Sebastián Plut
Este texto fue publicado en la Revista Ñ
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/psicologia/Deprimidos-globales_0_998900506.html
En el N° 516 de la Revista Ñ se publicó un artículo de Horacio
Vommaro (Presidente de APSA) en el cual expone sobre una supuesta tendencia
mundial en aumento de las depresiones. Por diversas razones aquella nota me
estimuló a realizar una contribución al debate, entre ellas porque hace tiempo
me interesé en investigar la noción de “patologías actuales”. En efecto,
considero que es una categoría que merece ser revisada críticamente ya que
parece pertenecer aun al contexto de descubrimiento y, eventualmente,
requeriría de una mayor fundamentación en el contexto de justificación.
El marco de la polémica que
propongo, pues, no está exento de cuestionamientos aunque al mismo tiempo
concuerdo con algunas de las observaciones de Vommaro. De hecho, comparto con
este último la importancia de reconocer el dolor individual y de la interacción
con los semejantes. Así, mi objetivo es, centralmente, contribuir con diferentes
perspectivas ante un problema complejo que comprende definiciones sobre qué es
una patología psíquica, cuáles son los factores etiológicos, qué tipos de
investigaciones se realizan (clínicas, epidemiológicas, psicosociales) y cómo
pueden armonizarse diferentes concepciones. Desde ya que no pretendo aquí dar
respuesta a todo ello, aunque sí señalar, sobre todo, algunas dificultades con
que nos encontramos.
También vale aclarar que aun
cuando plantearé cierta crítica al informe de la OMS que allí se cita, rescato el valor del mismo,
valor que está dado más allá de acuerdos o desacuerdos, pues no carece de
importancia que un organismo internacional preste atención a este tipo de
problemáticas.
Hacia la mitad de la nota, su
autor propone un interrogante que, a mi juicio, resulta crucial en este tipo de
reflexiones: “Su aumento [de las
depresiones] se debe a que han avanzado
las posibilidades de su detección, o a que se han modificado las condiciones de
vida y existencia de las personas?”. Esto es, ¿hay más sujetos que padecen
depresión o la ciencia está en mejores condiciones de identificarlos? Creo que
Vommaro no termina de dar una respuesta acabada a esta pregunta y quizá eso sea
lo más conveniente; en lugar de cerrar el dilema tal vez sea pertinente dejarlo
abierto para darle cabida a los múltiples elementos en juego.
Un ejercicio fecundo que
propongo es releer los casos que Freud y Breuer publicaron a fines del Siglo
XIX en sus célebres Estudios sobre la
histeria, entre los que figura la conocida Anna O. Tales casos
corresponden, según los autores, a pacientes histéricas que les permitieron
(sobre todo a Freud) desarrollar una teoría psicopatológica y, al mismo tiempo,
una técnica terapéutica (que progresivamente devino en lo que hoy conocemos
como psicoanálisis). Sin embargo, si imaginamos que alguna de aquellas pacientes
nos consultase hoy estoy convencido de que difícilmente la diagnostiquemos del
mismo modo. Según las escuelas, para unos serán pacientes caracterópatas, para
otros serán psicosis histéricas, pacientes borderlines, etc.
No se trata de decir que Freud
se equivocó ni con ello se resolvería la cuestión. En todo caso, podemos
considerar que en la actualidad: a) se han enriquecido las descripciones
clínicas; b) se ha revisado y modificado qué es un “paciente”. Es decir, hoy estamos
acostumbrados a no homologar “caso” con “estructura clínica”, en cuanto el
primero es particular y la segunda es general. Dicho de otro modo, en cada caso
hallamos testimonios de diferentes cuadros clínicos y, así, en un sujeto pueden
coexistir, por ejemplo, una corriente obsesiva, una corriente depresiva y una
tercera ligada a alteraciones corporales.
