Sebastián Plut
En mi último libro (Psicoanálisis del discurso político, Ed.
Lugar) diferencié las investigaciones clínicas de las psicosociales, entre las
cuales se ubican los estudios de psicología política. Dicho de otro modo,
afirmé que en la delimitación de nuestro campo de estudio quedan excluidas las
consideraciones psicopatológicas y, desde ya, también las morales. En esa
ocasión, mi comentario se centraba en problemas de tipo epistemológico y
metodológico, en cuanto hacer psicología política y estudiar un cuadro clínico
constituyen objetivos diferentes, requieren muestras diversas y, también,
diseños de investigación también diferentes.
Ante las recientes
afirmaciones de Nelson Castro, en su programa televisivo El juego limpio, diversos especialistas en salud, así como
periodistas, políticos, entre otros, cuestionaron sus dichos con argumentos
variados, todos los cuales hago propios: si existe o no el síndrome de Hubris,
si Castro está en condiciones de hacer una diagnóstico solo por información
tomada de los medios, si debe –como médico y periodista- hacer tales
comentarios en un programa de TV. Lógicamente, también se le observó que su
“diagnóstico” tuvo objetivos ajenos a la preocupación médica y que, al mismo
tiempo, vehiculizó prejuicios de género (en serie con distintas épocas en que a
las mujeres se las tildó de “locas”). De hecho, recuerdo un reportaje que Jorge
Fontevecchia le hizo a Elisa Carrió para el Diario Perfil hacia fines del 2008,
y cuando aquel le preguntó: “¿Seguro que no le molesta cuando dicen que ‘le faltan
jugadores’ o ‘tiene los patitos desalineados’?”, la entrevistada respondió: “En realidad a las mujeres inteligentes siempre les dijeron que estaban
locas porque se suponía que no podían serlo”.
Cerremos
este apartado con la siguiente idea: sea cual fuere el acierto o desacierto de
un diagnóstico, si éste se formula como instrumento de una crítica y/o una
denuncia, se ha producido una tergiversación grave que puede dañar al
diagnosticado, a quien hace el diagnóstico, a otros que lo escuchan e, incluso,
a la disciplina misma.
La conocida sentencia de
Mcluhan (“El medio es el mensaje”) adquiere con Castro una renovada
significación en que se combinan el medio (poder periodístico) con el saber y
poder médico. Con esta extraña fusión (denuncia periodística + diagnóstico
psiquiátrico) Castro parece suponer, por ejemplo, que la salud puede ser algo
así como “perfecta” o bien que la “sabiduría” es correlativa de la salud
mental. También le aconseja “calma y equilibrio frente a la adversidad”. Me
surgen, pues, dos interrogantes que, sé, no podré responder. En primer lugar,
me pregunto si Castro averiguó si sus jefes, supongamos Héctor Horacio
Magnetto, padecen o no de algún tipo de enfermedad del poder. No solo porque
los dos nombres del CEO de Clarín tienen la misma inicial del síndrome
mencionado por Castro, sino que es evidente que una enfermedad del poder podrá
tomar como presa a representantes del poder político, económico, periodístico,
médico, etc. Por otro lado, si CFK necesita calma ante la “adversidad”, ¿no
sería deseable –si tan preocupado está Castro por la salud de la presidenta-
que también le hable a los “adversos”? No lo sé, pero quizá también haya alguna
patología de la adversidad.
Pero volvamos a la psicología
política (que comprende no solo al discurso de los políticos sino también de
los periodistas, entre otros). Haré, entonces, un acotado análisis de las
manifestaciones verbales de NC, con la esperanza de aportar una comprensión adicional
de sus palabras y, por qué no, para mostrar una forma diferente de pensar –sin
denuncias ni críticas- el discurso del otro. En nuestros estudios aplicamos
diferentes instrumentos, en todos los casos para estudiar los deseos, según sea
que analicemos las palabras, los actos del habla o los relatos que realiza un
sujeto. Si tomamos las palabras que utiliza NC (cuyo análisis requiere de un
diccionario computarizado más una escala estadística que no podemos explicar
aquí) hallamos una exacerbación de los términos ligados con el organismo (“calma”,
“médicos”, “enfermedad”, “síndrome”, “equilibrio”, etc.), con la afectividad (“necesitamos”,
“afectan”, “emocional”, “siente”, “sufre”, etc.) y, también, con el impacto
estético (“muy”, “elogian”, “todos”, “perfecta”, etc.).
De estos tres grupos de
términos, que podrían configurar fragmentos de ciertos estilos, podemos decir:
los términos del primer grupo (palabras “orgánicas”) corresponden al “tema”
tratado por el periodista, es decir, la salud. El segundo grupo (palabras
ligadas con la afectividad) parece corresponder a una función específica del
periodismo consistente en inducir ciertos climas emocionales (angustia, dolor,
impaciencia, etc.). También parece expresar el vínculo entre la “paciente con
Hubris” y los ciudadanos. Nótese que NC insiste en que CFK “padece” este
síndrome y finaliza su parlamento afirmando que todos nosotros “padecemos” que
ella esté enferma (o sea, el sujeto que “padece” va alternando).
Por último, es notable el uso
de actos del habla coincidentes con palabras ligadas al impacto estético. Tales
actos del habla suelen ser de la gama de la exageración y el énfasis (muy,
perfecta, todos, corazón), la redundancia (se preocuparon el lunes, se
preocuparon el martes, se preocuparon ayer). Este conjunto de recursos
retóricos tiene por finalidad convencer al otro por medio de una estrategia que
consiste en algo así como “hacer mirar” (como cuando alguien dice “ahora van a
ver qué tan importante es tal cosa”). Se trata de palabras que hacen las veces
de “imágenes”, que suelen producir un efecto equivalente a un impacto visual.
Lo que nos muestra este breve
análisis es que la descripción que NC hace de CFK (una enfermedad de la
desmesura) es, en realidad, un rasgo del propio discurso de quien lo enuncia.
Dicho de otro modo, la “desmesura” (énfasis, exageraciones y redundancias) está
en la retórica de Castro.
Otra forma complementaria de
pensar la lógica argumental de NC se advierte si sintetizamos sus párrafos. NC,
expone que: 1) Es respetuoso y quiere que CFK esté bien; 2) Sabe que los
médicos de CFK están preocupados; 3) Los médicos (NC incluido) se dan cuenta
fácilmente de lo mal que está CFK; 4) Explica en qué consiste la presunta
enfermedad; 5) La conmina a curarse porque todos la padecemos.
Claro que hay que tener en
cuenta que desde el punto de vista manifiesto, NC le habla a CFK, cuando en
realidad solo está “mostrando” que le habla a la presidenta mientras, en rigor,
le habla a la audiencia.
En síntesis, todo su
parlamento tiene por objeto convencer a la teleaudiencia de que él sabe de qué
habla y que, por lo tanto, todos crean que CFK estaría enferma (de poder). Con
ello, pues, no solo procura despertar el crédito de todos en sus palabras sino,
además, promover estados emocionales en la población en la gama de la angustia
y la desconfianza (hacia quienes nos gobierna).
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