Sebastián Plut
Que un delito debe recibir algún tipo de sanción es una premisa tan válida como obvia.
Claro que con ello no es mucho lo que se resuelve ni se comprende, dado, por ejemplo, que muchas conductas, aun no delictivas, también conllevan algún tipo de sanción.
La pregunta es: ¿cómo tratar la violencia?
Ante la ocurrencia de un delito, rápidamente se alzan las voces que exigen un endurecimiento de las penas, mayores castigos, incluso, pena de muerte. He dicho en otras ocasiones que lo más probable es que la llamada “mano dura” logre reducir delincuentes pero que dudosamente logre reducir la violencia y la inseguridad.
Si para Freud la neurosis es el negativo de la perversión, su hipótesis sobre el asesinato del padre de la horda, nos conduce a pensar que la sociedad es el negativo del crimen.
Primera aproximación a una respuesta entonces: no se puede tratar ni livianamente ni de cualquier modo a la violencia.
Intuyo que el sistema carcelario de un país puede constituir un analizador social ya que allí identificamos parte del modo en que se trata la violencia.
Para algunos, la finalidad de la prisión es el castigo, la penalización. Para otros, en cambio, el sistema penal tiene el objetivo de una rehabilitación conducente a la reinserción social. Las precarias y penosas condiciones de la vida carcelaria, en rigor, parecen mostrar que este segundo objetivo está muy lejos del horizonte de posibilidades. A su vez, en tales condiciones, el primer objetivo (castigo) parece más bien consistir meramente en un afán vengativo.
En una carta a Arnold Zweig, Freud evoca la novela “The Lady and the tiger”, en la que un prisionero aguarda en un circo a que le larguen el tigre o que entre la dama que habrá de liberarlo. “El relato termina sin que se sepa si por la puerta abierta de su jaula entra la mujer o el tigre. Esto solo puede querer significar que el desenlace ya no le importa al prisionero y que, por lo tanto, no vale la pena de ser comunicado”.
Vivir supone sentirse amado desde dos fuentes: el superyó-ideal del yo y la realidad. Desde ambos lugares el ello significa su amor al yo, y si tales tributos no ocurren el yo padece una desinvestidura (tanto desde el narcisismo como desde la autoconservación) que puede conducirlo a dejarse morir.
Segunda aproximación a una respuesta: para que el sistema carcelario sea eficaz en su doble propósito de penalización y rehabilitación debe promover la subjetivación.
Esta categoría (subjetividad) es abordada por Freud de tres maneras:
1) Oposición entre actividad y pasividad: esta hipótesis parte de la consideración de la relación entre pulsión, yo y objeto. La pulsión es siempre activa para el yo. Si el yo no puede ser activo, cede la posición sujeto a otro. Subjetividad, entonces, será que el yo se vuelva activo.
2) Identificación primaria: alude al nexo con un ideal. Consiste en un vínculo ligado al ser, al sentimiento de sí que se obtiene al conquistar una identificación. Subjetividad implica, por lo tanto, que el pasaje de la pasividad a la actividad se complemente con una identificación con un modelo.
3) Conciencia inicial: refiere al desarrollo cualitativo (afecto) como algo diferente del mundo de las cantidades.
En síntesis, si la subjetividad no se desarrolla, el individuo perpetrará un crimen como una de las tantas vías del dejarse morir.
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