A
pesar de ello, es frecuente escuchar que en la actualidad ya no llegan
pacientes neuróticos a los consultorios tal como los que atendía Freud. No
obstante, cuando hacemos tal contraste hay cuanto menos dos factores que
constituyen si no obstáculos, cuanto menos dificultades: a) en primer lugar, no
es sencillo congeniar un enfoque epidemiológico con la perspectiva psicopatológica;
b) por otro lado, las “muestras” que se comparan no son homogéneas y ello en
dos sentidos. En principio, pues en la actualidad se ha incrementado
exponencialmente la masa de sujetos que se psicoanalizan; en segundo lugar pues
en tales contrastes no se comparan los “casos” sino lo que se decía de los
pacientes en la época de Freud y lo que se dice actualmente.
Otro debate interesante que
está presente en el artículo de Vommaro comprende a lo que podríamos llamar el
“factor sociogenético”, esto es, a la eficacia subjetivante y/o patógena de lo
cultural y social. Y aquí podemos recurrir, nuevamente, a un texto de Freud, de
1908, en el que cita un párrafo que un neurólogo escribió en 1893. La cita es
algo extensa pero ilustrativa: “La
lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos, que puede
satisfacer únicamente si apela a todas sus fuerzas espirituales; al mismo
tiempo, en todos los círculos han crecido los reclamos de goce en la vida, un
lujo inaudito se ha difundido por estratos de la población que antes lo
desconocían por completo; la irreligiosidad, el descontento y las apetencias
han aumentado en vastos círculos populares; merced al intercambio, que ha
alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráficas y
telefónicas que envuelven al mundo entero, las condiciones del comercio y del
tráfico han experimentado una alteración radical; todo se hace de prisa y en estado
de agitación: la noche se aprovecha para viajar, el día para los negocios, aun
los viajes de placer son ocasiones de fatiga para el sistema nervioso; la
inquietud producida por las grandes crisis políticas, industriales, financieras,
se trasmite a círculos de población más amplios que antes; la participación en
la vida pública se ha vuelto universal: luchas políticas, religiosas, sociales,
la actividad de los partidos, las agitaciones electorales, el desmesurado
crecimiento de las asociaciones, enervan la mente e imponen al espíritu un
esfuerzo cada vez mayor, robando tiempo al esparcimiento, al sueño y al
descanso; la vida en las grandes ciudades se vuelve cada vez más refinada y
desapacible. Los nervios embotados buscan restaurarse mediante mayores
estímulos, picantes goces, y así se fatigan aun más; la literatura moderna
trata con preferencia los problemas más espinosos, que atizan todas las pasiones,
promueven la sensualidad y el ansia de goces, fomentan el desprecio por todos
los principios éticos y todos los ideales…; nuestro oído es acosado e
hiperestimulado por una música que nos administran en grandes dosis, estridente
e insidiosa…”.
Si
de este párrafo eliminamos la palabra “telégrafo”, bien podría coincidir con
las descripciones que suelen hacerse del estado actual de la sociedad, con sus
exigencias y luchas. Lógicamente, esto no conduce necesariamente a desestimar
los factores sociales respecto de la salud mental, pero sí a diseñar proyectos
de investigación que permitan establecer nexos más precisos. El mismo Vommaro
afirma que la depresión afecta en el mundo a millones de personas de diferentes
niveles socioeconómicos y “con
independencia del país de origen, de creencias y culturas”.
Retomemos
y sinteticemos algunos párrafos del artículo de Vommaro. Comienza citando un
informe de la OMS
según el cual estaríamos ante “una
verdadera catástrofe epidemiológica en la que los desórdenes mentales
representan el 12 por ciento de las causas de enfermedad en todo el mundo”
y en ese contexto es que se localizaría el incremento de la patología
depresiva. Tal vez me equivoco pero, en lo personal, suelo desconfiar de las
visiones apocalípticas por lo cual rápidamente pongo en cuestión la idea de una
catástrofe epidemiológica. Cuando, por ejemplo, se informa sobre el mencionado “12
por ciento”, debemos preguntarnos cómo se ha establecido ese porcentaje, en
comparación con qué sería mucho o poco y, finalmente, como se ha establecido
que tales desórdenes son factores causales de enfermedad. En rigor, los
interrogantes son de diferente tipo: a) sobre la validez del dato estadístico;
b) sobre su significatividad y c) si así fuera, si se trata de una realidad que
se ha modificado o de una realidad que solo recientemente se ha detectado.
