Presentando el Blog

Psicoanálisis y Economía

domingo, 26 de agosto de 2012

Presentación del libro "Psicoanálisis del discurso político" (Ed. Lugar) de Sebastián Plut

La presentación se llevó a cabo en el Museo Roca, y en esa ocasión expusieron Gilda Sabsay de Foks, David Maldavsky y Sebastián Plut.

lunes, 20 de agosto de 2012

La configuración del enemigo. Continuidad y ruptura entre George W. Bush y Barack Obama

Sebastián Plut


“Cuando nos enteramos de los hechos crueles de la historia,
tenemos la impresión de que los motivos ideales
solo sirvieron de pretexto a las apetencias destructivas”
(S. Freud, ¿Por qué la guerra?)


“Un alfabeto convencional del oprobio
define también a los polemistas”
(Jorge Luis Borges, “Arte de injuriar”)


Introducción
El término fundamentalismo, si bien designa a un movimiento religioso que aplica sus doctrinas de modo rígido y literal, suele tener un valor estigmatizante. Por extensión, también puede ser utilizado para aludir a la manera en que se expresan ideas políticas, científicas o económicas (por ejemplo, hablar de los fundamentalistas del mercado o comparar a los fundamentalistas con los nazis, etc.). En cualquier caso intenta responder a la pregunta sobre el destino que un cierto colectivo le da al que es diferente. Actualmente, el adjetivo inmediato que sigue al sustantivo fundamentalismo, es islámico, no obstante algunos autores señalan que algo similar podría decirse de los EE.UU. Chomsky (2006), por ejemplo, sostiene que el fundamentalismo constituye el esfuerzo por socavar las políticas sociales progresistas.
Una perspectiva complementaria del estudio que proponemos acá resultaría de estudiar los fenómenos psicosociales de adhesión que un pueblo o comunidad exhibe frente al ímpetu bélico de sus gobernantes. En efecto, Tokatlian (2012) ante el horizonte de guerras perpetuas norteamericanas, se pregunta: “¿qué hace que un país se haya acostumbrado tanto a las guerras y cada vez las cuestione menos? ¿qué explica la poca sensibilidad, en general, de la ciudadanía frente a las muertes y destrucción que produce EE.UU. más allá de sus fronteras? La habituación a los conflictos armados y la indiferencia frente a las víctimas no estadounidenses exigen un análisis sociológico, antropológico, psicológico e histórico profundo y ponderado”. En este marco, contamos con algunos trabajos que estudiaron el patriotismo como un fenómeno no solo político, histórico y social, sino que, además, lo analizaron desde una perspectiva psicológica. Bar-Tal (1994, 1995), por ejemplo, consideró las creencias centrales desde las que surge una red semántica de significados y que se acompañan de emociones y motivaciones que influyen en los juicios, valoraciones y conductas de los ciudadanos. Asimismo, y advirtiendo que el patriotismo no siempre tiene un sentido negativo, lo distingue de otras nociones, tales como nacionalismo, etnocentrismo, intolerancia, prejuicio o chauvinismo.
Nuestro trabajo, en cambio, se incluye en la tradición de estudios que, aun con enfoques y métodos diversos, procuran establecer nexos entre la eficacia de la subjetividad y el contexto histórico social partiendo, especialmente, de la primera (Delgado Fernández, 2004; Dorna, 2008; Elovitz, 1997; Freud y Bullit, 1938; García Beaudoux et al., 2009; Greenstein, 1997; Maldavsky et al., 2012; Plut 2012). En esta presentación nos interesa, particularmente, analizar los discursos de asunción de dos Presidentes de los EE.UU.: George W. Bush y Barack Obama, en particular los fragmentos en que cada relator se refiere a la lucha contra el terrorismo. Es decir, nos interesa examinar parte de su argumentación relativa a las acciones contra la violencia fundamentalista.

La configuración del enemigo
Cuando Obama sucedió a Bush en la presidencia de los EE.UU. el cambio político incluía la expectativa de una reducción significativa de las acciones bélicas. De hecho, así lo anunció en su campaña y lo ratificó en su discurso de asunción, lo cual seguramente formó parte de las razones por las que unos meses después recibiera el Premio Nóbel de la Paz.
Sin embargo, numerosos analistas políticos señalan que la política exterior en materia militar (seguridad y defensa) no solo no ha disminuido sino que se ha fortalecido. Véase Dudziak (2012) Engelhardt (2010), Tirman (2011), Tokatlian (2012). Para algunos, la conversión de Obama es consecuencia de las restricciones económicas y políticas que lo llevaron a ceder ante presiones de políticos, empresarios y militares; para otros se trata de una estrategia frente a las próximas elecciones y ante el avance de la derecha republicana. Sea como fuere, la retórica del actual presidente de los EE.UU., sostienen los analistas, continúa la metafísica militar de Bush y, de hecho, los gastos del Pentágono, del Departamento de Seguridad Nacional, etc., se habrían multiplicado. El estado de guerra parece fijarse como un estado constante (por ejemplo, los detenidos bajo la acusación de “terrorismo” continúan encarcelados más allá de la intervención en un país específico) y la definición de guerra se ha ido extendiendo más allá de los límites geográficos y temporales.
La política norteamericana hacia Medio Oriente tiene una larga historia desde la denominada doctrina de la contención (de fines de la década del ’40 del siglo pasado) hasta la actual guerra preventiva. Durante estos 60 años se ha ido modificando el mapa de alianzas así como también la configuración del enemigo: el comunismo, el nacionalismo árabe, el radicalismo islámico y, finalmente, el terrorismo entendido como islamista. Entre los países que han tenido sea la posición de aliado, sea la del enemigo, podemos enumerar: Irak, Irán, Corea del Norte, Israel, Egipto, Turquía, Pakistán, la República Árabe Unida, El Líbano, Siria, Yemen, Libia, Somalia, Afganistán, entre otros.
La estrategia de contención se proponía frenar la presunta expansión comunista, cuando el comunismo se constituía como amenaza ante la cual pelear, y los países amigos conformaban la alianza antisoviética. En la era Reagan, la contención dio paso a la doctrina del roll-back, por la cual ya no solo se buscaba detener el avance comunista sino revertirlo en los países que había llegado al poder. Años más tarde, ya ocurrido el derrumbe de la Unión Soviética, y bajo el gobierno de George W. Bush, los blancos centrales de la política estadounidense fueron los países incluidos bajo el eje del mal. A partir de la Guerra del Golfo se radicaliza el fundamentalismo islámico y en particular la organización de Osama Bin Laden quien, años antes, había sido colaborador de los EE.UU. para combatir la presencia soviética en Afganistán. Especialmente como consecuencia del ataque a las Torres Gemelas, Bush legitima la llamada guerra preventiva. La llegada de Obama al poder parecía implicar una modificación sustantiva en la política exterior norteamericana, siendo algunas de sus decisiones cerrar la ilegal cárcel de Guantánamo y abandonar Irak y Afganistán. Sin embargo, y a pesar de ciertos signos que muestran el intento de hacer prevalecer “la diplomacia sobre los cañones” aun persiste la “ausencia de una estrategia clara de Obama en la región” (Zeraoui, 2009).

