“Yo nunca te miento”
Una mentira exitosa debiera sostenerse en muy
distintos frentes –el relato, la expresión facial, las manifestaciones
fisiológicas– señala el autor de esta nota y, luego de enumerar distintos modos
del engaño, advierte que quien se refiera a la mentira debería referirse,
también, a la credulidad.
Por Sebastián Plut *
La mentira es, habitualmente, una escena
intersubjetiva que se desarrolla por lo menos entre dos personas: uno que
falsea y otro que cree o que desconfía. ¿Por qué alguien miente, cuál es su
finalidad?; ¿con qué recursos construye la mentira?; ¿por qué el otro cree?;
¿por qué y cómo el mentiroso se autodelata?
Las investigaciones sobre detección de mentiras parten
de un supuesto: el comportamiento verbal, conductual y/o paraverbal del
mentiroso es cualitativa y cuantitativamente diferente del comportamiento del
sujeto sincero. Como se advierte, intentan descubrir de qué formas se revela la
verdad. Existe cierto consenso en jerarquizar los signos motrices y
paraverbales pues, a diferencia del nivel verbal: a) es más difícil reprimir
movimientos o tonos de voz; b) estos signos tienen estrecha relación con las
emociones; c) sus manifestaciones son más evidentes para el receptor que para
el emisor. Recordemos que los desarrollos de afecto o emoción nunca deben
considerarse a través de signos aislados: hay que considerar cómo se combinan
las informaciones provenientes de diferentes canales. Por ejemplo, cómo, a lo
largo de un determinado relato, se conjugan ciertos deslices verbales, una
expresión facial, una manifestación fisiológica.
De acuerdo con Paul Ekman –autor de Telling Lies:
Clues to Deceit in the Marketplace, Politics, and Marriage–, gran parte de los
errores que los sujetos cometen al mentir deriva de la culpa (por el delito o
por el acto mismo de mentir). El autor sostiene que el castigo es lo único que
aminora el sentimiento de culpa y que es el motivo de que la persona confiese.
Ya Freud había aportado a la criminología la hipótesis de que ciertos sujetos
cometen delito motivados por su conciencia de culpa: la razón de sus delitos es
la búsqueda de un castigo para aliviar el sentimiento de culpa. Sin embargo,
entre ambas ideas hay una diferencia, ya que, para Freud, en aquellos casos el
sentimiento de culpa precede al delito.
Freud también aludió a las conductas socialmente
buenas pero que encubren el egoísmo y la agresividad. Un individuo, influido
por recompensas o castigos, puede optar por la acción aparentemente buena sin
haber mudado sus inclinaciones egoístas en inclinaciones sociales. En tal caso,
el sujeto sólo será bueno en la medida en que tal conducta le traiga ciertas
ventajas y durante el tiempo que ello ocurra, y, en ese marco, mentirá. A esta
conducta, Freud no duda en llamarla hipócrita.
Podemos exponer sintéticamente una categorización de
cuatro tipos de mentiras:
a) Histérica o proton pseudos (Freud): en la “primera
mentira histérica” se desarrolla una fantasía como ficción embellecedora como
tentativa de protegerse de afectos como el asco, el dolor, etcétera.
b) Psicopática: encubre un deseo vengativo y busca
obtener un bien material. El sujeto procura “hacer hacer”: que el otro realice
alguna acción en beneficio del primero. Posee una segunda intención oculta que
burla una ley.
c) Lógica: tiene por meta inducir un pensamiento en el
otro, que el otro crea algo que no es. El objetivo podrá ser esconder el propio
pensamiento, apropiarse del pensamiento ajeno o protegerse de un estado de
miseria afectiva o económica. Suele incluir una contradicción entre dos
afirmaciones o bien entre una afirmación y la realidad concreta.
d) Afectiva: habitualmente se denomina manipulación
emocional y consiste en “hacer sentir” algo al otro, como culpa o gratitud. Por
ejemplo, la inducción promueve que el otro sienta culpa por su presunto egoísmo
cuando, en realidad, el egoísta es el emisor.
Advertimos que la mentira no es algo homogéneo, no
siempre busca lo mismo. Las diferencias se dan por aquello que se busca y se
desea ocultar y por las estrategias y recursos con los que se disfraza la
mentira. Asimismo, podemos encontrar combinaciones, tales como hacer creer algo
al otro para luego asestarle un golpe, robarle, etcétera.