Párrafos después, el autor señala: “Hace
una década, la depresión estaba en el cuarto lugar de los trastornos mentales;
no solo ha avanzado sino que la
OMS pronostica que en tres lustros ocupará el primer lugar”.
Aquí, no solo podemos insistir con preguntas como las que ya hemos formulado
(cómo se detectan las frecuencias de las patologías, con qué criterios se hacen
los pronósticos, etc.) sino que también debemos suponer que si sube la
incidencia de una de ellas, querrá decir que baja la incidencia de otras.
Con
acierto, Vommaro subraya la importancia de no confundir tristeza con depresión.
Claro que si el autor se ve en la necesidad de prevenir esta confusión es
porque, en los hechos, debe ocurrir; con lo cual, volvemos a encontrarnos con
el problema de los criterios diagnósticos (¿cuántos tristes serán
diagnosticados como depresivos?). En efecto, yo mismo he escuchado en numerosas
ocasiones a colegas que se preguntan si deben derivar a psiquiatría a algún
paciente argumentando que “está bajoneado", “triste”, etc., como si
estuvieran –los profesionales- respondiendo a una suerte de ideal moral de la
salud en virtud del cual salud y alegría constante serían sinónimos. No otra
cosa, de hecho, es lo que se llama “tendencia a patologizar”.
Otro
aspecto a destacar de la nota es que el autor aclara que las depresiones suelen
presentarse combinadas con alteraciones psicosomáticas, diversas adicciones,
violencia familiar, fobias, conductas maníacas, problemas de atención y
concentración. Acuerdo con estas descripciones, lo cual nos habla de la
complejidad inherente a la tarea diagnóstica y la consecuente dificultad para
establecer estadísticas y nexos causales. Una vez más, no es fácil decidir si
estamos ante un incremento de las patologías o bien una mayor sofisticación en
los diagnósticos. Quizá podamos hacer una comparación con lo que sucede en el
mundo de los embarazos. Si uno cuantifica los porcentajes de pérdidas de
embarazos actuales y los que había, por ejemplo, hace 50 años, seguramente encontrará
que el porcentaje actual es mucho mayor. Así, uno podría verse tentado de decir
que dadas las condiciones de existencia actuales (crisis, estrés, etc.) ha aumentado
el riesgo de perder un embarazo. Sin embargo, hasta no hace muchos años no
existían los métodos autoadministrados que le permiten a una mujer saber
rápidamente si está embarazada o no. Eso llevaba a que, presumiblemente, muchas
pérdidas –anteriores a dichos métodos- fueran consideradas como menstruaciones
tardías.
El
último punto que deseo considerar es que Vommaro , luego de aludir
acertadamente a las diferencias con que cada grupo social valora qué es normal
y patológico, cuestiona como falsa la opción entre “lo constitucional y lo cultural”, ya que uno y otro se requieren
mutuamente. Solo agregaría que si esa concepción supone considerar “lo
psíquico” como una mera resultante del encuentro entre la genética y la
cultura, estamos reduciendo la subjetividad a un simple “efecto” y, con ello,
omitimos darle su propio estatus que no se limita a ser una “consecuencia de”
sino que también es un factor de alteración biológica y, a su vez, de
producción cultural.
Para
terminar querría agregar que entre los problemas que no mencioné, se encuentran,
por un lado, el progresivo aumento en la densidad demográfica y, por otro lado,
las políticas comerciales de los laboratorios. Respecto de la variable
poblacional, la dejé de lado por constituir una materia en la que no soy
especialista. En cuanto a la mercantilización de la salud y la venta de
psicofármacos, si bien creo que existe como variable, así como evito visiones
apocalípticas algo similar intento con las versiones conspirativas.
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