Estructura, significación y función del discurso político
El análisis del discurso político, frecuentemente, procuró detectar si las narraciones poseen (o no) una forma específica y/o más o menos estable. Scavino (2012) sostiene que toda narración política establece una distinción entre amigos y enemigos, entre un “nosotros” y un “ellos”. Esta proposición ha sido sostenida por autores de orientaciones y épocas diversas (Schmitt, Laclau, entre otros). Para ello, con independencia de su orientación ideológica, el relator utiliza una gramática política que se despliega en una secuencia de tres momentos: denuncia (del orden establecido), exhortación (a la lucha contra los enemigos del pueblo) y promesa (de redención o salvación). Las variaciones, pues, se darán en función de cuál es el sistema que se denuncia, a qué sujetos se exhorta y qué triunfo se les promete.
Por otro lado, afirma que hay política en tanto un partido se arrogue la representación del pueblo en su totalidad, lo cual constituye un aspecto central del discurso. Por ejemplo, si un partido o grupo combate contra el comunismo, no lo hace en nombre del “anticomunismo”, sino en representación de todo el pueblo, la nación, la patria, etc.
Veamos, entonces, concretamente los componentes que distingue Scavino:
a) un grupo víctima (que sufre la invasión, es oprimido, estafado, desempleado, etc.);
b) un agresor, enemigo, culpable o responsable (los especuladores, los infiltrados, los corruptos, el imperialismo, los militares, etc.);
c) un héroe salvador (persona, partido, ideología, ejército, etc.);
d) qué es lo que hay que restablecer, cuál es la promesa (orden, justicia, libertad, prosperidad, distribución equitativa, etc.).
En suma, la política para Scavino consiste en la constitución de la unidad popular a partir de un antagonismo. Una pregunta que, nos parece, aun requiere de mayores estudios, es cuál es el factor eficaz para la unidad: ¿el líder, la localización del adversario o ambos son las dos caras de una misma moneda?

De hecho, cita a Proudhon cuando sostuvo que “quien dice humanidad, desea embaucar”, ya que quien habla (un líder, un partido) lo hace en nombre de una “totalidad” no obstante pertenece a un grupo específico.
Aquí el asunto será contar con instrumentos que permitan pesquisar si los ideales expresados (por ejemplo, al hablar de la “humanidad” o de la “nación”, etc.) corresponden a ideales de mayor o menor abarcatividad. Veremos, en efecto, que hablar en nombre de un presunto “todos” (por ejemplo, en nombre del “país” o de la “comunidad internacional”) puede configurar una apariencia que encubre un exiguo nivel de abstracción. Dicho de otro modo, el problema requiere no solo tomar nota del ideal expresado por el líder, sino en qué medida dicho líder supone ser él mismo el ideal, cuál es la distancia que sostiene entre su yo y lo que aspira a ser.
La construcción de la posición ajena (hostil) y, por consiguiente, de la propia presenta algunos pasos lógicos:
a) determinados “sujetos” poseen un determinado atributo (por ejemplo, “hay judíos usureros” o “empleados públicos ñoquis” o “algunos jóvenes son violentos”);
b) generalización: todos los miembros del grupo de ese sujeto tienen la misma característica (“todos los judíos…”, o “todos los jóvenes….”, etc.);
c) ese grupo con sus conductas constituyen la causa y explicación de todos los males.
A su vez, al localizar a un determinado grupo como hostil (por ejemplo, los comunistas), combatirlos no será tarea únicamente de los anticomunistas sino de todo el pueblo, nación o país. Esto es, el que no se oponga al comunismo será objeto de las mismas acusaciones o críticas.
Otro aspecto destacado por Scavino refiere al modo en que cada productor de un relato político construye una continuidad entre el pasado y el presente, al punto que grupos o sectores antagónicos entre sí (por ejemplo, yrigoyenistas, fascistas o montoneros) pueden proponer como su punto de partida un mismo suceso histórico (por ejemplo, la Revolución de Mayo).
De este modo, analiza expresiones habituales del tipo “hoy como ayer” o “una vez más” para advertir que la narración política cuenta una historia “épica” que establece un lazo temporal (continuidad) entre dos o más épocas, como si el antagonismo “entre nosotros y ellos” hubiese sido siempre el mismo (dimensión mítica del grupo). Más aun, para el autor las narraciones políticas se adueñan de los acontecimientos fundacionales de una nación y los transforman en ejemplos dignos de continuarse, en “alegorías proféticas de la revolución venidera” (pág. 163). Por ello, también afirma que el discurso político tiene el sentido de una memoria que no evoca únicamente el pasado sino también el futuro.
A diferencia del planteo de Scavino y de otros autores que jerarquizan el análisis formal del discurso, por nuestra parte lo combinamos con un análisis de contenido, un estudio semántico, por lo cual cobran relevancia tipos específicos de deseos e ideales.
A su vez, categorizamos los ideales por su forma (en términos de su creciente grado de abstracción y abarcatividad) y por su contenido, el cual deriva de una decantación de la erogeneidad. Cabe agregar que a cada uno de estos tipos de ideal le corresponde un modo de representación preconsciente del líder, del propio grupo, de las diferentes posiciones que el yo puede ocupar y también del grupo hostil.
En un trabajo reciente (Maldavsky et al., 2012) nos centramos en los discursos de asunción a la presidencia de la nación y tomamos en cuenta: a) que el relator se empeña en despertar el crédito en el destinatario del mensaje. Es decir, debe convencer a su auditorio respecto de su propio proyecto y de su propia capacidad para conducir el gobierno y afrontar los problemas correspondientes; b) que el discurso pone en evidencia los referentes del relator, las cualidades de su objeto, de sí mismo, de la acción que propone en relación con dicho objeto y del grupo hostil.

Freud no pensaba muy diferente
En la siguiente frase, originalmente de Freud (1908), sustituimos la palabra ‘poeta’ por ‘político’: ‘A nosotros siempre nos intrigó poderosamente averiguar de dónde esa maravillosa personalidad, el político, toma sus materiales, y cómo logra conmovernos con ellos, provocar en nosotros unas excitaciones de las que quizá ni siquiera nos creíamos capaces’.
Efectivamente, algunas peculiaridades del poeta que Freud menciona, además del efecto recién señalado, presentan una importante semejanza con el relato político. Veamos algunas de ellas:
1) Freud sostuvo el nexo entre fantasear e insatisfacción: “deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un cumplimiento de deseo” (op. cit., pág. 130). Es sobre esta insatisfacción, pues, que recae el relato ofrecido por el político, en particular al localizar la propia posición de víctima de aquellos a los que dice representar;
2) Posteriormente, Freud destaca otro nexo, esta vez entre el fantasear y la temporalidad: “una fantasía oscila entre tres tiempos. El trabajo anímico se anuda a una impresión actual, a una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de la persona; desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior en que aquel deseo se cumplía, y entonces crea una situación referida al futuro que se figura como el cumplimiento de ese deseo” (op. cit., pág. 130). Esta descripción es consistente con los tres momentos diferenciados por Scavino (denuncia, exhortación y promesa) así como también con la estructura que analizamos en las secuencias narrativas y que derivan del valor formalizador de las fantasias primordiales: despertar del deseo, tentativa de consumación y consecuencias de dicha tentativa (seducción, escena primaria y castración respectivamente). Claro que, además del orden secuencial, cobran relevancia la continuidad temporal establecida de ese modo (entre el pasado y el futuro) y la construcción de un pasado omnipotente del cual el relator se apropia como argumento para afrontar el presente. Algo de esto también ha sido formulado por Freud en otro trabajo (1909) al referirse a la novela familiar como una manera de procurarse padres ideales.
3) Otro componente afín entre el relato del político, del fantaseador, soñante o poeta, es que “todos ellos tienen un héroe situado en el centro del interés y para quien el poeta procura por todos los medios ganar nuestra simpatía” (op. cit., pág. 132). Se advierte aquí la importancia de un personaje particular, el héroe, y la simpatía (identificación) que nos une a aquel. Esto es, se trata de una trama vincular entre el sujeto, su referente y sus destinatarios. Podemos volver, nuevamente, a La novela familiar de los neuróticos, ya que allí retoma el problema del héroe para mencionar la legitimidad que este reclama en comparación con los rivales (hermanos) a los que considera ilegítimos;
4) Freud también menciona la tajante división entre personas “buenas y malas, renunciando a la riqueza de matices que se observa en los caracteres humanos reales” (op. cit., pág. 132). Nos parece que la semejanza entre este punto y la modalidad de las narraciones políticas no merece mayor explicitación, lo cual, evidentemente, sigue la línea del antagonismo como supuesto de base de la construcción política;
5) No puede pasársenos por alto que Freud pone en una misma serie al fantasear neurótico no solo con la poesía, sino también con los mitos, sagas, etc., esto es, no hace sino colocar la actividad poética (y fantaseadora) en el contexto de la ‘psicología de los pueblos’;
6) Por último, la tendencia de la “parte” a colocarse como la representación del “todo” nos condujo a considerar la lógica del fetichismo examinada por Freud (1927) en tanto objeto parcial colocado en lugar del (o a costa del) conjunto.
Asimismo, tengamos en cuenta que el fetiche: a) obtura una percepción; b) se opone a un duelo (por lo que debiera ser resignado); c) permite conservar y sostener una creencia; d) sostiene la omnipotencia narcisista (Freud ilustra su hipótesis afirmando que si estos pacientes admiten la castración, “acaso el adulto vivenciará luego un pánico semejante si se proclama que el trono y el altar peligran” (op. cit., pág. 148). Aquí también Freud desplaza sus premisas desde el ámbito más restringido de la clínica al terreno más amplio de la psicología social).

