Presentando el Blog

Psicoanálisis y Economía

domingo, 25 de agosto de 2013

El medi(c)o es el mensaje


Sebastián Plut


En mi último libro (Psicoanálisis del discurso político, Ed. Lugar) diferencié las investigaciones clínicas de las psicosociales, entre las cuales se ubican los estudios de psicología política. Dicho de otro modo, afirmé que en la delimitación de nuestro campo de estudio quedan excluidas las consideraciones psicopatológicas y, desde ya, también las morales. En esa ocasión, mi comentario se centraba en problemas de tipo epistemológico y metodológico, en cuanto hacer psicología política y estudiar un cuadro clínico constituyen objetivos diferentes, requieren muestras diversas y, también, diseños de investigación también diferentes.
Ante las recientes afirmaciones de Nelson Castro, en su programa televisivo El juego limpio, diversos especialistas en salud, así como periodistas, políticos, entre otros, cuestionaron sus dichos con argumentos variados, todos los cuales hago propios: si existe o no el síndrome de Hubris, si Castro está en condiciones de hacer una diagnóstico solo por información tomada de los medios, si debe –como médico y periodista- hacer tales comentarios en un programa de TV. Lógicamente, también se le observó que su “diagnóstico” tuvo objetivos ajenos a la preocupación médica y que, al mismo tiempo, vehiculizó prejuicios de género (en serie con distintas épocas en que a las mujeres se las tildó de “locas”). De hecho, recuerdo un reportaje que Jorge Fontevecchia le hizo a Elisa Carrió para el Diario Perfil hacia fines del 2008, y cuando aquel le preguntó: “¿Seguro que no le molesta cuando dicen que ‘le faltan jugadores’ o ‘tiene los patitos desalineados’?”, la entrevistada respondió: “En realidad a las mujeres inteligentes siempre les dijeron que estaban locas porque se suponía que no podían serlo”.
Cerremos este apartado con la siguiente idea: sea cual fuere el acierto o desacierto de un diagnóstico, si éste se formula como instrumento de una crítica y/o una denuncia, se ha producido una tergiversación grave que puede dañar al diagnosticado, a quien hace el diagnóstico, a otros que lo escuchan e, incluso, a la disciplina misma.

La conocida sentencia de Mcluhan (“El medio es el mensaje”) adquiere con Castro una renovada significación en que se combinan el medio (poder periodístico) con el saber y poder médico. Con esta extraña fusión (denuncia periodística + diagnóstico psiquiátrico) Castro parece suponer, por ejemplo, que la salud puede ser algo así como “perfecta” o bien que la “sabiduría” es correlativa de la salud mental. También le aconseja “calma y equilibrio frente a la adversidad”. Me surgen, pues, dos interrogantes que, sé, no podré responder. En primer lugar, me pregunto si Castro averiguó si sus jefes, supongamos Héctor Horacio Magnetto, padecen o no de algún tipo de enfermedad del poder. No solo porque los dos nombres del CEO de Clarín tienen la misma inicial del síndrome mencionado por Castro, sino que es evidente que una enfermedad del poder podrá tomar como presa a representantes del poder político, económico, periodístico, médico, etc. Por otro lado, si CFK necesita calma ante la “adversidad”, ¿no sería deseable –si tan preocupado está Castro por la salud de la presidenta- que también le hable a los “adversos”? No lo sé, pero quizá también haya alguna patología de la adversidad.

Pero volvamos a la psicología política (que comprende no solo al discurso de los políticos sino también de los periodistas, entre otros). Haré, entonces, un acotado análisis de las manifestaciones verbales de NC, con la esperanza de aportar una comprensión adicional de sus palabras y, por qué no, para mostrar una forma diferente de pensar –sin denuncias ni críticas- el discurso del otro. En nuestros estudios aplicamos diferentes instrumentos, en todos los casos para estudiar los deseos, según sea que analicemos las palabras, los actos del habla o los relatos que realiza un sujeto. Si tomamos las palabras que utiliza NC (cuyo análisis requiere de un diccionario computarizado más una escala estadística que no podemos explicar aquí) hallamos una exacerbación de los términos ligados con el organismo (“calma”, “médicos”, “enfermedad”, “síndrome”, “equilibrio”, etc.), con la afectividad (“necesitamos”, “afectan”, “emocional”, “siente”, “sufre”, etc.) y, también, con el impacto estético (“muy”, “elogian”, “todos”, “perfecta”, etc.).
De estos tres grupos de términos, que podrían configurar fragmentos de ciertos estilos, podemos decir: los términos del primer grupo (palabras “orgánicas”) corresponden al “tema” tratado por el periodista, es decir, la salud. El segundo grupo (palabras ligadas con la afectividad) parece corresponder a una función específica del periodismo consistente en inducir ciertos climas emocionales (angustia, dolor, impaciencia, etc.). También parece expresar el vínculo entre la “paciente con Hubris” y los ciudadanos. Nótese que NC insiste en que CFK “padece” este síndrome y finaliza su parlamento afirmando que todos nosotros “padecemos” que ella esté enferma (o sea, el sujeto que “padece” va alternando).  
Por último, es notable el uso de actos del habla coincidentes con palabras ligadas al impacto estético. Tales actos del habla suelen ser de la gama de la exageración y el énfasis (muy, perfecta, todos, corazón), la redundancia (se preocuparon el lunes, se preocuparon el martes, se preocuparon ayer). Este conjunto de recursos retóricos tiene por finalidad convencer al otro por medio de una estrategia que consiste en algo así como “hacer mirar” (como cuando alguien dice “ahora van a ver qué tan importante es tal cosa”). Se trata de palabras que hacen las veces de “imágenes”, que suelen producir un efecto equivalente a un impacto visual.
Lo que nos muestra este breve análisis es que la descripción que NC hace de CFK (una enfermedad de la desmesura) es, en realidad, un rasgo del propio discurso de quien lo enuncia. Dicho de otro modo, la “desmesura” (énfasis, exageraciones y redundancias) está en la retórica de Castro.