Veamos algunos ejemplos. Una pareja consultó para que
su hijo comenzara una psicoterapia. Desde la primera entrevista llamó la
atención una muletilla de la madre: en cada ocasión en que describía cuánto
quería y cuidaba a su hijo, agregaba: “¿No es cierto?”. Por ejemplo, “A
Gustavito yo siempre lo mimé mucho, ¿no es cierto?”. Nos preguntamos qué valor
tenía la insistente muletilla. Podía haber sido un modo de requerir una
confirmación. Sin embargo, su significación era otra, ya que el componente
paraverbal transformaba en pregunta lo que era una afirmación: “A Gustavito yo
siempre lo mimé mucho: no es cierto”. Al deformar el tono de la afirmación, no
sólo ocultaba un sector de la realidad, sino que también inducía a que el
interlocutor estuviera de acuerdo con ella. Esta inducción se reforzaba con
recursos adicionales, como el uso de magnificadores (“siempre”, “mucho”). Pero,
al mismo tiempo, su texto era una forma de reconocer que no era verdad cuanto
decía de la atención hacia su hijo, verdad que sólo pudo expresarse con una
deformación de la entonación. En este caso el componente paraverbal hacía de
máscara. Claro que esto pudo entenderse a partir de conocer a su hijo y
advertir su fragilidad psíquica y de escuchar otros relatos de la madre en que
su desconexión se hacía evidente.
Otro ejemplo. Una mujer relata que cuando estaba en la
escuela primaria, en una ocasión falsificó la firma de su padre en un boletín y
cuando la maestra le preguntó de quién era la firma, respondió velozmente: “Yo,
mi papá”. En este caso se puede considerar la identificación de la relatora con
su padre, aunque ahora nos interesa señalar que aquélla, por vía de un lapsus,
se autodelató.
Una escena observada en un bar: una mujer se acerca a
una mesa en la cual la esperaba otra mujer; la primera, con ademán de taparse
la boca, le dice que no le da un beso porque está enferma y podría contagiarla.
Minutos después, la que la había esperado en el bar le entrega un regalo y la
felicita por su cumpleaños. La señora que se declaró enferma lo abre, ve un
anillo, agradece, se lo prueba sin que su rostro evidencie que le guste, y
entonces se levanta, se acerca y le da un beso. Vemos que, a pesar del esfuerzo
de la mujer por no expresar desagrado, su gesto de darle un beso no hace sino
exhibir, de modo apenas encubierto, su hostilidad: ya no le importa el posible
contagio. Agradecer falsamente un regalo puede ser una mentira inocua, pero el
ejemplo muestra: a) la concurrencia de diversos canales que aportan
información: lo que la mujer dice y lo que evidencian su rostro, su tono de voz
y los movimientos de su cuerpo; b) la importancia del contexto para entender la
situación: no sería posible interpretar el beso de agradecimiento si no
supiéramos que unos minutos antes se negó a darle un beso.
Vengo partiendo del supuesto de que en cada mentira
subyace la frase “yo miento”, que puja por expresarse de algún modo –verbal,
paraverbal, motriz–. Los recursos que se utilizan para el disfraz pueden ser
múltiples: las exageraciones, el desvío de la atención, el lamento, ciertas
contradicciones y ambigüedades, etcétera, y todo ello expresado en el relato,
en los actos del habla o en el componente melódico. De allí que, en los
testimonios judiciales, el juramento de decir toda la verdad y nada más que la
verdad implica no dejar nada de lado y no agregar nada. Cada mentiroso es en sí
mismo una versión de “Rashomon”, el cuento de Ryunosuke Akutagawaya, ya que
comunica contenidos diversos y contradictorios por canales también múltiples.
He señalado que el análisis de las mentiras comprende
una escena intersubjetiva y no puede comprenderse bien sin conocer a su
destinatario. Sin duda, importa la habilidad del mentiroso, pero también
conviene indagar las razones de la credulidad. Algunos de los motivos para
creer son evitar un duelo y protegerse de una desilusión. Otra razón para la
credulidad es que el conflicto que se despierta por desconfiar puede conducir,
como reacción, a una tendencia a la fuga, en términos del pensamiento.
Otra razón para la credulidad es la fascinación
provocada por el discurso de quien, al mentir, utiliza el modo de defensa
llamado “desmentida”, por el cual el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una
percepción traumatizante. Esta fascinación encubre la identificación reprimida
con el deseo vindicatorio y con la ilusión de omnipotencia del mentiroso. En el
problema de la mentira damos especial relevancia a la investigación de
mecanismos de la gama de la desmentida, sea en quien se coloca en una posición
activa como en quien padece la mentira.
* Doctor en Psicología. Profesor titular en UCES.
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