Instrumentos y procedimientos
En cuanto al método de análisis, se trata del algoritmo David Liberman (ADL), método que se propone la investigación sistemática de la significatividad del discurso en términos psicoanalíticos. En este sentido, la teoría freudiana de la erogeneidad constituye la base semántica para la categorización de las palabras, frases y relatos. Estos (palabras, frases y relatos) son los tres niveles que se distinguen y en los que podemos hallar evidencias de los deseos y de las defensas en juego. Asimismo, en los hechos concretos consideramos una trama, en términos de la copresencia de diversos deseos, entre los que debemos precisar las prevalencias y subordinaciones. La teoría freudiana reseña siete deseos: libido intrasomática (LI), oral primaria (O1), oral secundaria (O2), anal primaria (A1), anal secundaria (A2), fálico uretral (FU) y fálico genital (FG).
El lenguaje del erotismo intrasomático (LI) pone el énfasis en escenas correspondientes a la exacción económica o la intrusión orgánica. En ese sentido tienen importancia las referencias contables o las alusiones a estados corporales. En cuanto al lenguaje oral primario (O1) se destaca el pensar abstracto, alejado o prescindente de los hechos concretos. En el lenguaje oral secundario (O2) importan las escenas de sacrificio, las referencias al sufrimiento, las expresiones de amor y los reproches. En el lenguaje anal primario (A1) tienen valor las luchas justicieras y vengativas, gozar con la humillación ajena, abusar sobre su debilidad, escenas de encierro o parálisis motriz impotente en la derrota así como las palabras usadas como actos (por ejemplo, los insultos). En el lenguaje anal secundario (A2) cobran importancia las escenas de juramento público, la tradición y la moral, los contextos institucionalizados, el deber y la tentativa de dominar y controlar una realidad por medio de un saber ligado a los hechos concretos. En el lenguaje fálico uretral (FU) se destacan escenas de rutina y/o aventura, la desorientación, las preguntas tipo “dónde” o “cuándo” (ligadas con la orientación témporo-espacial), la regulación de distancias y contacto. En el lenguaje fálico genital (FG) cobra importancia la tentativa de impactar estéticamente al modelar la propia imagen según lo que el relator supone que el otro desea. Tienen valor la pregunta “cómo” y los adverbios de modo (terminados en “mente”).

En este estudio aplicaremos tres instrumentos del Algoritmo David Liberman. Por un lado, para estudiar los actos del habla, utilizamos una grilla que nos permite detectar los deseos en las escenas desplegadas. Para el análisis de los deseos en el nivel de las palabras, aplicamos, por un lado, un diccionario computarizado y, luego, una distribución de frecuencias que permite realizar comparaciones entre los resultados de los análisis de diferentes textos tomando en cuenta los percentiles correspondientes. Para los estudios en psicología política contamos con distribuciones de frecuencias únicamente para el análisis de palabras y no para el de los actos del habla (sí contamos con distribuciones de frecuencias para ambos niveles en el terreno de la clínica, tanto para el estudio del discurso de pacientes como el de terapeutas).
Con estos instrumentos, primero, analizamos las palabras de los textos completos de los discursos de asunción de George W. Bush (en 2005) y de Barack Obama (en 2009). Posteriormente, realizamos una selección de fragmentos específicos: tomamos lo sectores en los cuales los relatores describen el adversario o enemigo y exponen el tipo de acción o propósito que llevarán a cabo. Esto último incluye las decisiones concretas y/o la justificación de tales decisiones.
Sobre esta nueva muestra, más acotada, realizamos el análisis de los actos del habla (escenas desplegadas), el análisis con el diccionario y la distribución de frecuencias.

Indagación de la retórica militar en los discursos de G. W. Bush y de B. Obama
Cuando presentamos la distribución de frecuencias de los deseos en las palabras de los discursos presidenciales de asunción (Plut et al.; 2011) expusimos también la comparación de los resultados de algunos discursos concretos. Entre ellos estudiamos los discursos de asunción de cuatro presidentes de los EE.UU.: R. Reagan, B. Clinton, G. W. Bush y B. Obama.
Del conjunto de resultados, prestamos atención a las variaciones del deseo A1 (deseo vengativo), el cual incluye términos ligados con las luchas justicieras, la humillación del otro, los abusos, las derrotas, la impotencia motriz, etc. Más aun, constituye un lenguaje propio del mundo militar. Advertimos, entonces, al estudiar a aquellos cuatro presidentes, que dos de ellos (Reagan y Bush) tenían percentiles medio-altos o altos (77 y 93), en tanto que los dos restantes (Clinton y Obama) presentaban valores medios y medio-bajos (33 y 44). Concluimos, pues, que las diferencias evidenciadas en la distribución de frecuencias podrían explicarse según la afiliación partidaria: valores más altos para los republicanos y más bajos para lo demócratas.
El contraste entre las promesas y expectativas de Obama (en el terreno militar), nuestra comparación de distribuciones de frecuencias y las reflexiones de analistas políticos sobre la situación actual, nos llevaron a profundizar nuestro estudio de los discursos de asunción, claro que, ahora, enfocándolo desde un tema específico. En primer lugar, volvimos a comparar los discursos de G. W. Bush y de B. Obama, esta vez en cuanto a la extensión que, en cada uno de ellos, tiene la temática guerra-defensa-seguridad. Mientras que en el discurso del primero, este tema ocupa el 88,66%, en el discurso de Obama ocupa un 45,14%. Si analizamos este sector del discurso de Obama, que abarca caso al 50% del mismo, hallamos que el único deseo que muestra una variación significativa es A1, el cual alcanza el percentil 82. Este resultado, lógicamente, está influido por la selección de la muestra (escogimos los fragmentos en que alude al tema concreto).
Comencemos por una descripción general de los discursos de asunción de George W. Bush y Barack Obama.
Un primer rasgo llamativo del discurso de Bush es la frecuencia con que utiliza el término libertad. Este aparece 50 veces, contra 7 veces que se presenta en el discurso de Obama. Podemos hallarlo hasta 6 veces en un mismo párrafo.
Como ya hemos indicado, casi la totalidad del discurso de Bush está dedicado al tema de la seguridad y defensa, bajo expresiones que insisten en la lucha por la libertad y la democracia contra la tiranía en el mundo. El resto de su discurso incluye las referencias protocolares de rigor y un breve sector dedicado a otra variante de la libertad: la economía de mercado.
El discurso de Obama presenta referencias a: a) la situación crítica en materia económica; b) referencias al problema de la seguridad, defensa y lucha contra el terrorismo; c) referencias a la historia, valores y tradiciones de los EE.UU.
Cabe señalar, respecto de este último grupo de referencias, que las únicas menciones concretas de episodios que hace Obama, todas corresponden a guerras: Gettysburg (batalla con más bajas en la guerra civil), Normandía (invasión de los aliados en el noroeste de Francia), Khe Sahn (una de las batallas más largas y sangrientas en Vietnam) y Arlington (cementerio en el cual el primer mandatario rinde homenaje a los soldados caídos en combate). Finalmente, su discurso concluye con una cita del “padre de nuestra nación” correspondiente a la batalla de la independencia.
Otra diferencia entre ambos discursos es que mientras Bush alude a las “tiranías” o gobiernos no democráticos sin mencionar al terrorismo, Obama sí alude a esto último.