Otra forma complementaria de pensar la lógica argumental de NC se advierte si sintetizamos sus párrafos. NC, expone que: 1) Es respetuoso y quiere que CFK esté bien; 2) Sabe que los médicos de CFK están preocupados; 3) Los médicos (NC incluido) se dan cuenta fácilmente de lo mal que está CFK; 4) Explica en qué consiste la presunta enfermedad; 5) La conmina a curarse porque todos la padecemos.
Claro que hay que tener en cuenta que desde el punto de vista manifiesto, NC le habla a CFK, cuando en realidad solo está “mostrando” que le habla a la presidenta mientras, en rigor, le habla a la audiencia.
En síntesis, todo su parlamento tiene por objeto convencer a la teleaudiencia de que él sabe de qué habla y que, por lo tanto, todos crean que CFK estaría enferma (de poder). Con ello, pues, no solo procura despertar el crédito de todos en sus palabras sino, además, promover estados emocionales en la población en la gama de la angustia y la desconfianza (hacia quienes nos gobierna).



lunes, 19 de agosto de 2013

Violencia e inseguridad


Sebastián Plut

Cuando se habla de la “inseguridad” suelen dejarse afuera ciertos hechos, como por ejemplo, el reciente asesinato de Ángeles Rawson, o los crímenes pasionales, etc.
Así, ante un crimen, alguien puede decir: “este no fue un hecho de inseguridad, sino que a tal persona lo mató un conocido”.

Pareciera que esta suerte de “clasificación” permite identificar violencias que serían diferentes.
Una de las supuestas diferencias es que ciertas violencias pertenecerían al puro ámbito privado mientras que otras parecen corresponder al mundo público. De hecho, cuando algún grupo social reclama “seguridad”, lo hace específicamente por sucesos de este último grupo.

Algo similar ocurre cuando se alude al genérico “delitos”. Cuando la prensa o “la gente”, protesta o se alarma por el aumento de los “delitos”, suele aludirse, por ejemplo, a los robos en la calle, el ingreso de ladrones a un domicilio o algún otro tipo de hecho similar. No suelen incluirse aquí, por ejemplo, las estafas comerciales, la evasión impositiva, el trabajo en negro, el maltrato laboral, entre otras tantas alternativas.

La pregunta que me hago, pues, es doble: por un lado, si es en un todo razonable distinguir de este modo los tipos de violencia (si me roba un desconocido por la calle y si me roba un socio, una empresa, etc.) como si una fuera más inherente a la “inseguridad” que la otra.
Si bien acuerdo en que es importante advertir los diferentes matices propios de situaciones disímiles, ya que “no todo es lo mismo”, no creo que, a los efectos de entender los grados de violencia en una sociedad, podamos separar tan claramente unos y otros sucesos.

Dicho esto, el segundo interrogante es el siguiente: ¿qué es lo que hace que las manifestaciones sociales –independiente de su magnitud- protesten solo por un sector específico y acotado de los hechos de violencia? ¿Acaso hay más robos callejeros que estafas comerciales por ejemplo?

No podría dar una explicación de esto pero sí, al menos, ensayar una aproximación.
Los delitos que forman parte de la denominada “inseguridad” y por los que un sector de los ciudadanos se manifiesta, tienen dos aspectos diferenciales:
a) suelen suceder en la vía pública (si es un domicilio, igualmente se llega desde la vía pública);
b) los comete un sujeto que no es “conocido mío” (amigo, pariente, cliente, proveedor, empleador, etc.).

En síntesis, el reclamo de mayor seguridad no consiste meramente en el pedido y/o propuesta de políticas públicas para disminuir los niveles de violencia en la sociedad sino, específicamente, en acotar la emergencia del “desconocido” en el “espacio público”.