos ofrece.
Ya sé que
un gobierno no es una sesión de análisis ni un almacén de productos, pero cada
una de estas actividades, como tantas otras, tiene sus propias reglas de
funcionamiento y regulación.
Tampoco me
parece que una escuela, por ejemplo, deba responder a las demandas de los
padres de los escolares. He llegado a escuchar, de algún padre de un alumno de
escuela privada, que ante un malestar con la institución propuso: “hagamos
valer nuestro poder como clientes”.
A un
gobierno, creo, podemos exigirle idoneidad y honestidad, pero esas exigencias
no pueden homologarse con que “hagan lo que les pide la gente”.
No es lo
mismo exigir que pedir. Cuando exijo, espero que el otro cumpla con su deber;
cuando pido, espero que el otro satisfaga mi deseo. Si exijo, ejerzo mi derecho
a que el otro responda a sus obligaciones así como yo cumplo con las mías; si
pido, ejerzo mi derecho a no tener obligaciones.
Un político
no será idóneo y honesto porque haga lo que yo pido, sino que lo será si hace
lo que se comprometió a hacer.
Entonces
vuelvo a mi duda: aquella escena ¿es inverosímil o absurda?
Es
inverosímil porque cuando un político dice que escucha a la gente, la realidad
es que él se está “mostrando” ante la gente, le está diciendo “yo soy lo que
vos pedís”.
Es absurda
porque no es esa su función ni su obligación.
En suma, no
tengo por qué decidirme entre ambas opciones: la escena es inverosímil y
absurda.
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