Muestra
Ya hemos dicho que, una vez analizados con el diccionario los dos discursos completos, estudiamos un sector mucho más breve y específico consistente en la descripción que cada relator hace del enemigo y las acciones, decisiones y justificaciones que proponen:

Síntesis de las frases de Bush:
“Estados Unidos defendió nuestra propia libertad al mantenerse alerta en fronteras distantes”
“Mientras en naciones enteras del mundo hiervan el resentimiento y la tiranía, propensas a ideologías que alimentan el odio y justifican el asesinato, se acumulará la violencia y se multiplicará el poder destructivo, y cruzarán las fronteras mejor defendidas y representarán una amenaza mortal”
“La supervivencia de la libertad en nuestro país depende cada vez más del éxito de la libertad en otros países”
“Poner fin a la tiranía en el mundo”
“Nos defenderemos y defenderemos a nuestros amigos con la fuerza de las armas”
“Mi deber más solemne es proteger a esta nación y sus ciudadanos de más ataques y de amenazas emergentes”
“Algunos han mostrado su devoción a nuestro país con muertes que han honrado sus vidas enteras, y siempre recordaremos sus nombres y su sacrificio”

Síntesis de las frases de Obama:
“Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance”
“Estamos listos para asumir el liderazgo”
“Comenzaremos a dejar Irak, de manera responsable, en manos de su pueblo, y forjar ua paz duramente ganada en Afganistán”
“Para aquellos que pretenden lograr sus objetivos acudiendo al terrorismo y a la matanza de inocentes, les decimos que ahora nuestro espíritu es más fuerte, no pude romperse; no pueden perdurar más que nosotros les derrotaremos”
“Al contemplar el camino que se abre ante nosotros, recordamos con humilde gratitud a aquellos estadounidenses valientes quienes, en este mismo momento, patrullan lejanos desiertos y distantes montañas”

Análisis
Análisis de las palabras
Las grillas que siguen muestran la distribución de frecuencias de ambos discursos (Bush y Obama) tomando en cuenta los textos completos, así como los sectores específicos seleccionados:


Deseos y percentiles en Bush:
LI: 80
O1: 15
O2: 55
A1: 100
A2: 10
FU: 0
FG: 5


Deseos y percentiles en Obama:
LI: 35
O1: 100
O2: 60
A1: 100
A2: 0
FU: 100
FG: 55


Análisis de los actos del habla
En las escenas desplegadas por Bush encontramos los siguientes actos del habla:
Justificación (A2), descripción de situaciones concretas (A2), advertencia (FU), denuncia (A1), exageraciones (FG), enlace causal (A2), proyecto de acción (A2), amenaza (A1), imposición de obligaciones (A2) y exaltación del sacrificio (O2).
En repertorio de actos del habla de Obama, muestra bastantes similitudes:
Descripción de situaciones concretas (A2), advertencia (FU), denuncia (A1), exageraciones (FG), proyecto de acción (A2), amenaza (A1), imposición de obligaciones (A2) y exaltación del sacrificio (O2).

La decisión concreta que plantea Bush es poner fin a las tiranías en el mundo, para lo cual recurre a diversos argumentos. Entre ellos, explica (e intenta persuadir acerca del) peligro que entrañan tales gobiernos antidemocráticos, peligro que justifica una acción defensiva de ataque. Todo ello se refuerza con tres recursos adicionales: por un lado, una serie de advertencias, cuyos destinatarios son los propios ciudadanos norteamericanos, cuya función, conjeturamos, es sembrar temor en la población; por otro lado, el énfasis que conduce a englobar al “otro” en una totalidad homogénea (por ejemplo, cuando alude a “naciones enteras”). Finalmente, la exaltación del sacrificio es un modo de apelar al ideal del amor (o la devoción) a la patria y que contiene un sesgo de manipulación emocional. En cuanto al discurso de Obama, una diferencia con el discurso precedente se da ya no en los deseos ni en los actos del habla, sino en la característica del proyecto de acción (A2). Mientras que Bush propone poner fin a la tiranía, Obama propone el retiro de las tropas de Irak y Afganistán. En cuanto a la caracterización del enemigo, para ambos relatores el adversario posee atributos A1 (tiranos, red de violencia). La diferencia, quizá, es que mientras Bush localiza al enemigo en determinados países, para Obama pierde dicha localización. Por otro lado, en el discurso de Bush resalta más un tipo de lógica que podríamos describir como “no hay mejor defensa que un buen ataque” y, a su vez, también es más evidente en su discurso una cosmovisión según la cual el mundo está poblado por dobles iguales (los que aman la libertad) y dobles hostiles (los que alimentan el odio).

Las siguientes grillas reordenan los resultados del análisis de los actos del habla:

Bush
Descripción del adversario (enemigo): A1
Propósito (decisiones): A2 – A1
Propósito (justificaciones): A2 – O2
Ideales: Justicia, orden y amor


Obama
Descripción del adversario (enemigo): A1
Propósito (decisiones): A2
Propósito (justificaciones): A2 – O2
Ideales: Orden, justicia y amor


Contraste entre ambos niveles de análisis
El contraste que podemos hacer resulta limitado ya que, como señalamos previamente, no contamos con una distribución de frecuencias para el análisis de los actos del habla en el discurso político.
Tengamos en cuenta que el nivel de las palabras nos informa el repertorio de deseos de un sujeto, los cuales podrán, en determinados momentos, expresarse en escenas desplegadas o bien mantenerse en amago. En efecto, el nivel de los actos del habla parece ser el más sensible a los influjos del contexto inmediato (Maldavsky; 2012) y de allí puede derivar gran parte de las divergencias entre ambos niveles de análisis (palabras y actos del habla).
En virtud de carecer del instrumento adecuado (distribución de frecuencias para actos del habla) para analizar las diferencias ínter-niveles, podemos estudiar, sobre todo, aquellos deseos que han tenido un alto valor en el nivel de las redes de palabras y una presencia nula en el nivel de los actos del habla y, a la inversa, los deseos que tienen un bajo nivel en las redes de palabras y una presencia significativa en los actos del habla.
Concretamente, podemos subrayar: el valor alto (cerca del extremo superior) para el deseo LI en Bush y el valor extremo alto para el deseo O1 en Obama, en las palabras, en tanto no hemos detectado actos del habla LI para Bush ni O1 para Obama. Nos preguntamos, pues, si en el caso de Bush, la hipertrofia de LI en las palabras acompañadas de una ausencia de actos del habla LI, puede entenderse como tentativa de conservar sin desplegar un argumento económico subyacente a las acciones bélicas. En cambio, en el caso de Obama (hipertrofia de O1 en las palabras y ausencia de dicho deseo en los actos del habla) la diferencia puede ser expresión –no evidenciada- de la falsedad de ciertos argumentos y/o proyectos.
Por otra parte, en el nivel de las redes de palabras, el deseo A2 tiene un percentil muy bajo para Bush (10) y nulo en Obama (0), en tanto que ambos relatores despliegan actos del habla correspondientes a dicho deseo. Conjeturamos, pues, que tales actos del habla (como las justificaciones, descripción de situaciones concretas, enlaces causales, imposición de obligaciones, etc.) responden a un requerimiento del rol y del contexto en cuanto a exhibir racionalidad y ajuste a la legalidad. Ello nos recuerda el dicho latino: “Excusatio non petita, accusatio manifesta”: “Una excusa no pedida, es una acusación manifiesta”. Es decir, quien se esfuerza por dar excusas –sin que nadie se las pida- se delata a sí mismo.


La libertad y sus guerras
Los estudios psicoanalíticos sobre las guerras comprenden tres temas frecuentes: el por qué de las mismas y sus causas; los efectos de las acciones bélicas (en los implicados inmediatos y en la trama social extensa); cómo prevenirla o evitarla (posibilidad del desarrollo del pacifismo).
En diversas ocasiones Freud sostuvo que el derecho contiene, en su fundamento, la denegación de la violencia. Es decir, para Freud la violencia dio paso al derecho a partir de la unión de muchos para compensar el poder del más fuerte. Agrega que la condición psicológica para que se consume este pasaje de la violencia al derecho, la unión de muchos tiene que ser duradera.
Una de las propuestas de Freud relativas a la contención de la violencia consiste en “trasferir el poder a una unidad mayor que se mantiene cohesionada por ligazones de sentimiento entre sus miembros” (1932, pág. 189). Esta construcción de una “unidad mayor” vale tanto para la regulación intrapaís (relación entre ciudadanos) como para el mundo en general (relación entre los países).
Ello nos lleva al problema de los ideales, en particular al examen de su forma. Atribuir o trasferir el poder a una instancia mayor supone, pues, que ningún gobernante deberá creer que él mismo es el poder (o la justicia, o la democracia, etc.). Si Obama plantea ser el “líder” en la lucha contra el terrorismo, está interfiriendo en ese proceso de posicionamiento en relación con una instancia mayor, más amplia. Esta misma preocupación planteó Freud: “en nuestra época no existe una idea a la que pudiera conferirse semejante autoridad unificadora. Es harto evidente que los ideales nacionales que hoy imperan en los pueblos los esfuerzan a una acción contraria” (op. cit., pág. 192).
El ideal del yo tiene una serie de funciones en relación con la representación-grupo: dar cuenta del origen del grupo, de aquello que los hermana y los identifica, garantizar el destino triunfal de dicho grupo, así como la cohesión entre sus integrantes, y ofrecer amparo y sentido psíquico a la vida individual pese a los sinsabores y la miseria de la vida cotidiana.
Hace 80 años Einstein y Freud tuvieron un intercambio epistolar en el que ambos se mostraron preocupados por la amenaza de nuevas guerras y las consecuencias que tendrían. Los temores de ambos, sus interrogantes y, también, algunas de sus hipótesis, siguen vigentes en la actualidad y reclaman renovadas acciones preventivas e investigaciones concretas.
Freud entendía que no podría eliminarse la humana inclinación hacia la agresión aunque sí podría intentarse desviarla en alguna medida. Para ello, deberán reducirse los abusos de poder por parte del Estado así como la incitación bélica de todo tipo. Frente al interrogante común sobre cómo es que han de ocurrir tales atrocidades, la teoría freudiana sugiere partir de un interrogante inverso: no solo por qué puede imponerse la tendencia a la supresión de lo vital, sino cómo ha podido crearse un universo complejo en que predominen la ética, la solidaridad y la ternura.
Freud supuso que la complejización psíquica deriva del encuentro de la afinidad en la diferencia y, de modo global, advertimos dos grandes riesgos: la supresión de la afinidad, que conduce a un rechazo radical del otro o, por el contrario, la pérdida de la diferencia, que conduce a una nivelación inerte. En este sentido, tal vez podamos distinguir el carácter humanista o no de un discurso según dos variables: a) qué tanto ha quedado suprimida la afinidad respecto de los grupos contrarios; b) qué tanto ha quedado suprimida la diferencia al interior del propio grupo.
Los discursos estudiados nos permiten reflexionar, únicamente, sobre el primer criterio: la supresión de la afinidad en relación con aquellos que quedan incluidos en la posición del enemigo. Si en la política quedan jerarquizados los deseos vengativos, los discursos falsos, las manipulaciones emocionales o el afán de ganancia, no estaremos en un escenario político en que predominen los lazos fraternos.
Finalmente, y a la vista de discursos que pregonan un presunto interés por la libertad, no es ocioso recordar las palabras de Freud en El malestar en la cultura:

“La libertad individual no es un patrimonio de la cultura. Fue máxima antes de toda cultura; es verdad que en esos tiempos las más de las veces carecía de valor, porque el individuo difícilmente estaba en condiciones de preservarla. Por obra del desarrollo cultural experimenta limitaciones, y la justicia exige que nadie escape a ellas. Lo que en una comunidad humana se agita como esfuerzo libertario puede ser la rebelión contra una injusticia vigente, en cuyo caso favorecerá un ulterior desarrollo de la cultura, será conciliable con esta. Pero también puede provenir del resto de la personalidad originaria, un resto no domeñado por la cultura, y convertirse de ese modo en base para la hostilidad hacia esta última. El esfuerzo libertario se dirige entonces contra determinadas formas y exigencias de la cultura, o contra ella en general. No parece posible impulsar a los seres humanos, mediante algún tipo de influjo, a trasmudar su naturaleza en la de una termita: defenderá siempre su demanda de libertad individual en contra de la voluntad de la masa. Buena parte de la brega de la humanidad gira en torno de una tarea: hallar un equilibrio acorde a fines, vale decir, dispensador de felicidad, entre esas demandas individuales y las exigencias culturales de la masa; y uno de los problemas que atañen a su destino es saber si mediante determinada configuración cultural ese equilibrio puede alcanzarse o si el conflicto es insalvable”.


Bibliografía
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domingo, 5 de agosto de 2012

lunes, 18 de junio de 2012

Estructura, significación y función del discurso político

Sebastián Plut



El análisis del discurso político, frecuentemente, procura detectar si las narraciones poseen (o no) una forma específica y/o más o menos estable. Tomaré, específicamente, las propuestas de Scavino (Rebeldes y confabulados) ya que identifica y sintetiza algunas características canónicas de los relatos políticos.
En primer lugar, sostiene que toda narración política establece una distinción entre amigos y enemigos, entre un “nosotros” y un “ellos” (esta proposición ha sido sostenida por autores de orientaciones y épocas diversas, como Schmitt, Laclau, entre otros). Para ello, con independencia de su orientación ideológica, el relator utiliza una gramática política que se despliega en una secuencia de tres momentos: denuncia (del orden establecido), exhortación (a la lucha contra los enemigos del pueblo) y promesa (de redención o salvación). Las variaciones, pues, se darán en función de cuál es el sistema que se denuncia, a qué sujetos se exhorta y qué triunfo se les promete.
Por otro lado, sostiene que hay política en tanto un partido se arrogue la representación del pueblo en su totalidad, lo cual constituye un aspecto central del discurso. Por ejemplo, si un partido o grupo combate contra el comunismo, no lo hace en nombre del “anticomunismo”, sino en representación de todo el pueblo, la nación, la patria, etc.
Veamos, entonces, concretamente los componentes del relato:
a) un grupo víctima (que sufre la invasión, es oprimido, estafado, desempleado, etc.);
b) un agresor, enemigo, culpable o responsable (los especuladores, los infiltrados, los corruptos, el imperialismo, los militares, etc.);
c) un héroe salvador (persona, partido, ideología, ejército, etc.);
d) qué es lo que hay que restablecer, cuál es la promesa (orden, justicia, libertad, prosperidad, distribución equitativa, etc.).
En suma, la política para Scavino consiste en la constitución de la unidad popular a partir de un antagonismo. Una pregunta que, nos parece, aun requiere de mayores estudios, es cuál es el factor eficaz para la unidad: ¿el líder, la localización del adversario o ambos son las dos caras de una misma moneda?

De hecho, cita a Proudhon cuando sostuvo que “quien dice humanidad, desea embaucar”, ya que quien habla (un líder, un partido) lo hace en nombre de una “totalidad” no obstante pertenece a un grupo específico.
Consideramos que, entonces, resulta relevante contar con instrumentos que permitan pesquisar si los ideales expresados (por ejemplo, al hablar de la “humanidad” o de la “nación”, etc.) corresponden a ideales de mayor o menor abarcatividad. En efecto, hablar en nombre de un presunto “todos” (por ejemplo, en nombre del “país” o de la “comunidad internacional”) puede configurar una apariencia que encubre un exiguo nivel de abstracción. Dicho de otro modo, el problema requiere no solo tomar nota del ideal expresado por el líder, sino en qué medida dicho líder supone ser él mismo el ideal y cuál es la distancia que sostiene entre su yo y lo que aspira a ser.
La construcción de la posición ajena (hostil) y, por consiguiente, de la propia presenta algunos pasos lógicos:
a) determinados “sujetos” poseen un determinado atributo (por ejemplo, “hay judíos usureros”, “ciertos empleados públicos son ñoquis” o “algunos jóvenes son violentos”);
b) generalización: todos los miembros del grupo de ese sujeto tienen la misma característica (“todos los judíos…”, o “todos los jóvenes….”, etc.);
c) ese grupo con sus conductas constituyen la causa y explicación de todos los males.
A su vez, al localizar a un determinado grupo como hostil (por ejemplo, los comunistas), combatirlos no será tarea únicamente de los anticomunistas sino de todo el pueblo, nación o país. Esto es, el que no se oponga al comunismo será objeto de las mismas acusaciones o críticas.
Otro aspecto destacado por Scavino refiere al modo en que cada productor de un relato político construye una continuidad entre el pasado y el presente, al punto que grupos o sectores muy diversos entre sí (por ejemplo, yrigoyenistas, fascistas o montoneros) pueden proponer como su punto de partida un mismo suceso histórico (por ejemplo, la Revolución de Mayo).
De este modo, analiza expresiones habituales del tipo “hoy como ayer” o “una vez más” para advertir que la narración política cuenta una historia “épica” que establece un lazo temporal (continuidad) entre dos o más épocas, como si el antagonismo “entre nosotros y ellos” hubiese sido siempre el mismo (dimensión mítica del grupo). Más aun, para el autor las narraciones políticas se adueñan de los acontecimientos fundacionales de una nación y los transforman en ejemplos dignos de continuarse, en “alegorías proféticas de la revolución venidera” (pág. 163). Por ello, también afirma que el discurso político tiene el sentido de una memoria que no evoca únicamente el pasado sino también el futuro.
A diferencia del planteo de Scavino y de otros autores que jerarquizan el análisis formal del discurso, por nuestra parte lo combinamos con un análisis de contenido, un estudio semántico, por lo cual cobran relevancia tipos específicos de deseos e ideales.
A su vez, categorizamos los ideales por su forma (en términos de su creciente grado de abstracción y abarcatividad) y por su contenido, el cual deriva de una decantación de la erogeneidad. Cabe agregar que a cada uno de estos tipos de ideal le corresponde un modo de representación preconsciente del líder, del propio grupo, de las diferentes posiciones que el yo puede ocupar y también del grupo hostil.
En un trabajo reciente nos centramos en los discursos de asunción a la presidencia de la nación y, en parte del estudio, tomamos en cuenta: a) que el relator se empeña en despertar el crédito en el destinatario del mensaje. Es decir, debe convencer a su auditorio respecto de su propio proyecto y de su propia capacidad para conducir el gobierno y afrontar los problemas correspondientes; b) que el discurso pone en evidencia los referentes del relator, las cualidades de su objeto, de sí mismo, de la acción que propone en relación con dicho objeto y del grupo hostil.

Freud: del poeta al político y la psicología de los pueblos
En la siguiente frase, originalmente de Freud, sustituimos la palabra ‘poeta’ por ‘político’: ‘A nosotros siempre nos intrigó poderosamente averiguar de dónde esa maravillosa personalidad, el político, toma sus materiales, y cómo logra conmovernos con ellos, provocar en nosotros unas excitaciones de las que quizá ni siquiera nos creíamos capaces’.
Efectivamente, algunas peculiaridades del poeta que Freud menciona, además del efecto recién señalado, presentan una importante semejanza con el relato político. Veamos algunas de ellas:
1) Freud sostuvo el nexo entre fantasear e insatisfacción: “deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un cumplimiento de deseo”. Es sobre esta insatisfacción, pues, que recae el relato ofrecido por el político, en particular al localizar la propia posición de víctima de aquellos a los que dice representar;
2) Posteriormente, Freud destaca otro nexo, esta vez entre el fantasear y la temporalidad: “una fantasía oscila entre tres tiempos. El trabajo anímico se anuda a una impresión actual, a una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de la persona; desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior en que aquel deseo se cumplía, y entonces crea una situación referida al futuro que se figura como el cumplimiento de ese deseo”. Esta descripción es consistente con los tres momentos diferenciados por Scavino (denuncia, exhortación y promesa) así como también con la estructura que analizamos en las secuencias narrativas y que derivan del valor formalizador de las fantasias primordiales: despertar del deseo, tentativa de consumación y consecuencias de dicha tentativa (seducción, escena primaria y castración respectivamente). Claro que, además del orden secuencial, cobran relevancia la continuidad temporal establecida de ese modo (entre el pasado y el futuro) y la construcción de un pasado omnipotente del cual el relator se apropia como argumento para afrontar el presente. Algo de esto también ha sido formulado por Freud en otro trabajo al referirse a la novela familiar como una manera de procurarse padres ideales.
3) Otro componente afín entre el relato del político, del fantaseador, soñante o poeta, es que “todos ellos tienen un héroe situado en el centro del interés y para quien el poeta procura por todos los medios ganar nuestra simpatía”. Se advierte aquí la importancia de un personaje particular, el héroe, y la simpatía (identificación) que nos une a aquel. Esto es, se trata de una trama vincular entre el sujeto, su referente y sus destinatarios. Podemos volver, nuevamente, a La novela familiar de los neuróticos, ya que allí retoma el problema del héroe para mencionar la legitimidad que este reclama en comparación con los rivales (hermanos) a los que considera ilegítimos;
4) Freud también menciona la tajante división entre personas “buenas y malas, renunciando a la riqueza de matices que se observa en los caracteres humanos reales”. Nos parece que la semejanza entre este punto y la modalidad de las narraciones políticas no merece mayor explicitación, lo cual, evidentemente, sigue la línea del antagonismo como supuesto de base de la construcción política;
5) Finalmente, no puede pasársenos por alto que Freud pone en una misma serie al fantasear neurótico no solo con la poesía, sino también con los mitos, sagas, etc., esto es, no hace sino colocar la actividad poética (y fantaseadora) en el contexto de la ‘psicología de los pueblos’.
Por último, la tendencia de la “parte” a colocarse como la representación del “todo” nos condujo a considerar la lógica del fetichismo examinada por Freud en tanto objeto parcial colocado en lugar del (o a costa del) conjunto.
Asimismo, tengamos en cuenta que el fetiche: a) obtura una percepción; b) se opone a un duelo (por lo que debiera ser resignado); c) permite conservar y sostener una creencia; d) sostiene la omnipotencia narcisista.
Freud ilustra su hipótesis afirmando que si estos pacientes (fetichistas) admiten la castración, “acaso el adulto vivenciará luego un pánico semejante si se proclama que el trono y el altar peligran”. Aquí también Freud desplaza sus premisas desde el ámbito más restringido de la clínica al terreno más amplio de la psicología social.

viernes, 15 de junio de 2012




En pocos días estará en las librerías mi nuevo libro, "Psicoanálisis del discurso político" (Ed. Lugar).

viernes, 30 de marzo de 2012

La banalización sin frenos

Sebastián Plut


¿Asunto cerrado?
El conductor del tren habría declarado que si bien advirtió un problema en los frenos, no se animó a detener el viaje por temor al caos que se desataría con los pasajeros. Curioso fenóme-no que podría sintetizarse en la siguiente expresión: “como no andan los frenos, mejor no fre-no”. Si esto es lo que afirmó y si efectivamente esto es lo que le sucedió, no podemos menos que inferir el alto nivel de sufrimiento que debe padecer, diariamente, en su trabajo. ¿Qué es lo que ocurre, en el desempeño cotidiano del trabajo, para que una persona tome tamaña deci-sión (si es que puede llamarse decisión)?
Christophe Dejours, uno de los autores más destacados en materia de psicodinámica del traba-jo, ha investigado profundamente el sufrimiento laboral. No podré sintetizar aquí sus ideas ni interpretar desde su enfoque el “desastre previsible” que ocurrió hace pocos días en la Estación de Once, pero resulta ilustrativo citar el diálogo entre un ingeniero y un jefe (del servicio fran-cés de ferrocarriles) que transcribe en su libro La banalización de la injusticia social (Ed. Topia). El ingeniero reportó un incidente, en el que las barreras automáticas no habrían funcionado, sin que se produjera accidente alguno, y luego de lo cual, sin mediar ninguna intervención técnica, las mencionadas barreras volvieron a operar normalmente. A pesar de ello, el ingeniero insistía en el problema y sucede el siguiente diálogo (pág. 29):

Jefe: ¿Hubo descarrilamiento?
Ingeniero: No.
Jefe: ¿Hubo colisión con un vehículo o un peatón?
Ingeniero: No.
Jefe: ¿Hubo heridos o muertos?
Ingeniero: No.
Jefe: Entonces, no hubo incidente. El asunto queda cerrado.

Durante algunos días, ciertos medios periodísticos informaron que el maquinista habría dicho que comunicó al área de control que no andaban los frenos, a pesar de lo cual le habrían res-pondido que continuara el viaje.
En rigor de verdad, no puedo saber si el motorman dijo y se desdijo, si se trató una maniobra periodística, o alguna otra alternativa. De todos modos, resulta sugerente la escena así figura-da: alguien pide ayuda (o informa un problema) y otro desoye el anuncio. En cierto sentido, de hecho, no difiere de lo que el conductor del tren habría comentado con posterioridad (respecto de la posible reacción de los usuarios). En efecto, en ambos casos la escena corresponde a un sujeto a quien otros le imponen “seguir” pese a no tener frenos. O, lo que es lo mismo, el suje-to no tiene un destinatario para su pedido. En suma, la vivencia que suelen tener las personas que atraviesan un trauma social comprende la presunción de una indiferencia en el interlocutor. Esto es, la indiferencia captada en el mundo deriva de una proyección de la propia tendencia a desinvestir desarrollada en el yo de quienes pasaron por el trauma. Claro que, si esta proposi-ción es verosímil, su corolario es que el maquinista ya operaba en un estado similar al de los traumatizados, estado que, más allá de sus propias circunstancias vitales, es la resultante de un sistema laboral determinado.


Un “desastre previsible”
En las décadas de los ’60 y ’70 se desarrolló una metodología para el estudio de “accidentes”, denominada “Árbol de causas”, utilizada para determinar los factores intervinientes. Dicha me-todología adopta una perspectiva pluricausal y, a su vez, analiza el suceso como un síntoma que pone de manifiesto perturbaciones funcionales de la organización. Sin embargo, conviene recordar que Robert Villate (El método Árbol de causas, Ed. CEIL) sostiene que el análisis de las causas no es un fin sino un medio y que solo tiene interés si conduce a acciones de prevención.
Asimismo, el autor explica que suelen combinarse errores humanos y técnicos, no obstante aclara que “la posibilidad de que un hombre cometa un error se debe en parte a que otro hom-bre no pudo o no supo preveer esa posibilidad de error y no hizo nada para preverla o eliminar las consecuencias” (pág. 24).
Los familiares de las víctimas (víctimas también) han denominado a la tragedia del 22 de febre-ro un “desastre previsible”. Si bien en otro contexto, Galli y Malfé (“Desocupación, identidad y salud”) distinguen tres tipos de crisis: las previsibles (por ejemplo, la jubilación), las previsibles pero no datables por anticipado (fallecimiento de los progenitores, por ejemplo) y, por último, las posibles pero no previsibles (por ejemplo, un accidente).
Curiosamente, lo que ocurrió en la estación de Once, bajo otras circunstancias, sería un “acci-dente”, aunque si era previsible deja de serlo. Dicho de otro modo, los hechos a los que esta-mos aludiendo no parecen cuadrar claramente en la categorización de aquellos autores. La pregunta, entonces, será: ¿por qué un problema previsible no se transforma en prevenible? ¿Qué es lo que ocurre que las señales no conducen a la acción preventiva? En síntesis, no basta ahora con conocer las causas del suceso (sean errores técnicos y humanos, sea la corrupción política o la desidia empresarial) sino que resulta imperioso comprender no solo cómo se produ-jo el desastre sino, sobre todo, qué impidió su prevención.


Morir en un no-accidente
Hace casi 100 años, y a poco de comenzar la Primera Guerra Mundial, Freud (1915) escribió un artículo, De guerra y muerte, que se compone de dos partes: “La desilusión provocada por la guerra” y “Nuestra actitud hacia la muerte”.
En el primero de ellos, examina los efectos comunitarios de la guerra y, específicamente, las consecuencias que resultan de que el Estado prohíba la injusticia no tanto porque procure eli-minarla sino porque pretende monopolizarla. Agrega, pues, que no “puede asombrar que el aflojamiento de las relaciones éticas entre los individuos rectores de la humanidad haya reper-cutido en la eticidad de los individuos” (pág. 281). En el segundo sector del artículo, dedicado al modo en que pensamos la muerte, sostiene que nadie cree en la propia muerte y que, “por lo general, destacamos el ocasionamiento contingente de la muerte, el accidente, la contracción de una enfermedad, la infección, la edad avanzada, y así dejamos traslucir nuestro afán de rebajar la muerte de necesidad a contingencia” (pág. 291). Las proposiciones freudianas remi-ten a lo irrepresentable de la muerte en el inconciente, a la pervivencia del hombre primitivo en el hombre civilizado y, también, a la ambivalencia de sentimientos, no obstante, aquí pretendo tomar otra dirección. Es decir, si naturalmente nos negamos a admitir la inevitabilidad de la muerte, los traumas sociales imponen aun otra perturbación del pensar, en tanto ya no solo nos habituamos a considerarla una contingencia sino a comprender que tras las muertes siempre hallamos una injusticia. Basta con recordar el atentado a la AMIA, el avión de LAPA, la explo-sión de la fábrica militar de Río Tercero, Cromañón, entre otros tantos episodios, para evocar a todos los familiares en los que su duelo personal e íntimo, se superpone con una exposición mediática en la que, durante años, no cesan de reclamar justicia. Lógicamente, no veo en ello algo sino necesario e imperioso, aunque también advierto que al quedar empujados a la viven-cia de injusticia ello comporta una consecuencia adicional al dolor consistente en una perturba-ción del pensar sobre la muerte.


Aun antes que la injusticia
Retomemos ahora las hipótesis de Dejours a la luz de las ideas de Freud sobre la guerra. Aquél se interesó en estudiar la “banalización de la injusticia social”, especialmente a partir de los procesos de precarización laboral de la década del ’90. Sostiene, entonces, que muchas de las movilizaciones colectivas no encuentran su principal fuente de energía en la esperanza de un bienestar sino en la furia contra el sufrimiento y la injusticia, cuando ya alcanzan niveles intole-rables. Así, la acción colectiva constituye más una reacción que una acción. Lo que el autor entiende es que, paradójicamente, las denuncias conviven con una tolerancia creciente en que la sociedad civil se va familiarizando con la infelicidad. Finalmente, concluye que, como conse-cuencia de la corrupción política y económica, la acción directa de la denuncia es impotente porque, previamente, se desarrolló un proceso de “banalización del mal”. De este modo, propo-ne “reemplazar el objetivo de lucha contra la injusticia y el mal por un la lucha intermedia, que no está directamente dirigida contra el mal y la injusticia sino contra el proceso mismo de bana-lización” (pág. 131).


Escribir el trauma
He investigado e intervenido en diferentes situaciones de trauma social y sé de la fecundidad de las teorías con que contamos y de la importancia del trabajo con las personas afectadas. En este contexto, tienen valor explicativo y heurístico conceptos como duelo o trauma así como tiene eficacia para la elaboración del sufrimiento, la construcción de narrativas. Dicho de mane-ra resumida, esto último permite temporalizar la cantidad resultante de incitaciones exógenas desmesuradas, a través de la localización espacial y temporal, el desarrollo de cualidades y la detección de nexos causales.
Claro que, todo ello, es tan válido y útil como insuficiente, ya que solo toma en cuenta el efecto de un suceso en los afectados directamente. Recuerdo que un empleado bancario, durante el Corralito, decía: “tenemos que defender lo indefendible”. Esta misma frase, por qué no, podría haber sido expresada por el maquinista del tren del 22/02. Recuerdo también haberle dicho: “eso que decís contiene un interrogante: ¿quién defiende al indefenso?”.
En síntesis, si solo centramos el trabajo y la reflexión en el impacto que el hecho tuvo en las víctimas directas del choque, en el eslabón más afectado pero que está solo al final de una cadena, estaremos perdiendo de vista el sufrimiento psíquico de los trabajadores ferroviarios, la anestesiada infelicidad cívica cotidiana, la indiferencia empresarial y la apatía de los políticos. Si así ocurre, la banalización seguirá irrefrenable.

martes, 27 de marzo de 2012

Allí donde el delito es, la subjetividad debe advenir

Sebastián Plut


Que un delito debe recibir algún tipo de sanción es una premisa tan válida como obvia.
Claro que con ello no es mucho lo que se resuelve ni se comprende, dado, por ejemplo, que muchas conductas, aun no delictivas, también conllevan algún tipo de sanción.
La pregunta es: ¿cómo tratar la violencia?
Ante la ocurrencia de un delito, rápidamente se alzan las voces que exigen un endurecimiento de las penas, mayores castigos, incluso, pena de muerte. He dicho en otras ocasiones que lo más probable es que la llamada “mano dura” logre reducir delincuentes pero que dudosamente logre reducir la violencia y la inseguridad.
Si para Freud la neurosis es el negativo de la perversión, su hipótesis sobre el asesinato del padre de la horda, nos conduce a pensar que la sociedad es el negativo del crimen.
Primera aproximación a una respuesta entonces: no se puede tratar ni livianamente ni de cualquier modo a la violencia.
Intuyo que el sistema carcelario de un país puede constituir un analizador social ya que allí identificamos parte del modo en que se trata la violencia.
Para algunos, la finalidad de la prisión es el castigo, la penalización. Para otros, en cambio, el sistema penal tiene el objetivo de una rehabilitación conducente a la reinserción social. Las precarias y penosas condiciones de la vida carcelaria, en rigor, parecen mostrar que este segundo objetivo está muy lejos del horizonte de posibilidades. A su vez, en tales condiciones, el primer objetivo (castigo) parece más bien consistir meramente en un afán vengativo.
En una carta a Arnold Zweig, Freud evoca la novela “The Lady and the tiger”, en la que un prisionero aguarda en un circo a que le larguen el tigre o que entre la dama que habrá de liberarlo. “El relato termina sin que se sepa si por la puerta abierta de su jaula entra la mujer o el tigre. Esto solo puede querer significar que el desenlace ya no le importa al prisionero y que, por lo tanto, no vale la pena de ser comunicado”.
Vivir supone sentirse amado desde dos fuentes: el superyó-ideal del yo y la realidad. Desde ambos lugares el ello significa su amor al yo, y si tales tributos no ocurren el yo padece una desinvestidura (tanto desde el narcisismo como desde la autoconservación) que puede conducirlo a dejarse morir.
Segunda aproximación a una respuesta: para que el sistema carcelario sea eficaz en su doble propósito de penalización y rehabilitación debe promover la subjetivación.
Esta categoría (subjetividad) es abordada por Freud de tres maneras:
1) Oposición entre actividad y pasividad: esta hipótesis parte de la consideración de la relación entre pulsión, yo y objeto. La pulsión es siempre activa para el yo. Si el yo no puede ser activo, cede la posición sujeto a otro. Subjetividad, entonces, será que el yo se vuelva activo.
2) Identificación primaria: alude al nexo con un ideal. Consiste en un vínculo ligado al ser, al sentimiento de sí que se obtiene al conquistar una identificación. Subjetividad implica, por lo tanto, que el pasaje de la pasividad a la actividad se complemente con una identificación con un modelo.
3) Conciencia inicial: refiere al desarrollo cualitativo (afecto) como algo diferente del mundo de las cantidades.
En síntesis, si la subjetividad no se desarrolla, el individuo perpetrará un crimen como una de las tantas vías del dejarse morir.

lunes, 26 de marzo de 2012

Del “mandato de recordar” al “trabajo para no olvidar”

Sebastián Plut



Si uno pretendiera, aun a riesgo de cierto reduccionismo, definir de manera abreviada qué es el psicoanálisis, podrá decir que se trata de una teoría sobre la memoria.
Habrá, sin duda, otras formas de especificar en qué consiste la teoría freudiana, pero esta a mí me resulta particularmente ilustrativa. En efecto, Freud decía que el yo comprende la historia individual, en tanto que el superyó integra la historia familiar y cultural y, por su parte, el ello sintetiza la historia de la especie humana.
En suma, tanto desde el punto de vista singular como desde el punto de vista social, consideramos que el valor de la memoria resulta incuestionable. Como analistas sabemos que el “recordar” siempre estuvo presente entre las metas clínicas e, incluso, permaneció como tal en las sucesivas transformaciones que Freud llevó a cabo tanto en su teoría cuanto en sus técnicas terapéuticas.
En la actualidad asistimos a una jerarquización de la memoria que no podemos sino valorar y abonar, ya que olvidar –que no deja de ser una acción de la memoria- trastoca el recordar por vía de la repetición.
Sin embargo, también debemos precavernos, cuanto menos, de dos riesgos: la banalización de la memoria –que la transforma en un mero slogan- y su hipertrofia.
Ireneo Funes quizá sea uno de los memoriosos más célebres de la literatura. Su extrema capacidad recordatoria, sabemos, fue correlativa de haber quedado “tullido, sin esperanza”. Al tiempo que recordaba cada evento y cada pormenor, “no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
Tengamos presente también que, en relación con el trabajo del duelo, Freud señaló la importancia no solo de desinvestir los recuerdos sino de diferenciar estos últimos de las expectativas. Dicho de otro modo, procesar el pasado (y lo perdido) requiere no solo –o no tanto- desinvestir las huellas mnémicas de antiguas vivencias, sino de poder investir las expectativas hacia nuevos objetos y vivencias.
Por otro lado, es conveniente destacar la exclusión recíproca que Freud advirtió entre la memoria y la percepción (“Nota sobre la pizarra mágica”). Allí dice que si uno escribe en una hoja de papel obtiene una huella mnémica duradera, aunque “la desventaja de este procedimiento consiste en que la capacidad de recepción de la superficie de escritura se agota pronto”. Por el contrario, si uno escribe en una pizarra, dispone “de una superficie de recepción que sigue siendo receptiva sin límite temporal alguno… la desventaja, en este caso, consiste en que no puedo obtener una huella duradera”. La conclusión, entonces, es que “capacidad ilimitada de recepción y conservación de huellas duraderas parecen excluirse”.
De este modo se ve llevado a distinguir dos sistemas: por un lado, el sistema percepción-conciencia (que permite recoger nuevas percepciones e investir la realidad) y, por otro lado, un sector de lo anímico en que tienen cabida los recuerdos duraderos.
En síntesis, la hipertrofia de la memoria implicará la imposibilidad de deslindar los recuerdos de las expectativas (por lo cual, solo esperaremos que se perpetúe el pasado) y la restricción para la investidura con atención de las vivencias y hechos del presente.
En todo caso, podemos preguntarnos: ¿las consignas que proponen no olvidar el pasado, modifican profundamente la tendencia a desconocer la realidad? No se tratará, entonces, solamente de la necesidad de esforzarnos en recordar sino de neutralizar la aversión a la realidad.